Reflexiones en torno al artículo
¿Qué hacer en esta etapa de la Revolución?
“
El ambivalente discurso latinoamericano sobre la modernidad, que
rechaza la dominación europea pero que internaliza su misión
civilizadora, ha adoptado la forma de un proceso de auto-colonización
que asume formas diferentes en distintos contextos políticos y períodos
históricos”. Fernando Coronil,
El Estado Mágico.
* * * * * * *
Después de leer el
texto de Temir Porras
y constatar el incipiente debate que está generando, aprovechamos para
hacer algunos comentarios y aportes sobre algunos de los temas sensibles
en discusión. Aunque no sea nada pragmático, parece que intercambiar y
discurrir sobre abstracciones como los tipos de liderazgo, los modelos
económicos y modos de organizar la sociedad, aún puede incidir en los
procesos de intervención en la realidad social concreta.
Soy optimista, y creo sinceramente que todos debemos pensar que
Venezuela y el proceso político que le devolvió su dignidad estarán a la
altura del desafío, que sin duda es uno de los más grandes por tratarse
de superar el “período crítico” que se inició en la Revolución con la
desaparición física de su motor fundamental, el Comandante Hugo Chávez.
Sin embargo, mi optimismo no es
panglossiano
como el de muchos compañeros con los que uno se topa con frecuencia,
quienes ante la crítica fundada te responden que nada peor como la
cuarta república, que hay que ver como cambió este país. Nadie duda ni
niega que el país cambió, pero no todos entienden la importancia de la
crítica.
Ciertamente, después del 5 de marzo de 2013, con todo y la clara
directriz que había dejado el Comandante el 8 de diciembre de 2012
en la que definió con absoluta claridad quien tomaría el timón político
de la Revolución, se inauguró un período de incertidumbre política,
propiciado más por el dolor de la fatalidad que por no tener la certeza
de qué hacer y cómo actuar. Pero, como también era verdad que Chávez era
el dique político y moral que supo derrotar a la reacción, y como
estadista mantener controlada a la oposición y sus alocados planes, la
guerra económica que se inició a finales de 2012, aunado a los errores
cometidos, a la fecha ha generado un “escenario económico complejo” que,
como dice Porras, podría afectar negativamente la base social de la
Revolución.
El autor, de un lado reconoce que las amenazas externas se han
recrudecido desde la partida del Comandante y no es un dato menor, dado
que solo por ahí tendríamos criterio para destacar la magnitud del reto
que tuvo que afrontar Maduro ―y que hoy lo sigue haciendo― luego de
haber derrotado una campaña nacional, regional e internacional que no la
vimos
ni con Chávez pues. Además, toda esta conspiración se tuvo
que afrontar en el marco del debilitamiento general en que quedó el
portaaviones revolucionario en ausencia de su “gran timonel”.
Dice Porras que “en este momento debemos concentrar nuestros
esfuerzos en examinar nuestra propia capacidad de generar políticas que
nos hagan avanzar”. No podemos estar en desacuerdo, sobre todo porque es
un planteamiento que se hace luego de superar varios meses de cruda
incitación a la guerra civil, por lo cual cabría el acuerdo con el
fragmento que sigue, donde se pide no “fijar el foco en quienes buscan
distraernos y desestabilizarnos”, algo solo posible ahora,
solo ahora, con todo y que
los planes conspirativos no se detienen.
Aunque no lo dice directamente, hay un claro llamado a trabajar para
derrotar ciertos flagelos “que tienen que ver con nosotros mismos”, como
la corrupción, la desorganización, el burocratismo, toda vez que en un
Gobierno donde la Revolución es la que está en el poder, nadie puede
atribuir sus problemas como “principal responsable”, a la oposición. En
este punto, no compartiría la responsabilidad en partes iguales, pero
cuidado con el grado de responsabilidad que puede tener una oposición
que casi nunca ha asumido el rol que le corresponde y que parece haberse
quedado enganchada en el golpismo, tal vez por lo lucrativo que para
ella suele ser.
Ahora bien, antes de comentar críticamente los planeamientos hechos
por el autor en los tres ejes centrales que define como las tres grandes
áreas donde habría que cambiar o rectificar, me permito hacer una
lectura del párrafo en el que reflexiona sobre los grandes logros de la
Revolución:
“Cada logro constituye el piso sobre el cual se debe construir otro
logro superior, y no solamente en términos cuantitativos, sino, lo que
es más complejo, cualitativos también. Venezuela debe seguir teniendo el
mayor sistema público de educación, el más masivo sistema público de
salud y el acceso más democrático a las tecnologías,
pero debe
también construir escuelas y universidades de excelencia, garantizar la
mejor calidad de servicio médico, así como la más alta velocidad de
conexión a la red, a la par de los mejores estándares internacionales.
Una cosa no es pretexto para sacrificar la otra”. (Cursivas nuestras).
Lo hemos dicho en otras oportunidades, y puede que estemos en el
mejor momento para pasar de una etapa de inclusión masiva en una
estructura, a la transformación de esa estructura. Sería un error
concebir a la Revolución como un mero proceso de inclusión, con toda la
belleza y el perfil romántico de la escena del adulto mayor aprendiendo a
leer en la Misión Robinson. Venezuela puja por un salto cualitativo,
por una radicalización de la democracia como democratización real,
constante y permanente, lo cual quiere decir, junto al acceso a lo que
estaba vedado, acceso a todo lo demás y acceso a una mejor calidad.
Añadamos, que existe en el “polémico” artículo, un llamado
transversal a la revisión de la estrategia, lo cual no puede menos que
recordarnos los reiterados llamados a la aplicación de las fementidas
tres erres que en su momento hiciera el Comandante, y más recientemente,
de nuevo de la mano del estadista cuya visión y creatividad lo llevaban
a plantear virajes en la orientación política cuando así lo dictaban
las circunstancias, el
“golpe de Timón”.
También, manifestemos nuestro acuerdo con la necesidad de que la
discusión de los grandes temas centrales que todo proceso al socialismo
debe plantearse, sea “abierta y profunda”, un debate de altura que debe
permitir que se expresen todas las tendencias, corrientes y
sensibilidades revolucionarias, con la madurez necesaria para que este
debate, que puede caldearse en el más diverso grado, no afecte la unidad
del movimiento bolivariano. Como signo de nuestros tiempos,
consideramos un imperativo la divisa de la cooperación, la
complementariedad y la construcción de la unidad en un todo integral que
sea producto de la condensación de la diversidad de los imaginarios
revolucionarios, bajo el sencillo método de centrar el debate en las
coincidencias teórico-metodológicas y ético-políticas y no en las
diferencias, para que el debate pueda llegar a buen puerto o, a algún
puerto. Y para esto se necesita, si Fidel Castro tiene razón, más que
disciplina consciencia revolucionaria.
Sobre el liderazgo del presidente Nicolás Maduro
Evidentemente, el liderazgo carismático es un fenómeno político que
hemos visto en América Latina en diversos períodos históricos, y sería
bastante raro que se repitiera en un mismo país en intervalos de tiempo
de unos pocos años, para no decir que son irrepetibles. Así como hubo un
solo Perón en Argentina, así habrá un solo Chávez en Venezuela.
Ahora, la necesidad de avanzar hacia la construcción de un liderazgo
colectivo, siempre bajo la dirección de Chávez, fue una propuesta que se
planteó en 2009 durante una reunión de intelectuales realizada en el
Centro Internacional Miranda, ante la evidencia de que el Comandante se
estaba echando el país al hombro y que dicha situación no podía
sostenerse en el tiempo. Pero también, un liderazgo colectivo sería la
continuación lógica y necesaria luego del paso tempestuoso del liderazgo
telúrico, el cual sobrevino, como recuerda Porras, para hacer renacer a
Venezuela de sus cenizas.
De tal manera, que sobre el punto coincido con el compañero
Víctor Hugo Majano,
cuando este afirma que no hay contradicción entre el liderazgo personal
y la necesidad de construir un liderazgo colectivo, considerando que el
liderazgo de Maduro es diferente al del Comandante. Esto último, por
cierto, es tan tautológico como aquello de “Maduro no es Chávez”.
También, agreguemos que un liderazgo colectivo no es que no sea algo
propiamente chavista, sino que no se correspondía ni logró
corresponderse, dadas las circunstancias del país, con la personalidad
de Hugo Chávez. Y es que el “mande comandante” ¿No fue siempre una
expresión de lo avasallante de este tipo de liderazgo?
Sin embargo, coincidimos en que la jefatura política de Nicolás
Maduro no puede limitarse sólo a la preservación del legado del
Comandante, ni pude seguir considerándose al presidente como un mero
hijo de Chávez. Lo primero, sería recortar las expectativas
revolucionarias y darnos por incapaces; lo segundo, podría resultar
contraproducente para la construcción de un liderazgo propio. Es un
hecho, que el Presidente se ha metido de frente con problemáticas que en
el marco de la épica lucha política Revolución y patria Vs. golpismo y
antipolítica, quedaron inevitablemente descuidadas. Dos ejemplos:
la violencia y el
carácter rentista de nuestra economía.
Ningún pueblo del mundo puede depender eternamente de un Savonarola, y
en el caso de Venezuela, recordemos que hasta la oposición vivió y se
desvivió en su oposición a Chávez. Desaparecido físicamente este, hasta
ella quedó desconcertada.
Considero clave el siguiente párrafo: “a Nicolás Maduro se le ha
reconocido en su función de Presidente de la República, pero no como
jefe político del chavismo , con el derecho y el deber de imprimirle su
visión personal a la construcción de la Revolución, trascendiendo la
simple función de conservador del legado del Comandante”. Esta
afirmación, podría alimentarse de la idea según la cual la obediencia y
la lealtad hacia Maduro de algunos cuadros medios y dirigentes ubicados
en distintos sectores políticos e institucionales,
viene exclusivamente de la memorable alocución de Chávez del 8 de diciembre de 2012. Desde este punto de vista, esa es una visión que comienza a trascenderse.
¿Ha llegado para la revolución la etapa del pragmatismo?
Ciertamente el liderazgo de Maduro es “más flexible” y ciertamente
tiene rasgos fuertemente pragmáticos. En más de una oportunidad, sus
críticas a la reflexión intelectual y su manifiesta molestia con algunos
señalamientos han dejado ver ese pragmatismo, y nos parece que en la
mayoría de los casos ha tenido la razón. La pérdida de contacto con la
vida social concreta, como producto de análisis enmarcados en teorías
que son presentadas a veces como más reales que la propia realidad, es
una de las razones que desprestigian la reflexión intelectual y que abre
paso al pragmatismo, aunque lo sensato siempre sea la dialéctica entre
un proceso intelectual amplio, transdiciplinario y holístico, y el mundo
real, el cual siempre desbordará a las teorías particulares.
El pragmatismo, como corriente de pensamiento nació en Estados Unidos a finales del siglo XIX. Fundada por
Charles Sanders Pierce y William James
―quien lo definió más como un modo de pensar― se caracteriza por su
énfasis en la utilidad y en las consecuencias prácticas como componentes
esenciales de la verdad. El pragmatismo, como el empirismo, se opone a
la idea de que los conceptos y el intelecto representan la realidad.
Tolstoi decía que “hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el
fuego”, frase que plasma ejemplarmente la visión pragmática. Y en un
país que quiere industrializarse, hace falta gente que, al caminar por
un pedazo de tierra yerma, no vea sino producción de alimentos.
Es verdad, de otro lado, que resultaría peligroso para la
construcción del socialismo que ese pragmatismo adoptara la famosa
divisa del camarada
Deng Xiaoping, según la cual es
irrelevante si el gato es negro o blanco, siempre que cace ratones.
Una cosa sí que está clara: hace falta producir, más y mejor. Imposible
aquí no recordar lo que fue la Nueva Política Económica (NEP) ejecutada
por Lenin en los comienzos de la URSS. Esto habría que repasarlo muy
bien, dada la propuesta de Porras, que no es otra cosa sino la
aplicación de una NEP a la venezolana.
Sobre el pragmatismo económico que debería aplicarse
La economía del país no atraviesa su mejor momento, y si los
problemas actuales de la Revolución son predominantemente económicos,
ese es un hecho que en gran medida tiene que ver con
la revancha que cierta burguesía le planteó al bolivarianismo
cuando constató que Chávez no podría continuar dirigiendo los destinos
de la Patria. Tiene que ver con la guerra económica, pues.
Pero si esto es cierto, también lo es que se han cometido algunos
errores en el manejo de la economía en términos macros, como lo han
venido dejando por escrito desde hace tiempo varios de nuestros
analistas más agudos, para no mencionar que el “Chicago boy” de
izquierda ―como a veces le decía Chávez jocosamente―, Rafael Correa, se
permitió declarar ―y estamos seguros que con toda la fundamentación y
buena Fe del mundo― que en Venezuela se habían cometido
“errores económicos”.
Dice Porras que “la despreocupación por el mañana, y la confianza de
que el futuro será mejor que el presente, para uno mismo y para sus
hijos, es uno de los cimientos más sólidos sobre los cuales construir un
proyecto profundamente republicano”. En tal sentido, es innegable que
la Revolución bolivariana inició un movimiento de expansión económica de
crecimiento vertiginoso, que logró colocar la experiencia a la altura
de las expectativas del pueblo, e incluso superarlas en varios aspectos.
Esto significa, como mencionamos en una oportunidad, que la Revolución
reescribió el estribillo de una conocida canción del grupo La Mosca,
cuyo coro dice: “
Hoy estoy peor que ayer, pero mejor que mañana, vamos a gritar señor, hasta que no quede nada”.
¿Qué es lo que ha generado este turbio escenario económico? El autor
habla de “grandes desequilibrios macroeconómicos”, que deben ser
corregidos con decisiones coyunturales apropiadas, las cuales habría que
ejecutar con pragmatismo. Esto, permitiría alcanzar los objetivos
políticos sin poner en riesgo los grandes logros sociales que tanto
esfuerzo costaron a la Revolución. De tal manera, el autor lo que
plantea es que la implementación de estas medidas económicas
coyunturales no necesariamente implican una traición a la revolución,
toda vez que en el hoy por hoy ya existe la sensación de que vivimos
cierta regresión social, dado el desenvolvimiento de la economía.
Estas consideraciones, han llevado a algunos a plantear, por ejemplo
al compañero Majano, que la propuesta de Porras no es otra cosa que una
“vuelta al capitalismo como opción revolucionaria”.
En este punto, no coincidimos con el autor de La-tabla, porque ¿Es que
acaso ya estamos en socialismo para plantear que ciertas decisiones
económicas nos “regresarían” al capitalismo? Por cierto que Porras no es
el primero que “recuerda” que vivimos en un sistema capitalista, muy
particular, pero capitalista. Un optimista panglossiano nos diría
¡Bueno, no estamos en un capitalismo neoliberal, y además estamos en una
transición al socialismo!
Pero, yo diría que están planteadas aquí dos transiciones: una de
corto plazo y una de más largo aliento. La primera de ellas, hacia el “
capitalismo serio”,
o capitalismo productivo ― ¿o es que la batalla contra la usura y los
precios justos es para ir al socialismo?―, cuyos esfuerzos están
orientados a superar la economía rentista. La segunda, sería la
transición hacia el socialismo bolivariano, un sistema o modo de
organización social cuya fórmula de construcción nadie tiene; porque esa
es la cuestión actual: superar el rentismo petrolero generador de
consumismo, facilismo, cortoplacismo y todos los ismos culturalmente más
atentatorios contra los objetivos supremos de la Patria.
También, es verdad que un Estado de bienestar a la venezolana, lo que
es hablar de un Estado fuerte que distribuye la riqueza petrolera con
criterios de equidad y justicia, tiene algo de socialista. Pero, incluso
en el mejor de los casos de perfecta redistribución de nuestra riqueza y
el mantenimiento de la ingente inversión social, subyace una realidad:
que seguimos siendo una economía de puertos, un país importador. Además,
todo el proceso de distribución se ha dado en un marco sin el que no se
podrían entender muchas cosas: la lucha política, la puja por la
captación de esta renta entre distintos actores políticos entre los
cuales llegó a existir un conflicto de tipo agónico-existencial, es
decir, una guerra a muerte.
Así las cosas, conviene no hacer tanta alharaca cuando se trata de
reconocer que vivimos en un sistema capitalista que se alimenta de la
renta que produce el hidrocarburo más preciado del mundo, por ser la
sangre de la parafernalia moderno-capitalista mundial. Acotemos, que no
hay nada tan corporativizado como el negocio petrolero, y que Pdvsa
estableció recientemente un convenio con la Halliburton, ¿Pragmatismo?
En este discurrir, es pertinente recordar al Comandante Chávez, cuando
hizo aquella reflexión en la que nos pidió que no nos engañáramos porque
la economía venezolana seguía siendo no solo capitalista, sino
rentista. Lo que hizo Chávez en aquel momento fue “bajarle dos” al
idealismo exacerbado de algunos sectores cuya realidad teórica parece
sin duda predominar sobre la realidad social concreta. De la misma
forma, sería mezquino negar los rasgos “socialistas” que han surgido
durante el movimiento político del bolivarianismo.
Seamos idealistas, pero sin ingenuidades. Seamos materialistas, pero con creatividad; y de modo transversal, seamos realistas.
Sumado a lo anterior, debemos recordar que no fue una reflexión más,
aquella de Fidel Castro en la que reconoció que uno de los mayores
errores históricos que cometieron en los años iniciales de la Revolución
cubana fue
pensar que alguien sabía cómo se construía el socialismo.
Sobre esto, no albergamos duda alguna de que el Comandante Fidel, lo
que quiso fue enviar un mensaje de humildad para los que hoy pensamos y
trabajamos para transformar la sociedad capitalista, en Venezuela y en
otras naciones hermanas. Siendo justos, hay que considerar que Marx tuvo
la idea más acabada sobre cómo hacerlo, aunque haya sido sobre todo
para su sociedad y su tiempo, sin caer en historicismos.
Finalmente, el autor señala las políticas macroeconómicas generales
que estarían generando la “regresión social”, y propone que tales
políticas no se pueden aplicar todo el tiempo en el devenir de un
proceso complejo como la Revolución bolivariana. Para justificar su
posición, agrega: “Conducir con racionalidad la política económica no es
sinónimo de neoliberalismo, así como practicar la heterodoxia hasta la
irracionalidad no es sinónimo de socialismo”. Si bien tales cuestiones
deben ser analizadas en profundidad ―como seguro está ocurriendo― por un
equipo transdiciplinario formado no solo por economistas, colegimos que
lo que Porras propone es que la aplicación de medidas ortodoxas de
factura tecnocrática podrían sanear el desbarajuste en el corto plazo, y
que la fijación inamovible en la heterodoxia económica podría causar
más problemas.
En todo caso, si hubo algo que demostró la gestión económica
chavista, es que actuar a contracorriente de las sugerencias del común
de los economistas por lo general se traducía en beneficios para las
grandes mayorías del país. En tal sentido, una fórmula, podría ser la
siguiente: de la ortodoxia sólo lo necesario y por el menor tiempo, de
la heterodoxia todo lo posible por el mayor tiempo.
Sobre la necesidad de “construir una mayoría amplia para transformar en profundidad”
Sobre este tema, son interesantes y variados los análisis que se han
hecho, particularmente después de las elecciones del 7 de octubre de
2012, y después de las del 14 de abril de 2013. Tanto en una como en
otra, y con más fuerza en la segunda, se evidenció un crecimiento
notable del caudal de votos de la oposición. En la primera, los
“oligarcas” habían llegado
a seis millones, en la segunda, a más de siete, quedando a menos de 300 mil votos de los “socialistas”.
Porras, inicia esta parte de su escrito con una idea que fue
planteada después de las presidenciales de 2012 y, antes de eso, después
del referéndum sobre la Propuesta de Reforma Constitucional de 2007.
Aquel 2 de diciembre, luego de saber que los opositores a la reforma
habían triunfado, se llegó a una conclusión fundamental: si el 50% más 1
había votado por el No, ganaba el no. Sin embargo, no ocurría así con
la opción del Sí, que de haber obtenido una mayoría simple habría ganado
la opción de reformar la Constitución, pero con la mitad del país
opuesta al socialismo.
Indudablemente, la mayoría que hoy en día apoya la Revolución
bolivariana no es la misma que aprobó la Constitución, y mucho menos
aquella que derrotó ampliamente a la oposición en las presidenciales de
2006. De cara a la construcción del socialismo, ya se sabe que es
absolutamente necesario hacer de la propuesta un proyecto hegemónico,
para lo cual estuvo claro en su momento la necesidad de construir una
hegemonía popular.
En este nivel de la exposición, Porras introduce el complejo tema de
las clases sociales, y en pocas palabras plantea recuperar el apoyo
total de las clases pertenecientes a los estratos D y E, “aliadas
naturales de la revolución”, y sumar a cada vez más gente del estrato C,
mejor conocido como el sector de las “clases medias”.
En este punto, a mi parecer se alude una de las problemáticas más
complejas que enfrenta todo proyecto político de liberación pos
capitalista, más aún si ese proceso es pacífico y apegado a las normas
del liberalismo burgués. Como tal, el desafío debe ser encarado
discutiendo los temas que haya que discutir por la calle del medio, con
total franqueza y de la forma más transparente posible. Dice Porras:
“Hacer que millones de personas salgan de la pobreza quiere decir, por
deducción lógica, que la clase media (en su expresión más modesta
inicialmente) crece en proporción correspondiente”. Digamos de antemano
que uno de los problemas a la hora de analizar este tema de las clases
sociales y la “movilidad social”, es precisamente la utilización de las
nomenclaturas economicistas tradicionales, lo cual genera otro problema,
más complejo aún, que se produce cuando se traslada el debate a
terrenos en los que al parecer aún tenemos preocupantes debilidades
simbólicas.
Para muestra, algunas citas:
Dice Porras: “
Este hecho extraordinario, del cual tendríamos que
enorgullecernos ruidosamente, a veces pareciera generarnos incomodidad,
como si nos hubiéramos terminado creyendo la caricatura miserabilista
que ha construido la derecha sobre nosotros. Aquella que pretende que el
chavismo busca una nivelación hacia abajo de las clases sociales, y
sueña con destruir a las clases medias por ser la materialización de la
pequeña burguesía”.
Por otra parte, en su comentario al artículo de Porras, dice Majano:
“
El problema, otra vez, es que plantearnos la construcción de una
mayoría a partir de los paradigmas fundamentales de la dominación no
sirve. La noción de “clase media” (categoría sobre la cual Porras ni
siquiera reflexiona), es un producto ideológico de la burguesía para
construirle una base social al capitalismo. No se trata del tradicional
concepto de pequeña burguesía, más relacionado con los sectores que
actúan como mediadores entre la burguesía y los trabajadores, sino de un
recurso para vincular las expectativas y las posibilidades de una
extensa capa social a los intereses de sus dominadores y explotadores”.
También,
opinó recientemente Javier Biardeau, que:
“
Hay que hacer que millones de personas salgan de la pobreza y la
exclusión, con conciencia ético-cultural de que se trata de un
transformación post-capitalista, que no se trata de reproducir la
verdadera “caricatura miserabilista”, cuyo imaginario es creer que se
está mejor sólo porque SE TIENEN más bienes y servicios… El “arte de lo
posible” de Bismarck consistía precisamente en evitar pretextos para la
radicalización social y política. Una política sin antagonismo de
sectores dominantes es precisamente el mejor indicador de que no hay
Revolución alguna”.
¿Qué decimos nosotros?
Cuando el ministro Héctor Rodríguez comentó en un acto público que el Gobierno “no sacaría de la pobreza a la gente
para que estos se conviertan en escuálidos”,
palabras más, palabras menos, estaba, por un lado, aludiendo el
complejo proceso ideológico según el cual la entrada a otra clase social
que está “más arriba” llega a producir un cambio de mentalidad. Este
“cambio de mentalidad”, implica el abandono del proyecto socialista que
me sacó de la pobreza puesto que ya no soy pobre y por tanto ya no me
identifico con él. Problemas de ética-política y alienación.
De otro lado, el ministro también reconocía indirectamente que el
proyecto moderno-capitalista seguía ostentando su hegemonía cultural
sobre la población venezolana, y que el chavismo hasta ahora no ha sido
capaz de construir una alternativa hegemónica ―de dirección intelectual y
moral― que evite que nos creamos o que reproduzcamos caricatura
miserabilista alguna: ni aquella según la cual la igualación que quiere
la Revolución es “hacia abajo”, ni aquella según la cual estamos mejor
porque tenemos la “casa bien equipada”. El dilema está, y aquí el
Gobierno ha sido realmente pragmático, entre avanzar en la construcción
del buen vivir bajo el imperio del sistema de valores y creencias
predominante, y construir el
Sumak Kawsay
(Buen Vivir), desde una ética-cultural diferente, realmente asumiendo
la transformación del modo de vida y superando los esquemas que tienden a
dejarnos como el burro tras la zanahoria.
Ahora bien, crear una nueva consciencia se dice rápido, pero es el
más grande de los desafíos, en la medida que hablamos de los factores
mediáticos, educativos, subjetivos; del terreno de lo simbólico. Es
aquí, donde entra la inestimable labor de los medios alternativos y de
todos los proyectos culturales-educativos de carácter contra-hegemónico.
Al momento de escribir esto, escucho el encendido discurso del
presidente José “Pepe” Mujica en la Cumbre del g-77, en el que con su
habitual tono imperativo de musical imprecación, decía:
“Es más fácil cambiar relaciones de propiedad que relaciones culturales, pero si no cambia la cultura, no cambia nada”.
Finalmente, si lo vemos desde al ángulo de “las dos corrientes”,
tendríamos que el debate está planteado entre los que piensan que hay
que avanzar sobre la escala de valores existente y predominante, sin
formar al hombre nuevo pues, y los que son de la convicción de que el
socialismo democrático humanista del siglo XXI necesita una escala de
valores distinta, un hombre y una mujer matinal -diría Mariátegui-, lo
cual implica un desafío formidable, el camino de mayor resistencia y por
tanto el más susceptible de ser descartado o postergado.
Entonces, qué, ¿Hay que sumar? Sin duda, ¿Qué hay que producir más?
Por supuesto. ¿Qué hace falta más pragmatismo? Donde sea realmente
necesario. Porque, si Den Xiaoping está de visita en Caracas, puede que
tenga algo que decir, pero no olvidemos que el objetivo trascendente es
hacer una Revolución cultural.
Por cierto, que nuestro deseo no es que esa
Revolución cultural sea
la de Mao Zedong, así como pensamos también que el pragmatismo que
necesita el proceso bolivariano no debe ser el del camarada Xiaoping.
@maurogonzag