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lunes, 27 de febrero de 2012

El Caracazo y el discurso majunche de la "concordia"

Imagen emblemática, simbolo del pueblo alzao

Uno de los elementos que ha formado parte del discurso majunche ―y no desde ahora sino desde hace ya varios años― ha sido el de la supuesta división de los venezolanos, también expresado como “fractura de la sociedad”, “enfrentamiento entre hermanos”, entre otras frases a la sazón. La versión actual de dicho discurso la expresa el candidato-marioneta empresarial cuando enfatiza en sus palabras que en el supuesto negado de ganar la presidencia gobernaría para “todos los venezolanos”. 

La idea está clara: la oposición necesita reconstruir el consenso que perdio de forma definitiva, para mencionar una fecha importante y más que simbólica, el 27 de febrero de 1989. Sin embargo, si hacemos un apretado repaso y recordamos que desde la instauración del Pacto de Pto. Fijo lo que hubo en Venezuela fue porteñazos, barcelonazos, cantauras, yumares y amparos, lo que es decir movimientos impugnadores del puntofijismo pero también persecución, represión y muerte, todo aderezado por el abundante y embriagador chorro de petrodólares, podríamos decir que los hechos del Caracazo fueron la máxima expresión del definitivo quiebre de un bloque histórico que, desde la colocación de sus primeras piedras fundacionales, lo que hizo fue recibir el mandarriazo parejo. 

La recurrente distinción de colores a que el majunche hace constantemente referencia, pretende expresar ―otra vez―  la idea de la división entre hermanos; la de una criminal fractura que nunca debió darse y que ha afectado sensiblemente la unidad familiar y la cohesión social. Pero conviene recordar que esta “cohesión”, esta “concordia”, este “patriotismo en torno a la bandera” que supuestamente llegó a reinar en el país, no son y nunca fueron más que mitos creados e inoculados en el contexto de una sociedad criminalmente excluyente, cuyos dirigentes nunca lograron, en el marco de la Cuarta República, articular un proyecto verdaderamente hegemónico.
De tomarle la palabra a la oposición como un todo, resulta evidente que su renuencia y su miedo a hablar del pasado, a recordar la historia, se explica por el hecho de que esa división entre venezolanos de que tanto hablan sus voceros, existió siempre en Venezuela y de hecho fue forjada por la estratosférica corrupción, entreguismo, exclusión y desgobierno que caracterizaron al período en que gobernó la clase política surgida del Pacto de Nueva York. La Revolución bolivariana lo que hizo fue abrir las compuertas de la toma de conciencia por parte de esas mayorías, desnaturalizando y desmitificando una situación de exclusión y de invisibilización, llamada por sus artífices “armonía” y “concordia”. Pero esta última se hundiría espectacularmente como el crucero que recientemente encalló en costas italianas, en un hecho por cierto muy simbólico de la situación socioeconómica por la que atraviesa Europa.

Es decir que, desde una perspectiva ideológica, el discurso de la fractura social o de la división de los venezolanos constituye una expresión de la superación de la falsa conciencia por parte de todos aquellos que vivieron en una pobreza que fue naturalizada, hasta que las “medidas dolorosas” de factura foránea que fueron implementadas por aquella dirigencia mediocre, eurocéntrica-progringa, supeditada y subalterna, provocaron la explosión ―en parte espontánea, en parte consciente― del guarenazo-caracazo.
Y es que ¿Acaso se puede hablar de cohesión social entre una clase privilegiada y excluyente y unas mayorías invisibilizadas y sometidas que eran salvajemente reprimidas cuando decidían manifestarse? Como concepto burgués resulta bastante lógico. Veamos algo.

Recordemos en primer lugar estas palabras escritas por Gramsci desde la cárcel, y que son citadas por Enrique Dussel en la sexta de las 20 tesis de política:

“Si la clase dominante ha perdido el consenso, no es más dirigente, es únicamente dominante, detenta la pura fuerza coercitiva, lo que indica que las grandes masas se han alejado de la ideología tradicional, no creyendo en lo que antes creían”. 

Hay hegemonía cuando hay consenso, cuando se ha logrado que las clases dominadas asuman el proyecto político presentado por las clases dominantes, como propio. Cuando tal cosa ocurre se puede decir que esa clase política no sólo es dominante sino dirigente. Sin embargo, una situación hegemónica pura difícilmente la encontremos en la historia, salvo en algunos períodos frágiles y efímeros de “cohesión social”. Se ha dicho que la clase política forjada con el Pacto de Nueva York dejó de ser dirigente desde los hechos del Caracazo, días en los que dicha clase se exhibió de manera cruda y brutal como meramente dominante, perdiendo absolutamente, dado el carácter sanguinario de la represión, su carácter de dirigente. Hoy, se podría plantear que el Caracazo fue la poderosa expresión de una crisis orgánica cuyas señales estuvieron presentes durante todo el período puntofijista, y que habían comenzado a aparecer desde comienzos de la década de los ochenta con el histórico viernes “negro”.

De tal manera, el 27 de febrero de 1989 fue el momento de la pérdida de legitimidad de los partidos políticos tradicionales; de su carácter de dirigentes. Si la hegemonía, como vimos, es la dominación política de una clase minoritaria que ha logrado construir el consenso en torno a su proyecto, y que ha logrado por tanto que las mayorías lo asuman como propio en virtud del trabajo de dirección intelectual y moral que desarrollan las instituciones de la sociedad civil encargadas de influir en las mentes y los corazones, desde aquel febrero se quebró una hegemonía que dio lugar a una movilización popular y a una lucha política que tenía que originar necesariamente un proceso de transformación social. El momento actual, en este sentido, sería de construcción hegemónica si consideramos que en el proceso contra-hegemónico en proceso tenemos la ventaja, es decir, si asumimos que estamos en la ofensiva política-cultural - intelectual-moral. 

Finalmente. El discurso majunche pretende montarse sobre el hastío y el desencanto que podría haber en algunos sectores, sobre el cansancio de las tensiones de la lucha política sostenida en el tiempo y los errores cometidos, con el objeto de volver al pasado en materia de soberanía y autodeterminación, de independencia y dignidad; volver pa trás en el propósito de construir una sociedad igualitaria y más justa.

El regreso de los majunches al poder implicaría así, la desaparición de la utopía. Volveríamos a la real polítik y las repercusiones internacionales serían como las de una nueva caída del muro de Berlín, un escenario impensable que no podemos permitir.

@maurogonzag




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