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jueves, 21 de agosto de 2014

Represión y censura en Ferguson: llamando a las panteras negras

A la derecha, Ferguson. A la izquierda, Irak.
El pasado sábado, algunas agencias internacionales reseñaron que los ánimos se habían caldeado en Ferguson. Seis días después de que funcionarios de la policía local tirotearan, asesinándolo, a Michael Brown, las autoridades locales hicieron pública la identidad del agente que disparó, y revelaron un video que presentaba a la víctima como sospechoso del robo de una tienda cercana al lugar de los hechos.
Esta acción de la policía indignó a los familiares de Brown, quienes de inmediato la denunciaron como un intento de desviar la atención y criminalizar a la víctima. Las agencias reportaron que esa noche hubo destrozos y saqueos, cundió la indignación. Mientras el gobernador de ese Estado, Jay Nixon, anuncia su visita a Ferguson, la senadora por Misuri, Claire McCaskill, pide por twitter que no se confunda a un “pequeño grupo de saqueadores” con los “cientos y cientos de manifestantes pacíficos”, que han salido a las calles para recordar a Brown y pedir justicia.

Tal como ha ocurrido en otras latitudes, el asesinato a mansalva de una o varias personas que protestan legítimamente en ejercicio de sus derechos civiles y políticos, se convierte en la gota que derrama el vaso en un contexto de exclusión y hostilidad sostenida en el tiempo. En 2005, el asesinato de dos jóvenes musulmanes de origen africano mientras escapaban de la policía en Clichy-sous-Bois, una comuna pobre en una banlieue (suburbio-periferia) del este de París, provocó una ola de disturbios que se caracterizó por la quema de vehículos y violentos enfrentamientos entre multitud de jóvenes inmigrantes y la policía francesa. Aquella vez, los ánimos se exacerbaron después de las infelices declaraciones del para entonces ministro de Interior Nicolás Sarkozy, quien llamó “escoria” a los manifestantes.

En esa oportunidad, así como ahora, la opinión pública mundial dilucida rápidamente la connotación racista de los hechos. Ferguson, pequeña ciudad localizada en el estado de Misuri, tiene una población ―según censo del 2010― de 21.203 habitantes de los que 14.297 son afroamericanos. Sin embargo, de los 55 oficiales de policía con los que cuenta la comunidad, sólo 3 son afrodescendientes. Es decir, en una comunidad de mayoría negra, mejor si son los blancos los que dominen las fuerzas de seguridad. A estos, con toda seguridad, no les temblará el pulso al momento de reprimir a quienes consideran, tal como lo expresó el ex presidente francés en su momento, escoria social.

jueves, 14 de agosto de 2014

Crónica sobre la inquietud en medio del auge liberal

Aún creemos en el socialismo. No hemos perdido la Fe. Hasta en el peor de los escenarios siempre conviene colocarse del lado de los “optimistas de la voluntad” y mantenerse a una sana distancia de los catastrofistas que vociferan sobre la “decadencia de occidente”. Cuando Spengler publico su libro con ese nombre, gente como Trotsky y Mariátegui señalaron oportunamente que había decadencia, pero del proyecto de la burguesía.

Como mi optimismo no es panglossiano, en nuestro caso creo que debemos preguntarnos si hay una decadencia del proyecto socialista, en el sentido de declive, deterioro o principio de debilidad (RAE dixit). Debo decir que vivo en una tierra de gracia, privilegiada como pocas, y con un pueblo arrecho pero tan noble y generoso, que si bien no se deja joder en última instancia, soporta estoico situaciones como la que ha generado la guerra económica silenciosa que viene emprendiéndose de manera cotidiana en su contra desde que el Comandante Chávez denunció a los “amos del valle” y declaró la guerra a la burguesía y a los propietarios de los medios de importación. La utopía concreta del socialismo corre peligro como nunca antes en los años de Revolución bolivariana.

Se combinan desbarajuste económico y reacomodo de fuerzas políticas, en una transición que debería conducirnos a un modo de organización donde el socialismo se trague mejor de lo que se traga ahora. Las opiniones que se vierten y las reconfiguraciones del poder dan cuenta y son expresión de lo que está pasando. Un ejemplo, es lo que dice el compañero William Torcátiz en artículo reciente publicado en este medio. Pareciera exagerar cuando, entre la rabia y la impotencia, dice:

“…pero el problema no es la guerra, el problema es que la estamos perdiendo y no se ve la famosa luz al final del túnel que nos diga que la vaina es pasajera, no se le ve solución a la crisis, ya sea, o porque no la tiene o porque al gobierno le ha faltado cojones para meter en cintura a los especuladores, a los promotores, a los financistas y a los ejecutores de la guerra y a todos aquellos que joden impunemente. La escasez y la inflación se han convertido en nuestras amantes y compañeras de vida, ya son parte de nosotros y pareciera que a nadie le duele y que todo sigue igual dentro de una normalidad explosiva”.