Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Un "Equilibrium" para después de la hecatombre nuclear

El insoslayable, tradicional e inacabado debate sobre la naturaleza humana, particularmente sobre la supuesta inclinación –instintiva y natural- del ser humano hacia la perversión y la maldad, es la idea-fuerza sobre la que se levanta toda la trama de Equilibrium (2002), una película del director Kurt Wimmer y que enmarcada en el sub-género de ciencia ficción conocido como cyberpunk, está localizada en un futuro distópico, en una sociedad erigida luego de una tercera guerra mundial que ha provocado –a propósito de los tambores de guerra total que resuenan- una devastación nuclear.

    La gran tragedia no ha impedido el progresivo cambio tecnológico y la racionalización excesiva de la sociedad ― ¿causa de fondo de la devastación?―, y además a determinado a los líderes del gobierno de Libria (una ciudad –la última ciudad- homogénea, aparentemente utópica, geométrica, predecible, gris y que como vemos casi que se llama Libia) a encontrar una forma de erradicar definitivamente la guerra yendo hacia lo que ellos piensan es la fuente de la maldad del ser humano: sus emociones, su capacidad de sentir. Y es que, luego de un conflicto mundial que casi extermina la raza humana del planeta ¿Cómo seguir confiando en la volátil naturaleza del hombre y la mujer? ¿Cómo no darle la razón a Maquiavelo y a Hobbes, pilares de la teoría política moderna, quienes plasmaron convencidos una idea que de paso ha sido siempre evidente para quienes ―desde hace tiempo― consideran que el hombre y la mujer nacen pecadores?

    Para los ideólogos de este gobierno, el conflicto y la conflagración son producto de las emociones humanas y, por lo tanto, éstas son una enfermedad que hay que erradicar. Los síntomas de este “padecimiento” son los sentimientos: el odio, la envidia, la ira, los celos, y lo que los hace aparecer ―sus agentes― son todas las manifestaciones del genio y del espíritu humano, como la música, la literatura, la pintura y cualquier creación que recuerde, contenga o sugiera humanidad: desde una cinta roja para el cabello, una lámpara, una alfombra bordada, una escultura o el marco tallado de un espejo. Sin embargo, las emociones, si bien el sistema no las puede suprimir, las puede controlar, de ahí que una de las políticas centrales del gobierno libriano, liderado por un jefe máximo al que llaman “El Padre” (otra versión del Gran Hermano orwelliano) sea la efectiva y estricta administración al pueblo de una droga sintética llamada Prozium, que no elimina las emociones pero que las proscribe manteniéndolas en estado de latencia. Esta proscripción de las emociones, de otro lado, tiene como lógico corolario la prohibición de toda manifestación artística y la destrucción de ésta donde se encuentre.

    Si las emociones son la causa originaria de la guerra, quien se oponga al consumo constante del Prozium es propenso a sentir, lo cual convierte a la persona en un infractor sensorial y, sin vacilación, es condenado a muerte. En este punto surge otro paralelismo con 1984 de Orwell, donde el crimental (crimen mental) constituye la peor infracción y que es combatida con la reclusión del descarriado en el “Ministerio del Amor”. De ahí que el gobierno de este Estado totalitario dirigido por “El Padre”, haya institucionalizado una unidad especial –de elite- llamada Tetragrámmaton, compuesta por los clérigos, una especie de inquisición del futuro, y que son guerreros entrenados sistemáticamente desde niños en una forma sofisticada de combate que combina artes marciales y uso de armas de fuego, y que se encargan de vigilar el orden social manteniendo reprimido toda señal de humanidad, constituyéndose en garantes de esta seguridad inhumana y esta paz sin sentido.


De esta manera, queda expresada una de las contradicciones de la dirigencia totalitaria de Libria, quienes, por una parte parecen haber creado el consenso en la población en torno a la idea de mantener alejadas las emociones como forma de desaparecer la guerra, y que al parecer han logrado generar confianza en la vida social creando una existencia monótona e idéntica para casi todos, pero que sin embargo se ven precisados de grupos represivos para el mantenimiento de este statu quo, quienes no dudan en ejecutar las más brutales matanzas en el cumplimiento de su deber: es decir, los conflictos y las guerras (la presencia de la muerte) que es lo que se quiere erradicar, se mantienen porque existe una resistencia, un sub-mundo organizado en lo profundo de esta sociedad mecanizada donde viven los disidentes, aquellos que decidieron mantenerse al margen del Prozium y de aquella polis mecánica sin pasiones ni conflictos.

    Al ideal de una sociedad sin conflictos ni guerras, desde una perspectiva humanista y socialista, se llega al alcanzar la justicia en la distribución de los recursos que ofrece la naturaleza y que siempre han alcanzado y alcanzan para todos; desde la perspectiva de la sociedad capitalista, la paz se asocia a la idea de seguridad y la inseguridad es generada por lo general por los grupos sociales excluidos de la participación de los beneficios de la producción social. De esta manera, la paz del capitalismo se alcanza activando mecanismos coacción, represión y de disociación. Esto es: la pax americana, las estrategias de seguridad nacional o, como en el caso del hermano y vecino país, de seguridad democrática. Resultará siempre más fácil ir a la guerra que trabajar duro por evitarla, y ya se sabe que una sociedad sin conflictos es un conglomerado sin vida; una ciudad de dioses, de bestias obedientes o de robots. De ahí que el intento de los dirigentes de Libria de convertir al ser humano en alguna de estas tres cosas, sea insostenible, frágil y un profundo error desde una perspectiva humanista. Pero los conflictos y las brutales guerras, que han acompañado la historia humana en su evolución, no se pueden suprimir erradicando nuestra humanidad. Si el ser humano, dadas ciertas condiciones sociales, adopta comportamientos inhumanos, la solución no puede ser la supresión de nuestra humanidad. Eso sería una simplificación brutal del problema, una mutilación que tiene sus cimientos en la propia sociedad, en su manera de ver la realidad, en su cultura, valores y creencias.

    La idea del Estado totalitario que domina y controla a la población con represión y propaganda invasiva, se expresa con fuerza en Equilibrium. Una propuesta que, como mencionamos, ha sido expresada en otras películas como la ya mencionada adaptación de 1984, con Richard Burton y John Hurt, y la más reciente V de Venganza de los hermanos Wachowski, y que dada la complejidad de la temática política y psico-social que tratan, dirigidas muchas veces a un público que ha aceptado el sentido común neoliberal, promueven la sociedad individualista y competitiva, racionalizada hasta el desencantamiento y “apolítica”, al mismo tiempo que lanzan la crítica despiadada a todo Estado, institución castrense y de manera más general al liderazgo y al poder; más específicamente a cierta concepción de legitimidad y poder, decadente y pervertida. Pero sabemos que el poder no sólo es dominación sino potencia. No sólo es matar a otro, controlarlo y dominarlo, sino que es poder hacer, poder aprender, poder informar, poder cambiar las cosas, una concepción de la fuerza puesta al servicio de un nuevo orden, de la liberación y el cambio.

Esta crítica al poder de un líder máximo que desde grandes pantallas dispuestas a lo largo de la ciudad (aunque también en cada hogar) se dirige cotidianamente a una población para deshacerse en ditirambos a los logros de la nueva sociedad sin guerras y al sistema que ha logrado construirla, pareciera extenderse a cualquier relación del líder ―que no olvidemos, es aquella persona en la que el grupo ve reflejados sus intereses― con su pueblo. Véase que no digo “relación del líder con la masa”, lo cual indica que esa población ha sido previamente o, durante el proceso, ideologizada o narcotizada. Pero conviene destacar, que la diferencia entre estos vínculos que un líder político establece con la población que habita un determinado territorio, pueden ser tan distintos como diametralmente opuestos son el vínculo forjado en base al amor y aquel fundamentado en el miedo. De tal manera que detrás del discurso elocuente, telúrico y carismático de un líder indiscutible, puede haber no sólo un interés conservador de orden y control sino también un llamado a la interpelación y a la emancipación, en el ejercicio de un poder obedencial.

La idea que va tomando cuerpo en Equilibrium es la del sentimiento como sentido. Una sociedad que relega sus sentimientos y emociones a cambio de una promesa de paz, es lo que hace decir a uno de los personajes de la resistencia de Libria que “todo lo que nos hace lo que somos se ha ido”. Uno de los clérigos que termina rebelándose, ya había experimentado la belleza de un amanecer a través del frio y monocorde ventanal de su casa en un momento en el que había olvidado tomar su dosis de Prozium. La conciencia de la esencial injusticia que contenía la idea del intercambio de paz, que de paso no era una paz sin sangre, por la humanidad de toda una sociedad, fue haciendo del Clérigo, máximo y condecorado inquisidor del sistema, un infractor sensorial. La grave falta del recto funcionario la termina advirtiendo su nuevo compañero, quien descubre que efectivamente, el prestigioso Clérigo había escogido sentir, y este era el camino de la resistencia, de la humanidad.

Es así, como las contradicciones van floreciendo a lo largo del film, y van tomando la forma de una lucha mítica entre el bien y el mal, entre los que eligen experimentar el amor, el odio y la ternura y los que, con el propósito supremo de suprimir la guerra entre seres humanos, abogan por el control biológico y psico-social de la población, lo cual recuerda sin duda al “mundo feliz” de Huxley.  Y es que, parece haber en esta concepción una equivocación raizal. Si el sacrificio que se ha hecho en nombre de la paz no resultara más brutal que la propia guerra, no habría razones para la búsqueda y exterminio de todo aquel que no estuviera convencido de entregar “aquello que lo hace humano”. ¿O será que la búsqueda de todo ideal racional lleva implícita su propia negación?

Esta política del Statu Quo de deshumanización social como vía privilegiada para desterrar el conflicto, suprime el sentido de trascendencia presente en el ser humano, que es la necesidad de infinito de que habló Mariátegui, y hace de la resistencia una suerte de trinchera de reserva de la humanidad perdida, lo cual termina seduciendo irremediablemente al Clérigo, que se convierte en una especie de doble agente, tomando partido finalmente por la resistencia. Y es que, no dejaba de despertar sospechas ver a ese gran hermano hablar muchas veces como alguien muy humano, apasionadamente, y que podía ser el principal infractor sensorial que, llegado el momento, dejó la droga para comenzar a experimentar y embriagarse de esos sentimientos que producen el poder y la dominación social total; o casi total. Si de un lado se quería acabar con la guerra, pero del otro había toda una política oficial de “ofensiva final” al estilo nazi antisemita, ahí había una contradicción insalvable. El diálogo del Clérigo con el líder de la resistencia, desde ese bastión subterráneo de humanidad, le otorga a la trama una interesante lección de filosofía social.

“Sentir, tiene su precio. Si no se controlan, tratan o canalizan, las emociones pueden llegar a ser un caos”, le dice más o menos el líder de la resistencia al infiltrado Clérigo, en una reminiscencia de la “postergación del deseo” freudiana, que expresa la idea clásica de la necesidad de renunciar a ciertos comportamientos muy humanos para que sea posible la vida en sociedad. “Algunos debemos esforzarnos en no sentir para que muchos puedan hacerlo”, y “la diferencia es que cuando queremos, podemos sentir”, afirma el templado y profundo líder que parece aludir a las grandes responsabilidades de todo aquel que sea líder y autoridad legítima de cualquier organización política en sociedades complejas de millones de personas, responsabilidades que necesitan de grandes cualidades y grandes sacrificios por parte de los dirigentes y gobernantes que, efectivamente, requieren de un gran autocontrol, fortaleza espiritual, sabiduría y comprensión de los grandes temas de la humanidad.

Si lo vemos como una alegoría, el plan de la resistencia contra el sistema, que consiste en interrumpir el suministro de Prozium destruyendo la fábrica con una bomba después de matar al “padre”, consistiría en nuestra realidad acabar con aquello que actúa en nosotros como una droga y que también ha logrado que aceptemos lo inaceptable: las empresas de difusión y la industria cultural al servicio del sistema, que como el Prozium, han logrado una particular forma de deshumanización que es lo que en medida importante ha permitido, junto a la más cruda coerción, imponer medidas socio-políticas y socio-económicas que han expoliado y oprimido históricamente a los pueblos del mundo, cuando no los ha convertido en simples partidarios de la obsolescencia programada.

El “padre”, representante digamos de todo poder fetichizado y de los actuales líderes del complejo militar, industrial y financiero, le dice al clérigo, antes del combate final: “cuidado, estás pisando mis sueños”, en clara alusión a un poema de Yeats, cuyo libro había pasado de manos del Clérigo al de Padre, y que éste había leído, quedando demostrado que aquel que imponía el no sentir y la deshumanización social, era el infractor principal del sistema. La idea, la crítica y las consecuencias de un ejercicio pervertido del poder, son centrales en la película. Pero, como ya mencionamos, esa no es la única forma de ejercicio del poder.

La dominación es la perversión de la potencia, decía el humanista Erich Fromm, y si el poder es, en primer lugar, potencia, poder para hacer, posibilidad que puede realizarse, el problema está entonces en todas aquellas concepciones, perspectivas y procesos, que evitan la realización de nuestras potencialidades, frustrándolas y pervirtiéndolas. El socialismo crearía, en lo esencial, una sociedad que ha logrado garantizar las premisas sociales necesarias para la realización de las potencialidades de todos. Y eso, eso sí daría lugar a una sociedad plena, pacífica, de humanas victorias.


@maurogonzag
amauryalejandro@gmail.com

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