Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

sábado, 25 de febrero de 2012

Una revolución desde el Estado es una revolución con las armas melladas del capitalismo

El Che trabajando en una fábrica
Como he afirmado otras veces, tener una actitud o perspectiva crítica nos permite saber el por qué de las cosas, y por tanto nos mantiene siempre despiertos, politizados; en algunos casos a una sana distancia de lo que Dussel llama “la totalidad del mundo cotidiano inmerso dentro del horizonte de una sociedad capitalista”, totalidad que muchas veces resulta avasallante imponiendo el consumo como valor y estilo de vida.

Desde que en una reunión del Psuv -en la época en que la forma organizativa del partido era el batallón- un camarada afirmó, en el apogeo de una discusión sobre el tema del vehiculo como símbolo del capitalismo, de forma espontánea y con toda naturalidad, que lo de los carros no era problema y que en el socialismo todos podremos tener una camioneta Hummer, caí en cuenta que eran muchas las debilidades ideológicas -o la dominación simbólica- presentes entre nosotros y que era un imperativo la profundización del espíritu crítico. Si bien la afirmación tuvo como base una inmarcesible y legitima idea de igualdad, lo que me resultó más preocupante fue la indiferencia y la falta de una respuesta coherente del auditorio frente a la animada afirmación; hecha con mucha Fe, por cierto.

El hecho es que, antes y después de esa oportunidad, he notado este tipo de falencias críticas en diversos espacios. Dentro de la gramática desarrollista, el aumento creciente de la “capacidad de consumo” es visto como el acceso a nuevos “niveles de vida y de confort” y por tanto, es visto como el logro del ansiado bienestar para el pueblo, por lo que, alcanzadas estas metas, el capitalismo deja de ser malo y criminal. Esto siempre ha sido y sigue siendo peligroso de cara a la construcción del socialismo, y el legado de la historia y de teóricos como el Che Guevara –que dejó aportes significativos sobre el tema- debe ser definitivamente retomado y debatido con seriedad. El propósito y los objetivos fundamentales de la Revolución bolivariana han sido claros: erradicar la pobreza –extrema, relativa, etc.- y a partir de aquí, mantener el nuevo estado de cosas haciendo realidad los objetivos del Proyecto Nacional Simón Bolívar. Ahora bien, recientemente, el presidente Chávez afirmó lo que es una realidad científica (comprobable empíricamente): en Venezuela prácticamente ya no hay pobres.


Esto significa que las políticas del gobierno han tenido un éxito indudable y rotundo. Sin embargo, es una realidad que seguimos teniendo un Estado burgués y que la transformación de este sigue siendo condición clave, si lo que queremos realmente es transformar estructuralmente la sociedad y hacer una Revolución Cultural que nos vacune contra un eventual movimiento retrógrado, conservador, reaccionario, restaurador, contrarrevolucionario. Es natural y legítimo, que cuando un pueblo despierta y comienza un proceso de emancipación social, emprenda esta gran política con los recursos que tenga a la mano, con lo que pueda arrancarle al sistema que quiere a la vez transformar. Sin embargo, al lograr quitarle lo que he podido quitarle a ese sistema o, cuando la vanguardia del proceso revolucionario ha logrado una mejor distribución del ingreso, de alguna manera ocurre una reconciliación con ese sistema. Es aquí, donde entran en escena el bombardeo de la mediocracia, la manipulación de las necesidades publicidad mediante y la difusión incisiva y creativa -incesante- de los valores capitalistas y sus particulares patrones de éxito.

Hablar de industrialización –así sea socialista-, de transferencia de tecnología, de urbanización, desarrollo y progreso, es asumir el lenguaje -que es decir cosmovisión- de la modernidad capitalista. Todo lo cual lleva aparejado el interés material, la alienación, la acumulación de capital y el ethos racional, que para Max Weber estuvo en la génesis del capitalismo moderno y se constituyó en la cualidad esencial del espíritu burgués. Es en este punto donde el Che sigue teniendo la razón vigente. Como marxista crítico, y por tanto analizando no sólo los factores objetivos sino también los subjetivos presentes en el proceso revolucionario, Guevara calificó de quimera la intención de hacer la revolución con las armas melladas del capitalismo, en una etapa donde, como afirmamos arriba, se tenía que comenzar el trabajo con los recursos disponibles, con lo que se tuviera a la mano. Eso se comprende, pero recordemos al Che en El Socialismo y el Hombre en Cuba: “Resta un gran tramo a recorrer en la construcción de la base económica y la tentación de seguir los caminos trillados del interés material, como palanca impulsora de un desarrollo acelerado, es muy grande”.

En otras palabras, este proceso de emancipación implica una dinámica de movilidad social que al parecer lleva aparejada su expresión ideológica correspondiente. De ahí la necesidad siempre presente del combate ideológico. Preguntémonos, utilizando el lenguaje capitalista ¿Puede el espíritu combativo de un individuo mermar o desaparecer, sólo porque este alcanzó el bienestar material para él y su familia?

De acuerdo a lo anterior, las críticas del Che respecto a impulsar una revolución manteniendo la mercancía como célula económica de la sociedad, y por tanto la Ley del Valor, son extensibles al Estado moderno como expresión política histórica de la burguesía, como clase dominante surgida con la modernidad capitalista. Es decir, el Estado es también un arma mellada del capitalismo, y más el nuestro que es un Estado propietario de la renta petrolera y por tanto un Estado con el poder de administrar y distribuir los ingentes ingresos.

Sin embargo, como se ha dicho antes, el Estado ha tenido el poder para crear las condiciones para que se dé una transformación en términos culturales. Pero no podemos ser ingenuos, la abundancia de recursos sigue teniendo sus consecuencias culturales en la población, efectos de los que habló siempre Juan Pablo Pérez Alfonso y por los cuales siempre fue partidario de reducir la producción petrolera para defender los precios y favorecer la diversificación de la economía. Sin embargo, partiendo de que somos ya la primera reserva mundial del preciado oro negro, con más urgencia necesitamos una permanente y consistente formación teórico-política, tanto como para la defensa de tan estratégico recurso como para nuestra propia defensa frente a los efectos culturales que nos trae.

Cuando el Che Guevara criticó la NEP (Nueva Política Económica) implementada por Lenin, por considerarla el germen de lo que haría fracasar más tarde al socialismo en la URSS, fue atacado y bastante criticado por la ortodoxia intransigente; el tiempo le dio la razón y demostró la capacidad del Che para anticipar escenarios y hacer proyecciones históricas. Ahora bien, le corresponde a la intelectualidad crítica que apoya el proceso bolivariano, profundizar en el análisis de las implicaciones y las consecuencias que ha traído, el hecho de que esta revolución se haya estado impulsando desde el Estado, recordando siempre lo que éste ha sido y es en el contexto de la modernidad capitalista.

Recuerdo que hace como tres años, en los espacios de la Casa Amarilla, se presentó el libro de un dirigente del PPT, presentación que por cierto estuvo a cargo del general Müller y donde se hicieron planteamientos que, efectivamente, se relacionan con lo que venimos diciendo sobre el papel del Estado en la Revolución. De lo que se dijo en esa oportunidad, recuerdo estos dos elementos:

- Que podíamos avanzar hacia un “Socialismo de Estado”, partiendo del hecho del poder económico del Estado rentista y de su capacidad para facilitar procesos,
- Que el socialismo que queremos construir debe ser más productivo que el capitalismo, no sé si porque –para estos autores- el capitalismo ha demostrado incapacidades para la producción, o porque para ellos el socialismo debe competir y superar al capitalismo en la carrera productiva para demostrar que es superior a él (tal como ocurrió en la URSS).

Esto último, plantea el peligro –o la quimera- de hacer la revolución con las armas melladas del capitalismo, esta vez, con aquellas del que históricamente fue expresión política al servicio de las clases económicamente dominantes: el Estado. Sin embargo, pensamos que el Estado puede transformarse sin que necesariamente ocurran transformaciones radicales en la estructura económica de la sociedad, y ponerlo al servicio de las mayorías populares. En gran medida eso lo ha logrado este proceso político.

Ha quedado claro –sobre todo después de la gran crisis financiera mundial- que la recuperación del papel del Estado en la economía y su intervención en los procesos sociales es un hecho hay que defender, luego del fracaso rotundo de la mentira neoliberal del Estado mínimo, donde se acentuaba el rol de este como mero garante de la acumulación capitalista. Pero ahora, en el caso de Venezuela, después de once años de inclusión social y de politización del pueblo, conviene potenciar una idea que viene formando parte del discurso desde hace tiempo: darle centralidad no al Estado y mucho menos al mercado, sino a las comunidades, a la gente organizada.

Volvemos aquí a lo planteado más arriba ¿Cómo lograr que las grandes mayorías que han sido beneficiadas e incluidas en el sistema –sobre todo los sectores que efectivamente han superado la pobreza- se pongan ahora en movimiento para superarlo y/o transformarlo? Sin duda que esta discusión da para mucho, pero como toda discusión, debe conducirnos a una conclusión, a un consenso donde, siendo optimista, debería predominar la perspectiva revolucionaria.

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