Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Crítica al artículo "El batallón intelectual contrarrevolucionario" de la columna Un Grano de Maíz

Al camarada Oscar Vilera,

Leyendo el artículo de Antonio Aponte del día 24 de agosto, no puedo sino recordar la ola de descalificaciones que sobrevino luego del encuentro de intelectuales de mayo de 2009 en el Centro Internacional Miranda, donde se metieron en un mismo saco a Juan Carlos Monedero y a Vladimir Acosta, a Rigoberto Lanz y a Luis Britto García.

Un grano de maíz, ha sido una columna periodística que ha expresado una postura política de las más comprometidas entre los sectores que apoyan la Revolución bolivariana, y por cierto que tener una columna en un diario de circulación nacional, sitios en internet y programas radiales donde se discurre y analiza sobre temas teóricos, políticos e ideológicos se llama trabajo intelectual. De ahí que me extrañe tanta descalificación contra los intelectuales en aquella oportunidad, y ahora vuelva por los mismos fueros en el mencionado artículo; sobre todo porque aquí nadie está exento de crítica, siendo lo ideal destacar lo que une a las corrientes y no lo que las separa.

El primer error que me parece advertir es la insistencia de Antonio Aponte en mezclar peras con manzanas. Porque, por ejemplo, agrupar a Dussel y a Negri en el mismo conjunto de intelectuales que defienden “la miasma de las mismas teorías”, ya constituye una simplificación que nadie se cree. Por cierto, que en ningún momento se explicita cuáles son esas teorías que tienen en común además de estos dos, Marta Harnecker, Heinz Dietrich e Itsván Mészáros. De este grupo de intelectuales, que además son más que eso, tu sabes que a quien más conozco es a Dussel, lo cual no quiere decir que no haya leído algo de los otros o que no conozca desde qué lugar teórico se expresan.

Lo que sí es indiscutible, y te lo digo porque escuche varios programas de Misión Conciencia y he leído otros artículos de Aponte, es que las teorías a las que alude son las teorías del llamado posmodernismo, una propuesta que para definirla en términos sencillos constituye una crítica eurocéntrica al eurocentrismo. De tal manera que, a pesar de que alguna propuesta de Tony Negri, que se ubica en esta postura, podría parecer interesante para algunos en estas latitudes, el posmodernismo por estos lares tiende a producir formas particulares de colonialismo intelectual, en la medida en que como propuesta crítica elaborada desde el norte del mundo, no ha superado sus límites eurocéntricos. De más está decir que este es un debate prolijo.

Entrega del Premio Libertador al Pensamiento Crítico a Enrique Dussel
En el caso de Dussel, como tú también has podido comprobar, estamos en presencia de un pensador de los nuestros, filósofo latinoamericanista, crítico del eurocentrismo, y que es el fundador de la filosofía de la liberación latinoamericana, que además constituye uno de los antecedentes del grupo de investigación modernidad/colonialidad, cuya propuesta tiende a ser confundida ―y digamos que algunas veces con razón― con toda una gama de teorías y de corrientes de pensamiento que van desde los estudios culturales y el pensamiento poscolonial hasta el posmodernismo. La obra de Enrique Dussel, por otra parte es vasta y abarca trabajos sobre la historia de la iglesia en América Latina y otros estudios teológicos, el marxismo, la filosofía, la ética y más recientemente la política, sobre la cual nos ha dejado una valiosísima obra de la que hemos hablado y que son los tres tomos de Política de la Liberación, de la cual las 20 tesis de política, obra que conoces, constituyen un resumen y una síntesis.

Pero como no se trata de escribir un tratado sobre las diferencias y coincidencias entre estos pensadores que Aponte mete en el mismo saco, vayamos al grano, a la crítica de su propuesta central.

Subcomandante Marcos
Primero. Nos dice que Chávez llegó destartalando todas esas teorías, que se expresaban y se expresan en el Foro Social Mundial de Porto Alegre y que ciertamente encontraron en el movimiento zapatista cierta inspiración. Pero si recordamos que Chávez no llegó a Miraflores lo que se llama esclarecido teóricamente, si recordamos que de hecho el modelo que seguía el comandante era el de Anthony Guiddens y su tercera vía, que por cierto constituye una de las más acabadas visiones socialdemócratas, yo no sé cuáles fueron las teorías que desbarató alguien que es un líder, un lector, un estadista ―que es estadista por ser lector― que ha venido aprendiendo y documentándose sobre la marcha, en permanente dialéctica con la realidad, precisamente porque no es un pensador ortodoxo, dogmático, lo cual indica que está lejos de ser un loro marxista ludoviquiano.

Te digo que si fuera extranjero y no conociera Venezuela y leyera este artículo de Aponte, pensaría que el país está viviendo una revolución armada al mejor estilo de la cubana o la sandinista, y que llegado el momento en que se reúnen pensadores nacionales y extranjeros para discutir sobre cuál debería ser el modelo económico a seguir por la Revolución ―tal como ocurrió en la Cuba revolucionaria y que quedó plasmado en el libro “El gran debate sobre la economía en Cuba”― unos intelectuales extranjeros se encargan de evitar, con su inteligencia y su prestigio, la transformación radical de esa sociedad en tanto que ellos en el fondo representan los intereses del statu quo. Pero el problema es que aquí no hay una transformación radical de la sociedad ni estamos en la Cuba de los años sesenta ni en la Nicaragua de los ochenta. Y vaya si en la Cuba de hoy están cambiando algunas cosas. En una revolución pacífica, que para mí siempre será una ilusión mientras esos cambios no adquieran un carácter cultural, es una contradicción en los términos y siempre es más o menos reformista en la medida en que está sometida al sistema internacional, pero sobre todo a las normas del Estado burgués que, me pregunto, después de 12 años ¿Ha cambiado, se ha transformado? Me parece que no, y esta es una realidad que se impone hasta al que no la quiere ver. Por supuesto, esto no significa negar ni encubrir las cosas que se han logrado con los mecanismos de redistribución de la riqueza que efectivamente se han instrumentado, como las misiones.

Tony Negri
Antonio Aponte, sin embargo dice algo sobre el “batallón intelectual” que me pareció bastante interesante. Les da la suficiente importancia como para atribuirles el que hayan logrado impedir “el estallido cultural que toda revolución supone”. Esto refleja, ante todo, una realidad que no hemos superado: confiamos más en los pensadores europeos o europeizantes, en los extranjeros que “saben mucho”, que en nuestros propios pensadores, ya sea por las secuelas de un esnobismo no superado,  o porque sencillamente y como lo afirmó con tono aleccionador el poeta Gustavo Pereira, seguimos colonizados. Sin embargo, aquí se alude una cuestión sobre la cual yo personalmente he tenido mis sospechas: entre los intelectuales extranjeros que han estado asesorando o que de alguna manera han tenido alguna influencia en el proceso bolivariano, sin ser muy partidario de las teorías de la conspiración puede que haya uno que otro que sea un pagado por la CIA. Pero además, me parece que Aponte, aludiendo a la división de las fuerzas revolucionarias, problema por demás histórico de la izquierda, encuentra en los pensadores mencionados el chivo expiatorio que explicaría por si solo los problemas de formación política y la indefinición o confusión teórica en la Revolución bolivariana.

Ahora vayamos a los tres elementos finales que Aponte plantea al final de su artículo, como supuestas ideas centrales de la teoría del mencionado “Batallón intelectual”:

Dice Aponte que dice el batallón:

"Primero, la revolución “no es posible”, “es una temeridad”, “es no estar en sintonía con la realidad”, “es muy buena pero es idealista”, “lo real es adaptarse a una especie de socialdemocracia”, a una suerte de “dar poder al pueblo” pero sin poner en jaque al sistema. Así la gente se preocupa sólo por resolver su vivir, su entorno, y no levanta la vista para la sociedad, no enfoca al sistema."

Quien tenga ojos que vea. Esto no es una idea que quieran imponer un grupo de profesores de universidades europeas y mexicanas, y más bien refleja una realidad que es comprobable empíricamente. Incluso son palabras que bien se podrían poner en boca de un boliburgués en conversación con su mejor amigo. No es que eso lo digan los intelectuales, es que son ideas que forman parte del sentido común de mucha gente y que se expresaron en los resultados electorales del 2 de diciembre de 2007. Porque uno puede ser optimista o pesimista, pero lo que no se puede ser es avestruz.

Dice Aponte que dice el batallón:

"Segundo, aparece el rechazo al Estado, se le tilda de soviético, burgués, y se pretende sustituirlo por formas que fragmentan a la sociedad, la hacen incapaz de acciones políticas..."

Lo que se ha dicho sobre el Estado no es un simple “rechazo”, ni el carácter de burgués es un mero “tilde”. Se ha hablado de la necesidad de transformar el Estado, desde el Presidente de la República para abajo. No es nada nuevo. No se ha propuesto su desaparición ni su sustitución por “formas que fragmentan la sociedad”. Las palabras de Aponte parecen ser una defensa del Estado burocrático y del capitalismo de Estado.

Dice Aponte que dice el batallón:

"El tercer elemento, es atacar al líder, ellos saben que no hay Revolución sin líder, así lo dice la historia. Pero, ¿cómo hacerlo si su prestigio es tan grande? La respuesta tiene varias aristas."

Ya está, porque uno de los intelectuales durante el encuentro en el CIM habló de hiperliderazgo desde un ángulo crítico propositivo, esto se interpreta como un ataque. Sin duda que hay algo de paranoia en estas afirmaciones. Ya se sabe que un proceso que se precie de revolucionario y de socialista, sobre todo si estamos claros que estamos en una suerte de transición, no puede sostenerse en los hombros de una sola persona. Ya lo dijo Fidel hace tiempo: Chávez no puede ser el alcalde de todos los municipios; aprovechemos también para recordar otras palabras de Fidel, mucho más recientes, donde el líder histórico afirma que uno de los mayores errores que cometieron fue haber pensado que alguien sabía cómo se construía el socialismo.

Esta última afirmación, hecha a partir de la vasta experiencia de lucha contra el imperio más poderoso de la historia de la humanidad, y que ha durado décadas, debería llamarnos a todos al diálogo, a la humildad, porque para teorizar ―para intentar teorizar y algunos hasta pontifican― sobre la revolución bolivariana, lo mínimo que se pide es un mínimo de coherencia y de sustento, porque descalificar siempre es fácil.

@maurogonzag

lunes, 22 de agosto de 2011

¿Qué carajo es el buen vivir? Es la diferencia que hay entre la buena vida y la vida buena

“El ambivalente discurso latinoamericano sobre la modernidad, que rechaza la dominación europea pero que internaliza su misión civilizadora, ha adoptado la forma de un proceso de autocolonización que asume formas diferentes en distintos contextos políticos y períodos históricos.”
Fernando Coronil. En El Estado Mágico. Naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela.

Desde que el presidente Chávez, haciendo uso de una creatividad que le rinde honor a la necesidad de invención que exigió Simón Rodríguez para los gobernantes de la “América española”, planteó el concepto de Buen vivir, de inmediato se incorporó en el discurso político oficial sin que se definiera muy bien el alcance de un concepto que, intuyo, tiene que ver con una forma de vivir propia de una sociedad distinta de la capitalista, es decir socialista o, también, con una forma de vida que se aleja del consumismo desaforado y que combate la alienación que han caracterizado al consuetudinario capitalismo rentista venezolano, y que sería propia de la transición; de la vida propia de un Estado de Bienestar.

Buen vivir, vida buena, son frases que pretenden definir estilos o modos de vivir distintas a la que sugiere esta otra frase que todos conocemos: la buena vida. Y en un modo de vivir puede estar contenida toda una manera de ver y entender al mundo, la forma en que nos relacionamos, la forma en que están diseñadas nuestras ciudades, lo que comemos, la ropa que usamos y en general nuestras pautas de comportamiento, preferencias, usos y costumbres y hasta nuestro sistema de valores y creencias. De tal manera, la llamada buena vida es algo asociado por lo general a la despreocupación, la suntuosa comodidad y el placer; algo así como aquella canción de Guaco que habla de una mujer que vivía entre “amigos, viajes y placeres tomados de la mano”. La buena vida o el Nec Plus Ultra de lo que se podía aspirar en la vida de acuerdo a los valores asociados a esa concepción de la vida: consumismo, hedonismo, deseo de ostentar, materialismo, relaciones superficiales y frívolas, etc.

Pero surgen acá dos cuestiones vitales que nos sirven para comprender mejor lo que sería la vida en el socialismo. En primer lugar está el tema del uso de la tecnología. Cansado como estoy de escuchar los pseudo-argumentos que consideran el uso de la tecnología como algo opuesto al socialismo, conviene dejar claro, que a pesar que desde un ángulo personal pienso que la tecnología ha sido y es algo así como el gran alienador por excelencia, que por un lado te deslumbra con un artefacto y por el otro te destruye con otro ―y de ahí que la tecnología moderna sea algo así como una decadencia sofisticada o, de otra manera, una especie de avance deshumanizador―, no podemos sustraernos a la técnica moderna en la medida en que ésta ha logrado producir, en palabras de Varsavsky, “una fuerza física irrebatible”. La sociedad en la que vivimos es capitalista y el estilo de vida predominante es el que este sistema impuso. Luego, no está mal ni es contrarrevolucionario querer el carro, el Blackberry, viajar regularmente, una buena cartera y las hermosas sandalias; el problema está cuando la gente quiere empeñar la vida por conseguir alguna de estas cosas, lo cual sugiere cierta locura y ese nivel de alienación en el que ya el teléfono o cualquier otro artilugio se ha convertido en fetiche. Una cosa es querer adquirir un carro porque necesitas transportarte y otra quererlo porque necesitas buena vida. Hay una diferencia no tan sutil que sería bueno tratarlo en otro momento.

La otra cuestión es la del aburguesamiento, tratada por Raúl Bracho en su artículo ¿Es un aburguesamiento eso del buen vivir?, que recomiendo ampliamente. Este autor inicia su escrito con una importante observación: la introducción de elementos materialistas en el discurso del poder popular, haciendo alusión a que el vivir viviendo, el buen vivir o la vida buena, según el discurso oficial parece entenderse como lograr poder tener “mi casa bien equipada”, gracias a la importación de millones de electrodomésticos chinos de línea blanca y negra, algunos de los cuales, como las pantallas de plasma LCD, son productos que no podían ser comprados sino por la tradicional clase privilegiada. Al llegar a este punto, con cierto sabor irónico, el autor afirma que no es capaz de negar que esto sea buen vivir. Ahora, si partimos de que esta afirmación del autor es retórica y que forma parte del hilo conductor de su discurso, cuya conclusión no es precisamente esta, lo que queda es el hecho de que sí, efectivamente, eso es lo que en nuestras sociedades capitalistas se entiende no como buen vivir sino como buena vida, y además forma parte de la ideología contenida en la semántica de algunas palabras como felicidad, que para el DRAE es “El estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien”.

Para Bracho, esta posibilidad para el pueblo más pobre es una reivindicación nada despreciable, algo así como una realidad que entra en el ámbito de lo deseable hecho posible pero no dentro de lo deseable necesario; pero es también un aburguesamiento, lo cual no considera como algo negativo a priori aunque si lo podría ser a posteriori, porque, coincido con el autor, ser burgués es una cuestión de conciencia. Esto nos recuerda que la estructura económica no siempre coincide con la estructura ideológica, que un obrero o un empleado público pueden compartir ideología con un burgués o un aristócrata, y que éstos a su vez pueden colocarse del lado de los humildes. Agregamos también, oportunamente, que las cosas nunca son tan bipolares y que son bien chigüires quienes así piensan. Lo que plantea Bracho con cierta preocupación es que, junto con la socialización de los artefactos se socialice también la mentalidad burguesa. Una preocupación que se justifica, cuando recordamos que nuestra burguesía no ha tenido nunca esas cualidades que le atribuyó Marx en el Manifiesto Comunista, como clase emprendedora, transformadora de la realidad, y que estaba desempeñando en la historia un papel “altamente revolucionario”. Que se trasladé la mentalidad rentista al pueblo no sería nada bueno. Ese sería el aburguesamiento que ocurriría y del que está permeado la sociedad venezolana en su conjunto.

El carácter redistributivo de la riqueza del proceso bolivariano y su coexistencia con la burguesía lo expresa el autor en este fragmento, aderezado con una interesante ironía:

Nadie dijo que la revolución tenía como fin acabar con los burgueses sino más bien que sus privilegios no fuesen solo para ellos, así que la revolución, para estar claros, se trata de que todas y todos seamos burgueses, o que tengamos y disfrutemos lo que tienen y disfrutan los burgueses”.

Pero conviene recordar que, de un lado, no todos podemos ser burgueses por la sencilla razón de que la pobreza de los pobres es la riqueza de los ricos, aunque en un país como el nuestro, petrolero a lo grande, hasta esa ley, válida en los países industrializados con clase obrera numerosa, habría que colocarla entre paréntesis. Por otra parte, así como el empresario encuentra la manera de evadir las regulaciones de precios que decreta el Estado, también los think thank de la publicidad capitalista, se encargan siempre de crear e instaurar nuevas jerarquías sociales instaurando falsas distinciones.

De tal manera, si buen vivir no significa acceder al estilo de vida de ellos ―burgueses, oligarcas, aristócratas, plutócratas o simplemente privilegiados― pero más barato, entonces ¿De qué se trata entonces eso del vivir viviendo? Lo primero que podemos decir, es que hay una diferencia importante entre querer parecerse a ellos o ser como ellos, y utilizar ciertos artefactos que han logrado convertirse en necesidades en la vida moderna, como por ejemplo los teléfonos móviles, perversos fetiches que se han convertido en necesidad de la vida y de las fantasías del espíritu. Buen vivir, vida buena, entonces, sería superar la alienación, “la personificación de las cosas y la cosificación de las personas”, el estar en lo ajeno, de manera que la embriaguez tecnológica al alcance de la mano no nos haga privilegiar, llegado el instante fatal, el tener sobre el ser, si de lo que se trata es de superar el capitalismo, si de lo que se trata es de construir el nuevo socialismo, democrático, espiritual, humanista.

Así las cosas, con la convicción de que logré sortear a los amigos y amigas que se ponen en guardia frente a las críticas culturales y humanistas a la tecnología, seguros de que lo que queremos es verlos caminar en guayuco por la avenida Bolívar, decimos que buen vivir es dignidad, equilibrio, cultura para la libertad, como decía Martí, o directamente como afirma Bracho al final de su artículo: el más simple y puro comunismo. Pero, en una sociedad capitalista, en un Estado de bienestar, la buena vida y el buen vivir parecen confundirse; como que quisieran confundirse.

@maurogonzag

sábado, 13 de agosto de 2011

El transporte público: ¿objeto de regulación o de nacionalización?

Un tema viejo pero sin embargo siempre nuevo. Con todo, los recientes llamados a paro de transporte que se convirtieron en guarimbas traen de nuevo a primer plano una cuestión vital para el bienestar de la población. Problemas de la vida moderna. Centralización de los medios de producción, de las principales empresas, del poder económico, del poder político, de la diversión, donde la vaina se pone buena. La ciudad, el gran artificio humano, espacios para catedrales, plazas y parques, lugar erigido por la modernidad capitalista en contraposición al campo como espacio de otros tiempos, pasados primitivos. La ciudad, la polis, símbolo de progreso, donde se define la realidad general, donde se hallan los legendarios templos donde se toman las grandes decisiones, necesita de efectivos sistemas de transporte para funcionar.

Una de las premisas –pero también una necesidad- del capitalismo es la de que todo es mercantilizable, privatizable. La ciudad es el lugar por antonomasia de lo público, donde la instauración de la idea del individuo libre fue despolitizando espacios de vida fundamentales para la formación y el mantenimiento de la conciencia cívica y la ética social necesarias para la sana convivencia, para sobrellevar dignamente “el hecho de las aglomeraciones”. Conviene que el tema del sector transporte sea repolitizado y que sea asumido como cuestión estratégica por las comunidades organizadas, sobre todo por el uso político que suele hacerse de él durante las huelgas. En la ciudad, la gente vive en un lugar y por lo general trabaja en otro, muchas veces ubicado a kilómetros de distancia, situación que hace de la llegada cotidiana al lugar de trabajo una diaria procesión y un lidiar al que muchos no se acostumbran, aunque con los grandes cambios tecnológicos de las últimas décadas muchos de esos trabajos puedan realizarse desde el hogar, siempre que se disponga de los recursos  necesarios. Incluso ya se habla de teletrabajo, desde hace tiempo una realidad. Pero el conservadurismo y la falta de imaginación hacen lo suyo.

El ejemplo clásico lo constituyen las llamadas ciudades satélite, cuyos habitantes por lo general laboran en la ciudad, en el centro. Gente que vive en los Altos mirandinos, en Santa Teresa, en Guarenas o Guatire, el junquito… que a diario tiene que luchar contra los azares y tribulaciones de las vías.
Pero no son solo las situaciones de la carretera las que tiene que soportar el usuario del transporte público-privado (empresas privadas que prestan un servicio público), sino muchas veces los comportamientos de los choferes que, como miembros de una empresa, y por tanto de una organización cuyo fin es la rentabilidad y la ganancia, anteponen –y cómo no- sus intereses económicos a la prestación de un servicio eficiente y de calidad. En el país petrolero de la gasolina barata siempre ha sido negocio el transporte. Desde el taxista, el camionetero, hasta las llamadas “Ejecutivas” -camionetas negras que –por ejemplo- desde Maiquetía pretenden cobrar 500 Bs hasta Caracas- se apuesta por el negocio cómodo y lucrativo.

Pongo como ejemplo lo que sucede con una línea que cubre la ruta Altos mirandinos-Caracas. Como lo importante no es llevar a la gente a sus trabajos u hogares sino los reales –y no deja de ser lamentable como estos comportamientos son muchas veces considerados “respetables” y “comprensibles” desde la “ética racional capitaista”- que , así quede un puesto yo no arranco, y si puedo recoger más en la vía mejor pal negocio. Ah! Y si me paro, por ejemplo, en el Km 0 de la panamericana a recoger pasajeros que luego asaltan a la gente para luego quejarme de la inseguridad, eso no fue culpa mía. Yo cobro al subir, y cuando la camioneta por fin llega, luego de esperar una hora y a veces dos, uno pudiera pensar de que si, por fin me voy. Pero no. Comienza aquí el proceso de cobro, uno a uno. Uno se va como veinte o treinta min después de que llega el ansiado transporte. Claro, a menos que este cayendo una tormenta, eventos que hacen pensar a los choferes sobre lo conveniente de cobrar después del embarque.


Los cuentos son innumerables, y como siempre se trata de un capitalismo desbocado que debe ser regulado seriamente por el Estado, y en el caso de las empresas privadas de transporte, un servicio que debe ser fiscalizado por la comunidad organizada, aunque a veces la comunidad se equivoque rechazando las alternativas que ofrece el ejecutivo.

Por lo general, cuando se habla del exceso de vehículos que hoy transitan y viven en la capital, que traen tráfico, estrés y contaminación, se alega que si el transporte público funcionara la gente no optaría por el transporte individual, cuando no se afirma desarrollistamente del segundo piso para Caracas. Otros, afirman que la raíz del mal está en el precio de la gasolina, que debería aumentarse. Pero ésta última opción, se tiende a asociar a la rebelión social del Caracazo, por lo que es mejor dejarlo de ese tamaño, aunque la razón del aumento de aquella vez –una medida que formaba parte del paquetazo neoliberal- se encuentre a años luz de lo que aquí se plantea. No les falta verdad a ambas opiniones, aunque si consideramos el uso del vehículo individual como una parte constitutiva de los gustos y preferencias del venezolano promedio, tendríamos otra variable interesante que considerar.

Entre aumentar el precio de la gasolina, convencer a la gente de que cambie el vehículo propio por el vehículo común, y mejorar sensiblemente el transporte público, parece que hay que comenzar por esta última opción, aunque las otras estén relacionadas intrínsecamente. Son muchos cuentos, muchos detalles, es un tema complejo. En lo que sí creo que estaríamos todos de acuerdo es en la nacionalización de este sector estratégico que, por otro lado, no tendría que ser total. ¿O sí?

@maurogonzag

sábado, 6 de agosto de 2011

Fracasos en la formación político-ideológica. Diálogo entre un funcionario y un cuadro político

Es bueno decirlo de una vez. No se trata de negar los significativos avances en materia de conciencia política que pueden verificarse en el pueblo venezolano, y que han sido producto de la rica dinámica política de los últimos años. Pero una cosa es decir eso, innegable en un país donde el fenómeno político propició experiencias únicas y puso a leer leyes, periódicos, revistas, libros y folletos por doquier a todo el mundo, -aunque sigue faltando mucho- y otra decir que los espacios de formación política y de formación de “cuadros” han rendido frutos; o en todo caso los frutos que necesitamos.

Mi experiencia personal en el tema la adquirí en diversidad de espacios, uno de ellos, la UBV, donde desde el 2005, un año caracterizado por un espíritu revolucionario hoy ausente, se dieron interesantes experiencias de talleres, seminarios y materias electivas dentro y fuera del Programa de Formación de Estudios Políticos y Gobierno, que expresaban el interés –pero sobre todo un gran entusiasmo- en la necesidad de que adquiriéramos la necesaria conciencia revolucionaria. Ya se hablaba de socialismo y de inmediato resurgieron las lecturas de los clásicos, y junto con ellas resurgieron también los viejos demonios, las viejas discrepancias, rivalidades y enfrentamientos que han caracterizado históricamente a los debates en el seno de la izquierda. Esta vez a lo Caribe, a lo venezolano.

Otro espacio que se creó para cumplir con estos importantes fines fue el Centro Internacional Miranda, donde tuve la oportunidad de asistir junto a compañeros que llegaron desde diversos espacios, profesiones y lugares teóricos, a excelentes actividades formativas, foros, talleres, seminarios, incluyendo un taller de formación sociopolítica con Juan Carlos Monedero. Una experiencia valiosa y que fue, ante todo y para mi, una experiencia más. Sin embargo, a partir de allí todos los que participamos en dicho taller y demás actividades en el CIM, fuimos tildados de “monederistas” o “centromirandistas”, o también “posmodernos pequeñoburgueses”. Verga ¡Pero qué creatividad para encasillar y para discriminar! Allí se presentaron algunos nodos críticos que luego advertiría en otros espacios formativos.