Eclosión intelectual
Cuando reflexionamos sobre el Comandante Chávez y su legado,
sus lecciones, anécdotas, sus grandes logros, la influencia en la región y el
mundo del proceso que él inauguró, no nos extraña aunque no deja de llamar la
atención, el hecho de que Hugo Chávez haya sido el presidente, la figura, el
líder político sobre el cual se ha escrito más en el mundo.
Así lo testimonia el libro de Rafael Ramón Castellanos Hugo Chávez Frías y la Revolución
Bolivariana (2010), que recopila toda la bibliografía producida sobre el
Comandante hasta el momento de la edición del libro. Han pasado tres años, y
ahora con su lamentable desaparición física el pasado mes de marzo, podemos
decir que seguirá siendo el centro de las preocupaciones y reflexiones de
muchos ensayistas, biógrafos, poetas, historiadores y escritores en general.
Este singular hecho, equiparable a otro no menos
trascendental que ubica a Chávez entre los líderes de mayor legitimidad
democrática de la moderna historia republicana occidental, tiene que ver con un
importante movimiento cultural crítico-reflexivo surgido en Venezuela con el
advenimiento de la Revolución bolivariana; un movimiento que tiene que ver con
la notable democratización del libro y la lectura que hemos vivido en Venezuela
por lo menos en los últimos diez años, así como con la democratización del
acceso a las Tecnologías de la Información y la Comunicación, apertura que ha
producido y sigue produciendo un importante salto cualitativo en la población.
Si bien se ha dicho que “los pueblos no son pendejos”; sin
bien Aníbal Nazoa habló de “los poderes creadores del pueblo”; si está fuera de
discusión que el pueblo de Venezuela siempre ha sido un pueblo bravo, tierra de
los centauros que barrieron con el colonialismo español desde Caracas hasta
Ayacucho durante la guerra de independencia, no quedaba claro si el pueblo
venezolano era un pueblo culto, en el sentido martiano de “cultura para la
libertad”. Sin embargo, en los últimos años, algunos indicadores y sobre todo
la renovada cultura política que ha demostrado el venezolano en cada
manifestación, concentración y evento electoral, vienen dando cuenta de las
nuevas cualidades, del proceso de maduración intelectual y política, complejo y
sujeto a retrocesos, que ha vivido el pueblo venezolano durante el proceso
bolivariano.
Es indudable que este proceso de maduración, de acceso
masivo a la educación, a la red de redes, a los libros y lo más importante, a
una experiencia política proteica, única y luminosa en la que todos han sido de
alguna manera protagonistas, produjo una importante eclosión intelectual que ha
rendido importantes frutos y que está produciendo una serie de fenómenos cualitativos,
dignos de ser estudiados sistemáticamente. A los conocidos ―o re-conocidos―
pensadores e intelectuales del país, donde se cuentan escritores, poetas,
dramaturgos, artistas y creadores de todos los géneros y provenientes de los
más disímiles espacios, se suman, en un proceso en pleno desarrollo, un conjunto
de escritores-creadores reflexivos y críticos que, desde su formación y su
experiencia, han desplegado su labor creativa motivados por ese fenómeno humano
que fue Hugo Chávez y la dinámica política que inauguró.
Algunos estudios recientes, por ejemplo, han arrojado
interesantes resultados en materia de lectura. Hablamos del Estudio de comportamiento lector, acceso al
libro y a la lectura que desarrolló el Centro Nacional del Libro a través
del equipo de Asesoría Goya, y que demostró que Venezuela se ubicaba como el
tercer país que más leía en América Latina, después de Argentina y Chile. Si
bien esto ya es un hecho destacable, el estudio también reveló que la mayoría
de los lectores se inclinaba por temas históricos, políticos y sociales, según
informaron en su oportunidad los responsables del estudio.
Intelectuales y
trabajadores intelectuales
La investigación se hizo hace poco más de un año, y los
libros y los procesos electorales han seguido fluyendo como una fuente
inagotable de cultura y ricas experiencias. Hoy, talvez hiperbólicamente
hablando, se habla de Revolución cultural, de pueblo culto. Creadores,
intelectuales, cultores, artistas, escritores, bohemios, académicos, actores,
se confunden en un mismo bloque multicolor en una confusión que agruparía a
Gledys Ibarra con Gasolina, a Román Chalbaud con Winston Vallenilla, a Vladimir
Acosta con Roberto Messuti, a Amaranta con los Cadillacs y a Víctor Álvarez con
Susej Vera. En tal sentido, si bien el trabajo que hacen todos los mencionados
se puede ubicar dentro del gran campo de los que trabajan con su mente y no con
sus manos, y al mismo tiempo todo ese trabajo se podría ubicar dentro del campo
de la “cultura”, queremos hacer un aporte a este debate desde la distinción
planteada por Ludovico Silva entre intelectuales y “trabajadores
intelectuales”.
De entrada, todo está relacionado con el vocablo cultura.
Dice Ludovico “Cualquier ensayo que aspire a escudriñar los contenidos
significados actualmente por el vocablo “cultura”, y que además aspire a ser un
ensayo crítico, tiene que emprender la tarea de separar cuidadosa y
radicalmente los valores significados por expresiones como “intelectual” y
“trabajadores intelectuales”, términos entre los cuales hay una diferencia que,
precisamente por ser radical, raizal, suele pasar inadvertida, y a veces
interesadamente inadvertida”. En este sentido, para Ludovico es necesario
aplicar a la “cultura” lo que un autor denominó “el poder subversivo de la
razón”, el cual consiste en tres cosas fundamentales:
- Poner en tela de juicio el orden aparente, “natural”, de
las cosas
- Denunciar los intereses que mantienen ese orden de cosas y
que se esfuerzan por presentarlo como “natural” e “inevitable”.
- Indicar las vías, a corto, mediano y largo plazo, para
derrocar y destruir efectivamente ese orden de cosas, con sentido
revolucionario.
Ahora bien, la diferencia entre los “trabajadores
intelectuales” y los intelectuales no es precisamente aquella que contrapone a
los intelectuales integrados al
sistema y los que son rebeldes frente
al sistema. Para Ludovico, el rechazo a la distinción viene dado no porque esta
sea “falsa en sí misma”, sino porque no ha sido producto de un riguroso
análisis y no precisa bien que se entiende por “integración” y sobre todo por “rebeldía”,
dada la existencia para el momento de un importante contingente de rebeldes integrados al sistema.
Siguiendo los planteamientos de Paul Baran, Ludovico afirma
que para plantear una definición con un “mínimo de objetividad”, el concepto
“trabajadores intelectuales” debe considerarse de manera casuística,
homologándose a conceptos como “todos los sudamericanos” o “todos los hombres
que fuman tabaco”. Partiendo de esta base, estos trabajadores intelectuales, en
principio, serían “todos aquellos individuos que trabajan con su mente y no con
sus músculos, que viven de sus ideas y no de sus manos”. Ahora, para Ludovico,
trabajar con la cabeza no tiene nada de malo, pero lleva a una conclusión que,
para el autor, no muchos están dispuestos a aceptar: la presencia de una capa
de trabajadores intelectuales, que es la capa dentro de la que se constituye la
clase dirigente de la sociedad, es el producto de un vasto proceso histórico
que alcanza su más acabada expresión en el capitalismo: la división del
trabajo.
En este punto, Ludovico hace un repaso de lo que ha
significado, en el marco de la división del trabajo social, el dominio
ideológico de una clase sobre otra. Asimismo, recuerda el papel que
históricamente desempeñó el funcionalismo, esa corriente sociológica,
predominantemente estadounidense, que naturaliza el hecho de que el trabajador
manual sea dirigido por el intelectual, tal como las manos son dirigidas por el
cerebro. Así las cosas, los trabajadores intelectuales son los responsables de
la construcción de la hegemonía (Gramsci), de la dirección de los trabajadores
manuales, proporcionándoles una concepción del mundo justificadora y
sustentadora de ese estado de cosas, de esa situación.
¿Quiénes son, concretamente, los “trabajadores
intelectuales”? Ludovico cita de nuevo a Baran, quien afirma que aquellos son
“los médicos, los directivos de empresa y los propagadores de cultura, los
bolsistas y los profesores universitarios”. Sobre tal afirmación, bien cabría
preguntarse ¿Cómo sería el trabajo de un médico, profesor o propagador de
cultura en una sociedad socialista? ¿Dejarían de ser trabajadores intelectuales
en la nueva sociedad? ¿Resolveríamos la cuestión abordándola desde el
planteamiento del intelectual orgánico gramsciano? También, sería natural pensar
que durante la construcción de la sociedad socialista se iría desdibujando la
división del trabajo manual y el trabajo intelectual, y por tanto se abrirían
otras investigaciones y surgirían nuevas problemáticas. Por ahora, considerando
que hablamos de los “trabajadores intelectuales” en el marco de una sociedad
capitalista ―En nuestro caso, rentista―, hagamos la salvedad de que estos
bolsistas, profesores y directivos, entran en la categoría en la medida en que
abandonan la actitud crítica durante el ejercicio de sus actividades,
convirtiéndose así en el clásico tornillo de la máquina, una pieza más del
sistema y un agente de su sustento y reproducción.
Con lo dicho hasta ahora parece ir quedando claro qué es un
“trabajador intelectual”, aunque aún nos quedaría por realizar el más
importante de los trabajos: definir quién entraría dentro de esta categoría en
nuestra realidad social concreta, en la sociedad venezolana caracterizada por
un capitalismo rentista más o menos intervenido desde un Estado desde el cual
se ha venido impulsando un proceso de emancipación y cambio social. Por ejemplo
¿Habría que considerar a un intelectual que ocupa un cargo de importancia en la
estructura del Estado burgués como un “integrado” al sistema? ¿Cómo habría que
entender, o cuáles serían los límites de la crítica en un pensador que es
director de alguna fundación o institución del Estado?
Ahora bien, si un trabajador intelectual es alguien que,
aparte de trabajar predominantemente con su mente lo hace de forma acrítica,
perfectamente adaptado al statu quo, un intelectual, en contraste con aquel, es
el que, haciendo ejercicio de la crítica, distingue y denuncia las estructuras
detrás de las apariencias, y utiliza su pensamiento “para atacar y destruir
todos los mitos y fetiches que el sistema elabora y difunde a fin de
justificarse ante la conciencia de los hombres, para restituir la verdadera
noción de conciencia…”, lo cual implica hacer el ejercicio del “poder
subversivo de la razón” mencionado arriba. De tal manera, el intelectual es un
destructor de la falsa conciencia, es un promotor de la crítica, alguien que
devela o restituye el carácter histórico de todo aquello que siempre se
consideró natural; alguien que con su trabajo introduce elementos conflictivos
en la máquina que siempre “funcionó” sin problema.
En fin, un verdadero intelectual no se diferencia de
cualquier revolucionario, y como dice Ludovico “es sensato atribuirle como
finalidad específica la elaboración teórica de todos esos aspectos y su
vinculación con la práctica subversiva”.
Entonces ¿Eres
trabajador intelectual o intelectual?
Si utilizamos el concepto gramsciano de intelectual orgánico
y lo incorporamos al análisis de la distinción que nos ha ocupado, en un primer
momento, el pensador de la clase obrera pareciera equipararse al intelectual
propiamente dicho, mientras que el pensador burgués se equipararía al
“trabajador intelectual”. Sin embargo, un intelectual orgánico de la burguesía
no necesariamente considera al sistema y sus instituciones como algo dado
naturalmente. Al contrario, consciente de su labor ideológica y de su papel
como justificador de la dominación, trabaja conscientemente para reproducir y
mantener, desde la ideología, el estado de cosas. De otro lado, el intelectual
orgánico de la clase obrera, que tampoco trabaja con sus manos, difícilmente
pueda verse a sí mismo en su eventual ausencia de autocrítica o en su
progresiva “integración”, que puede darse en variedad de matices, al sistema
imperante.
Así las cosas, un
trabajador intelectual, sería ese profesor, directivo, propagador de cultura,
médico, jurista, actor, periodista, sacerdote, músico, que no manifiesta nunca
una actitud crítica frente a una estructura que considera natural, y a la cual
ha llegado y en la cual se ha posicionado, de acuerdo al discurso clásico, por
mérito propio e indiscutible capacidad profesional. Es decir, un trabajador
intelectual es un intelectual orgánico burgués que puede ser de dos tipos: el
que es consciente de su labor ideológica y el que piensa que solo “hace su
trabajo”. De otra forma, este último es el engranaje de la máquina; aquel,
quien lo coloca y ajusta.
Finalmente, el intelectual es el crítico, el naturalmente
crítico, con la formación necesaria para serlo, y preferiblemente con la
capacidad de elaboración teórica de sus propuestas y vinculado con las
prácticas subversivas o procesos de emancipación social. Es el intelectual
orgánico de las clases oprimidas, aunque esas clases no estén para él exentas
de crítica y en algunos casos no provenga necesariamente de ellas. He aquí,
también, variados matices. A estos artistas y profesores los une, sobre todo,
la voluntad de cambiar todo lo que debe ser cambiado.
Siendo una temática tan vasta, no estaría de más plantear
una clasificación, y abogar por tratar de sumar a todos aquellos amigos y
amigas, valiosos y talentosos, que tienen mucho de tornillo o engranaje. Por
ahora, esa voluntad de cambio, e incluso el rechazo del viejo sistema, es el
cemento que, hoy, unen a Roberto Messuti con Cecilia Todd, a Susej con
Vladimir.
@maurogonzag
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