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jueves, 26 de julio de 2012

La crisis no es ecológica, es política, carajo

El presidente uruguayo José "Pepe" Mujica
Recuerdo que uno de los discursos más contundentes pronunciados en la histórica Cumbre de la Celac fue el del presidente del Uruguay, José “Pepe” Mujica. Con su particular entonación, que es de una humilde y musical combatividad, el otrora guerrillero tupamaro sigue atentando contra el sistema con un discurso cuya contundencia y honestidad se hicieron sentir nuevamente, esta vez en la pasada Cumbre de Río + 20, escenario donde habló de lo “elemental”, dejando sobre la mesa la “clave cultural” de la cuestión.

Para César Rodríguez Garavito, en su discurso, Mujica regañó a sus colegas presidentes. Aunque es cierto que Mujica habló con indignación y convicción, como diciendo verdades que todos en el fondo saben pero que nunca se dicen por ser verdades incómodas para la preeminencia de la perspectiva cruda y realista del reino del capital, no creo que haya sido tal cosa; su intervención fue un fuerte llamado de atención, aleccionador y ciertamente, “Un discurso lleno de preguntas elementales, de esas que se le ocurren a un hombre que dona el 90% de su salario porque con el resto le basta para llevar su vida sencilla en una chacra y llegar al trabajo en un Volkswagen modelo 87”, como afirma Garavito.

Mujica saludó pausadamente a los presentes. Su tono de voz se acrecentaba segundo a segundo. El viejo luchador parecía resistirse a la idea de la autoinmolación del Homo Sapiens en nombre de la vieja mentira del “desarrollo sustentable”. En su cabeza aletean algunas preguntas. Partiendo de la realidad del modelo de desarrollo y de consumo de las “sociedades ricas”, Mujica visualizó un escenario posible, el de los hindúes comprando carros al estilo de los alemanes, y la catástrofe ambiental que eso implicaría. ¿Cuánto oxigeno nos quedaría para poder respirar? Mujica lo plantea de otra manera: ¿7 mil millones de personas podrán tener el mismo grado de consumo y derroche, como el American wafe of life? “¿No será que habrá que darse otro tipo de discusión?”. Darse otra discusión nos habla no solo de cambiar el tema de la conversación sino los propios términos de la conversación, las reglas, la semántica, la gramática.

Lo interesante de Mujica, es que pone de manifiesto la hipocresía de un sistema que es monstruoso y que parece haber cobrado vida independiente de nosotros, sus bárbaros creadores. El desarrollo material de la moderna civilización capitalista es portentoso y “explosivo”, se ha globalizado, pero ¿Somos nosotros los que gobernamos a la globalización o es ella la que nos gobierna a nosotros?, es otra pegunta que Mujica se hace y que recuerda la duda de un filósofo español quien, recordando a Thomas Carlyle, temía que los economistas supieran mucho de economía pero poco de soluciones al problema del bienestar de la humanidad. Seguidamente una mejor ¿Será posible hablar de solidaridad en un contexto económico basado en la competencia despiadada? “¿Hasta dónde llega nuestra fraternidad?”

Hace pocos años, Carlos Lanz, en programa de opinión en Vtv, manifestaba una inquietud similar, expresando su deseo de ver a los empresarios que hablan de solidaridad y que se declaran “socialistas”, promoviendo la cogestión y la autogestión de las empresas que ellos dirigen. Es decir, más allá del pescueceo fraseológico mediático ¿Quienes están dispuestos realmente a cambiar radicalmente su estilo de vida?

El “Pepe” dejó claro que negar la importancia del evento no era su intención, y sí destacar la “magnitud colosal” del desafío que tiene la humanidad por delante. Es verdad que la concepción de desarrollo, de crecimiento económico, la visión moderna de dominio sobre la naturaleza, el productivismo, ha generado una crisis ecológica que ya viene dando alertas sobre nuestra supervivencia en el planeta. Hoy podemos leer, por ejemplo, que la superficie de Groenlandia se deshieló en un 97%, un hecho sin precedentes en esta era glacial y que fue previsto hace décadas por autores como István Mészáros, quien en 1973 definió este tipo de crisis por primera vez en la literatura marxista, como una “crisis estructural global del capital”, lo que es decir el derrumbe de las bases de la civilización capitalista.

Pero el detalle importante acá es que, estando claras las causas de una crisis que se nos viene desde hace décadas, sus consecuencias más catastróficas parecen ser evitables, siempre y cuando, los países llamados todavía “opulentos” y “desarrollados” ―la monstruosidad se viste de belleza, esta vez de belleza semántica―, tomen las medidas necesarias en sus estructuras productivas para no seguir destruyendo nuestro hábitat natural. Lamentablemente, como lo denunció de entrada el tupamaro en sus palabras, incluso en esta cumbre de Río + 20, el fementido “desarrollo sustentable” abundó en las intervenciones muchos de los líderes que allí se dieron cita. La conclusión evidente de todo esto, es que la crisis “No es ecológica, es política”, carajo. Es política porque los principales responsables del problema ecológico no han tenido la voluntad para adoptar las medidas necesarias para revertir la carrera suicida en la que nos han montado a todos los habitantes de esta, nuestra única nave espacial. Pero además, desde los países del Sur del mundo, no hemos logrado un consenso lo suficientemente sólido como para emplazar a estos monstruos a que comiencen a actuar a favor del ser humano y la naturaleza.

El carácter eminentemente cultural de la crítica de Mujica, se develó cuando planteó el para qué de nuestra venida al mundo. Y es que ¿Será que la especie humana tendrá que conformarse con la idea de que hay que venir al mundo a “desarrollarse”? Para Mujica, venimos al mundo para ser felices, y ya Marx demostró, y hoy está comprobado incluso en los términos desarrollistas del capitalismo, que el mundo, la naturaleza, es lo suficientemente abundante como para proveernos a todos de los bienes necesarios para la vida, para el buen vivir. Y es que acaso ¿Resulta nebulosa la idea de que hay cierta perversión en pensar que la naturaleza puede proveer a cada habitante de este mundo de un carro y una moto, con la posibilidad además de cambiarlos cada año? Digo a cada habitante, es decir, a más de 7 mil millones de seres humanos que hay hoy en nuestra querida nave espacial.

De esta manera, el presidente Mujica, en 10 minutos que duró su intervención, planteó claramente la necesidad de una Revolución cultural como cambio sustancial de nuestra forma de vivir o, diría yo, de lo que en el devenir de las últimas décadas se nos impuso como forma de vivir, que por otro lado es más bien una forma de morir o de no vivir. A la esclavitud al mercado habría que contraponer, siguiendo al “Pepe”, el “gobierno del mercado”, y gobernar al mercado es salirnos de su juego, del vicio del consumo circular por cortesía de la obsolescencia programada, o es que ¿El consumo enfermizo es el destino de la vida humana? Como diría Gramsci, “ante el pesimismo de la inteligencia, el optimismo de la voluntad. En este sentido, si la crisis no es ecológica sino política, recordemos, con Dussel, que la política es la actividad por medio de la cual se produce, reproduce y se aumenta la vida de los seres humanos.  

La economía es buena para la economía y su discurso, autorreferente, muchas veces resulta inútil y jergoso. Pero como aquí lo importante es la afirmación vida humana, necesitamos “Luchar por otra cultura”, lo cual no implica crítica anti-moderna alguna ―aquello de volver al guayuco―, y sí recordar que la pobreza no la padece quien tiene poco sino el que necesita mucho, una vieja verdad sobre la que hay que volver. Esa, esa es la clave cultural que dejó Mujica.


@maurogonzag

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