En el cierre de la campaña electoral |
Resulta inevitable una digresión. Imaginémonos, recordemos, lo que simbólicamente significó, en un hecho físicamente similar pero que simbólicamente fue diametralmente opuesto, el que Pedro el breve, el dictador, haya mandado a quitar el cuadro de Bolívar del salón de Miraflores, en ese escaso tiempo que deambuló por el Palacio; como si hubiera llegado ahí pensando sólo en eso.
Contundente el triunfo de Cristina. Su discurso, dado naturalmente en la Plaza de Mayo, fue recibido fervorosamente por el pueblo cual palabras de Evita o de Perón. El recuerdo del hombre que junto a Chávez y otros dignos jefes de Estado enterraron el ALCA en Mar del Plata, añadió emotividad a las palabras de la flamante presidenta reelecta, quién recordó que su compromiso era con la historia, “con ustedes, con la memoria y con el legado de él…” Sin duda, este triunfo de Cristina constituye un espaldarazo al proceso de integración de Nuestra América, y garantiza la continuidad del proyecto de país que ella lidera, ahora junto al que fuera su ministro de economía, Amado Boudou.
Es así como, partiendo de lo que esta victoria significa para la Argentina y la región, queremos detenernos en el hecho de que dicha victoria constituye la garantía de continuidad de un proyecto político de país, una continuidad que viene dada por la reelección de una persona, de una organización política, de una visión, de un partido. De tal manera, que nuestro interés en un tema que se trató mucho en Venezuela en el marco de la campaña por la Reforma Constitucional, por allá por el 2007, cuando las empresas de información opositoras a Chávez se desgañitaron hablando de reelección indefinida y perpetuación en el poder, se origina en este pasaje del discurso de Cristina:
“Yo quiero convocar a todos los argentinos a la unidad nacional, a que no nos distraigan con enfrentamientos inútiles, a que no discutamos sobre los hechos y las realidades, que en todo caso si esos hechos y esas realidades pueden mejorarse, pueden enderezarse, nos digan cómo hacerlo, tenemos que pasar a un país diferente, donde el que venga construya sobre el que ya hizo porque el que ya hizo, hizo bien pero bueno le faltó algo y entonces eligieron a otro, esta es la Argentina con la que yo sueño, una Argentina donde tengamos continuidad, que no significa continuidad de personas y de partidos sino de proyecto político de nación y de país, de eso estoy hablando, de esa continuidad, proyecto político y de país”
Cristina parece criticar lo que históricamente ha significado la llamada “alternabilidad en el poder”, que en la historia venezolana de la cuarta república no pasó de ser un “quítate tú pa ponerme yo”, y que entre las luchas y tensiones entre partidos, corrientes, visiones, ha conducido a una alternancia que se tradujo la mayor parte de las veces en un echar por tierra, en hacer tabula rasa; en dar al traste con los proyectos en que, el grupo político saliente ―que tuvo “su oportunidad― venía trabajando pero que, finalizado el período de gobierno, no pudo concretar. Es así como muchas obras se quedan a medio hacer, y muchos proyectos ―no sólo válidos o brillantes sino importantes y pertinentes― quedan engavetados, abandonados a la crítica del polvo y los animales microscópicos. Pero si nos preguntamos ¿Quién realmente termina perdiendo en esta “alternabilidad del poder”? La respuesta salta en lógica irresistible: los pueblos, la gente, los individuos concretos con voluntad, talento, expectativas y necesidades.
En primer lugar, podemos decir que en la medida en que un proyecto político es revolucionario, y que por tanto ostenta un programa político que chocará necesariamente con muchos intereses, incluyendo los del imperialismo, ese proyecto no podrá consolidarse en los períodos establecidos tradicionalmente en el marco de las democracias liberales burguesas. En tiempos de crisis orgánica y de visiones de mundo antagónicas, como es el caso venezolano y digamos que de la región en general, solo en el mediano plazo, e incluso en el largo plazo, es posible concretar cambios de tal envergadura. A esto le sumamos un hecho propio de los países que nos encontramos de alguna manera en una situación subalterna o dependiente. Decía Perón, luego de haber decidido dejar el poder para evitar una masacre de grandes proporciones e incluso, una intervención imperial directa, que lo difícil no era lograr la emancipación sino mantenerla, sostenerla en el tiempo hasta alcanzar la completa liberación. Y aquí las palabras clave son: sostén en el tiempo.
Menos aún, podría concretarse en un lustro un proyecto que se ha propuesto sacar de la pobreza al 80% de la población de un país, como fue el caso venezolano; que se ha propuesto recuperar la soberanía y la autodeterminación luego de largos períodos de entrega de riquezas. Todo lo cual nos habla de una realidad propia de nuestros países en pleno proceso de segunda emancipación y de integración: los proyectos nacionales, populares, de cambio y transformación social, dados los desafíos que tienen que enfrentar en lo interno y externo, no pueden concretarse en los períodos de gobierno que establecen las constituciones de la mayoría de los países del mundo. De ahí que, como lo fue el caso de Venezuela, se haya tenido que enmendar la Carta Magna para permitir más de una reelección, que era lo que en principio establecía. ¿Cuántas constituciones no han sido modificadas en los últimos años con este propósito reelectivo? ¿En qué casos esas modificaciones constitucionales para permitir reelecciones no están relacionadas con la necesidad de dar continuidad a proyectos de mediano y largo plazo?
El tema da para mucho, sobre todo desde la periferia, desde países subalternos donde los sistemas electorales y de partidos; donde la democracia política se configuró en un contexto de colonialismos internos ejercidos por minorías, lo cual limitaba desde su nacimiento esa concepción liberal que concibe al Estado como un ente pluralista, sin ninguna clase particular representada, y donde diversas organizaciones políticas pueden competir “libremente” y tener posibilidades de acceder al poder. No señor, aquí las cosas no son ni nunca fueron así. Pero sucede, que en esta tierra de gracia y utopías han querido ser más papistas que el papa y más liberales que Adam Smith y Milton Friedman.
Así las cosas, el sueño de Cristina sería realizable solo en un contexto donde cada país de la región ha logrado construir una sociedad soberana, autónoma, productiva, liberada de todo coloniaje de cualquier signo, y sobre todo donde esos países, nuestros países, han logrado integrarse y consolidar dicha integración. Porque, sin Cristina no habría continuidad de proyecto de país, y sin Chávez tampoco.
amauryalejandrogv@gmail.com
@maurogonzag
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