El presidente uruguayo José "Pepe" Mujica |
Para César Rodríguez Garavito, en su discurso, Mujica regañó
a sus colegas presidentes. Aunque es cierto que Mujica habló con indignación y
convicción, como diciendo verdades que todos en el fondo saben pero que nunca
se dicen por ser verdades incómodas para la preeminencia de la perspectiva
cruda y realista del reino del capital, no creo que haya sido tal cosa; su
intervención fue un fuerte llamado de atención, aleccionador y ciertamente, “Un
discurso lleno de preguntas elementales, de esas que se le ocurren a un hombre
que dona el 90% de su salario porque con el resto le basta para llevar su vida
sencilla en una chacra y llegar al trabajo en un Volkswagen modelo 87”, como
afirma Garavito.
Mujica saludó pausadamente a los presentes. Su tono de voz
se acrecentaba segundo a segundo. El viejo luchador parecía resistirse a la
idea de la autoinmolación del Homo Sapiens en nombre de la vieja mentira del
“desarrollo sustentable”. En su cabeza aletean algunas preguntas. Partiendo de
la realidad del modelo de desarrollo y de consumo de las “sociedades ricas”,
Mujica visualizó un escenario posible, el de los hindúes comprando carros al
estilo de los alemanes, y la catástrofe ambiental que eso implicaría. ¿Cuánto
oxigeno nos quedaría para poder respirar? Mujica lo plantea de otra manera: ¿7
mil millones de personas podrán tener el mismo grado de consumo y derroche,
como el American wafe of life? “¿No será que habrá que darse otro tipo de
discusión?”. Darse otra discusión nos habla no solo de cambiar el tema de la
conversación sino los propios términos de la conversación, las reglas, la
semántica, la gramática.
Lo interesante de Mujica, es que pone de manifiesto la
hipocresía de un sistema que es monstruoso y que parece haber cobrado vida
independiente de nosotros, sus bárbaros creadores. El desarrollo material de la
moderna civilización capitalista es portentoso y “explosivo”, se ha
globalizado, pero ¿Somos nosotros los que gobernamos a la globalización o es
ella la que nos gobierna a nosotros?, es otra pegunta que Mujica se hace y que
recuerda la duda de un filósofo español quien, recordando a Thomas Carlyle,
temía que los economistas supieran mucho de economía pero poco de soluciones al
problema del bienestar de la humanidad. Seguidamente una mejor ¿Será posible
hablar de solidaridad en un contexto económico basado en la competencia
despiadada? “¿Hasta dónde llega nuestra fraternidad?”
Hace pocos años, Carlos Lanz, en programa de opinión en Vtv, manifestaba una inquietud similar, expresando su deseo de ver a los empresarios que hablan de solidaridad y que se declaran “socialistas”, promoviendo la cogestión y la autogestión de las empresas que ellos dirigen. Es decir, más allá del pescueceo fraseológico mediático ¿Quienes están dispuestos realmente a cambiar radicalmente su estilo de vida?
Hace pocos años, Carlos Lanz, en programa de opinión en Vtv, manifestaba una inquietud similar, expresando su deseo de ver a los empresarios que hablan de solidaridad y que se declaran “socialistas”, promoviendo la cogestión y la autogestión de las empresas que ellos dirigen. Es decir, más allá del pescueceo fraseológico mediático ¿Quienes están dispuestos realmente a cambiar radicalmente su estilo de vida?
El “Pepe” dejó claro que negar la importancia del evento no
era su intención, y sí destacar la “magnitud colosal” del desafío que tiene la
humanidad por delante. Es verdad que la concepción de desarrollo, de
crecimiento económico, la visión moderna de dominio sobre la naturaleza, el
productivismo, ha generado una crisis ecológica que ya viene dando alertas
sobre nuestra supervivencia en el planeta. Hoy podemos leer, por ejemplo, que la
superficie de Groenlandia se deshieló en un 97%, un hecho sin precedentes en
esta era glacial y que fue previsto hace décadas por autores como István
Mészáros, quien en 1973 definió este tipo de crisis por primera vez en la
literatura marxista, como una “crisis estructural global del capital”, lo que
es decir el derrumbe de las bases de la civilización capitalista.
Pero el detalle importante acá es que, estando claras las
causas de una crisis que se nos viene desde hace décadas, sus consecuencias más
catastróficas parecen ser evitables, siempre
y cuando, los países llamados todavía “opulentos” y “desarrollados” ―la
monstruosidad se viste de belleza, esta vez de belleza semántica―, tomen las
medidas necesarias en sus estructuras productivas para no seguir destruyendo
nuestro hábitat natural. Lamentablemente, como lo denunció de entrada el
tupamaro en sus palabras, incluso en esta cumbre de Río + 20, el fementido
“desarrollo sustentable” abundó en las intervenciones muchos de los líderes que
allí se dieron cita. La conclusión evidente de todo esto, es que la crisis “No es ecológica, es política”, carajo.
Es política porque los principales responsables del problema ecológico no han
tenido la voluntad para adoptar las medidas necesarias para revertir la carrera
suicida en la que nos han montado a todos los habitantes de esta, nuestra única
nave espacial. Pero además, desde los países del Sur del mundo, no hemos
logrado un consenso lo suficientemente sólido como para emplazar a estos
monstruos a que comiencen a actuar a favor del ser humano y la naturaleza.
El carácter eminentemente cultural de la crítica de Mujica,
se develó cuando planteó el para qué de nuestra venida al mundo. Y es que ¿Será
que la especie humana tendrá que conformarse con la idea de que hay que venir
al mundo a “desarrollarse”? Para Mujica, venimos al mundo para ser felices, y ya Marx demostró, y hoy está comprobado incluso
en los términos desarrollistas del capitalismo, que el mundo, la naturaleza, es
lo suficientemente abundante como para proveernos a todos de los bienes
necesarios para la vida, para el buen vivir. Y es que acaso ¿Resulta nebulosa
la idea de que hay cierta perversión en pensar que la naturaleza puede proveer
a cada habitante de este mundo de un carro y una moto, con la posibilidad
además de cambiarlos cada año? Digo a cada habitante, es decir, a más de 7 mil
millones de seres humanos que hay hoy en nuestra querida nave espacial.
De esta manera, el presidente Mujica, en 10 minutos que duró
su intervención, planteó claramente la necesidad de una Revolución cultural
como cambio sustancial de nuestra forma de vivir o, diría yo, de lo que en el
devenir de las últimas décadas se nos impuso como forma de vivir, que por otro
lado es más bien una forma de morir o de no vivir. A la esclavitud al mercado
habría que contraponer, siguiendo al “Pepe”, el “gobierno del mercado”, y
gobernar al mercado es salirnos de su juego, del vicio del consumo circular por
cortesía de la obsolescencia programada, o es que ¿El consumo enfermizo es el
destino de la vida humana? Como diría Gramsci, “ante el pesimismo de la
inteligencia, el optimismo de la voluntad. En este sentido, si la crisis no es
ecológica sino política, recordemos, con Dussel, que la política es la
actividad por medio de la cual se produce, reproduce y se aumenta la vida de
los seres humanos.
La economía es buena para la economía y su discurso, autorreferente,
muchas veces resulta inútil y jergoso. Pero como aquí lo importante es la
afirmación vida humana, necesitamos “Luchar por otra cultura”, lo cual no
implica crítica anti-moderna alguna ―aquello de volver al guayuco―, y sí
recordar que la pobreza no la padece quien tiene poco sino el que necesita
mucho, una vieja verdad sobre la que hay que volver. Esa, esa es la clave
cultural que dejó Mujica.
@maurogonzag
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