Desde que en 2004 los venezolanos nos enteramos que habían detenido a
un nutrido grupo de paramilitares colombianos en una finca por El
Hatillo, Edo. Miranda, propiedad de un señor vinculado a furibundos
sectores contrarrevolucionarios de Miami, se visibilizó claramente cuál
sería la nueva estrategia de las derechas nacionales e internacionales
coaligadas para aniquilar la Revolución bolivariana.
La renaciente Venezuela dirigida por el Comandante Chávez era una República refundada, con una nueva Constitución,
la primera aprobada por el pueblo. La Revolución había derrotado un
golpe de Estado cupular en abril de 2002, y casi de inmediato, después
que los sectores reaccionarios confundieron la actitud cristiana de
Chávez con debilidad, se inició un criminal paro petrolero que, si bien
fue impulsado por una minoría meritocrática, las cuantiosas pérdidas que
generó fueron para el país entero. La respuesta del pueblo fue
ejemplar, el sabotaje petrolero fue también derrotado.
La oligarquía local y sus aliados en los sectores imperialistas del
país del norte, pero también en países vecinos, comenzaban a darse
cuenta de que el proceso liderado por el Comandante Chávez, que para más
señas estaba sirviendo de ejemplo de emancipación pacífica en toda la
región, no podría ser derrocado ni con elecciones democráticas ni con
golpes de Estado, a la vieja usanza. La legitimidad y el apoyo popular a
la nueva fuerza política era avasallante, y los diversos sectores de la
reacción oligarca, desconcertados frente al liderazgo arrollador del
Comandante, optaron por la anti-política, por las teorías de Gene Sharp,
por el fascismo.
En medio del fragor de la lucha política, las guerras mediáticas
arreciaron y generaron un clima de crispación que nos llevaron al borde
de una guerra civil. El debate entre los sectores progresistas alcanzó
niveles extraordinarios de efervescencia. Muchos decían: si esto es una
Revolución, hay que expropiar a la banca, a los terratenientes, a la
poca burguesía productiva, regular el comercio, nacionalizar el comercio
exterior y meter presos a unos cuantos golpistas que andan por ahí
realengos y conspirando. Por esos días, Luis Britto García empezó a
denunciar la infiltración de paramilitares que habían quedado sin
trabajo en el país vecino, como producto del proceso de desmovilización
de esos grupos terroristas implementado en ese país.
En un sentido, el discurso denunciaba al golpismo apátrida, en otro,
la histeria reaccionaria respondía con acusaciones de dictadura
autoritaria. Mientras tanto, nuevas formas de violencia se iban
fundiendo con la criminalidad “tradicional” del país. De pronto, el
llamado secuestro express apareció en la escena, de forma seguida y
sistemática, junto a crímenes horrendos que muchos, si no todos,
empezamos a notar como impropios de nuestra sociedad; como prácticas
inhumanas y dantescas (adjetivo demasiado elegante para calificarlas) de
factura paramilitar. Asesinato de Danilo Anderson, el “fiscal
valiente”; valiente porque lo dejaron solo y siguió pa’ lante.
Mientras esto ocurría en la ciudad, en el campo se vivía una nueva
guerra federal, y con cada día nos llegaba la noticia de la caída de un
nuevo grupo de campesinos o de uno de sus líderes, a manos de grupos
armados al servicio de los terratenientes. La cifra que hoy se maneja,
nos habla de cientos de campesinos muertos en la lucha por la tierra en
medio de una “Revolución pacífica”. A propósito de esta expresión,
debemos aclarar que se puede definir así dado que es un proceso de
cambio, de emancipación social, que se realiza en democracia y libertad,
lo que es decir, respetando las reglas del célebre y ultra mentado
Estado burgués; es decir, respetando y defendiendo las instituciones por
las que murió un Salvador Allende.
Dice García Márquez en su extraordinaria crónica “Chile, el golpe y
los gringos”, que la contradicción más dramática de Salvador Allende fue
ser al mismo tiempo, enemigo congénito de la violencia y revolucionario
apasionado. Allende, continua el Gabo, creyó haber resuelto esa
contradicción desde la hipótesis de que las condiciones de Chile
permitían una evolución pacífica hacia el socialismo, dentro de la
legalidad burguesa. Es decir, la tesis de los reformistas Berstein y
Kautsky; lo mejor del ideario de la Sociedad Fabiana, que
imaginamos alguna influencia tendría en Allende, dada su condición de
doctor masón. ¿Cuál fue la lección? El Gabo, dice que Allende comprendió
tarde que no se puede cambiar un sistema desde el Gobierno sino desde
el poder.
En Venezuela, este 1º de octubre asesinaron en su propia casa al
joven diputado revolucionario Robert José Serra y a su compañera María
Herrera. Fue con armas “blancas”, perfectamente planificado, en quince
minutos, con gran precisión. En 2011 uno de sus guardaespaldas había
sido asesinado en circunstancias confusas; en 2012, antes de las
elecciones presidenciales, otro de sus guardaespaldas apareció en el
monte del Guaraira Repano con un tiro en la nuca. Una realidad sombría,
sórdida, se comienza a cernir sobre nuestra tierra de gracia. El
ministro Rodríguez Torres, destaca en la mañana del 2 de octubre que la
muerte de Serra obedeció a una “macabra encomienda”. El twitter se desparrama. El escritor Hernández Montoya, dice que el hecho constituye un “acto de guerra”.
El país de nuevo está de luto. Algunos aún estamos pasmados, pero al
ver como el diputado Serra sacó el pecho frente al tema de la expulsión
de Colombia y posterior detención de Lorent Gómez Saleh, quien en uno de sus videos habla
sobre el plan de “bajarse a 20 muñecos” en Venezuela, el panorama se
aclara tenebrosamente. Por su parte, Ernesto Samper, actual Secretario
general de la Unión de Naciones Suramericanas, afirma vía twitter, por
si quedaban dudas, que el “Asesinato de Serra es una señal de infiltración del paramilitarismo colombiano en Venezuela”.
Su declaración es confirmatoria de una realidad que esperemos continúe
siendo atajada, dada las circunstancias sociopolíticas contemporáneas.
¿Cuáles son esas circunstancias? Allende y las fuerzas de la Unidad
Popular estaban en el Gobierno, pero no en el poder. Maduro y las
fuerzas chavistas están en el Gobierno y también en el poder, pero
luchando contra poderes fácticos como el económico y el mediático
nacional e internacional, capaz de movilizar algunas capas medias de la
sociedad ―como los estudiantes opositores― e infiltrarlas con grupos
entrenados en tácticas de guerra asimétrica y guerrilla urbana. Marchas
pacificas infiltradas de violencia asesina, frente a las cuales las
fuerzas del orden tuvieron que actuar con la máxima prudencia, esperando
muchas veces por una definición más acertada de la coyuntura. En dos
platos, el hecho clave de hoy para los Gobiernos progresistas es, no
combatir la violencia guarimbera
con la llamada violencia legítima del Estado ―tema de los más duros
debates―, sino con la promoción permanente de la Paz, apostando por el
diálogo, la resistencia, la construcción de consensos, y sin traicionar
los principios revolucionarios y el legado del Comandante.
El presidente Maduro, ha adelantado que las investigaciones están
bastante avanzadas, que pronto caerán los autores materiales e
intelectuales del asesinato de Robert Serra. El pueblo exige justicia,
ante la crudeza de la acción de unos criminales que esta vez hasta se
ahorraron el trabajo de disfrazar el asesinato con el antifaz del hampa
común, como intentaron hacer con Otaiza. Ni la juventud ni el chavismo
se desmoralizan. La oposición ha sido emplazada a pronunciarse sobre los
hechos. Puede que haya llegado el momento de radicalizar la revolución,
apostando siempre por la convivencia y la Paz, el único camino posible.
Publicado hoy en PoderenlaRed.com
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