Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

domingo, 17 de junio de 2012

Crónica del 11 de junio, o el anticipo de la nueva victoria popular


El lunes once de junio lo que se pronosticaba no era precisamente nubosidad o lluvias dispersas en algún punto de la geografía nacional. Lo que si se esperaba, y que fue augurado por mucha gente, se cumplió con gran exactitud: una gran marea roja inundaría la ciudad de Caracas; una pleamar revolucionaria que acompañaría y daría su amoroso respaldo a la candidatura de Hugo Chávez, en su inscripción oficial ante el poder electoral.

Luego de la jornada, algunos medios del Estado destacarían la solemnidad del acto, y la humildad y dignidad de un Presidente de la República que, en una actividad que realizaba en medio de su lucha contra la enfermedad que lo aqueja, ofreció palabras de reconocimiento al árbitro electoral, una institución que desde 1998 ha organizado 15 transparentes eventos electorales y que actualmente puede considerarse uno de los mejores sistemas eleccionarios del mundo. Pero además, Chávez pronunciaría sus palabras con un libro entre sus manos: el Programa de la Patria, el Gran Plan de la Nación correspondiente al período 2013-2019, política rectora de los destinos del país para los próximos años.

Esa tarde, un cielo abierto bañaba de luz a una ciudad movilizada para concentrarse en las dos grandes plazas adyacentes al Consejo Nacional Electoral: la histórica Plaza Caracas, donde el candidato chayota había hecho honor al curioso epíteto el día anterior, y la Plaza Diego Ibarra, gran espacio recuperado recientemente por el gobierno bolivariano, donde se dispuso de una tarima con dos pantallas gigantes a los lados, y que a todas luces recibiría al Comandante Chávez, ya formalmente inscrito como candidato presidencial. A mediodía, a pleno sol, arrancamos desde los Altos Mirandinos. Durante el trayecto por la carretera y luego en la autopista, fueron varios los autobuses y grupos de jinetes sobre ruedas con quienes nos cruzamos. Los primeros rezumaban alegría por las ventanas; los segundos, eran como siempre, una tromba de audacia y combatividad.

Dos de la tarde, la concentración va tomando cuerpo
Llegamos por la Avenida Lecuna y en una de esas esquinas nos paramos. No hace falta decirlo, pero mucha gente que no estuvo en ninguna de las plazas cubrió la Av. Baralt, la Av. Universidad, y en general todo el espacio en derredor del Centro Simón Bolívar, estructura conocida como “Las torres del silencio”, y que fuera levantado por el gobierno del general Marcos Pérez Jiménez, en un intento de emular al Rockefeller Center de Nueva York. Pero más allá de eso, ahí estaban las gemelas caraqueñas. Comenzamos nuestra breve marcha hasta la Plaza Caracas, lugar donde nos encontraríamos con otros compañeros de la Misión Ribas. Subimos por la calle que da hacia la Iglesia Santa Teresa, templo que brillaba con los rayos verticales de luz que encendían sus cúpulas plateadas. Gente iba y venía, presurosa, entusiasmada. El rojo predominaba. Eso sí, combinado con el negro y el azul del clásico jean. Entre las excepciones estaba el compatriota Pino, que llevaba una camisa manga larga blanca de rayas moradas.

Se respiraba la victoria en el ambiente, el sacrificio de un hombre que daría una lección de oratoria, de retórica, de sensibilidad, de pasión patria. Dos compañeros iban de blanco y negro. Bajaron con nosotros pero no eran de la misión. El muchacho, medio alto, con ortodoncia y lentes, iba de franela blanca y jean. Su amiga, de aire simpático, algo rellenita, lucía blusa blanca, mono negro y una gorra negra con el logotipo de Los Tundercats, popular comiquita de los ochenta. Nadie hizo alusión al contraste y eso me pareció sano. Porque lo importante en todo caso, más que llevar la camisa roja como supuesta expresión de filiación y compromiso, es tener la conciencia roja ¿O no? Más vale revolucionario auténtico con guayabera blanca que un conservador o, peor, un reaccionario, con la relumbrante camisa y gorra rojas. Eran amigos, y cuando llegamos a la plaza se perdieron en la multitud.

En la parte sur de la congregación, esperábamos por la consabida logística. Algunos no sentíamos el hambre pero pertinente era comer algo antes de la inminente explosión del fervor popular. Hermosas militantes se desperdigaban por todos lados. Gente de toda edad. Gente que se ríe, gente con pancartas. Grupos tomándose sus frías. Algunos comentaban el mal espectáculo del día anterior, toda una desilusión que hacía patente lo que diría Chávez el 13 de abril desde el Balcón del pueblo: disputar la presidencia con Henrique Capriles, ese “jardín sin flores”, era un desprestigio para el Florentino de la sabana, el arañero de Sabaneta que había logrado erigirse en líder continental y mundial. Emprendí una vuelta por la plaza en busca de imágenes, de camaradas que tenía tiempo sin ver y que seguro estaban por ahí. En medio del espacio se extendía un corredor por donde entraría Chávez horas después, hacia las cuatro de la tarde. El sol no paraba en su abrazo a toda la materia bajo el cielo y muchos recurrieron a la sombrilla. En un ángulo de la plaza, una tarima donde algún cultor, algúna animadora, lanzaba sus notas y sus consignas mientras la concentración tomaba cuerpo.

Ahí comenzaron los encuentros. Las fotos para la historia, las raudas conversaciones sobre la importancia de pensar en el ocho de octubre y en como radicalizar una revolución que se hizo gobierno popular para todos. La discusión del nuevo Plan, el tema de la nueva comunicación, los nuevos proyectos; la gran vaina de vivir en un codiciado país petrolero. Uno podría, pensando  en la concentración del día anterior y haciendo cierto esfuerzo, imaginar a tres compañeros intentando enumerar las razones por las que ganaría Capriles, sintiéndose un poco descolocados en medio de esa plaza tan lejos del este del este; tratando quizá de impresionar a alguna joven caprilera. Lo que no era difícil imaginar, era a esos grupos indiferenciados que acudieron a la concentración para exhibirse y joder un rato con el pasito de baile ese. Así entendido, asistir al acto de apoyo al candidato opositor no se diferenciaba mucho de una bailoterapia en la Concha Acústica del Parque Miranda. Porque, viéndolo bien ¿Que fue ese show del pasado domingo?: un resumen del mundo individualista, frívolo, despolitizado y banal, que promueve el representante de la sub-burguesía del país y propio de las sociedades macdonalizadas. Sí, esas donde un acto de canibalismo, de por sí una bestialidad, por cortesía del embrutecimiento y alienación hecho cultura, es atribuido a un ataque zombi, como ocurrió recientemente en una ciudad estadounidense. Capriles simboliza la exaltación del universo manipulador de Hollywood, las carreras pagas en universidades pagas, las telenovelas basura, la violencia institucional, las reprivatizaciones; en fin, la reimplantación de un Patrón Colonial de Poder que está siendo quebrado progresivamente por el hombre de la verruga y el cabello enchurruscao.

A eso de las tres decidimos cambiar de plaza. Siendo natural el consenso, emprendimos la caminata hacia la Diego Ibarra, donde había más gente por metro cuadrado que en el concierto de Manu Chao, realizado semanas atrás.

Los fieles a la revolución
Manuel es militante del 23 de enero y compa de la universidad. Cuando nos encontramos andaba con una amiga de su trabajo. Fue ella la que nos abrió el camino entre la impresionante aglomeración, hasta que nos situamos hacia el lado norte de la explanada, más o menos frente a la tarima. Especulábamos con los compatriotas sobre la forma en que Chávez llegaría al escenario; sobre si daría un breve mensaje, o si en cambio se explayaría en un extenso y encendido discurso, tal como nos tiene acostumbrados; tal como lo esperábamos, en el fondo, todos los presentes. ¡Alerta, alerta, alerta que camina, la espada de Bolívar por América Latina!... ¡El pueblo, unido, jamás será vencido!... Eran algunas de las clásicas consignas que resonaban con fuerza. Delante de nosotros, un mar humano que se perdía en el horizonte, que era la tarima, lugar al que llegaba cada vez más gente. No había duda; la presencia de la Guardia de Honor en el escenario, con las palabras “Chávez, corazón de la patria” como telón de fondo, anunciaban la presencia telúrica del Comandante.

Faltaban veinte para las cuatro. Sonaban los himnos del Cantor del pueblo. La voz del intérprete, combinada con el cuatro, era casi la de Alí. La luz inclemente y purificadora amainaba su poder. Voltear la mirada hacia atrás, a los lados, era comprobar que la Revolución bolivariana era un gobierno nacional-popular, un proceso donde todos tienen cabida a pesar de la autoexclusión de algunos sectores. Esa plaza era la sede de la heterogeneidad, de la diversidad étnica y cultural que somos. Un hombre alto, de tez blanca, de escasos cabellos largos, de incipiente barba y bigote gris, hombro tatuado, ojos claros, que se hacía lugar junto a su compañera, físicamente parecida, era tan pueblo como la señora que teníamos al lado, una negra recia cuyo lomo ancho y encorvado hablaba más de su edad que su rostro concentrado con unción en la tarima. Una de sus manos levantaba una bandera, mientras la otra empuñaba un cartel de madera ―una chupeta―  con un mensaje alusivo al Comandante. Vestía de rojo y su cabello cano amarillento se recogía en una boina roja. En sus ojos grandes se veía todo el siglo XX, el sufrimiento, la lucha, la dialéctica dominación―resistencia―liberación.

En la Diego Ibarra. Al fondo, los tribunales

Al fondo, de frente, la tarima
Cuatro de la tarde. El Comandante ya estaba en el CNE acompañado por algunos ministros, los jefes de gobierno del Distrito Capital y representantes de los poderes públicos. Crecía la expectativa. Ahí comenzó a movilizarse la gente. Grupos se desplazaban entre la multitud buscando mejor ubicación; muchos se adentraban en dirección a la tarima. El detalle era que se abrían paso a punta de empujones; sin malas intenciones pero empujando, y no todos estaban dispuestos a recibir codazos o a ser desplazados violentamente sin más. Entre estos estaba la señora de la bandera y la chupeta, que ante el primer empellón se mostró indignada ante los muchachos que pasaban así sin permiso, y ahí mismo comenzaron los chupetazos. Varias cabezas fueron atizadas certeramente con la plancha de madera que sin titubear esgrimía la señora. La gente se abría paso sin reparar en su presencia, y muchos eran sorprendidos con el golpetazo en el coco. Los que estábamos ahí no hacíamos sino reírnos, y alguno hasta inventó ponerse a empujar al desprevenido hacia la señora con intención de multiplicar la escena. Los golpeados levantaban la mirada sorprendidos y a veces molestos, pero se quedaban desarmados al ver el rostro de su agresora, en quien dominaba, pude notar, un claro sentido de la justicia. Si alguien pasaba y la tropezaba sin haber pedido permiso ni disculparse, pacán! Chupetazo para ti; pero si sentía que había sido sin querer, si notaba un mínimo de consideración, no pasaba nada. Pude ver esto de cerca porque tenía a la señora a un lado. Claro, también estuve cerca de recibir mi trastazo en un instante en que el bululú me precipitó hacia ella.

El momento se acercaba. Pancartas y banderas impedían sucesivamente la visión de la tarima. Gente brotaba de las ventanas de los edificios aledaños. Dos metros delante de mí, reconocí el rostro de quien fuera mi jefe hace 12 años en el Banco de Venezuela, para ese momento Santander, en la época de las fusiones, la flexibilización laboral y la tercerización. Otra columna entraba pidiendo paso hacia la gente adentro. Reconocí la voz del que iba delante y que levantaba una filmadora pagada a un largo tubo metálico. Era Carlos Lugo y los compañeros de la Radio Libre Negro Primero, de Sarría, parroquias. En ese momento tomé un testimonio de Manuel, quien es politólogo de la UBV. El discurso de Chávez era tan inminente como la victoria popular, del que esa concentración era un anticipo. Le hice una pregunta a Manuel:

“El 7 de octubre, según lo que dicen todas las encuestas, el presidente va a ganar como por treinta puntos, a pesar de eso no podemos caer en triunfalismos pero ¿Qué piensas tú que tenemos que hacer una vez que el presidente haya ganado esta nueva batalla táctica? ¿Cuáles son las tares pendientes para profundizar el proceso?

Manuel se presentó como luchador social del 23 de enero. Reiteró que la victoria era del presidente pero que no podíamos confiarnos. Que estaban haciendo el uno por diez, que nadie podía quedarse en su casa el 7 de octubre. Su respuesta fue fluida. ¿Qué había que hacer después de que el presidente ganara el venidero octubre? Realizar las políticas del nuevo Plan de la Nación 2013-2019, entre la cuales la más importante es consolidar el Poder Comunal, el fortalecimiento de la participación del pueblo en la definición de las políticas públicas, lo que es la contraloría social a nivel nacional, el pueblo vigilante, la corresponsabilidad de las instituciones con la comunidad de manera de llegar una participación de toda la sociedad, lo cual sería el Estado comunal, “que eso es lo que queremos al final”.

Para Manuel es necesaria otra reforma de la Carta Magna. “Tiene que haber una reforma de la Constitución, porque tenemos que avanzar hacia el Estado comunal, y este tiene que estar plasmado en la Constitución”, afirmó con la convicción de que solo la participación del pueblo a través de los consejos comunales, en conjunto con el Consejo Federal de Gobierno, las alcaldías y gobernaciones, se podrá fortalecer el poder comunal. Asimismo sugirió la revisión de las leyes del poder comunal, de manera que se evitaran solapamientos y contradicciones entre los instrumentos jurídicos, reiterando la necesidad de reformar algunos artículos de la constitución.

Ahí mismo liberaron miles de globos azules, rojos y amarillos desde varios puntos de la plaza. Se levantaron estandartes, pancartas, y banderas. Una cámara instalada en una grúa subía y bajaba. Una hora antes Chávez había enseñado, en el balcón que da hacia la parte oeste de la plaza, el documento que lo oficializaba como candidato. Gente que ya sabía que Chávez hablaría llegaba de los alrededores y se apretujaba entre la multitud. Terminaba la tarde, Chávez ya estaba en el escenario contrapunteando. La comparación con el show del día anterior no cabía, pero era inevitable.

Eso que todos vimos fue una celebración anticipada de la victoria popular que se avecina, del gran aluvión de patria que el 7 de octubre le dará a Venezuela y al continente, la oportunidad de continuar por el sendero de la emancipación y la liberación.

amauryalejandrogv@gmail.com

@maurogonzag

lunes, 11 de junio de 2012

Y dicen que el legado de Chávez será el haberse preocupado por "lo social"


En una expresión más de la estrategia oposicionista de reconocer y mimetizar los avances sociales logrados por el gobierno bolivariano, el actual gobernador del Zulia, Pablo Pérez, afirmó que “fue a raíz de la presidencia de Chávez que se comenzó a tocar el tema social”. Pérez, quien fuera uno de los pre-majunches hasta el 12 de febrero pasado, dijo que tal afirmación no lo acompleja porque “eso lo he dicho antes”.

Si bien es cierto que el gobierno del presidente Chávez hizo de “lo social” su prioridad, recordemos que tal reflexión, aparte de cosificar lo que constituye la razón de ser de todo gobierno, de todo liderazgo, de toda dirigencia política, ya ha sido hecha por otros actores sociopolíticos y desde hace tiempo. Entre otros, por José Vicente Rangel. Es decir, la primicia es que ahora lo dice alguien en la oposición. Pero el tema es el aire tecnocrático con que se pretende hablar de la gente y sus necesidades y problemas, cuando algunos analistas y políticos se refieren a “lo social” como algo separado de lo político, lo económico y de todo lo demás.

Hablar del pueblo y de la gente como “lo social”, puede ser viable para fines metodológicos al momento de elaborar una tesis cuyos rasgos principales seguramente son el tecnicismo y la jerigonza. El tema merecería mayor espacio; dejemos sentado por ahora que “lo social” es lo económico, lo político, lo jurídico, lo militar, lo cultural. Es decir: lo social es todo, todo es social. Esta definición sacada de internet ―y díganme si esta red no es una red social― dice lo siguiente sobre la palabra social:

Del latín sociālis, social es aquello perteneciente o relativo a la sociedad. Recordemos que se entiende por sociedad al conjunto de individuos que comparten una misma cultura y que interactúan entre sí para conformar una comunidad.

En este sentido, lo social puede otorgar un sentido de pertenencia ya que implica algo que se comparte a nivel comunitario. Por ejemplo, la noción de convivencia social se refiere al modo de convivir que tienen los integrantes de una sociedad.

Ahora bien, con su afirmación, Pablo Pérez está reconociendo que durante toda la historia venezolana anterior a Chávez, “lo social” fue criminalmente ignorado e invisibilizado y que durante la Cuarta República lo económico, lo cultural, lo militar y lo político se entendieron como separados del pueblo, de los sectores mayoritarios del país. Que pasmoso resulta cobrar conciencia de la profunda huella que han dejado la fragmentación del conocimiento y los esquemas tecnocráticos en la comprensión de la sociedad. Pero lo más interesante de ese discurso no es eso.

Enmarcando la afirmación dentro del discurso general opositor, el reconocimiento de que “lo social” se comenzó a tocar a raíz de la presidencia de Chávez, de un lado expresa una realidad: cualquier gobierno que venga después del de Chávez no podrá olvidarse de “lo social”, entre otras cosas porque “lo social” despertó y “lo social” somos millones de seres sensibles y pensantes. Más aún, cuando mucha gente de clase media, media-baja, media-media y media-alta, comenzó a reconocerse como parte de “lo social”. De otro lado, y esto sería el elemento más sutil del discurso, la oposición pretende sugerir que esta visibilización fue la “misión cumplida” de un gobierno y de una figura que estaría de salida.

En caso de que quiera dejar un comentario, por favor que sea sobre “lo social”. De no ser así le pedimos que se abstenga.


@maurogonzag



sábado, 9 de junio de 2012

La rebelión de los calibanes y la superación del sistema interamericano colonialista

Los países Alba mandaron al carajo al TIAR (Tratado Interamericano de asistencia recíproca), en una acción de gran significación geopolítica que anuncia la separación definitiva de Nuestra América del colonialista y desfasado sistema interamericano desprendido de la OEA. Y el presidente Chávez junto Rafael Correa, han sido los principales artífices de este importante paso descolonizador.

Siempre me ha parecido que Rafael Correa, figura surgida en el contexto de la primavera política latinoamericana que se inició con el siglo y la Revolución bolivariana, tiene un liderazgo en la región que sigue y complementa al del presidente Chávez. Recuerdo que en 2006 visitó la Universidad Bolivariana y ofreció unas palabras en el salón Simón Bolívar. No pude asistir, pero una compañera que si estuvo en el evento me dijo: “El carajo está claro de verdad”.

Luego de la llegada de Correa a la presidencia de Ecuador, se inició un proceso de cambio pacífico al estilo inaugurado por la Revolución bolivariana, que viéndolo bien, son procesos que no han incluido el conflicto armado directo, pero de otro lado han sido tremendamente violentos desde la perspectiva simbólica, sin descartar por supuesto una violencia material que ha incluido golpes de Estado.

Correa ha sabido interpretar muy bien las transformaciones geopolíticas que han tenido lugar en el mundo en los últimos años, reiterando la idea de que no estamos viviendo una época de cambios sino más bien un cambio de época. Un ilustrativo retruécano que expresa la crisis orgánica en desarrollo, donde hay algo que muere y al mismo tiempo hay algo que nace.

Entre esas cosas que mueren pero no terminan de morir, que siguen ahí a pesar de su anacronismo, inutilidad y desnudez política, está la OEA y el sistema interamericano, tan caducos como la pasada Cumbre de las Américas, otro foro desfasado donde, recordemos, no hace nada se dio el primer consenso sin Washington. Desde que Fidel Castro definió con precisión a la Organización de Estados Americanos como el Ministerio de Colonias de EEUU para América Latina, siempre hemos sabido qué es la OEA, sólo que es ahora cuando se han dado las condiciones para emprender las necesarias acciones en la dirección de separarnos de la colonialista organización.


Chávez y Correa, junto a Evo, han sido los principales impulsos descolonizadores en la región, diciendo las cosas como son, quitando el espeso velo ideológico que siempre cubrió al discurso geopolítico continental en el pasado reciente, y estremeciendo la elegancia acartonada de la diplomacia tradicional. Que esta burocracia internacional haya despotricado de Chávez en los primeros años ante su discurso digno y frontal, y que aún lo haga, es la mejor señal de que el camino que se recorre es el camino; y la mejor prueba, es que este discurso ha sido emulado y asumido por varios líderes de países hermanos de la región. Recordemos la sepultura del Alca, el discurso en la ONU de 2006 en el que Chávez denunció, aparte del olor a azufre dejado por el nefasto Bush, el escandaloso carácter inservible de las Naciones Unidas.

Correa venia reiterando la necesidad de separarnos de la OEA, y en su intervención durante la Cumbre de la Celac dejó clara la posición de Ecuador respecto a lo que había que hacer frente al absurdo de tener que ir a Washington para discutir los problemas concernientes a la región indoamericana. Viendo como a Chávez se le subía la pasión al rostro escuchando a Correa, imagine el gran esfuerzo que estaría haciendo para no mandar al carajo de una buena vez, tomándole la palabra, al insolente ministerio de colonias y a toda su “burocracia internacional”.

Luego vino la Cumbre de las Américas, otro foro que Correa no titubeó en denunciar, ante la continuidad en el hemisferio en pleno siglo XXI, de dos situaciones ciertamente inaceptables: la exclusión de Cuba de la cumbre y el colonialismo presente aún en las argentinas islas Malvinas. Y es que, a propósito de las Malvinas y de salida de los países Alba del TIAR,  hay que recordar que estas islas fueron hace treinta años el escenario de una guerra donde quedó evidenciada la hipocresía rezumante en los tratados que se firmaban con la otrora omnipotencia hegemónica.

Recuerdo una frase que alguna vez se pronunció en un salón de clase,  y que expresa fielmente lo que ocurrió con los bloques, alianzas y tratados durante la guerra de las Malvinas: OTAN mata TIAR. Siempre es pertinente recordar el contexto en el que ocurrieron los hechos, lo cual sin embargo no pretende justificar la inoperancia e inutilidad que demostró el tratado en cuestión. Análisis posteriores a la guerra dieron cuenta de cierta ingenuidad por parte de la junta militar argentina, al calcular que EEUU apoyaría sus acciones en las Malvinas. Es cierto que en ese momento los militares argentinos trabajaban conjuntamente con los gringos en oscuras actividades represoras, contrarrevolucionarias, en Centroamérica. Sin embargo, hablamos de ingenuidad, en primer lugar porque la OTAN, bloque político - militar del que EEUU y Gran Bretaña formaban parte, en el marco de la “guerra fría” ―vigente en ese entonces―, constituía una alianza que nació para defender los intereses del Occidente capitalista frente al mundo Soviético-socialista. Si partimos del supuesto de que Argentina es también Occidente, no pertenecía sin embargo a la OTAN. Y es que vale preguntarse ¿Es Argentina, o Venezuela, parte de Occidente? Pertenecemos a América, pero a América del Sur; somos Occidente, pero sin ser Europa ni EEUU. Es decir, somos otra cosa, el “Otro Occidente” (buen título para un libro).

El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender”. J. L. Borges

Considerando el marco geopolítico en el que surge el TIAR, que es el del pleno comienzo de la “guerra fría”, podemos decir que este tratado, así como la OEA, nació orientado al mantenimiento del predominio del Gran Hermano sobre el continente americano. El TIAR, fue un pacto de defensa mutua, firmado en 1947 en Río de Janeiro. El artículo 3.1 del pacto, establece que “En caso de (…) de un ataque armado por cualquier Estado contra un Estado americano, será considerado un ataque contra todos los estados americanos, y en consecuencia, cada una de las partes contratantes se compromete a ayudar a hacer frente al ataque en ejercicio del derecho inminente de legítima defensa individual o colectiva que reconoce el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas”.

Recordemos también que este tratado, en el mundo de post-guerra era el primero de su especie, firmado dos años antes del nacimiento de la OTAN, siendo también el primero nacido en el marco de la recién inaugurada bipolaridad mundial.

Ciertamente, el caso de las Malvinas había echado por tierra, deslegitimándolo, al TIAR. Pero también es verdad que no era la primera vez que el tratado era invocado y desoído. ¿Por qué? Porque era obvio que en EEUU dominaba un doble interés: representaba a una de las dos superpotencias del enfrentamiento este-oeste, y por tanto era quien lideraba la “lucha contra el comunismo” en el mundo. De otro lado, su interés en mantener al continente bajo su dominio en el espíritu de la doctrina Monroe. Así las cosas, el TIAR se invocaría en 1962, cuando se le impuso el bloqueo a la Cuba revolucionaria, y en 1969, durante la guerra entre Honduras y El Salvador. En ambos casos sería ignorado en nombre de los intereses del Occidente capitalista.

Los gringos apoyaron a los ingleses
Ahora bien, durante la guerra de las Malvinas, conflicto que enfrentó a Inglaterra y Argentina en 1982, el tratado se invocaría nuevamente, pero sería otra vez ignorado. EEUU alegaría que había sido Argentina la que había invadido las islas Malvinas, realizando una ocupación de unas tierras consideradas “territorio británico”, siendo el TIAR un tratado estrictamente defensivo. Estos alegatos serían esgrimidos también por Colombia y Chile, citando el artículo 3.1 del tratado, antes aludido. Súmesele a esto, que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (En el cual estaban –y están aún- EEUU e Inglaterra), había emitido la resolución  502, la cual exigía el retiro de las tropas argentinas como condición para cualquier negociación.

No obstante, la actuación de EEUU, al no retirarse del Tratado ante la OEA por medio de un comunicado oficial como lo establece el artículo 25 del TIAR, hizo de su acción un no cumplimiento de facto de las obligaciones del tratado. Pero no conforme con eso, los soberanos hijos de la gran reina no se mantuvieron neutrales, prestado apoyo satelital a Gran Bretaña, particularmente en la ubicación del buque Belgrano, torpedeado por un submarino inglés ―recientemente enviaron uno de estos aparatos a las islas― fuera de la zona de exclusión previamente definida por los británicos, matando a 300 argentinos.

EEUU, Chile y Colombia, suscriptores del TIAR, justificaron su violación en el hecho de que había sido Argentina la que había empezado el pleito (pos supuesto, el hecho estaba lejos de considerarse la recuperación de un territorio perdido hace 149 años), sin embargo, este argumento no los eximía de no haber apoyado a Argentina como Estado contratante de un tratado que obligaba a la asistencia recíproca. Como agravante, en el caso de EEUU, tenemos una contravención flagrante del tratado al prestarse para apoyar a un país que, si bien era su aliado en la OTAN, no fue un apoyo dirigido precisamente a la contención del comunismo, misión fundamental del Tratado del Atlántico Norte. Es decir, no fue un apoyo para luchar contra el este comunista.

¿Entonces el apoyo estuvo dirigido a qué?

Existía en el mundo de principios de los ochenta un mapa geopolítico visible: el este y el oeste, donde el primero era el lugar del “comunismo rojo antidemocrático”, y el segundo el del capitalismo, presentado como el universo de la “democracia y la libertad”; pero también, aunque un poco más encubierto, existía otra cartografía geopolítica: el norte, lugar de las potencias colonialistas, centro del sistema-mundo moderno/colonial, y el Sur, territorio periférico de lo subalterno, de lo dependiente, lo colonial.

¿Qué quiere decir esto?

Que tanto ingleses como gringos, y más allá de su común interés de luchar contra el comunismo, se sintieron ofendidos en lo más profundo de su sentimiento de patrón colonialista ante las pretensiones descolonizadoras de un país ubicado en el llamado tercer mundo. La lucha contra el comunismo era una cosa, y los soviéticos tenían poder nuclear, tecnología, capacidad de disuasión, países satélites; pero Argentina era periferia, mercado de la metrópoli, territorio de lo civilizado subalterno, un satélite rebelde del mundo occidental con aspiraciones de potencia, y que este pretendiera retomar por la fuerza un territorio considerado real propiedad de los ingleses, era una insolencia imperdonable.

Próspero ―para utilizar a los personajes conceptuales de La Tempestad― no podía permitir que esa suerte de mezcla entre Ariel y Calibán, pero Calibán al fin, se le revelara de esa manera. Hoy día, sucede que los calibanes se han reunido y se han rebelado. Juntándose, cada vez les importa menos lo que diga Próspero, que está en decadencia. Así, Correa, Evo y Chávez, junto al resto de la tribu, enhorabuena mandan al carajo al TIAR, al tiempo que Ecuador propone la creación de una Corte Penal de la Unasur. Se superan los resabios del viejo colonialismo, pero aún nos queda superar la cultura que dejó sembrada. Pero ese es otro cuento.

amauryalejandrogv@gmail.com

@maurogonzag


lunes, 4 de junio de 2012

El significado histórico del 5 de julio y la teoría bolivariana de la historia

Con la pregunta ¿Cuál es el significado histórico del 5 de julio de 1810?, se inició una nueva sesión del taller “Teoría de la historia de la Revolución bolivariana” en los espacios del Instituto de Estudios Diplomáticos Pedro Gual, con la dirección del historiador Eloy Reverón y con la participación de un público que, con la idea central de redescubrir la historia, lo que es despojarla de la ideología que la ha cubierto por 500 años, interviene decisivamente en la historiografía tradicional.

Los participantes emitieron su opinión, siempre crítica, sobre lo que pensaban ocurrió el 5 de julio de hace 201 años. Otra pregunta, visualizada en la presentación de power point, sugería la respuesta: ¿Es posible deshacerse de tres siglos de dominación colonial mediante un acto jurídico? La interrogante, ciertamente devela una verdad que explica por sí misma la realidad de Venezuela para 1998 y por tanto a la Revolución bolivariana. Un grupo de hombres blancos y privilegiados, dadas las condiciones para hacerlo, deciden separarse de la metrópoli colonialista y quedarse con un poder que usarían para mantener en situación de coloniaje y dominación a las mayorías pardas, africanas e indígenas.

Una situación de conflicto social permanente, una “guerra de colores”, la lucha de clases, sería la realidad del territorio llamado Venezuela durante todo el siglo XIX -y no es que no haya habido guerra de colores y lucha de clases en el siglo XX, porque aún la hay- pero con un rasgo propio: esa lucha de clases, con o sin conciencia de clase, era una dinámica dominantes-dominados donde los dominantes eran también clase dominada por una metrópoli colonialista, lugar de las potencias capitalistas en plena expansión, en pleno despliegue de una subjetividad, de una cosmovisión que impondrían como universal. Es decir, Europa, ya sinónimo de occidente y erigida en centro del nuevo sistema – mundo, genera a su vez una periferia, un territorio que si bien a partir de 1810 comenzaba la superación del colonialismo, continuaría sin embargo en situación de colonialidad, bajo el principio racional, el hoy persistente euro-centrismo, generador impune de neocolonialismos. Los países de Nuestra América se caracterizarían por albergar una sub-burguesía blanca priviliegiada, y una clase dominada por esta, compuesta por los excluídos de siempre y en condición subalterna respecto a las clases dominadas de Europa y la América anglosajona.

Establecida la nueva configuración mundial, ninguna lucha que se desarrollara en nuestras tierras podría ser comprendida o comparada con las luchas propias de la Europa central-imperial-capitalista. Aparecería en nuestras clases dominantes un rasgo particular, propio de un territorio que sin ser Europa era, sin embargo, occidente: la “doble conciencia criolla” de Mignolo, o en otras palabras, el creerse europeo sin serlo, identificarse con lo europeo siendo un americano blanco de la clase en el poder. De otra forma, el patrón colonial de poder impuesto durante 300 años, haría de las luchas en nuestras tierras, un problema no solo económico, sino de raza, de género, mental, cultural.

En el apogeo de una discusión que avanzaba hacia nuestra compleja realidad, Reverón proyectó en pizarra una nueva pregunta: ¿Por qué Miranda dijo que todo esto era un bochinche? Se discutió brevemente la etimología de un vocablo que todos teníamos más o menos claro, pero, ¿Por qué lo dijo? ¿Por qué el gran Miranda, maestro de Bolívar, de mentalidad enciclopedista, habló de bochinche en Venezuela? Una discusión, sin duda. Pero se ensayó esta respuesta: Miranda vio que cada grupo social, que cada clase social, defendía sus propios intereses sin que hubiera conciencia de clase. Y es que, acaso podía haber:

¿Condes y marqueses defendiendo una República?

De tal manera, el debate se prestó para que nos preguntáramos a propósito de tales incoherencias: ¿Ese bochinche persiste hoy en Venezuela? ¿No es el bochinche una palabra que expresa y denuncia nuestra compleja trama de tradición y modernidad, un término que habla de la imposibilidad de comprendernos con esquemas europeos? ¿Hay en Venezuela quien todavía hoy se crea europeo, étnica y culturalmente? ¿Cuáles son las expresiones hoy, de ese bochinche?

Así transcurre la construcción de la “Teoría bolivariana de la historia”, que continuará el próximo miércoles 6 de junio, finalizando su primer ciclo, en los espacios del IAEDPG. Los interesados en participar pueden comunicarse con el 04169106123,  enviar un correo a: tallerthrb@gmail.com o acercarse directamente al lugar.

AGV / Poderenlared.com

El primer día en la Ciudad del Bajo

Hotel Central
Había excitado la imaginación de Gina ―y también una extraña desconfianza― contándole muchas veces una fantasía que no sé cuando apareció, y que consistía en que me iba caminando sin rumbo por Buenos Aires, hasta llegar a una milonga de arrabal donde una diosa sensual con olor a tierra perfumada, de ojos grandes, piernas largas y labios gruesos, directa y con los pies más bellos del mundo, me enseñaba a bailar tango toda la noche entre trago y trago hasta entreverarme como lo dictaba la naturaleza del local y el curso de los hechos.

Llegamos en una fría madrugada de junio al centro de la ciudad. Las puertas automáticas nos dieron paso a la calle, lo que fue como entrar a una cava, y ahí mismo abordamos a Luis, uno de los taxistas de turno. Forrado en una gruesa chaqueta y portando una clásica boina negra, nos sugirió quedarnos en un hotel del centro, cercano a la pieza que habíamos alquilado para las catorce horas de ese día. Algo panzón, muy dinámico y verboso, en los 45 minutos de trayecto hasta la ciudad no paró de hablar. Recomendaba, ofrecía datos, sugerencias. Antes que Señor Tango, nos habló de La Catedral del Tango; si de ferias de trataba, la de mataderos era imperdible. Como a las tres de la mañana llegamos al Hotel Central, y el viejo Luciano, quien parecía conocer a Luis de otras épocas, nos ayudó con el equipaje.

Con las primeras luces corrí la cortina de la alargada ventana y vi la calle. La gente, los colectivos, el gris brillante de la atmosfera. Inmediatamente en frente, diagonal al hotel, lo que parecía ser un Café, el primero de tantos que veríamos. Así como en Caracas hay panaderías en cada esquina, aquí hay cafés en cada esquina, diversos, acogedores, agradables, tranquilos. Viejos que iban y venían. Uno que otro joven caminando a paso acelerado, por lo general solos, algo que, pude observar, resultaría muy común en Buenos Aires. Caminar en solitario podía ser un signo de una sociedad individualista, pero también un signo de un pueblo que amaba a su ciudad y que la disfrutaba entre los buenos y malos recuerdos, entre el sueño de una libertad brotada de la luz del arte y de las letras y la oscuridad de un fascismo latente, agazapado, y a veces presente.

Era obligatorio para mí salir a caminar solo en esos primeros momentos. Ahí comencé a vivir la fantasía. Una mujer, que para el taxista Luis era mi señora, me esperaba en un hotel mientras yo me esparcía alrededor de la cuadra y veía todo a mi alrededor como quien llega a una playa paradisíaca de noche y se queda en una carpa, y al amanecer sale de esa cueva y se queda extasiado con el mar y su presencia, sonidos y colores. Me vi rodeado de monumentos. Al dar la vuelta en la esquina sentí más el bullicio. Al salir, en la acera de enfrente, dos hombres despertaban de su frío sueño, forrados como mejor podían; no me sorprendió. Eran los típicos excluidos de las grandes ciudades que pasaban, sin embargo, sus días –pero también sus noches- en las calles del centro. Trataba de no desorientarme, me había llevado el mapa por si acaso. Señoras con sus perros. Vestimentas oscuras, miradas frías con la mente en otra parte. Entré en un local que parecía tener lo que buscaba pero no lo vendían. El encargado me señaló el camino de la ferretería. Tenía puesto un grueso suéter cuello de tortuga pero el frío penetraba las costuras, templado, sabroso, sin brisa. Aceras grises y cielo gris, me metí en la ferretería; y como la compra de un adaptador de corriente delataba mi condición de turista, el muchacho me preguntó de donde era. Creo que lo dije antes, al nombrarle mi país y casi sin terminar la frase me repicó…

― ¿Y están a favor o en contra de Chávez?

La escena se repetiría prácticamente en cada lugar que visitáramos. Llegué a la habitación con el adaptador, el desayuno y hasta con una botella de El justicialista. Con esas primeras impresiones que le conté, Gina se sintió precipitada a la calle. Quince minutos después estábamos en la Plaza del Congreso. Nos gustó el otoño, eso sí. En ese primer y presuroso paseo nos fotografiamos con la estructura monumental del Congreso como fondo, cuyo tono verdoso de la cúpula se combinaba bien con el mono de Gina. En un ángulo ciertamente periférico de la plaza, un grupo de adultos, diría que mayores, se reunía en torno a un fuego que brotaba de un pipote. Cuando caminamos frente a ellos pensé en fotografiarlos, y hasta una sonrisa me dedicó uno, pero no lo hice. Algún joven con pinta de futbolista pasaba trotando, y ya comenzaba a ver ―y a admirar― a esos ejemplares de la recua de mujeres rubias, altas y flacas “que andan sueltas por Buenos Aires con descarada impunidad”, como dice Mempo Giardinelli. Y es que, en honor a la verdad ―porque si hay algo que aún tiene valor para mí en este mundo patas arriba en el que vivimos es la importancia de algunas verdades― no recuerdo haber visto una mujer obesa, y sin ánimos de establecer alguna jerarquía estética en la observación, no puedo dejar de estar de acuerdo con Giardinelli porque, efectivamente, hay como una impunidad en ese desfile provocador y permanente. En Caracas, ya lo sabemos, esa impunidad adquiere un tono anárquico que lo hace más descarado, aunque muchas de las nuestras, flacas, rellenitas, voluptuosas, caderonas, espigadas o tamaño estándar prefieran, por otras razones y motivos, desplazarse encerradas en sus carros. Yo, como tú, lector, prefiero verlas caminando.

Porque esa es una de las bocanadas que uno toma al comenzar la marcha por la ciudad del Plata, lo generoso de los espacios dedicados al peatón, hombre, mujer, niños ―a las familias― que quieren caminar y disfrutan caminando, trotando, o simplemente quedándose parados en un punto del paisaje. La dialéctica entre la vida urbana y el pensamiento abstracto se potencia felizmente cuando caminar se hace un placer. El rostro de Gina brillaba y su sonrisa era otra.

Monumentalismo, seriedad, frío, una hermosa sensación de libertad en medio de esa pampa florecida de concreto. Actores y lectores. Aires intransigentes. Árboles semi-desnudos de hojas amarillas. Una mixtura de Ariel y Calibán. Una guitarra eléctrica sonaba en mi cabeza, aunque podía ser acústica. Estábamos al fin en el laberinto-biblioteca; los problemas habían quedado a miles de km; allí éramos como dos adolescentes escapados de casa, despreocupados, emprendedores, abiertos.  

@maurogonzag

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