Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

jueves, 5 de enero de 2012

Una reflexión sobre el trabajo

Mujeres trabajando
Ha predominado en la historia de la modernidad capitalista, una concepción del trabajo que entiende a este, no como la actividad vital ―libre por antonomasia―  que permite la producción y reproducción de la vida humana, muy lejos por cierto de esclavitud u hostilidad alguna, sino como lo que no haríamos de no tener la necesidad de hacerlo. Las raíces de tal concepción habría que buscarlas en los avances tecnológicos que, subsumidos por la ética racional capitalista, originaron el fenómeno de la Revolución industrial, un proceso que resultó traumático para todos aquellos que, si bien habían vivido hasta ese momento una vida ―diríamos desde nuestro mundo de principios del siglo XXI― con ciertas “limitaciones”, de repente fueron violentamente desarraigados de la tierra donde desarrollaban esa vida para convertirse en mano de obra “libre”.

Son conocidas las historias del capitalismo salvaje del siglo XIX, las de los deshollinadores; las de las mujeres y los niños ―pero también de los hombres― trabajando jornadas insufribles de dieciocho horas; una historia y una dinámica propia de la clásica metrópoli capitalista que por cierto se nutría del trabajo incesante y esclavo y la riqueza natural de los territorios ― convertidos ahora en tierras de la periferia― que las excursiones del 1492 habían conectado fatalmente con los conflictos, vicios y penurias europeas. La historia es harto conocida y la obra de Marx, paradigmática crítica del paradigmático capitalismo industrial descollante constituye, dentro de sus análisis, críticas y propuestas, un testimonio sufriente de lo que la “civilización” hacía al mundo en esa carrera de alienación y fetichismo desenfrenado.

Ese sigue siendo el mundo en el que hoy vivimos, y habría que preguntarle a la gente, a todo aquel que esté inmerso en las relaciones de producción capitalistas, como obrero, empleado del Estado, pequeño comerciante o en algún otro estrato donde se padezca algún tipo de irrespeto, explotación u opresión, si seguirían haciendo ese trabajo de no tener la “imperiosa necesidad de hacerlo”; qué harían si tuvieran cubiertas sus necesidades materiales básicas, en qué actividad emplearían su tiempo. En el sistema capitalista hay que arreglárselas de alguna manera, y habría que imaginarse cómo era la sobrevivencia en la época del capitalismo clásico en Inglaterra o Francia. Si en el proceso de migración a las ciudades que llevó aparejado la centralización de la producción y del poder político, el hombre que llegó con su familia a “buscarse la vida” proveniente de un campo abandonado, reapropiado por algún potentado o, simplemente desolado, aburrido, peligroso y monótono, y logra algún puesto en la industria, como la petrolera a principios del siglo XX en Venezuela, y logra así sostener a su familia, medrar, comprar una casa, “progresar”, tal esfuerzo no carecería de nobleza y también se podría calificar de admirable.

Pero es posible que de no haber tenido la imperiosa necesidad de hacerlo, de no haberse desarrollado ese cambio en las estructuras sociales de la mano de la salvaje modernidad, esa migración no se hubiese producido.

Hoy en día, el trabajo esclavo aún existe y más aún, donde no existe este existe la mentalidad de esclavo. De ahí que en la actual sociedad capitalista, en un sistema que parece reafirmarse y justificarse por sí solo desde todos los campos de la vida, no sea sustituible si no hay un sustancial cambio de mentalidad que, como todo cambio, puede comenzar con modestos pasos, en un contexto como el venezolano donde afortunadamente se habla de socialismo y se trabaja día a día por el buen vivir. Y como el ser humano puede condicionarse, uno podría preguntarse si no nos acostumbramos en algún momento ―aprendiéndolo desde nuestro inicial proceso de socialización― a esa concepción del trabajo como algo hostil que no haríamos de no tener la necesidad de hacerlo, pero que es ley de vida y otorga nobleza porque es lo que Dios manda. Hay en este punto, me parece, uno de los nodos críticos si de lo que se trata, si lo que queremos, es construir una sociedad alternativa a esta que tenemos.

Nadie duda de que el trabajo sea fundamental para lograr el desarrollo de cualquier sociedad. Pero los avances en materia de tecnologías de información y comunicación, nuestra abundante riqueza, las bondades de la planificación, y la posibilidad cierta de poder mejorar la eficiencia en todo espacio de trabajo, le otorgan a la reducción de la jornada laboral una evidente y concreta factibilidad.

Porque si creemos en el reino de la libertad, y no en la libertad para vender la propia fuerza de trabajo porque la vida es dura y vivimos en una tenebrosa escasez, el tema de la producción y reproducción de la vida real está en el centro del debate sobre el socialismo, y no tanto desde el punto de vista económico como desde una perspectiva cultural, existencial, trascendente. Habría que luchar contra la nefasta influencia del pensamiento conservador, liberarnos de la ideología del trabajo, encontrando la manera de convertirnos en seres cuya actividad vital, física y espiritual, sume a la producción del pan, la realización del propio potencial.

@maurogonzag
amauryalejandrogv@gmail.com

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