He llegado a pensar que la hegemonía del capitalismo, sin duda
desafiada por el proceso bolivariano, se basa en condicionamientos bien
anclados en lo que podríamos llamar inconsciente colectivo. En una
mentalidad de escasez ―que, si haber vamos, es uno de los principios de
la economía clásica― que es alimentada por una visión negativa hasta el
fatalismo, de la realidad. Al parecer, existe en nuestra estructura
social una ideología nefasta producto del fementido rentismo petrolero,
que lleva a mucha gente a sentirse esclava y pobre en medio de una
abundancia que muchos países quisieran disfrutar.
Si en medio de la Paz, mucha gente vivía presa del miedo y de la
sensación de inseguridad, repitiendo y hasta vociferando lo que muchos
medios privados reflejaban como país, uno puede imaginar el barranco
emocional en el que muchos se encontrarán después de casi tres meses de
candela, irracionalidad, violencia y muerte en algunos municipios del
país; después de una serie de acciones vandálicas que se sumaron a la
evidente manipulación de la cadena de distribución de alimentos y bienes básicos que, en un plan que se ha venido puliendo a través de años de conspiración, aplicó la burguesía como quien toca uno de
los botones rojos de su tablero de poder para destruir la Paz e intentar desestabilizar un país
que siempre ha sido una tierra de gracia.
Hace pocos días, volví a constatar esta lamentable “realidad psicológica” en un supermercado ubicado en una urbanización de clase
media donde también hubo guarimba y donde todavía hay “compras
nerviosas”. Como lo hecho otras veces, tomé dos o tres cosas de las que
se pueden comprar ahí ―dice uno― y me ubiqué en una de las colas donde
despachan hasta diez artículos. Delante de mí, una mujer de mediana
edad, baja estatura y lolas operadas, tenía su cesta con 4 cosas que
terminaron siendo como veinte luego de varias idas y venidas para buscar
cosas de última hora, productos que había que llevárselos solo porque
estaban ahí.
La señora, me decía ya vengo que olvidé algo y una cosa llevó a la
otra y se armó una conversación entre ella y otra señora que tenía tras
de mí. “Hay que calarse las colas, que le vamos a hacer”, “Uno nunca
sabe lo que puede pasar”, “¿En cuánto están vendiendo la harina pan?”,
eran las frases al uso y en cuanto hubo chance el intercambio se deslizó
hacia la inseguridad que estaban experimentando sus hijos de igual edad
en la universidad. Uno estudiaba en la Simón Bolívar, el otro en la
UCV. Ambos, una chama y un chamo, habían decidido abandonar sus casas de
estudio para probar suerte en el exterior.
¿Cuál era la razón? La inseguridad. Se habló se ocho robos en una
semana en una de las facultades de la Central, de intentos de violación,
que si no sé quien me dijo, que esto no mejorará, que así no se puede
vivir en este país. Una de las mujeres, luego del elegante derroche de
fatalismo terminaba sus frases sobre la economía y la inseguridad, los
dos temas dominantes, con un “¿Usted entiende? Yo no entiendo”, donde el
“¿Usted entiende?” es un yo sé que ni usted ni yo entendemos lo que
está pasando, ni lo queremos entender, simplemente no lo aceptamos
porque en fin, esto es culpa del Gobierno. “Mi hija está averiguando
para estudiar afuera pero eso son 8 mil dólares mensuales y hay que
verle la cara a eso”, decía la más locuaz. Porque además, estudiar
afuera significaba para ella, noté, estudiar en EEUU una “carrera paga
en una universidad paga”, como dijo cierto filósofo.
El “¿Usted entiende? Yo no entiendo” seguía saliendo como un mantra, y
al fin pude comprender que cuando alguien ha vivido siempre sumergido
en la ideología ―entiéndase, en la falsa conciencia, adorando los ídola―
estructurado por las instituciones de la “sociedad civil”, haciendo lo
que “Dios manda”, tratando de imitar estilos de vida foráneos y, lo más
delicado, sin haber intentado nunca comprender por qué llegó o, mejor,
por qué tuvo que llegar al poder una figura como el Comandante Hugo
Chávez para cambiar este país, se convierte en la masa impensante
estratégica que necesitan aquellos que, de acuerdo a la coyuntura
nacional e internacional, tocan las teclas de la distorsión económica
hasta darle el carácter directo de guerra.
Porque, cuántas veces no escuchamos a la “gente decente” preguntarse
cómo había llegado al poder en Venezuela alguien como Chávez. El
psiquiatra Heriberto González diría que tienen anulado el cerebro racional, diagnóstico que coincide con el “¿Usted entiende? Yo no
entiendo” como síntoma del aludido estado “reptiliano”.
Es el clásico de aquel que no da razones ni quiere tener razón, el
que no quiere entender y que, por esa vía, ante el libro saca la
pistola. Con todo, creo que el camino no es la burla ni la lástima ni la
condena, y sí la Fe y el trabajo sensible por elevar la conciencia de toda la sociedad. Entre el pulso por la vida, las aspiraciones y deseos de la
gente, y el “Yo no sé, yo no entiendo”, hay un gran muro ideológico que
hay que derribar. Un buen comienzo para estas personas sería, sin duda,
querer entender.
@maurogonzag
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