Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

martes, 25 de octubre de 2011

Cristina Fernández criticó en su discurso lo que aquí se conoce como el “Quítate tú pa ponerme yo”

En el cierre de la campaña electoral
Cristina Fernández de Kirchner obtuvo ayer una resonante victoria convirtiéndose en la primera mujer presidenta de Argentina en ser reelecta. Pero además fue una victoria históricamente holgada, sacándole una ventaja de más o menos 8 millones de votos al rival que más se le acercó. Tal victoria, responde a una realidad sociopolítica nacida de las importantes reformas políticas que ha venido impulsando el kirchnerismo, por lo menos desde que su fundador, Néstor Kirchner, ordenara dignamente quitar los cuadros de los dictadores Videla y Bignone del Colegio Militar, hecho memorable de gran carga simbólica.

Resulta inevitable una digresión. Imaginémonos, recordemos, lo que simbólicamente significó, en un hecho físicamente similar pero que simbólicamente fue diametralmente opuesto, el que Pedro el breve, el dictador, haya mandado a quitar el cuadro de Bolívar del salón de Miraflores, en ese escaso tiempo que deambuló por el Palacio; como si hubiera llegado ahí pensando sólo en eso.

Contundente el triunfo de Cristina. Su discurso, dado naturalmente en la Plaza de Mayo, fue recibido fervorosamente por el pueblo cual palabras de Evita o de Perón. El recuerdo del hombre que junto a Chávez y otros dignos jefes de Estado enterraron el ALCA en Mar del Plata, añadió emotividad a las palabras de la flamante presidenta reelecta, quién recordó que su compromiso era con la historia, “con ustedes, con la memoria y con el legado de él…” Sin duda, este triunfo de Cristina constituye un espaldarazo al proceso de integración de Nuestra América, y garantiza la continuidad del proyecto de país que ella lidera, ahora junto al que fuera su ministro de economía, Amado Boudou.

Es así como, partiendo de lo que esta victoria significa para la Argentina y la región, queremos detenernos en el hecho de que dicha victoria constituye la garantía de continuidad de un proyecto político de país, una continuidad que viene dada por la reelección de una persona, de una organización política, de una visión, de un partido. De tal manera, que nuestro interés en un tema que se trató mucho en Venezuela en el marco de la campaña por la Reforma Constitucional, por allá por el 2007, cuando las empresas de información opositoras a Chávez se desgañitaron hablando de reelección indefinida y perpetuación en el poder, se origina en este pasaje del discurso de Cristina: 

Yo quiero convocar a todos los argentinos a la unidad nacional, a que no nos distraigan con enfrentamientos inútiles, a que no discutamos sobre los hechos y las realidades, que en todo caso si esos hechos y esas realidades  pueden mejorarse, pueden enderezarse, nos digan cómo hacerlo, tenemos que pasar a un país diferente, donde el que venga construya sobre el que ya hizo porque el que ya hizo, hizo bien pero bueno le faltó algo y entonces eligieron a otro, esta es la Argentina con la que yo sueño, una Argentina donde tengamos continuidad, que no significa continuidad de personas y de partidos sino de proyecto político de nación y de país, de eso estoy hablando, de esa continuidad, proyecto político y de país



Cristina parece criticar lo que históricamente ha significado la llamada “alternabilidad en el poder”, que en la historia venezolana de la cuarta república no pasó de ser un “quítate tú pa ponerme yo”, y que entre las luchas y tensiones entre partidos, corrientes, visiones, ha conducido a una alternancia que se tradujo la mayor parte de las veces en un echar por tierra, en hacer tabula rasa; en dar al traste con los proyectos en que, el grupo político saliente ―que tuvo “su oportunidad― venía trabajando pero que, finalizado el período de gobierno, no pudo concretar. Es así como muchas obras se quedan a medio hacer, y muchos proyectos  ―no sólo válidos o brillantes sino importantes y pertinentes― quedan engavetados, abandonados a la crítica del polvo y los animales microscópicos. Pero si nos preguntamos ¿Quién realmente termina perdiendo en esta “alternabilidad del poder”? La respuesta salta en lógica irresistible: los pueblos, la gente, los individuos concretos con voluntad, talento, expectativas y necesidades.

En primer lugar, podemos decir que en la medida en que un proyecto político es revolucionario, y que por tanto ostenta un programa político que chocará necesariamente con muchos intereses, incluyendo los del imperialismo, ese proyecto no podrá consolidarse en los períodos establecidos tradicionalmente en el marco de las democracias liberales burguesas. En tiempos de crisis orgánica y de visiones de mundo antagónicas, como es el caso venezolano y digamos que de la región en general, solo en el mediano plazo, e incluso en el largo plazo, es posible concretar cambios de tal envergadura. A esto le sumamos un hecho propio de los países que nos encontramos de alguna manera en una situación subalterna o dependiente. Decía Perón, luego de haber decidido dejar el poder para evitar una masacre de grandes proporciones e incluso, una intervención imperial directa, que lo difícil no era lograr la emancipación sino mantenerla, sostenerla en el tiempo hasta alcanzar la completa liberación. Y aquí las palabras clave son: sostén en el tiempo.

Menos aún, podría concretarse en un lustro un proyecto que se ha propuesto sacar de la pobreza al 80% de la población de un país, como fue el caso venezolano; que se ha propuesto recuperar la soberanía y la autodeterminación luego de largos períodos de entrega de riquezas. Todo lo cual nos habla de una realidad propia de nuestros países en pleno proceso de segunda emancipación y de integración: los proyectos  nacionales, populares, de cambio y transformación social, dados los desafíos que tienen que enfrentar en lo interno y externo, no pueden concretarse en los períodos de gobierno que establecen las constituciones de la mayoría de los países del mundo. De ahí que, como lo fue el caso de Venezuela, se haya tenido que enmendar la Carta Magna para permitir más de una reelección, que era lo que en principio establecía. ¿Cuántas constituciones no han sido modificadas en los últimos años con este propósito reelectivo? ¿En qué casos esas modificaciones constitucionales para permitir reelecciones no están relacionadas con la necesidad de dar continuidad a proyectos de mediano y largo plazo?

El tema da para mucho, sobre todo desde la periferia, desde países subalternos donde los sistemas electorales y de partidos; donde la democracia política se configuró en un contexto de colonialismos internos ejercidos por minorías, lo cual limitaba desde su nacimiento esa concepción liberal que concibe al Estado como un ente pluralista, sin ninguna clase particular representada, y donde diversas organizaciones políticas pueden competir “libremente” y tener posibilidades de acceder al poder. No señor, aquí las cosas no son ni nunca fueron así. Pero sucede, que en esta tierra de gracia y utopías han querido ser más papistas que el papa y más liberales que Adam Smith y Milton Friedman.

Así las cosas, el sueño de Cristina sería realizable solo en un contexto donde cada país de la región ha logrado construir una sociedad soberana, autónoma, productiva, liberada de todo coloniaje de cualquier signo, y sobre todo donde esos países, nuestros países, han logrado integrarse y consolidar dicha integración. Porque, sin Cristina no habría continuidad de proyecto de país, y sin Chávez tampoco.

amauryalejandrogv@gmail.com

@maurogonzag


martes, 18 de octubre de 2011

A montarse todos en el "autobús capitalismo" del "progreso popular"

En artículo anterior hablábamos del “Capitalismo popular” de María Machado, como un irrespeto a la gente que, informada como está sobre lo que en el mundo ocurre, no se come viejos cuentos ―dicho sea de paso fracasados― como ese de que el capitalismo, un sistema que por naturaleza privatiza los beneficios y socializa los daños, puede llegar a ser “popular”.

En ese supuesto de “capitalismo popular”, que es, como hemos dicho, una inviabilidad de orden racional, un discurso que se utilizó en su momento para cohonestar la imposición del neoliberalismo en los años ochenta, se haría realidad la funesta distopía capitalista ―que viene siendo la utopía del propietario de buen corazón― de la “sociedad de propietarios”; propietarios, se supone, de sus medios de producción. Porque todos somos propietarios de alguna manera ¿O no? Ahora, hablar de una sociedad de propietarios de medios de producción es hablar de un conglomerado entero que vive comprando y vendiendo o, mejor, comprando el tiempo de los demás y vendiéndose. Una sociedad que tendría como divisa el compro y vendo, luego existo. Algo así como la clásica libre concurrencia.

Pero sucede que los tiempos de libre concurrencia terminaron en el siglo XIX. Estamos en la edad de las transnacionales, de los monopolios, de los imperios. Imperios en crisis pero imperios todavía. De ahí que la propuesta de la precandidata, aparte de ser una contradicción, un artificio del lenguaje, carezca de factibilidad real; valga la redundancia. Otra cosa sería si la propuesta incluyera la expulsión de todas las empresas transnacionales del país para darle paso a la formación de un mercado interno donde todo lo que se compra y vende es producto de una burguesía pionera, nacional y emprendedora, pero tengo la impresión de que los tiros pre-majunches no van por ahí.

Nuestro sistema, es bueno recordarlo, sigue siendo capitalista. Vivimos en un capitalismo rentista de socialización creciente. Es decir, donde las ganancias extraordinarias que recibe el país se pretenden redistribuir ―y se redistribuyen― con criterios de equidad y justicia. De ahí que algunos se hayan preguntado si nuestro socialismo, dado nuestro ―al parecer― insuperable y fatal rasgo de país petrolero, pueda ser un “socialismo rentista” o, para ilustrarlo mejor, un socialismo a la sueca, donde a cada cual le toca por derecho su barril de petróleo. Un barril que puede adoptar la forma de techo, salud o educación. Claro, hoy existe clara conciencia de que ese carácter petrolero debe ser superado como propósito trascendente del proyecto Nacional Simón Bolívar, en tiempos de cambios climáticos irreversibles, y que por consiguiente piden la construcción de un mundo diferente, socialista y ecológico.

De tal manera, que hasta el progreso, ese mito ilusorio y destructivo, pero que relumbra en el imaginario de mucha gente que ve como se levanta un nuevo centro comercial de cristalinos ventanales en pocos meses, si no se redefine como sinónimo de bienestar, felicidad, cultura y seguridad, más allá de su alusión a un bienestar que sería un supuesto producto de los “avances” de la ciencia y la tecnología ―que jugarán su papel―, no sería otra cosa que un autobús desbarrancado o, en la clásica definición, un burro tras la zanahoria.

Finalmente, ni “capitalismo popular”, porque este es impopular y antipopular desde lo teórico y lo práctico, ni autobuses de progreso, que es otra forma de decir capitalismo popular. Sí, porque aquí la palabra progreso se refiere al capitalismo y el autobús pretende aludir lo popular. Ambas propuestas carecen de credibilidad, y son un intento bastante poco elaborado de usufructuar un interés por lo social que en realidad no tienen, por lo menos en el sentido emancipatorio y liberador.

@maurogonzag

miércoles, 12 de octubre de 2011

Que viva el "capitalismo popular"

Dice el diccionario de la Real Academia del vocablo oxímoron: Combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido; p. ej., un silencio atronador. La definición resulta, como lo son las que ofrece el libraco real, estilizada y aséptica. Y es que, cuando se trata de poesía, de literatura, de ficción, todo está permitido y esta combinación de palabras con sentido opuesto puede dar lugar a nuevos y refulgentes sentidos; no así cuando se trata de conceptos referidos a formas de organización social o a toda una visión de mundo.

La audacia demagógica de la precandidata de la MUD, al proponer la ya más o menos vieja mentira del “capitalismo popular”, parece desafiar uno de los últimos artículos de Luis Britto García, intitulado Neolingua. En esa pieza, Britto comienza ofreciendo variedad de ejemplos de estas frases que, fuera de la poesía, se convierten en puro artificio volteador del lenguaje, yendo más allá de la frontera del eufemismo y lo políticamente correcto. Es así como se pretende que haya un “imperialismo humanitario”, “holocaustos bienhechores”, “agresiones pacíficas” que seguramente vienen del “fuego amigo”, cosa emparentada con el “bombardeo filantrópico”, que producirá “males buenos” como el “genocidio vivificante” o el “exterminio saludable”. Pero no hay que alarmarse, porque de lo que se trata en el fondo es de una “destrucción edificante” que producirá una “devastación creadora”.

Es así como una de las últimas obras de Eduardo Galeano, lleva un nombre que refleja el espíritu de la época en que al parecer vivimos: Patas arriba. La escuela del mundo al revés. Lo del “capitalismo popular”, aparte de ser una vieja mentira enarbolada en su momento, entre otros personajes, por Margaret Thatcher, es también un “enunciado que expresa o que contiene una inviabilidad de orden racional”, es decir, una aporía. Es una irracionalidad, un irrespeto a la inteligencia de un pueblo que, si bien sabe que aún vive en el capitalismo, comprende que es el sistema que tiene pasando hambre a una considerable parte del mundo, el que ha provocado tres guerras mundiales, las guerras de Irak, Afganistán y Libia, el saqueo de África, entre otras perlitas, además de ser el sistema que tiene “indignados” a los pueblos de los regiones más capitalistas del mundo.

De ahí que puedan percibirse resabios de demagogia cuartarrepublicana en la funambulesca expresión “capitalismo popular”, frase que por otra parte no deja de recordar las propuestas aquellas de la tarjeta Mi negra, la de estudiar una carrera paga en una universidad paga, o la de que todos podríamos montar, luego del efecto derrame, una venta de helados. De tal manera, la visión de la pre candidata es llenar al bulevar de Sabana Grande de juan chicheros o, también, hacer del pueblo una sociedad de propietarios donde cada uno sería dueño de su propia miseria. Lo más opaco de tal discurso, sin embargo, es que parte de una falsa premisa, afirmando que la Venezuela de hoy es comunista o socialista, y yo lo que sé, si no que alguien me corrija, es que Venezuela ha logrado emanciparse en el marco del capitalismo, rentista y regulado por el Estado, pero capitalismo, donde se ha logrado distribuir mejor el ingreso en el marco de la recuperación de la soberanía por parte del movimiento político bolivariano, y donde mucha gente, más que en toda la historia del país, se ha hecho propietaria de su tierra, de su techo, de su carro, de su moto y de su destino.

Finalmente, lo que parece manifestar el discurso del “capitalismo popular” es una defensa anticipada de la propiedad privada de los medios de producción, la independencia del individuo frente al Estado, la tecnificación de la sociedad, la fragmentación de la comunidad y una defensa extemporánea del mercado en detrimento del papel central del Estado como actor e interventor central en la realidad social. Liberalismo trasnochado y cínico, porque ni siquiera la tercera vía pues…

@maurogonzag

domingo, 2 de octubre de 2011

Es mejor tenerlo y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo: pura ideología al servicio de la explotación

Seguramente el lector habrá visto alguna vez el comercial donde un conocido animador de la televisión venezolana, quien fuera en su momento el sucesor de Amador Bendayan en el circo de sábado sensacional, invita a la adquisición de una póliza de seguros indistintamente de que a usted le haga falta.

La figura nos invita a la compra del seguro ―que por supuesto es presentado como una noble y necesaria inversión― con este sugestivo juego de palabras: es mejor tenerlo y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo. Caramba, pero que escandalosa lucidez la de estas palabras que, por cierto, expresan de manera cruda la lógica de la sociedad de consumo en el marco del capitalismo global, hoy en crisis. Y es que detrás de tal “necesidad”, sin hurgar demasiado, detrás del retruécano truculento, lo que encontramos es un mensaje dirigido a una sociedad donde reina campante, el miedo. Un miedo asociado como no, a una percepción de inseguridad. Percepción inoculada, cómo no. Y no es que las probabilidades de que algo nos pase sean nulas, no. No es que no haya hechos delictivos en nuestro país. Aclaro de una vez, que excluyo de esta reflexión a todos aquellos que disponen del seguro porque realmente lo necesitan que, me permito intuir, son la minoría de la población en este país de gente joven.

Porque, amiga lectora, si hacemos un esfuerzo y hacemos una pausa en nuestro muchas veces frenético estilo de vida, y respiramos profundo y apagamos la televisión y la radio y nos relajamos, y nos detenemos un momento a analizar frases publicitarias como la citada, además de ciertos refranes y dichos populares, nos daríamos cuenta, ya sea en una inesperada epifanía o por medio de una vaga sospecha, que el significado de dichas frases, que por lo general contienen algo de verdad y en eso consiste la trampa, expresan el más puro pensamiento conservador cuando no son pura ideología al servicio del capitalismo y su forma de organizar la sociedad. Porque, como “se dice”, muchacho no es gente grande y por esa vía la juventud queda descalificada hasta que deja de serlo, sin olvidar que más sabe el diablo por viejo que por diablo y que si así es la vaina entonces la experiencia siempre primará sobre el pensamiento renovador, con el peligro de que los viejos paradigmas perduren mientras perduren los que Oscar Varsavsky llama ―para citar un ejemplo del campo universitario― los profesores fósiles.

Pero volviendo al Slogan publicitario, me pregunto si la idea de que tenemos que tener algo sin que lo necesitemos no es la base sobre la que se levantó toda la sociedad de consumo, que funciona gracias a la conocida obsolescencia programada y a la ofensiva pasmosa de la publicidad comercial. Esta última, sabemos, ha sido la histórica creadora de falsas necesidades que terminan muchas veces constituyéndose en necesidades más imperiosas que el techo y la comida. Es así, como siempre será más “conveniente” y “sensato” tener sin necesitar. Pero en el caso de un Seguro de Vida, el chantaje se hace como más explícito. Porque mientras más caro es el Seguro, habrá mayor cobertura y ciertamente, tal como la medicina en el marco del capitalismo histórico, aquel se convierte en una invitación a que te enfermes, te accidentes, te estropees o te infartes. El Seguro no te recomienda una dieta sana y está lejos de promover la medicina preventiva. Por el contrario, fortalece la percepción de inseguridad y explota el miedo milenario que, asociado tanto a cuestiones religiosas como a las más laicas, forma parte del sistema de creencias, de la ideología al uso y que subyace en toda sociedad. Como las computadoras, siguiendo a Roberto H. Montoya en su libro La ciencia ha muerto… vivan las humanidades, los seguros parecen ser una “solución en busca de problemas”.

Ciertamente, el tema de la ideología es un tema complejo. Afortunadamente, para no perdernos en los meandros de tema tan abstracto, disponemos de la obra de Ludovico Silva quien, en su Plusvalía ideológica, dice que lo que Marx entendió por ideología es lo que Bacon planteó en su teoría de los ídolos, que tiene como aspecto central el entender el fenómeno ideológico como un lenguaje impuesto a las sociedades. Sabemos que los métodos para imponer lenguajes es lo que nos ha brindado la técnica del último siglo, y que quienes imponen la gramática al uso han sido los ideólogos de la modernidad capitalista. Toda ideología está determinada por la realidad histórica. Dice Ludovico que la ideología “es un componente estructural de la realidad social; forma parte de la realidad mas no de sus relaciones visibles”. Por otra parte, Max Horkheimer, citado por el filósofo venezolano, sobre el tema plantea que: “Debería reservarse el nombre de ideología –frente a la verdad- para el saber que no tiene conciencia de su dependencia y, sin embargo, es penetrable ya para la mirada histórica”. Ese saber del que habla el autor alemán, es el lenguaje impuesto que forma parte de nuestro “sentido común”, de la estructura social, de lo inoculado y ajeno, pero que ciertamente es penetrable, lo que significa que podemos investigar sus orígenes, quebrándolo, para remontarlo y superarlo, y así alcanzar una conciencia que implicaría la necesaria transformación del sistema en el que vivimos.

Ludovico cita a Ortega y Gasset, quien sobre el tópico de las ideas y las creencias, nos dice que “las creencias no son ideas que tenemos, sino ideas que somos”, señalando así el lugar de la ideología. Esas ideas que somos forman parte del sistema de representaciones y creencias en el cual usualmente  “viven avecindados” los miembros de una sociedad. De tal manera que “lo que se piensa” y “lo que se dice” forma parte de la ideología de una sociedad, y ese hombre-todos u hombre-ninguno que “dice lo que se dice”, es ese manto ideológico que debe ser quebrado en una auténtica batalla de las ideas, donde la ideología del sistema, ese reflejo invertido de la realidad histórica, debe ser destruido por la conciencia revolucionaria.

Porque, ¿quien dice que “Es mejor tenerlo y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo”? ¿Serán acaso los socios de los que día a día inoculan miedo y generan de manera sistemática una percepción de inseguridad que muchas veces no se corresponde con la realidad?

No permitir que nadie decida cuáles son nuestras necesidades es un acto revolucionario. Seamos capaces pues, soberanamente y en contra de la ideología oficial, de decidir que necesitamos y qué no. Y cuando la justificación venga de ese misterioso “se dice y se piensa que hay que tener o que hay que hacer tal o cual cosa”, tramposo, difuso y deslocalizado, no olvidemos preguntarnos:

¿Quién dice qué?