También citamos la ilustrativa y pedagógica explicación que se hace de la obsolescencia intrínseca y de la obsolescencia programada, que muy lejos de constituir ficciones de una mente obsesionada por teorías de la conspiración, son realidades verificables en nuestra vida cotidiana que nos ayudan a comprender mejor el paradigma de crecimiento en el que se basa el actual modelo económico, también conocido como el esquema Ponzi.
Para mantener el consumo cíclico y de esta manera sostener el “crecimiento” de la economía, los bienes y servicios que se ofrecen en el mercado necesariamente deben tener una “vida útil” que llame al reemplazo en un período tan largo como así lo permitan las necesidades de crecimiento del sistema. Esto quiere decir que un producto que se caracterice por su durabilidad y calidad contradice al paradigma del crecimiento infinito, siendo esta la única manera de que el sistema funcione: que el producto, desde un bombillo hasta un reproductor DVD, dure lo que tenga que durar.
Un sistema como este, esquizofrénico, inusitado, absurdo, necesita del consumo cíclico y para lograr este cometido, que consiste en mantener a grandes contingentes de hombres y mujeres en constante consumo, viviendo como zombis, ha tenido que impulsar, promover, imponer, el más perverso desorden en el sistema de valores. Los valores, sistemas de creencias, maneras de ver, de hacer y de pensar de una sociedad, podemos decir, constituyen la base de su funcionamiento. De un lado, podemos llamar a este conjunto de creencias, ideología: esto es, un lenguaje –conciencia práctica- impuesto en la sociedad, determinado históricamente, que forma parte de la estructura social y que no tiene conciencia de su propia dependencia.
Por otro lado, lo que ha demostrado la historia es que la ideología –como lenguaje impuesto- puede imponerse y llevarse a extremos insospechados. Una muestra de ello son los resultados de las grandes campañas publicitarias, manipuladoras de las necesidades por excelencia, y que han logrado configurar la sociedad más consumista y tonta del mundo entero, como es la sociedad estadounidense, ejemplo central que toma Peter Joseph en el documental. A esto se le suman las ideas de status social, impuestos de la misma manera y que crean la compulsión al consumo desde la temprana infancia, donde se acostumbra a los niños a recibir bienes materiales asociados a “las etapas de la vida”, la moda, “niveles de confort”, felicidad y patrones de éxito.
Resulta muy interesante y digno de debates filosóficos profundos lo que se dice de los economistas y de la “ciencia económica”. La definición que da una de las voces resulta central: “Los economistas no son economistas en absoluto, son propagandistas del valor del dinero”. Partiendo de la diferencia entre la secuencia vital del valor y la secuencia monetaria del valor, se afirma con verosimilitud que la base de los razonamientos de los economistas rara vez se sale de esta última, hecho que hace del trabajo de estos “eminentes profesores de la ciencia lúgubre” (Carlyle) unos simples rastreadores de la secuencias del dinero. La ciencia económica y su discurso es como una religión, dotada de una pomposa jerigonza como conjunto de frases abstractas que funcionan como un “inacabable, auto-referido y auto-racionalizado circulo de discurso”.
Todo lo cual, compañeros y compañeras, nos sugiere con fuerza que estamos en presencia –de tal manera que no es casual lo de religión- de una de las ideologías (falsa conciencia institucionalizada) que más ha arraigado en la vida moderna, aunque realmente estemos en presencia, si lo pensamos bien y como afirma Mcmurtry, de “la ilusión más extraña en la historia del pensamiento humano”.
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