Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

domingo, 29 de mayo de 2011

Dilemas de la revolución bolivariana: problema de clase o problema nacional. Mariátegui, Haya de la Torre, eurocentrismos, el APRA y el PSUV

Preliminar


Hace alrededor de dos años, un profesor de ciencias políticas nos comentaba que de acuerdo a lo que planteaba la conocida “teoría del chinchorro” -que dice que la popularidad de un gobierno hace más o menos el recorrido que hace la sabrosa maya de descanso- en ese momento estábamos en el período de menor popularidad, lo que es decir la parte media del chinchorro, y que sólo era cuestión de tiempo –aproximación de las elecciones- para que los niveles de popularidad se recuperaran hasta llegar bien arriba, justo donde el mecate se amarra firme a la palmera.

La sugestiva teoría no parece estar lejos de la verdad y de acuerdo a los resultados que arrojan los estudios de GIS XXI, la popularidad del presidente Chávez, desde la perspectiva de la intención del voto, se encuentra en niveles que permiten hacer claras proyecciones a futuro, a menos de dos años para las presidenciales. Se avecina de nuevo la coyuntura electoral, las estelares elecciones donde los venezolanos hemos dado ejemplo al mundo de participación cívica y democrática durante los últimos años, y que el movimiento bolivariano aceptó y asumió como la vía, con todos sus mecanismos racionales-legales y todas sus implicaciones, para acceder al poder del Estado para iniciar desde allí el proceso de cambio de la –para aquel entonces- desesperanzada sociedad venezolana.

Hoy, transcurridos doce años desde la llegada de Chávez y a seis desde que se optara por el socialismo como el modelo teorético (ideal), la utopía concreta (posible) y el camino a seguir por el proceso bolivariano para alcanzar la mayor suma de estabilidad, seguridad y felicidad para nuestro pueblo, el carácter pacífico del movimiento político en el poder ha expresado y manifestado sus problemas, contradicciones y dilemas más profundos. Estos desafíos, formidables por demás, han sido expresados y planteados como problemas teóricos y de praxis revolucionaria por distintos pensadores, analistas y escritores a lo largo de la historia del siglo XX y de la nuestra reciente; desafíos de los que el mayor de todos parece ser el de la transformación de las relaciones sociales y de producción dominantes en relación circular con las ideas, creencias y valores que las justifican y reproducen. Se trata de cambiar una totalidad, una estructura, un sistema que, viéndolo bien, podría superarse si se transforman los componentes que, teniendo un carácter nodal, crítico, podrán influir sensiblemente en la estructura haciendo del todo, que siempre es más que la suma de las partes, una totalidad diferente.

De todas las opiniones que han proliferado sobre estas complejidades del proceso bolivariano, hay dos de reciente publicación que particularmente me gustaría comentar y que están relacionados con estos retos teórico-políticos de que venimos hablando.


Sobre el papel de la empresa privada en la construcción socialista

El primero de ellos es la columna “Espacio crítico para la construcción socialista #30” de Nicmer Evans. Desde mi visión, este análisis expresa uno de los debates y dilemas clásicos que han sido objeto de acaloradas controversias en el seno de la izquierda latinoamericana y mundial, y que como veremos más adelante recuerda y reproduce, salvando siempre las distancias históricas y geográficas, la polémica desarrollada entre José Carlos Mariátegui, fundador del Partido Socialista Peruano, y Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador del APRA (Alianza Popular, Revolucionaria Americana). Dice Nicmer que uno de los dilemas más complejos que enfrenta el proceso bolivariano es el de la relación que debe mantenerse con el sector productivo comercial, como sector “hijo de una cultura económica rentista”. Veamos.

Partiendo de que existen diversas corrientes de pensamiento que apoyan el proceso bolivariano, la perspectiva que se tenga sobre cómo debe ser la relación con el sector privado da lugar a diversas interpretaciones sobre lo que es y puede ser la sociedad socialista, generando debates apasionados que hasta dan lugar a posiciones irreconciliables, y que sólo pueden ser aglutinadas por el liderazgo del comandante Chávez. De un lado, siguiendo a Nicmer, se encuentran los que están convencidos de que el sector privado productivo y comercial debería tender a desaparecer. Esta postura se explicaría desde la perspectiva de un socialismo cuya medida o cualidad fundamental es la completa socialización de los medios de producción, siendo contradictoria –y hasta peligrosa- la coexistencia entre formas de propiedad social –directas, indirectas, progresivas- con la tradicional propiedad privada y peor si es monopólica o probadamente, golpista.

De otro lado, predeciblemente, se encuentran los que piensan que no resulta contradictoria la coexistencia entre el sector privado productivo y comercial y un sector estatal y socializado - comunal. El autor especifica en este punto que esta última visión es la que está plasmada en el Proyecto Nacional Simón Bolívar, en la directriz IV-1 referida al enfoque del modelo productivo socialista. Y si este proyecto es de carácter nacional, el que presenta la visión de país que viene apoyando la mayoría de los venezolanos y en sintonía con el cual debe estar la planificación de las políticas públicas en el país, la postura de la desaparición de la propiedad privada de los medios de producción pareciera estar fuera de lugar. A partir de aquí, Nicmer complejiza el panorama especificando las subdivisiones que se desprenderían de uno y otro lado: los que defendiendo la desaparición del sector privado, se inclinan de una parte hacia la hegemonía del Estado y de otra hacia el protagonismo de la clase obrera y las comunidades organizadas, y así sucesivamente. Un análisis como el precedente, tiene como telón de fondo uno de los retos teóricos de que venimos hablado: la caracterización de la estructura de clases de la sociedad venezolana (GIS XXI), más allá de los “estratos socioeconómicos” y más allá del esquema clásico Burguesía Vs. Proletariado, no adecuado para el análisis de nuestra realidad específica, como bien lo refiere Ludovico Silva en su libro “Teoría del Socialismo”.

Resulta evidente el carácter intrincado del debate, y la dificultad que salta a la vista de cara a la necesaria construcción del consenso que debe existir en torno al significado del socialismo o  a lo que este puede significar. No obstante, existe una corriente adicional que estaría interesada en una “Revolución Industrial Socialista”, como vía para diversificar la economía, sustituir importaciones creando un sólido mercado interno, producir nuestros propios alimentos y hasta convertirnos eventualmente en exportadores, pero también como vía para crear a esa clase obrera numerosa que no tenemos; como estrategia a mediano plazo para garantizar la existencia de un proletariado numeroso, un sujeto revolucionario clásico no corporativizado ni aburguesado ni moderado por la abundancia y la aprobación de privilegiados contratos colectivos. Esta postura visualizaría la desaparición de la propiedad privada en el largo plazo, en el caso de la primera corriente, y en el mediano, en el caso de la segunda. Lo que si queda fuera de toda discusión -o por lo menos parece ser el derrotero por el que vamos- es que hay que industrializar, urbanizar, tecnificar, modernizar, pues.

El debate entre Mariátegui y Haya de la Torre. El APRA y el PSUV

Haya de la Torre, fundador del APRA
Recordemos en primer lugar que el APRA, aunque fue lanzado como Partido Nacionalista Libertador por Haya de la Torre el 22 de enero de 1928 con el propósito de alcanzar la presidencia de la República, en ese año era considerado más un movimiento teórico-político de carácter continental, cada vez más prestigioso, con el cual Mariátegui simpatizó desde un principio pero que sin embargo no era una organización propiamente nacional, además de carecer de un cuerpo doctrinario coherente y definido. El APRA fue ente todo un movimiento nacionalista-democrático-radical, con énfasis en su definición antiimperialista. Sobre la particular visión de Haya, dice Alberto Flores Galindo que “Haya admiraba a la Revolución soviética, incluso había estado en Rusia y conversado con Trotsky y Lunacharsky, pero creía que el socialismo era una etapa todavía imposible en América Latina, porque antes era preciso superar el atraso, hacer la revolución burguesa que Europa había hecho durante los siglos XVIII y XIX, es decir, acondicionar a la sociedad con el ritmo histórico que desde el viejo continente se irradiaba al mundo”. Cierto, suena bastante familiar.  La idea de que nuestros países tenían que seguir necesariamente el camino de Europa –ya sea para convertirse en un país capitalista desarrollado o en uno socialista desarrollado- fue definida por Dussel como la “falacia desarrollista”.

Mariátegui, fundador del Partido
Socialista Peruano
Este fue el comienzo de las discrepancias entre Haya y el Amauta. El antiimperialismo propugnado por Haya, en el orden de los principios venia primero que el socialismo. En el caso del Amauta y el socialismo indoamericano, el antiimperialismo era una consecuencia necesaria del carácter socialista del programa político de la organización por él fundada. Es decir, el APRA era socialista sólo a través del antiimperialismo; el partido del Amauta era antiimperialista porque era socialista. El aprismo, planteando una teoría sin duda “novedosa” pero en gran medida ambigua, sugería que debido al carácter atrasado de la sociedad peruana -y de esta manera de la sociedad latinoamericana- la incursión del imperialismo en Perú se traducía en la primera etapa del capitalismo y no en la superior, monopólica-corporativa, tal como planteaba Lenin. De tal manera, para el APRA el imperialismo era deseable, beneficioso, porque significaba producción, industrialización, un progreso que sería tal siempre que dicha dinámica fuera controlada por un racionalizado y fuerte Estado moderno.

Esta postura del APRA coincidía así con la visión que la III Internacional planteó en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, celebrada en Buenos Aires en 1929, y donde se planteaba desde la Komintern que entre nuestros países no existían mayores diferencias y que todos entraban dentro de la categoría de países semi-coloniales, ignorando la especificidad histórica de las formaciones sociales de los distintos países nuestramericanos, en un colonialismo de izquierda frente al que los delegados peruanos enviados por Mariátegui a la conferencia, Portocarrero y Pesce, se plantaron con dos tesis que entroncaron con los lineamientos de Moscú: El problema de las razas en América Latina y Punto de vista antiimperialista. En la visión de la Komintern, no existían diferencias significativas entre Perú y México, entre Argentina y Venezuela.

En resumen, el APRA fue un movimiento nacionalista-democrático, antiimperialista, que definió un proyecto de modernización que debía ser dirigido por la clase media y la pequeña y mediana burguesía; en el caso del Amauta y los socialistas, resultaba absurdo considerar la instauración del capitalismo en su etapa de expansión imperialista como signo de progreso, propugnando un modo de organización centrado en su especificidad histórica como sociedad, otorgando el protagonismo como agentes de cambio a los campesinos y a la clase obrera, con hegemonía de ésta última. Definidas las posiciones, resultaba más o menos insólito que Haya, un desarrollista que asumía fervoroso el proyecto civilizador colonial europeo, calificara a Mariátegui de “europeísta”, de eurocéntrico diríamos hoy, por defender una teoría de origen europeo. ¿Quién es el eurocéntrico aquí? Ah perdón! Acaso es el eurocentrismo una especie de insulto intelectual? ¿Será que a estas alturas podríamos asumir un proyecto incivilizador que propugne el decrecimiento y un feliz inprogreso? Esas son preguntas para el debate. Lo interesante de todo lo que venimos exponiendo son las analogías que se pueden establecer entre ese debate, con sus propuestas y visiones, y las actuales discusiones entre las ya aludidas corrientes de pensamiento que apoyan al comandante Chávez.

El Partido Socialista fundado por Mariátegui se encontró en una enmarañada posición entre el APRA y la III Internacional. En tal sentido, sería más esclarecedor que interesante preguntarnos ¿Dónde se encuentra o donde podemos ubicar, de acuerdo a su programa, principios y a la política desarrollada hasta ahora, a nuestro PSUV? ¿Se encontrará este, por ejemplo, en medio del PCV y Acción Democrática? ¿No será más bien el PSUV el APRA de nuestra época? Es necesario aclarar que se está bien lejos de sugerir similitudes entre Haya de la Torre y el Presidente Chávez. Otro sí, algunas analogías cabrían entre nuestro presidente y el general nacionalista Juan F. Velazco Alvarado.

¿El problema es la nación o la clase?

Así las cosas, una de los temas de fondo en este debate, está en si el problema aquí es la nación o la clase. Un Estado sólido, regido por una política nacionalista, que favorece la conformación de una burguesía auténticamente nacional, y que esgrime un proyecto modernizador a la europea o a la norteamericana o que se adapta en fin a las “tendencias” que nacen en los países del “primer mundo”, a pesar de su antiimperialismo, son cualidades de la visión que favorece la idea de nación frente a la de clase. Que el Estado-nacional –de hecho se parte de la idea de que se ha logrado construir un Estado-nacional con todos los requisitos de homogeneidad, densidad y estabilidad del caso- sea capaz de “controlar” la entrada, instauración, crecimiento y expansión del capital monopólico en un país semi-feudal o “en vías de desarrollo”, podría resultar una peligrosa ingenuidad, sobre todo conociendo a nuestras tradicionales élites criollas, que históricamente han demostrado su inclinación al entreguismo más que al nacionalismo.

Pero si la visión que debe predominar es la de clase, entonces no solamente valen sino que son necesarias las definiciones programáticas y las filiaciones teórico-política-filosóficas a determinados proyectos con distintas visiones de mundo, haciéndose fundamentales, lo cual implica ubicar esas posturas y filiaciones en el espectro tradicional izquierda-derecha, con todos sus matices. Este espectro, o este esquema de análisis, por otra parte y desde mí perspectiva, necesita de una profunda renovación, tanto como la izquierda necesita de una completa y urgente renovación ética y teórica. Tal situación nos colocaría en un dilema que puede que sea un falso dilema: ¿debemos favorecer la postura nacionalista frente al archienemigo imperial para favorecer la constitución de un bloque social sólido, ignorando las distintas opresiones internas existentes? O ¿debemos favorecer una postura de clase, de grupo, en lucha frente a otras clases y grupos a lo interno del propio país? ¿Convendría adoptar una u otra postura dependiendo del contexto, de la coyuntura? Nos interrogamos de esta manera a propósito de los planteamientos que hace Carola Chávez en su artículo del 13 de mayo, intitulado “Lo malo de Chávez”.

Protestas en la Cancillería
En su artículo, Carola parece enfilar baterías contra las posiciones llamadas extremistas o de “ultraizquierda”, que con razón manifestaron su descontento, su rechazo, su impotencia, frente a la relampagueante deportación del director de Anncol, Joaquín Pérez Becerra, un episodio que efectivamente golpeó los más elementales principios de solidaridad internacionalista presentes en la izquierda marxista y en todos los revolucionarios que no creen en revoluciones en un solo país pero que, lamentablemente, hay que comprender, como todo lo demás, en su debido contexto. El hecho es que, partiendo de esta crítica dirigida a estas posturas, la autora afirma que:

“El paradigma “izquierda vs. derecha” no siempre encaja con nuestra realidad, lo que se traduce en mala puntería a la hora de enfrentar al enemigo. Y ya imagino a más de uno gritándome de memoria: ¡Con la derecha no se negocia! Pero lo cierto es que estamos frente a un paradigma mayor: Patria vs. Colonia: más allá de izquierdas y derechas está nuestra necesidad de liberación, de lograr el ejercicio pleno de nuestra soberanía. Visto de ese modo, hay tantos venezolanos, que algunos considerarían de derecha, que por patriotas darían orgullosos la batalla a nuestro lado. Por otra parte, muchos dejaríamos de ser considerados pequeños burgueses sospechosos de algo solo porque nacimos en las casas en las que nacimos, ahorrándonos así discusiones huecas”.

Estas palabras resultan elocuentes porque reflejan el debate histórico que venimos comentando, y que parece expresar dos ideas fundamentales. Una de ellas es la tesis de la autora: aquí el problema no es de clases o, este no es el problema principal frente a la más importante cuestión de la autodeterminación y la soberanía nacional. La nación prima sobre la clase. La otra idea expuesta parece tener la forma de llamado a una unidad estratégica frente a cualquier pretensión intervencionista y frente a la necesidad de que las mayorías populares, la clase media y la pequeña burguesía verdaderamente nacional, que estaría representada por EMPREVEN, cierren filas con el comandante de cara a las mega-elecciones que ya se vislumbran en el horizonte. Ahora bien, sigamos profundizando el debate de manera que podamos tener más elementos que nos permitan tomar partido, o por la nación o por la clase; a los que tienen fijada una posición desde hace tiempo, no obstante, los invito a seguir leyendo.

En la introducción que hace Aníbal Quijano a la 3° edición de la Biblioteca Ayacucho de los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana (2007), en la sección dedicada a la polémica Mariátegui- Haya de la Torre, el autor cita un esclarecedor texto de Amílcar Cabral quien, décadas después y desde su propia realidad, llegará a las mismas conclusiones a que llegara el Amauta:

“Una de las distinciones importantes entre la situación colonial y neocolonial reside en las perspectivas de la lucha. En el caso colonial (en el que la “Nación-Clase” combate contra las fuerzas de represión de la burguesía del país colonizador) puede conducir, al menos en apariencia, a una solución nacionalista (revolución nacional): la Nación conquista su independencia y adopta, en hipótesis, la estructura económica que más le conviene. El caso neocolonial (en el que las clases trabajadoras y sus aliados, luchan simultáneamente contra la burguesía imperialista y la clase dirigente nativa) no se resuelve por una solución nacionalista; exige la destrucción de la estructura capitalista implantada por el imperialismo en el territorio nacional, y postula justamente una solución socialista. Esta distinción resulta principalmente, de la diferencia de nivel de las fuerzas productivas en los dos casos, y de la consiguiente agravación de la lucha de clases”. (Amílcar Cabral, “L´ Arme de la Téorie”, Partisans, N° 6-7, 1966.)

Colonialismos, socialismo y heterodoxia

Las anteriores son reflexiones que sin duda arrojan luz en el intento de dilucidar tan intrincada situación. Sin embargo, conviene que agreguemos otros elementos al análisis de la polémica de los 20, que nos darán aún más luces sobre si lo importante aquí, en la Venezuela de la segunda década del siglo XXI, es la Nación-clase, como un heterogéneo bloque social nacional o, una distinción de clases sociales internas en lucha, desde la perspectiva opresores - oprimidos. Decíamos más arriba que Haya de la Torre, con su propuesta manifestaba el carácter colonial, subalterno y dependiente de su pensamiento,  en la medida en que, aceptando la visión lineal de la historia, ese invento –ideología- romántico alemán de que Europa representa el punto de llegada en el recorrido que viene haciendo la humanidad desde un postulado estado de naturaleza, planteando que el Perú de la época se encontraba en una situación de atraso feudal (desde el punto de vista espacio-temporal en lo bárbaro y primitivo), en el marco general de una sociedad oligárquica-colonial y que por tanto, más que una revolución socialista, era menester primero pasar por un período capitalista.

Partenón
Así las cosas, esta visión lineal produjo en Haya un abordaje de su realidad desde la perspectiva de un proceso por etapas. De ahí su ambigüedad y su pretendida originalidad frente al imperialismo, ya que lo que proponía para el Perú era efectivamente una revolución, pero de carácter esencialmente antiimperialista aunque, paradójicamente, era este mismo imperialismo el que con sus inversiones, su tecnología y su “fuerza histórica”, siempre y cuando fuera al tiempo controlado por un Estado fuerte apoyado por las capas medias y la burguesía nacional, el que abriría las puertas de la modernización y el desarrollo del Perú, encaminando así a su pueblo hacia la emancipación. De tal manera, con el arma de esta “original” propuesta teórica-programática, Haya de la Torre acusaba a Mariátegui de “europeísta” por proponer el socialismo, ya que esta era una doctrina nacida en Europa al calor del capitalismo desarrollado y por tanto, donde existía una clase obrera numerosa, con conciencia revolucionaria y preparada por tanto para hacer una revolución socialista. Pero el problema de Haya, en caso de que este sea un problema, era precisamente su excesivo afán modernizador, su excesivo eurocentrismo, que llegaba al punto de acusar a Mariátegui de imitador de lo europeo porque –y esto era en él una convicción- el Amauta se saltaba etapas y procesos por los que debía pasar el Perú para poder avanzar hacia el socialismo.

Pero recordemos aquí, que el socialismo de que habló el Amauta fue el Indoamericano, sin calcos ni copias, basado en el genio y la eficacia del sujeto revolucionario para adaptar y conjugar las propuestas teóricas marxistas, que por supuesto eran europeas, ideas provenientes de otras corrientes filosóficas, científicas y artísticas de la época, y la tradición milenaria indígena el Inca y el Ayllu. He aquí el por qué Mariátegui es un ejemplo de marxismo heterodoxo, crítico y abierto, y el por qué el socialismo en nuestras tierras sólo seria producto de una “creación heroica”, tema este que merecería un tratamiento particular en otro espacio.

No resulta una pérdida de tiempo reiterar la complejidad del tema, carácter que podemos comprobar se hace patente cuando leemos, siguiendo a Quijano, que “En ese momento, Haya y los apristas sostenían que el único modo de rescatar la realidad específica de América Latina en una estrategia revolucionaria, era basarse en el problema nacional y no en el problema de clase para enfrentar al imperialismo”. El combate contra la feudalidad y el carácter oligárquico de la cultura, parecía un espacio de coincidencia entre Haya y el Amauta, inclusive los dos enfoques de la lucha planteados pretendían rescatar el carácter específico de la realidad social de la sociedad peruana, divergiendo sensiblemente, sin embargo, en el carácter de sus respectivos programas. Si seguimos el texto de Cabral, tenemos que una de los factores que hacen la diferencia entre la situación colonial, a la que correspondería la lucha de la Nación-clase, y la situación neocolonial, superable sólo por medio de la lucha de clases, es el grado de desarrollo de las fuerzas productivas y por tanto, la agudización del antagonismo entre fuerzas productivas y relaciones de producción.

Entonces ¿En Venezuela el peo es nacional o es de clases? ¿Será que dependiendo de las tensiones entre decadencia y reacomodo del sistema-mundo moderno/colonial, Sistema Capitalista Mundial o Grupo Bilderberg, cobraría viabilidad en cada uno de los países no alineados alguna de las dos formas de lucha? ¿Más que una elección entre ambas opciones, no privará aquí una alternancia entre ambos ángulos del combate? Este debate, que para Carola Chávez se decanta a favor de la nación sugiere, desde mi perspectiva, una serie de retos teóricos que habría que asumir con claridad en el contexto de nuestra específica y concreta realidad social; constituye un imperativo redactar, siguiendo el ejemplo del Amauta, los respectivos ensayos de interpretación de la realidad venezolana, de manera que podamos elaborar, sin colonialismo intelectual de ningún signo, un buen diagnóstico que nos permita diseñar la mejor terapia. Pensamos que esos esfuerzos, en Venezuela se han hecho en cierta medida, y hasta aquellos ensayos sobre la realidad peruana nos siguen sirviendo de ejemplo en esa dirección pero, si desde nuestro país y por él ya se han ensayado algunas interpretaciones de nuestra realidad, de esas que hacen falta ¡Entonces reunámoslas! ¡Difundámoslas!

Desafíos teórico-políticos

De esos retos ya mencionamos uno, trabajo pendiente que fue recordado recientemente por Amílcar Figueroa en el pasado Encuentro Internacional de Escuela de Cuadros, y que fue suscrito por el teórico argentino Jorge Beinstein en el mismo encuentro: la necesidad de caracterizar la estructura de clases de la sociedad venezolana, un trabajo cuya efectiva y feliz concreción, de ser llevado a cabo con los instrumentos teórico-metodológicos más adecuados, nos ahorraría tantos problemas como necesaria es la unidad de las distintas corrientes, escuelas, tendencias, posturas, y hasta modas, presentes en el que podemos llamar “bloque social del cambio”. De lo que se trata, y en eso estamos claros, es de superar el capitalismo. Sin embargo, muchas veces se nos diluye un importante aspecto de la cuestión, puede que por pereza para pensar o por seculares problemas culturales: si está clara la idea de que el socialismo que debe edificarse debe ser propio, bolivariano, a la venezolana, no es por casualidad, es porque el capitalismo que debemos superar también es venezolano, particular, muy propio, rentista, petrolero.

Alí Rodríguez Araque
Este constituye otro reto teórico de vital importancia, y que debe ser asumido como un imperativo de nuestra época, si de lo que se trata es de lucha, transformación y sobrevivencia de la especie. Así como está pendiente la estructuración de las clases sociales en Venezuela, está pendiente también el análisis en profundidad del carácter del capitalismo venezolano, un trabajo que se ha hecho en medida importante pero que, puede que por la avasallante realidad que refleja, nos ha producido una especie de parálisis creativa - intelectual. En esta dirección, en el cuaderno de “formación ideológica” N° 1 del Psuv, aparecido en agosto de 2009, conviene analizar el trabajo de Alí Rodríguez Araque, denominado El proceso de privatización petrolera en Venezuela, donde esboza el desafío teórico de que venimos hablando. Por lo general, una pregunta bien formulada resulta más esclarecedora que una eventual respuesta, y procura siempre la apertura de nuevos caminos al conocimiento humano. Precisamente eso es lo que hace Rodríguez Araque en este ensayo. Conviene tomarle a palabra.

Cuando constatamos que “el petróleo –y más precisamente, la renta petrolera- ha sido, en última instancia, el principal factor en la conformación de la economía, la sociedad, la cultura, los valores, la ética y el comportamiento político venezolano del siglo XX, proyectándose aún en el siglo XXI…”, no queda otra que preguntarse, como hace el autor ¿Cómo comprender a Venezuela sin comprender cabalmente el tema petrolero? Y más importante aún ¿Cómo transformar la sociedad venezolana sin esa elemental comprensión?

El artículo de Rodríguez la verdad da para mucho, y uno imagina el debate que se produciría entre un chavista, un chavista marxista, un trotskista no chavista, un ecologista, un economista y un neo-estructuralista posmoderno, pero la verdad es que por ahora lo que nos interesa es destacar el llamado que hace el autor en base a las preguntas que se hace, analizando la realidad venezolana en función del propósito trascendental de construcción del socialismo bolivariano. Dado que el factor rentista petrolero sigue teniendo una gravitación tan desbordante –determinante-, tanto en la economía nacional como en el sistema de creencias y los valores predominantes (tanto en la estructura como en la superestructura, diría Marx), el autor se pregunta “¿Puede haber un socialismo rentista así como ha existido un capitalismo rentista? Afirmamos la pertinencia rotunda de esta pregunta para un presente en el cual se ha certificado que somos la primera reserva de petróleo del mundo, lo cual permite hacer proyecciones a futuro sobre el desarrollo del negocio y sus implicaciones de todo tipo, y donde sigue teniendo vigencia el problema estructural de una inflación de históricos componentes especulativos, como producto de los ingentes ingresos que hemos recibido por concepto de una renta petrolera cuya distribución a través del gasto público, ha generado una demanda que nunca ha tenido como correlato la correspondiente capacidad productiva. Esta situación propició la conformación de una burguesía parasitaria y ha hecho de nosotros una sociedad importadora, derrochadora y consumista, para no ir más allá.

Desde esta perspectiva, Alí Rodríguez no puede dejar de afirmar que “La respuesta a la anterior pregunta es uno de los principales desafíos teóricos que tenemos frente a nosotros…”, y no le falta razón. Hemos visto hasta ahora, cómo partiendo de las complejidades de nuestro proceso, de las distintas corrientes de pensamiento revolucionario que se fueron distinguiendo desde que se planteó el socialismo, en el 2005, como propósito y utopía concreta, el debate sobre la perspectiva de la lucha, sobre si la cuestión central es la lucha nacional frente al imperialismo o la lucha de clases a lo interno y externo de cada nación, da lugar a la necesidad de realizar el debido balance histórico de las luchas teórico-políticas que se desarrollaron en Europa y en Suramérica, en los años 20 del siglo XX; un contexto, por cierto, de transiciones y de grandes tensiones, por lo que no resulta un vano ejercicio establecer las respectivas similitudes entre aquel mundo de comienzos del XX, el de Mariátegui, Lenin y Gramsci, y el de la segunda década de nuestro siglo XXI.

Luego de hacer ese balance histórico, salvando siempre las distancias, van surgiendo desafíos intelectuales y políticos que, cuando observamos detenidamente y constatamos que son deudas teóricas acumuladas, podemos comprender que si bien un autor dijo que “cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas”, señalando los cambios vertiginosos por los que ha atravesado el mundo en los últimos 40 años, en nuestro caso las preguntas fundamentales sobre nuestra realidad profunda, sí, se han formulado históricamente de la manera más brillante, aunque nunca hayamos sido capaces de darle respuesta. Los tiempos cambiaron y las preguntas parecen seguir siendo las mismas e incluso parecen haberse acumulado.

Estas interrogantes, como hemos venido mostrando, se han venido planteando como forma de poner sobre la mesa los que consideramos importantes retos filosóficos, teóricos, metodológicos, axiológicos, epistemológicos, políticos, partiendo del desafío de construcción de una sociedad diferente, ese otro mundo posible que hemos llamado Socialismo bolivariano para el siglo XXI.  Esos desafíos, hasta ahora, son los siguientes:

- Estructuración y caracterización de las clases sociales en Venezuela, partiendo de la puesta en duda del mismo concepto de clase social; una categoría de análisis por cierto, que no recibió por parte de Marx el tratamiento profundo y sistemático que dio a otras categorías como, por ejemplo, la de Plusvalía, por la humana y elemental razón de la finitud de la vida.

- La construcción del socialismo a la venezolana partiendo de una sociedad capitalista marcada profundamente por el hecho rentístico petrolero, el cual ha logrado permear todos los ámbitos o sectores de la sociedad venezolana, y que nos permite preguntarnos, con Rodríguez Araque –porque definitivamente nuestro país es y seguirá siendo un país potencia energética mundial- ¿Así como tenemos un capitalismo rentista, será que podremos tener un socialismo rentista? En tal sentido, siendo el Estado el propietario de la renta petrolera y siendo el jefe del mismo una personalidad que ha demostrado ser un legítimo representante del pueblo venezolano tradicionalmente excluido ¿La lucha por el socialismo en nuestro caso se resuelve sólo en la lucha por una mejor distribución de la renta?

Marcuse

Herbert Marcuse
El tercer desafío teórico-político de cara a la transformación, desde nuestra perspectiva lo plantea Herbert Marcuse en su obra clásica “El hombre unidimensional”, un planteamiento que, indudablemente, se relaciona transversalmente con los dos anteriores, en una relación de determinaciones determinadas determinantes (Dussel). La introducción a la obra de Marcuse tiene por nombre “La parálisis de la crítica: una sociedad sin oposición”, páginas en las que este autor analiza las principales tendencias históricas que se han delineado en el desarrollo de la sociedad industrial avanzada, escribiendo desde Estados Unidos, en pleno auge del discurso del desarrollo y la modernización, en el apogeo de lo que se llamó capitalismo de oro o etapa keynesiana de pos-guerra, y en el contexto del enfrentamiento de las superpotencias nucleares del este y del oeste. Marcuse parece aludir la peligrosidad del paradójico desenvolvimiento y crecimiento de la sociedad industrial, dando inicio a su exordio –en buena hora- con esta pregunta:

¿La amenaza de una catástrofe atómica que puede borrar la raza humana no sirve también para proteger a las mismas fuerzas que perpetúan este peligro?

La misma pregunta y las sucesivas afirmaciones que una tras otra hace este autor, como uno de los más destacados pensadores de la primera Escuela de Frankfurt, van señalando el lugar y el trabajo que en esa coyuntura tenía delante la teoría crítica, tal como la tiene ahora, en la Venezuela encaminada por los senderos de una modernización que estaría reproduciendo algunas contradicciones que señala Marcuse en su ensayo. En otra expresión paradójica, el autor refiere que:

“…la sociedad industrial avanzada es cada vez más rica, grande y mejor conforme perpetúa el peligro”.

Afirmación que, pensamos, refiere las consecuencias de carácter político y cultural que parecen ser intrínsecas al “bienestar” producido desde la perspectiva de la economía de mercado como reguladora de los procesos sociales. No obstante, continua el autor diciendo que

“Las necesidades políticas de la sociedad se convierten en necesidades y aspiraciones individuales, su satisfacción promueve los negocios y el bienestar general, y la totalidad parece tener el aspecto mismo de la razón. Y sin embargo, esta sociedad es irracional como totalidad”.

Marcuse es crítico, reflexivo, agudo, incluso desconcertante, aunque no tanto si se ve de cerca:

“Las capacidades (intelectuales y materiales) de la sociedad industrial contemporánea son inmensamente mayores que nunca; lo que significa que la amplitud de la dominación de la sociedad sobre el individuo es inmensamente mayor que nunca”.

Todo lo cual nos sugiere los peligros que acompañan, si de lo que se trata es de emancipación y de liberación, a los procesos de expansión industrial, de perfeccionamiento técnico, de urbanización y de adopción por parte de los dirigentes políticos y por la sociedad en general, de valores culturales propios de la modernidad capitalista. Porque, efectivamente, no se trata sólo de realizar un efectivo, autónomo y creativo análisis materialista de nuestra sociedad, sino de realizar conjuntamente y en relación dialéctica con el análisis materialista, un análisis que incluya los factores culturales, subjetivos, ideológicos, predominantes en nuestra sociedad. Estos dos niveles mantienen una relación circular (Silva), lo cual sugiere que la estructura del Estado, por ejemplo, el ordenamiento jurídico vigente en una sociedad y los valores y el sistema de creencias dominante en ella, si efectivamente constituyen una expresión –más no un reflejo- del modo de producción vigente en esa sociedad, este último puede también ser influido, determinado, transformado, desde sus propias determinaciones. En pocas palabras: El Estado es una expresión del proceso económico, pero el proceso económico puede ser influido –incluso transformado- por el Estado. De ahí que sean determinaciones, determinadas, determinantes (Dussel).

No existen, en este sentido, contradicciones viscerales ni dilemas entre la economía política y los procesos culturales, entre lo teórico y lo práctico, salvo que, como creemos ha sucedido, se ignore la realidad social concreta. De ahí la pertinencia de Mariátegui, de su legado como “polemista” cuya propuesta socialista no consustanció ni podía consustanciar con el nacionalismo-democrático-radical del APRA, ni con las propuestas de la III Internacional.

En fin, el tercer reto que nos convoca y que plantea Marcuse –y que seguramente fue planteado por otros desde otros lugares espacio-temporales- y que se reviste de una particular importancia en nuestra contemporaneidad de capitalismo decadente y  crisis ecológica, es:

- Investigar sobre las raíces de estos desarrollos y examinar sus alternativas históricas, como parte de los propósitos de una teoría crítica de la sociedad contemporánea, como corpus teórico orientado al análisis de nuestras sociedades –la venezolana, la nuestramericana- a la luz de “sus empleadas o no empleadas o deformadas capacidades para mejorar la condición humana”. Porque ¿de qué se trata sino de afirmar la vida humana?

En resumen, las tareas teórico-políticas a realizar, con más o menos urgencia, sin olvidar que dichas labores podrían probablemente concretarse llevando a cabo una simple y efectiva sistematización, son las siguientes:

- Caracterización de nuestra estructura de clases utilizando los marcos teórico-metodológicos más adecuados a nuestra realidad específica.


- Análisis en profundidad de nuestra estructura económica, de nuestro particular capitalismo rentista, como paso imprescindible en el propósito de construir el socialismo ¿Rentista?


- Investigar sobre las raíces de los desarrollos y tendencias económicas, políticas, culturales, sociales, militares, ecológicas, mundiales, hoy visibles, de manera que se puedan definir las alternativas históricas en función de, con las capacidades alcanzadas por la sociedad contemporánea, afirmar la vida humana.

Semejantes desafíos implicarían el fortalecimiento o la creación de los espacios, comunidades de pensamiento, instituciones, más adecuados para cumplir con tan formidable trabajo creador. Por ahora diríamos que aceptar y cumplir esta misión, a la que podríamos llamar Misión descolonización, sería el hilo conductor que nos conduciría fuera del laberinto ideológico en el que al parecer estamos, escenario que sin duda favorecería la unidad de los agentes del cambio, donde confluirían las distintas corrientes, aspiraciones y deseos, y donde seguramente el papel de la empresa privada en la construcción socialista no implicaría un complejo dilema, ni se seguiría promoviendo la división y fragmentación de la lucha etiquetando al compañero de al lado como pequeño-burgués por la casa en que nació, tal como afirma la autora citada.

Finalmente ¿Es de clases el peo? ¿Es nacional el peo? Señalamos como respuesta, si no queremos simplificar, falsear ni mutilar la realidad, la concreción de los retos planteados arriba ¿Existe un problema identitario de fondo? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que el sectarismo y las divisiones intestinas en la “izquierda” le terminen de abrir las puertas al fascismo?

Hablando de fascismo, una última pregunta que, como las de arriba, se intentarán problematizar en un próximo escrito ¿Es el nacionalismo necesariamente fascista?

Altos Mirandinos, 28 de mayo de 2011
@maurogonzag

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