Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

En el centro de Caracas ahora todo es posible

Suelto por las relucientes aceras del centro de Caracas, bajo la plena incandescencia del sol de agosto a mediodía, me dije que el mejor lugar para leer un guión cinematográfico ―pero también el periódico o cualquier libro― era la Casa de las Primeras Letras Simón Rodríguez, un espacio que se va haciendo predilecto para todos aquellos que pensamos que la casa-museo es mucho más de lo que aparentan sus humildes muros.

El café, esa mágica infusión de primera necesidad en Caracas y en más ciudades de las que se podría pensar, me espabiló oportunamente de una modorra espesada por el calor de la hora. Pasadas las tres cumplí con la tarea. La sala de lectura ubicada entre los dos ambientes del café sirvió como un oasis, casi como refugio. El encuentro con el camara Roque sería en pocos minutos, después de abandonar el bulevar Panteón y darle pa bajo hasta otro local de esos que refulgen por haber nacido en los nuevos buenos tiempos de la ciudad del valle, la jodida y milagrosa urbe de las resistencias.

La esquina de San Jacinto bullía con las risas de un ejército de niños que le daban la vuelta histórica al casco, conducidos por dos sargentos de Bolívar enfundados en la indumentaria de la época. El Chocolate estaba abierto, y ya sus mesas se llenaban de la frescura de las parejas, la curiosa parsimonia del viajero y talvez de la soledad de algún jubilado, poeta o buscador tardío de la belleza. Sí, ahora muchas cosas eran posibles; todo, incluso. Porque ahora tenían frente a sí un artificio musical de colores sugestivos, pequeños templos de acción simultánea donde se intercambian las miradas, se conspira y hasta donde te enamoras mientras un criollito ―a base de cocuy― te erecta las neuronas.

El camara Roque es uno de esos seres singulares que andan en tres patas ―siguiendo al enigma aquel de la esfinge― lo cual aumenta su definitiva presencia ludoviquiana de eterno sátiro insatisfecho que, like a rolling stone, ha sido golpeado y acariciado por el amor, maleteado por las mujeres, caído de algunas palmeras y plasmado algunas páginas embriagadas desde su complejo universo de figuras y duendes. Su frente no parecía estar marchita, aunque las nieves del tiempo habían plateado alguna de sus enruladas mechas. A los pocos minutos apareció, me dijo que no había almorzado y me invitó al restorán El Congreso, uno de esos locales semi-escondidos del  casco central, que se alcanzan entrando en pasillos flanqueados por bisuterías y ropas y subiendo escaleras serpenteantes.

Su voz retumbó en ese lugar amarillo y blanco cuando saludó al catire, un hombre moreno con la bienvenida en el rostro que parecía conocer la chispa desenvuelta de Roque. Pasadas las cuatro, El Congreso está vacío. Divisamos vida sólo en una mesa, donde dos mujeres entablaban una charla de alta concentración sobre esos temas que solo pueden tratarse en un restorán vacío y a esa hora. Nos ubicamos cerca de las muchachas, en una mesa contigua. Mi contertulio pidió unas albóndigas. Yo, como ya había comido, pedí una cerveza. Una de las mujeres, morena, frente noble y mirada despierta, nos lanzaba raudas miradas con una discreción que podría causar regocijo. Roque jode un poco con el catire, quien conoce sus claves y reconoce su asiduidad. Las muchachas sonríen. En la mesa de enfrente hay dos hombres, dos estampas, dos tiempos, palabras que empiezan a llegar, invocaciones al encuentro.

Hicimos algunos escarceos, ensayamos un brindis por la creación y por la revelación de las historias verdaderas, esas capaces de quebrar algunos espesos muros ideológicos que el Comandante eterno logró agrietar, estremecer. Roque leyó sobre la ciudad “poblada de referencias circulares y bifurcadas que se encuentran luego del tránsito obligatorio por senderos de terror, de música, de temblores, y se vuelven a difuminar como en un delirio”. Celebró el valor estético de algunas frases que se adaptan bien al discurso del séptimo arte. Antes de darle curso a esa mediana farra, indagamos sobre la fusión fría y su potencial para transformar la matriz energética de un mundo cuya invertida historia puede hallarse en la primera página de la biografía de Nicola Tesla.

El catire iba y venía con las frías. Al fondo, el resto de los mesoneros jodían, aprovechando el momento muerto. Parecían divertirse con la escena que se representaba en ese amplio escenario de mesas vacías. En eso, Roque le lanzó una pregunta a la morena, quien respondió de buen grado, siempre en coordinación con su amiga, una joven de cabello largo y castaño que alcanzaba una cintura que juraba poder rodear completa con mis manos. Cuando nos dimos cuenta la tertulia se había encendido. El Roque, hablaba de amores del pasado y destacaba las escenas eróticas de mi libro, haciéndome propaganda. La sirena se animaba, cruzó las piernas elegantemente, las cambiaba, rozaba mi cuerpo bajo la mesa, rompimos bien el hielo. Era valiente, pero sin coraza, inteligente y sencilla. Junto a su compañera, encaraba día a día la violencia de género, ese flagelo que también sufre el hombre, aunque este prefiera quedarse callado, como nos decían.

María era toda una sirena urbana, una rara especie asalmonada en este estanque de peces toscos y escurridizos. Mirada analítica y dulce, de cierto aire conservador, entregada a su trabajo, estaba abierta sin embargo a las posibilidades, y estaba segura de que tiempo siempre había para hacer lo que uno quiere hacer. Ana, la morena, parecía entretenida con la charla de Roque, quien recordaba un episodio en el que se había ido sin pagar de un restaurant en Moscú, gracia que le recordaron puntualmente un año después cuando, de paso por el mismo lugar con algunos poetas resonantes, un maitre le preguntó qué le había pasado aquel día que salió apresurado del local, manifestándole su preocupación.

Hacia las seis de la tarde, con siete amarillas en el coco, la tertulia desembocaba en un animado debate sobre machismo, hembrismo, que si las lolas operadas y la mujer como objeto sexual. Conozco casos de algunas a quien llamaban “gallas” en su adolescencia por no “echar pa lante” o por usar lentes culo e botella, que años después se quitaron los cristales despojándose violentamente del pudor, como para recuperar el tiempo perdido, decía. Las muchachas me daban la razón, ¿Por qué atraparse como mujer entre ser una galla o una putañera? Entre la represión y el libertinaje está la alternativa, pero hubo una época en que había que estar en uno de los polos. Pero lo hombres no tienen ese problema ―decía Ana, reflexiva―, ellos pueden ser putos y la sociedad se lo celebra. El pene debería ser un aparato enroscable para todos aquellos hombres casados que gustan salir a beber con sus amigos por la noches. Así, uno se divertiría enroscando y desenroscando y no habría lugar para malos entendidos.

Era una versión cyberpunk del cinturón de castidad aplicado al hombre “jodedor” y disoluto, pero casado y con familia. Fueron pocas las horas, pero El Congreso podía ser en ese momento un bohío en Mochima o el balcón del apartamento de Ana. El catire sonreía. Había aparecido un hombre de edad madura, bermejo de los varios tragos que traía encima, quien después de hablar con los muchachos de la barra reconoció a María. El torrente de palabras fue interrumpido por un momento, el hombre se sentó un rato con nosotros. Quiso involucrarse pero su dicción parecía relentizarse por la kurda. Por momentos, balbuceaba, se inclinaba sobre María, le tocaba el hombro en una caricia que la empujaba. Nos habló de su tragedia marital y lanzaba alternativamente miradas desconfiadas a Roque y a este servidor.

El caso es que María era un ángel. “La vida es algo mágico y el amor es un milagro”, me escribió dos semanas después del día de El Congreso, ese lugar frecuentado por abogados, banqueros y burócratas y propuso, sin querer, un nombre para esta crónica, una frase que contiene la esencia de una clásica escena de bar o café, en que la atmósfera, el azar urbano y las palabras, precisas, amables, fluidas y sinceras, le dan paso al deseo, al milagro. Ahora en el centro todo es posible, desde la Casa de las Letras hasta El Congreso.

@maurogonzag

viernes, 5 de septiembre de 2014

Cerati, puede que no haya certezas, solo un lago en el cielo


“Comunicamos que hoy en horas de la mañana falleció el paciente Gustavo Cerati como consecuencia de un paro respiratorio”, decía el parte médico de Gustavo Barbalace con el que lanzaba la noticia de la muerte de una de las más brillantes estrellas del pop-rock argentino y latinoamericano.

Después de más de cuatro años en estado de coma profundo tras un ACV que sufrió después de ofrecer un concierto aquí en Venezuela, el fundador de la entrañable banda Soda Stéreo falleció a las 9 de la mañana de ayer jueves, en momentos en que se encontraba solo, dijo su médico, quien detalló que en los últimos días su estado “no mostraba un decaimiento particular” sino que se mantenía estable.

Muchos son los recuerdos que deja en Venezuela del fundador de un trío que desde sus inicios atrapó a toda una generación con un estilo pop y una estética que comenzó emulando a bandas inglesas como Echo and The Bunnymen o The Cure, y que fue creciendo y evolucionando hasta convertirse en una super banda de gran originalidad e indiscutible liderazgo en el universo del pop-rock de la región. El teatro Mata de Coco en Chacao, el autocine de El Cafetal y el legendario Poliedro de Caracas, fueron algunos de los recintos donde cientos de miles deliraron con la pasión de sus acordes.

Desde su temprano encuentro con Caracas, varios fueron los reportajes que dejaron plasmadas algunas de las peripecias de Gustavo y los soda, empezando por las escapadas nocturnas de la banda para pasear de incógnitos por la ciudad. En una de esas, Cerati hace acopio de la Avenida Libertador por arriba y por abajo y de la presencia de la imponente montaña hacia el amanecer. También, son conocidos los “paseos inmorales” que el compositor se lanzó por algunos locales de Bello Monte, Sabana Grande y Las Mercedes en las noches interminables de las giras por Latinoamérica -con la banda y después como solista- que siempre lo trajeron hasta esta, la también ciudad de la furia.

Recuerdo una entrevista que concedió a finales de los noventa, cuando se lanzaba en solitario con el disco Bocanada, en la que opinó que los venezolanos estábamos en una situación musical adelantada. Y es que, el Cerati no podía entender como en los locales de moda de la ciudad, en los buenos y en los no tan buenos, se pasaba de la salsa al rock y luego al merengue y de nuevo al rock como si se pasara de un tango a una milonga. “En Buenos Aires, si entras a un local de salsa es de pura salsa, si es rock es sólo rock, pero aquí ocurre que en un mismo local te mezclan salsa con rock, dos géneros aparentemente inmezclables”.

Así somos. En fin, el hecho trascendente es que recordaremos su última Bocanada, desde Buenos Aires a Caracas, porque le brindó a millones de personas confort y música para volar, canciones de amor amarillo y canciones animales que nos dicen que siempre es hoy en las ciudades de la furia, donde sacando fuerza natural podemos alcanzar el lago en el cielo. Porque, no deja de ser cierto que el silencio no es tiempo perdido y que la poesía es la única verdad.

Ahora estás iniciando un nuevo viaje a en ese plano con el que siempre te conectaste con tú música ligera y galáctica, y desde este lado nos parece escucharte, diciendo Ahí vamos. 

Publicado el 4 de septiembre en PoderenlaRed.com
Foto: Clarín.com

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Cadena nacional y ráfaga de disparos en Plaza Venezuela


Los principales impresos de la ciudad habían amanecido titulando que Maduro anunciaría hoy los cambios en el Gabinete, la imperiosa transformación del Estado, ese gran monstruo propietario de la renta petrolera que le pertenece a todos los venezolanos. Al término de una reunión con algunos compañeros del medio y de la lucha, hacia el atardecer, terminé en Chocolate con cariño conversando sobre ideología, libros y política con el poeta Romero.

Que si la agresividad de la ciudad, que si el fascismo rebrotando en un sector de la clase media y la rebelión de unas masas llenas de vitalidad que lo quieren todo y lo quieren ahora, que consumen y se quejan, que van al cielo y van llorando. Chávez dejó una sociedad despierta, grupos sociales con expectativas de realización de sueños y aspiraciones, legítimos aunque también de opio. El poeta Romero me dice que un amigo psiquiatra le ha asegurado que la violencia estructural, en el corto plazo solo puede combatirse con represión. Pero no represión como plomo a discreción, sino como la articulación inteligente de medidas preventivas disuasorias. Le digo que me parece que Rodríguez Torres está haciendo el trabajo y el poeta me responde que por ahí van los tiros, pero que había que apretar más esas tuercas de la patria segura.

No habíamos terminado el vasito de papelón cuando se fue la luz. La vaina era más que un parpadeo, porque el pana del local estaba recogiendo sillas. Llegamos a algunas conclusiones precarias sobre temas que talvez merecen un tratamiento más detenido aderezado con un par de cócteles espirituosos. Caminamos hasta la estación Capitolio y me despedí del poeta. Llego a la estación Plaza Venezuela. Veo a dos guardias del pueblo que parecen regañar a dos muchachos. Uno de ellos le responde al guardia que revisa su bolso y no de buena manera. Unos metros más allá esta otro grupo de militares, de los que usan el chaleco fosforescente. Impera el orden y la tranquilidad, son las siete treinta, más o menos.

Me aproximo a las escaleras mecánicas de la salida que da hacia el hotel President, y veo a tres o cuatro personas que miran hacia arriba como perplejos, dos de ellos señalan y parecen especular sobre algo. Llego y hago lo propio, y como no se escucha ni se ve nada fuera del paisaje normal de un día cualquiera, subo. Pero el olfato me dice y me advierte. Al llegar al lobby de la estación noto que todo está pelao. Hubo algún episodio criminal y se llevaron a alguien preso, me dije. En una de las esquinas, dos hombres jóvenes hablaban frenéticamente. Uno de ellos señalaba la esquina donde está el perrocalentero, haciendo gestos aparatosos de espectacularidad. Cruzo la calle, y al pasar frente a la cola de los autobuses Yuruani, noto que toda la gente mira medio atónita hacia el mismo punto.

Las diversas colas de gente tienden a atestar esa parte de la acera, por lo que opté por  caminar por los espacios del mercadito que se extiende paralelo a la acera. Ahí, en uno de los locales de ropa, sentada en algún objeto de madera o aluminio, con su bebé en brazos, veo a una amiga de los Altos Mirandinos. De una le pregunto si pasó algo y me pregunta que si no escuche los disparos. Le dije que vi unos movimientos raros pero que no alcancé a escuchar nada. Lisbe me dice que fueron ráfagas de tiros, que estos los lanzaron desde la esquina y por la calle paralela, esa donde está el edificio Inon, un oscuro trecho donde algunas parejas aprovechan para hacer el amor en vehículos con vidrios negros y estacionados con disimulo, y que ha sido escenario de violentas persecuciones y encuentros entre bandoleros urbanos que necesitan cerrar algún negocio.

Lisbe está nerviosa, su bebé duerme en sus brazos. Frente a nosotros, se alza la sede del Sebin. Bajo la tierra, unos cuantos guardias del pueblo hacían su trabajo en los espacios del metro. Pero no hubo explicaciones. ¿Qué había pasado? ¿Una persecución? ¿Un robo o secuestro frustrado? Lisbe me dijo que ese sitio era muy concurrido, que las varias paradas del transporte público atraen siempre a mucha gente. ¿Cuál había sido la intención del que lanzó esas ráfagas de tiros al aire? A esa hora ya el presidente Maduro hablaba en cadena nacional y el país esperaba los anuncios sobre el sacudón. Montados en la camioneta, un señor que escuchó parte de nuestras palabras dijo algo así como “esa es la seguridad que nos da este Gobierno”.

Ahí mismo Lisbe y yo caímos en cuenta: más de la guerra psicológica, de la estrategia del miedo. La gente que llega cansada a esa parte de Plaza Venezuela a hacer la cola para subir a los altos mirandinos y todas las familias que viven alrededor, aunque no todos, automáticamente asocia la cadena nacional con los tiros, los cambios anunciados con incertidumbre, al Gobierno con la “inseguridad”. Me pregunté: ¿Será que el psiquiatra amigo del poeta Romero tiene razón?

@maurogonzag