Si hay una idea que está clara entre los sectores progresistas y revolucionarios que han apoyado la Revolución bolivariana con el corazón, pero también con la cabeza, es que la construcción del socialismo depende de dos cosas fundamentales: producir de otro modo y pensar-sentir de otro modo. Se trata de inventar, impulsar, desarrollar, otros modos. Ahora bien, cambiar nuestra manera de pensar y de sentir y cambiar nuestro modo de producir, encierran más luchas de las que podrían pensarse.
En los últimos meses, la población venezolana ha tenido que
enfrentar una brutal ola inflacionaria desatada luego de la adopción del nuevo
régimen cambiario ―pero también antes de este―, ola que tiene mucho de
especulación pura y dura; una especulación que, por cierto, tiene mucho de
guerra económica. Distintas declaraciones oficiales han dado cuenta del “clima
de negociación” imperante, dado que la idea dominante en el discurso no es la
fiscalización, la contraloría, la dura sanción contra el especulador o, menos
aún, el boicot. Al contrario, el discurso se ha orientado a destacar la
necesidad de potenciar la producción nacional como vía elemental para la
superación definitiva de los consuetudinarios efectos del rentismo petrolero en
la economía.
“Importamos porque no producimos, no producimos porque
importamos”, se ha dicho. Somos un país petrolero y los ingresos por concepto
de renta petrolera son ingentes. Además, estos pueden eventualmente desbordar
las arcas del Estado dado un repunte vertiginoso de los precios del
hidrocarburo. Tenemos una gran capacidad de compra. Venezuela se puede dar el
lujo, a parte que resulta cómodo, de repartir peces sin enseñar a pescar.
Vendemos la materia prima, importamos manufacturas y parte importante de la
comida. Un tema viejo, pero sin embargo siempre nuevo. Un asunto estructural,
pero que nos sigue metiendo en difíciles coyunturas.
En su Grano de Maíz del 7 de junio, Antonio Aponte recuerda que uno de los desafíos que
históricamente han tenido que enfrentar las revoluciones modernas, ha sido el
de “cómo aumentar la producción sin entregarse en las manos de la cultura
capitalista”. El autor, plantea que los distintos modos de producción que han
existido en la historia han tenido varios elementos comunes: en ellos ha
permanecido el egoísmo, la división de la sociedad en clases y la consiguiente
fragmentación social. En este sentido, la revolución burguesa, como lo dijo
Marx, habría abolido la propiedad feudal en provecho de la propiedad burguesa,
pero conservando el egoísmo, “la cultura de la monarquía”. “La esclavitud fue
abolida en lo económico, pero su esencia cultural todavía campea”, dice Aponte.
Sobre esta reflexión, nos gustaría hacer algunos matices. El
paso del feudalismo al capitalismo fue un proceso altamente revolucionario,
aunque a lo “revolucionario” en este caso haya que despojarlo de toda idea de
humanismo o justicia social, toda vez que los cambios, tanto tecnológicos como
materiales, privilegiaron a pequeños grupos que terminaron imponiéndose sobre
otros, y favorecieron la idea del individuo como fundamento del orden y la
razón en el mundo, el nuevo mundo, el universo liberal-burgués, europeo,
moderno. Los fundamentos del status social se modificaron, pero la idea de status
se mantuvo. Dice el historiador Boring que, en el contexto de la edad media, el
noble era poseedor de tierras por derecho divino, mientras que en la naciente
sociedad burguesa la tierra y los títulos podían ser comprados por alguien de
“sangre impura”. Este era el empresario, el comerciante, el naciente hombre
burgués.
De tal manera, hablando ya desde esta tierra, conviene
recordar que ésta fue, en el contexto de la transición feudalismo-capitalismo,
territorio de lo colonial, de lo bárbaro-subalterno. Que nuestros jóvenes
países latinoamericanos, ex colonias de España y Portugal y disputadas
sucesivamente por diversas potencias hegemónicas, a principios del siglo XIX
superaron el colonialismo como dominación político-administrativa por parte de
una potencia extranjera, pero no superaron la denominada colonialidad, referida
esta a la racionalidad, la manera de ver y entender el mundo. En tal sentido,
hablando desde el sur, tenemos pendiente la consolidación de nuestra
independencia, en un sentido integral, epistémico, mental, cultural.
Desde la perspectiva de la Teoría Bolivariana de la
Historia, luego de haber superado el principio monárquico (No superado en
algunos países de Europa) y el principio señorial, nos quedaría aún superar el
principio cristiano (Cristiandad mas no cristianismo) y el principio racional,
precisamente el principio que más nos vincula con la tradición europea.
Desde otras tradiciones de pensamiento crítico, estaríamos
hablando del Patrón Colonial de Poder del que habló Aníbal Quijano o del
monstruo de múltiples cabezas del que habla Ramón Grosfoguel, como sistema de
jerarquías (Heterarquías) impuesto en nuestras tierras hace 500 años.
Así las cosas, una transición al socialismo como modo de
organización social donde se piensa (o se inpiensa) de otro modo y se produce
de otro modo, necesita de un cambio radical de la conciencia. En este punto, estamos
completamente de acuerdo con Aponte. Esto nos lleva, de nuevo, al tema de las
instituciones o instancias desde las que el sistema logra hacerse hegemónico.
Es imprescindible superar el egoísmo, de acuerdo. Pero más urgente y necesario
es superar ese conjunto de mitos modernos que cierta izquierda asume, todavía
hoy, con eufórico optimismo decimonónico. Uno de ellos: la idea de progreso,
una palabra entre muchas que integra el lenguaje impuesto que comenzaron a
sufrir nuestras sociedades hace siglos. Entiéndase por lenguaje impuesto,
ideología, falsa consciencia.
Solo la Fe ciega en ese progreso, en ese particular
desarrollo, pudo hace creer a los rusos que era posible la revolución en un
solo país y con las armas melladas del capitalismo, con la mercancía y el valor
de cambio, con la idea fija de construir “algo superior” a la sociedad
occidental.
Ahora bien, un párrafo del artículo mencionado resulta muy
interesante. Dice Aponte:
“Pero hay más, las Revoluciones han ocurrido en sociedades
de poco desarrollo de las fuerzas productivas, quizá porque es allí donde están
poco desarrollados los medios de manipulación de la sociedad, entonces el reto
de elevar las fuerzas productivas se hace central para la revolución”.
De entrada, la tesis de que las revoluciones rusa, china y
cubana, se pudieron hacer debido al poco desarrollo en esas sociedades de las
fuerzas productivas, lo cual es hablar de sociedades con poco desarrollo de
aparato mediático, no deja de ser interesante. Ahora, por una parte, conviene
acotar que los espacios y tiempos históricos de estos procesos son distintos. Y
de otro lado y aún más importante, si está planteada una correspondencia entre
industrialización y desarrollo cultural mediático, siendo este una expresión de
aquella, no se comprende como una elevación de las fuerzas productivas puede
ser central para la revolución, toda vez que esta se traduciría en mayor
desarrollo y, por tanto, en mayor influencia de la mediática, si es que
partimos de que la revoluciones son más probables en sociedades con débil
desarrollo mediático.
De todo el planteamiento de Aponte, nos quedamos con este
último. Pero, después de todo, ¿Cómo se soluciona el dilema de las fuerzas
productivas en la revolución? Para este autor la clave está en la Revolución
cubana y en el Che Guevara. Todos sabemos que el Che fue un duro crítico de la
vía que había tomado la Unión Soviética; todos recordamos su agudeza, su
capacidad prospectiva, su particular línea antiimperialista en todo sentido.
Recordemos las razones por las que Walsh y Masseti salen de Prensa Latina.
Recordemos críticas del Che a la NEP (Nueva política económica); no olvidemos
la brega de Guevara por el advenimiento del hombre nuevo. Sí, ahí, ciertamente,
puede haber una clave.
Esta clave, tendría que ver con una nueva Fe. No una Fe en
el progreso, en el desarrollo imparable de las fuerzas productivas, y sí en la
voluntad del hombre y la mujer, en su capacidad, en su conciencia, su ética
revolucionaria. Aponte cita el principio que guiaría la revolución dirigida por
Fidel y al Che: “lo principal es la
conciencia, crear riqueza a partir de la conciencia y no conciencia a partir de
la riqueza”.
No obstante, pensamos que si la clave está en la Revolución
cubana, lo está por una razón de fuerza que Aponte solo sugiere en su texto. La
Cuba revolucionaria es un ejemplo, un “fenómeno que debemos estudiar”, porque
ha combatido por décadas el cerco imperial y porque resistió estoicamente el
desmoronamiento del bloque soviético. En ese sentido, el desarrollo de la
conciencia del militante cubano, el temple y la ética de los cuadros cubanos,
ha estado en relación directa con los formidables y permanentes desafíos que ha
tenido que confrontar.
El tema da para mucho y mucho habría que reflexionar y
discutir. Alvin Lezama, a partir del artículo de Aponte, nos deja esta
importante reflexión:
“Debemos saber con claridad quienes somos, no es suficiente
con quienes creemos ser, este será una parto doloroso, tenemos virtudes y
defectos, potencialidades y taras, todas deben aflorar, es como una gran
psicoterapia nacional, poco a poco, pero que nos permita hacer conscientes esos
mensajes brujos que se sembraron en
la colonia -y que se repiten hoy en chistes, en cuentos, en canciones, en
expresiones populares-, que impuso su hegemonía y borró todas las raíces”.
Otra vez el patrón colonial, los principios de dominación,
el lenguaje impuesto, taras que, como afirma Lezama, son como mensajes
maléficos que están sembrados desde la época colonial y que han permanecido, en
sus versiones más tradicionales o en las más sofisticadas, en nuestro sistema
de creencias a través de chistes, canciones, cuentos y expresiones populares,
es decir, a través de los aspectos ideológicos de la cultura.
Volviendo a Cuba, al tema mass mediático y a la relación
entre este y el grado o tipo de conciencia que una sociedad puede eventualmente
alcanzar, hagámonos las siguientes preguntas:
¿Sería bizarro pensar que el bloqueo económico, comercial y
financiero impuesto a Cuba, fue determinante para el desarrollo educativo y la
ética revolucionaria de los cubanos?
¿Trajo este bloqueo, como consecuencia indirecta la
posibilidad de librar a Cuba de la alienante invasión publicitaria e ideológica
del estilo de vida americano, y por tanto la posibilidad de un desarrollo
cultural más libre de estas influencias?
Evidentemente, existe una relación, aunque este no sea el
único factor que ha influido en el desarrollo humano de los cubanos. Pero, si
bien esto es verdad ¿No es lo suficientemente significativo que una sociedad
haya estado relativamente libre de los spots publicitarios y la basura
mediática transnacional? ¿De la cultura McDonald?
Por un momento, considerando todo lo anterior, viremos la
visión hacia Venezuela, y nos encontraremos con que nuestra ética
revolucionaria, nuestra educación, nuestro desarrollo cultural, nuestros
cuadros y militantes políticos, nunca estuvieron libres, y no lo están aún hoy,
de la seductora influencia del American Way of Life, del pasmoso conglomerado
mediático global, hoy perfeccionado y ramificado como nunca antes en la
historia de la humanidad.
Finalmente, en caso de que aceptemos como válida la tesis
según la cual las revoluciones de la primera mitad del siglo XX fueron posibles
gracias al débil desarrollo de los aparatos mediáticos, tendríamos que
preguntarnos hoy, con la conciencia que tenemos o deberíamos tener del actual
estado de ese arte: ¿Soy hoy día posibles las revoluciones sin una
transformación radical de los aparatos mediáticos?
Es perfectamente posible crear riqueza a partir de la
conciencia, pero ¿Se podría crear riqueza a partir de una conciencia alienada,
de una falsa conciencia? Sin publicidad, otro cuento sería, otra sociedad
sería. Hace falta producción material, sí, pero también de contenidos, porque
no solo de la materia vive el hombre.
@maurogonzag
COMO DESARROLLAR INTELIGENCIA ESPIRITUAL
ResponderEliminarEN LA CONDUCCION DIARIA
Cada señalización luminosa es un acto de conciencia
Ejemplo:
Ceder el paso a un peatón.
Ceder el paso a un vehículo en su incorporación.
Poner un intermitente
Cada vez que cedes el paso a un peatón
o persona en la conducción estas haciendo un acto de conciencia.
Imagina los que te pierdes en cada trayecto del día.
Trabaja tu inteligencia para desarrollar conciencia.
Atentamente:
Joaquin Gorreta 55 años