La milicia marchando bajo el aguacero |
El paseo que va desde la estación hasta la Plaza de los Museos, lugar donde se realizaba la primera Feria de la Comunicación Popular, no exhibía ese aire combativo de unos años atrás. Los mismos libreros, los mismos aturdidos y geniales y versátiles artesanos, los vendedores de discos quemados cubriendo la mercancía con un gran plástico ante el inminente aguacero; una pareja, camina despacio y sin hablar, mirando cada cual su propia referencia; una mujer con el drama en el rostro y un niño en brazos, algún monótono transeúnte, algún muchacho en bicicleta, tres muchachas estudiantes de liceo riendo y paseando, conformaban un cuadro nada trascendente para la fecha en que se conmemoraba la gloria del bloque cívico militar. O se agrupan en la plaza o ya van camino a palacio, pensé.
A medida que me acercaba a la Plaza circular veía más movimiento y más bullicio. Gente con sus camisas y gorras rojas institucionales, algunos con sus carnets colgando del cuello, se agrupaban en distintos puntos del paisaje, como definiendo los objetivos del día; grupos de cuatro y de cinco uniformados verde olivo iban y venían, hacían señas a lo lejos y se cruzaban con el ciudadano liberal que va trotando hacia el Parque Los Caobos, con tres funcionarios de la Policía Nacional con sus chalecos verde fosforescente, y conmigo. Un día de apretadas aglomeraciones despuntaba, y el cielo parecía cerrarse más aún. Llegué a la Plaza que desde hacía dos días estaba vestida de toldos blancos a lo largo de su circunferencia. En el centro, la carpa principal, donde se levantó un modesto escenario para los foros y conversatorios que tuvieron lugar, y donde tocaba sabrosamente un grupo de tambor que había llegado de Valencia; percusiones del pueblo con sabor a Cumbe.
El día de la dignidad nacional tenía en los medios alternativos a uno de sus procreadores. Sin más me dirigí al toldo donde los medios digitales hacían su muestra; una muestra, por cierto, mucho más que virtual si consideramos que nunca nos pusieron la conexión a la red. Pero esa disonancia en el canto ya no se percibía porque, qué carajo; ese día debía ser de comprensión, de alegría y de fraternidad. Los compañeros de los impresos habían forrado la extensión de su carpa con los colores y las letras de sus periódicos alternativos. En una rauda vuelta de reconocimiento me topé con el director de la Radio Negro Primero, un enérgico afro-luchador quien, con su gorra militar, su chaleco abundante en bolsillos y su agradable charla, declaraba por aquí y saludaba por allá. Chocamos puños y seguí con mi vuelta.
Lloviznaba. Una brisita soplaba suavemente. Algunos compañeros ya almorzaban. Los milicianos se desplazaban frenéticos; se organizaban. En el toldo de Lara TV no divisé a las flacas deliciosas del miércoles quienes, vestidas todas con franelas manga larga rojinegras, daban la impresión de ser un grupo de rock sexo-anarquista. Volví a mi espacio, en el cual no vi a nadie de los que estuvieron el miércoles. En su lugar, en la mesa se desplegaba una portátil y un grupo de estudiantes de liceo visiblemente coordinados por una joven cuyos lentes se combinaban bien con sus pechos disparados, conversaban sobre la importancia de las tecnologías de la información. Voces fluidas, espontaneidad, pura frescura.
Me senté junto a los muchachos y me tragué el almuerzo que me habían dado en uno de los toldos. En eso llegó a nuestro espacio en busca de techo un compañero miliciano. La lluvia por fin había aparecido y caía con todo, logrando reunir y apretujar gente en cada toldo. En tres segundos vi atestado al pabellón central. El grupo de tambor no paraba de repicar los cueros. A una muchacha, al fondo, adolescente sin duda, parecía movérsele sola la cadera. Quería bailar pero sus amigos no parecían sentir el ritmo. Hizo su aparición la disciplinada Milicia Bolivariana, quienes habían brotado súbitamente del Parque aledaño, y que marchaban bajo el temporal a paso redoblado rumbo a la Avenida México. La movilización tenía rato de haber comenzado.
El diálogo con Luque y el sargento Freites se dio de forma natural. Este esperaba la señal de su superior para incorporarse al aluvión del 13 de abril, y con sus botas enlodadas nos contaba sobre su cansancio, que en las últimas 24 horas había manejado con el general desde Caracas hasta Barquisimeto, de ahí a Maracay y luego otra vez a Caracas. Lo saludé con el puño como a manera de felicitación. Para ese momento todos recogían los peroles. La agrupación afro-Caribe inició su recorrido sin dejar de tocar. La lluvia seguía, aunque menos intensa. Le dije a Luque, el comunicador, y al Sargento sonriente para tomarles una foto. Esa imagen era la de la unidad cívico-militar, era la mejor imagen que había captado ese día. Al fin escampó, y la dispersión en la plaza se convirtió en concentración y marcha en la Urdaneta y la Bolívar, en dirección a Palacio, a la conmemoración, al acontecimiento, a la fuerza telúrica.
Amaury González Vilera
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