En Venezuela, la renta petrolera y la sociedad rentista que esta produce, ciertamente configuran un cuadro sociocultural y sociopolítico complejo, de ahí que sea pertinente empezar por ahí al emprender cualquier análisis de la sociedad venezolana, y más aún cuando ensayamos un análisis del proceso político venezolano, de la Revolución bolivariana.
En los últimos años ―como todo el mundo― he tenido conversaciones (discusiones) sobre política con allegados, familiares y amigos. En una de las más recientes, noté que surgió de nuevo una “crítica” dirigida a lo que se podría llamar “contradicciones de la revolución” o, “incoherencias de los revolucionarios”. De entrada, señalo que cabe aquí el tema de nuestro consuetudinario consumismo, las viejas críticas del Che Guevara de hacer la revolución con las armas melladas del capitalismo, la mentalidad “pequeño burguesa” que caracterizaría ―de acuerdo a las últimas investigaciones de Hinterlaces― al venezolano y a la venezolana, nuestro modo de vida, cosmovisión, sistema de creencias y valores, educación, y todo aquello que desde la perspectiva antropológica defina nuestra cultura.
Esta “crítica”, todos la hemos escuchado en algún momento y tiene que ver con aquellos funcionarios, directivos, cuadros medios, y a fin de cuentas con todos aquellos que, al tiempo que manifiestan y defienden su filiación política socialista, portando su camisa roja y sosteniendo un discurso abundante en consignas revolucionarias y frases de Marx y el Che, se declaran partidarios “del vino, las mujeres y los perfumes” de la burguesía, para decirlo con palabras de Trotsky, quien en su momento opinó que los tres elementos citados era lo mejor que tenia para ofrecer la clase dominante. Apartemos esos tres elementos simbólicos y hablemos de las “cosas buenas”, “cosas caras” y demás exquisiteces que se tienden a asociar con status o que han llegado a convertirse, dadas ciertas condiciones históricas, en verdaderos fetiches del mercado. Un ejemplo entre muchos, los blackberrys.
“Miren a esos socialistas, comiendo en McDonalds”, “Mira la camionetota que se compró ese socialista”, “Eres socialista y te gustan las cosas buenas, no entiendo”, “¿Eres socialista y compras en el imperio?”, “Miren a este socialista usando pura ropa de marca”, “¿Eres socialista y usas la tecnología del imperio?”, “Tremendo socialista, admirador de Michael Jackson!”, “Este es el peor, socialista tomando puro Whisky 18 años”; son expresiones que seguramente hemos escuchado en estos últimos años de Revolución bolivariana, provenientes de gente de oposición pero también de muchos chavistas que, ya sea en nombre de sinceras posturas éticas-revolucionarias o por mera pretensión de pureza o pedigrí socialista, no hacen sino condenar y atacar a los “pequeño-burgueses” que tienen alrededor porque, a fin de cuentas, todos son víctimas de penosas contradicciones excepto ellos.
Mucha tinta tendrá que correr para demostrar cuánto daño le han hecho al proceso bolivariano las posturas tipo “Torquemada”, actitudes y comportamientos sectarios que ciertamente no suman gente a la revolución. Y es que ¿hay alguien aquí libre de contradicciones? Por ahora, nos interesa destacar la idea de que socialismo no es sinónimo de pobreza, de carestía, de volver al guayuco, de no comerciar con los centros metropolitanos del capitalismo histórico, o de rechazo y condena al cambio tecnológico y sus consecuencias.
“Dadle un martillo a un niño, y verás como para él todo se hará merecedor de un martillazo”, dijo una vez Gastón Bachelard para criticar la forma ciega, vertiginosa, irreflexiva y acrítica que tendían a adoptar ciertos investigadores sociales en la aplicación de una determinada metodología, dada la validez y aceptación de esta, indistintamente de los contextos y realidades concretas. Pero además, un niño con un martillo simboliza un sujeto, un infante, alguien sin la madurez suficiente, sin el criterio necesario, al cual se le ha entregado una herramienta que, por sus características, se hace peligrosa en sus manos, cuando no impertinente y torpe.
Ahora bien, hacer una extrapolación de esta idea a una comunidad o sociedad entera resultaría jalado de los pelos, y no es eso lo que se pretende. Otro sí, comprender que la Revolución bolivariana, como proceso de democratización de todos los aspectos de la vida, de redistribución de la riqueza y de inclusión de las mayorías históricamente excluidas, de los seres invisibles, se impulsó con las herramientas y los funcionarios y cuadros que se tenían a la mano dado el momento histórico. Pero también, esa gran voluntad política llamada Hugo Chávez, para hacer, para transformar, fue un toque de rebato que puso a prueba la formación y la capacidad de mucha gente que no necesariamente era socialista ni por formación ni por convicción. Agreguemos que el proceso se da en un contexto ideológico, es decir, en el marco de una ideología dominante, que formando parte de la estructura social (Silva, 2011), desempeña un papel en el funcionamiento y la dinámica social.
Dicho de otra forma, la redistribución de la riqueza, real y efectiva, se da en el marco de un determinado sistema de valores y de creencias. De tal manera, el debate, se centraría en lo sucesivo en evaluar el proceso de democratización que ha vivido Venezuela, incluyendo reflexionar sobre qué ha significado, hasta ahora, la inclusión social. Preguntarnos, por ejemplo, en qué totalidad o estructuras estamos incluyendo o, también, si inclusión es transformación. Es verdad, de otro lado, que la cantidad afecta la cualidad. El tema es complejo y puede resultar espinoso. Sin embargo, podemos citar dos investigaciones realizadas, una por Hinterlaces y otra por GISS XXI, que aluden precisamente los gustos, preferencias, actitudes, manera de ver y entender el mundo del venezolano y que pueden ilustrar lo que venimos diciendo.
No está demás aclarar que, indistintamente de lo que se pueda decir sobre estas “contradicciones”, estas nunca tendrán tanto peso como los grandes logros en materia de inclusión y dignificación del pueblo pobre, alcanzados gracias a Dios y a Chávez.
Fue en la campaña presidencial previa al 7 de octubre, que Oscar Schemel presentó los resultados de una investigación realizada en el marco de la lucha política venezolana, y que consideró en su análisis la confrontación socialismo-capitalismo. Empleando la metodología de los grupos focales, en distintos estratos sociales y a nivel nacional, Hinterlaces concluyó que en Venezuela había una “lucha de clases no antagónica”, basada en una exigencia de democratización social por parte del pueblo. En este contexto, varios de los testimonios manifestaban la “comprensión” de que los ricos lo eran por su trabajo y que ellos, los pobres, lo que querían era “oportunidades” para trabajar y progresar.
Por otra parte, fue en noviembre de 2011 cuando Jesse Chacón, en compañía de Fernando Buen Abad, presentó los resultados de una investigación sobre “Sociología del gusto de los venezolanos”, cuyos resultados fueron comentados por el director de GISS XXI en términos de los grandes desafíos que tenía por delante la construcción del socialismo en Venezuela. Uno de los resultados arrojados por la investigación, establecía que el venezolano se caracterizaba por ser alguien que quiere acceder al “capital cultural” para poder así acceder al “capital económico”. Este resultado coincide con las últimas apreciaciones ofrecidas por Schemel en el reciente encuentro de las encuestadoras. “El venezolano es muy aspiracional, muy pequeño burgués”, fueron las palabras de Schemel. Aquí podríamos hacernos una pregunta ¿Cómo encajaría esta idiosincrasia pequeño-burguesa con las ideas de justicia, igualdad, solidaridad, cooperación y humanismo, propias del socialismo?
¿Dónde queda, o cómo fortalecer la “Conciencia del deber social” postulada por Antonio Aponte en el contexto saudita de la superabundancia petrolera?
Dichas señales, comprendidas en el marco de una sociedad rentista, deben hacernos comprender que la lucha por el socialismo, como utopía concreta, se está dando en el marco de una batalla de ideas donde la hegemonía cultural parece seguirla ostentando el proyecto burgués, el cual podríamos resumir parcialmente con estas palabras: progreso, desarrollo, conocimiento experto, orden, industrialización, tecnología, individuo, razón, Estado-nación, capital, mercado, etc., palabras que en nuestro contexto de cambio de época, siendo optimistas, están en proceso de resignificación en el marco de la lucha política por una sociedad diferente, pos capitalista.
Así las cosas, estas “contradicciones” son completamente normales en un contexto que sería una combinación de un discurso radical antiimperialista ―lo cual no significa rechazar al pueblo habitante del Estado identificado con el imperio, su cultura, sus valores, etc.―, un proyecto de modernización ―industrialización socialista, satélites, canaimitas, transferencia de tecnología, urbanización, integración física de la nación, adopción de valores culturales propios de la modernidad― y una gran sensibilidad social expresada en el discurso y las acciones concretas del líder carismático que se conecta poderosa y afectivamente con la mayoría del pueblo, todo lo cual emparenta al proceso político chavista con otros procesos históricos como, por ejemplo, el peronismo.
Venezuela, en fin, sigue siendo un país capitalista, y como el socialismo y la conciencia revolucionaria no se decretan, es natural, comprensible, aunque por supuesto de ninguna manera deseable, que sigamos siendo un país consumista, importador, con una burguesía parasitaria y donde suelen verse este tipo de “contradicciones” entre los que defendemos ―porque no me considero libre de contradicción― una sociedad alternativa a la capitalista. De otro lado, solo una ceguera criminal o una imperdonable ingratitud ignoraría el bienestar que ha generado en los últimos años la ingente inversión social hecha por el Estado venezolano para beneficio de todas y todos.
Quizá, una manera de entender un proceso donde las acusaciones de incoherencia y contradicción provienen de distintos sectores ―quiero decir, vienen de la izquierda también―, sea analizarlo a la luz de lo que Enrique Dussel definió como Transmodernidad. Varios autores han visto en la Revolución bolivariana una revolución transmoderna, una visión, una propuesta que está planteada en el país.
Venezuela, por ahora sigue siendo una condensación de tamunangue con informática, de hayacas con nuggets, y de blackberrys con sueldo mínimo; un país donde el que no es “papa de los helados” es un pendejo. En fin, soy contradictorio, viva la Revolución bolivariana.
amauryalejandrogv@gmail.com
@maurogonzag
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