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miércoles, 8 de agosto de 2012

Zapato 3 entre los libros y los árboles

El bajista Fernando Batoni
Ver a Zapato 3 en el corazón del parque Los Caobos, gratuitamente y como forma de clausurar una feria de libros, ya era una buena combinación. Las varias generaciones que desde finales de julio visitaron la III Feria del Libro de Caracas, iban a tener la oportunidad de presenciar el espectáculo de una de las mejores bandas de Rock que tuvo Venezuela, hace ya dos décadas. Torrente de letras, lugar de encuentro, guitarras desbordantes, eje del buen vivir.

Comprar un libro de Ludovico Silva, tomar un café o beber una guarapita detrás del Museo de Ciencias, participar en algún foro o conversatorio, para luego adentrarte en un bosque cuyo centro iba a ser estremecido por los instrumentos y las voces amplificadas de una buena banda, de ese género que se resiste a morir llamado Rock, son cosas que no se pueden hacer muy seguido.

Henos aquí de nuevo en la plaza circular, en la emblemática Plaza de los Museos. En el último día de la feria, el amplio círculo rebosa de gente, de niños, jóvenes, adultos, viejos, caminando de aquí para allá, sudando la gota gorda con el intenso sol de agosto. En la tarima central se discute sobre la problemática de las editoriales alternativas. No hay lugar para sentarse, los jóvenes están ausentes en la charla. Me quedo escuchando unos minutos. La crítica necesaria fluye armónicamente. De atrás de la tarima viene un grupo de muchachos con la ya simbólica franela vinotinto ondeando banderas llenas de color y de consignas.

Tenía diez años que no veía al viejo Edwin, un incondicional de la música de los hermanos Segura y su banda, con el cual compartí algunos buenos ensayos de garaje, principiando el siglo.


Siguiendo el reportaje de Yennifer Calvo, aparecido en el Ciudad Caracas de hoy, “Aunque desfilaron seguidores de distintas edades y generaciones, el común del público rondaba entre los 30 y 40 años”; pero la realidad es que por lo menos la mitad de los presentes eran chamos que estaban viendo a Zapato por primera vez. Claro, no estábamos haciendo un estudio científico de los grupos etarios que asistieron al evento, pero cuando Carlos Segura preguntó al público, en las primeras de cambio, quienes estaban aquí “por primera vez”, el ruido y las manos levantadas fueron elocuentes.

Nunca es difícil para los miembros de una banda veterana que marcó una generación, darse cuenta que parte del público no se sabe las canciones. Después de 13 años de ausencia, había que ser bastante fiel para no haber olvidado algunas de esas letras, de esas melodías. El primer concierto de Zapato 3 en Caracas, luego de su regreso, fue en la Universidad Metropolitana, con esa parte de la fanaticada acomodada que pagó su entrada, nada módica, y se trasladó hasta el recinto universitario, como sabemos nada céntrico. Habría que ver como estuvieron los coreos allí.

Entrando al parque ya se divisaban las camisas negras, algunas verdaderas reliquias con el nombre de la banda estampado, algo borroso y arrugado, en el pecho. Algunos grupos, parejas, individuos, se aproximaban parsimoniosamente al espacio adyacente a la fuente, como si hubieran salido de sus oscuras cuevas después de una larga hibernación para reunirse con su viejo gurú. Pegado a la baranda, el viejo Edwin conversaba con una mujer de aire amigable que oscilaba entre muchacha y señora. Lucía una camisa negra con el viejo símbolo de la banda. Sus ojos y su sonrisa eran de veinteañera, puede que como la de muchos esa noche, y no le gustaba que le dijera “usted”.

La banda “Los que rezan”, dio inicio al espectáculo, creando la atmósfera con un estilo clásico que incluyó algunas baladas, para dar la bienvenida a una banda, nacionalizada mayamera, pero que seguía siendo emblema de lo más granado de nuestro rock nacional. El primero en aparecer fue el baterista Diego Márquez y el tecladista Verdaguer. Carlos Segura, vistiendo camisa a cuadros, bufanda, sombrero y lentes de pasta, apareció ágilmente en el escenario pegando brincos con su pandereta. Cierto fue que el guitarrista exhibió un aire veterano a lo Eddie Vedder, y que el Batoni pareció homenajear a Cerati con su indumentaria.

Fueron dos horas de buena música. Segura brincaba en una pierna golpeando su pandereta como en sus mejores tiempos. Su rostro se contorsionaba alternativamente con el virtuosismo de su hermano, con el emblemático acorde. La altura de la tarima ofrecía la posibilidad de la cercanía con el público, al que dedicaba raudas miradas, y que además filmó y fotografió. Atrás de mí, que estaba casi pegado a la baranda, un grupo de adultas contemporáneas nos dejaba sordos con su histeria, aunque no pareciera tan sincera. Hubo algo de nostalgia, recuerdos de la movida de hace quince veinte años, donde el Estado, la sociedad, la democracia, la cultura, la sensibilidad, era otro y eran otras.

Un compa del grupo me aseguró que Carlos debió llevarse la bandera, que no debió devolverla; que para eso se la habían dado. Lo cierto, es que ocasiones como esta, estos regresos, vueltas o, “últimas cruzadas”, sirven para darse cuenta de los sustanciales cambios que se han vivido en el país en los últimos años, para experimentar la nueva atmósfera de convivencia que se conforma para el bien de la ciudad y de las nuevas generaciones.

¿Qué impresión se llevó Zapato 3 de su país? Esperemos que hayan notado el cambio cultural en desarrollo en Venezuela, que se hayan llevado una Plusvalía ideológica, alguna obra de Rengifo y si no, por lo menos un sabor a Patria sólida y fuerte, a Patria renovada.

amauryalejandrogv@gmail.com
@maurogonzag

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