Algunos testimonios de seguidores de Capriles tomados en los días
previos a las elecciones presidenciales, además de los comentarios que
se pudieron leer en las redes sociales, daban cuenta de que el sector
que apoyaba al candidato “neo-progre” de la derecha venezolana lo hacía
por un supuesto “cambio”. Exhibiendo una inusitada seguridad en que
ganaría su candidato, muchos opositores afirmaron que ahora sí, que ya
era tiempo, había llegado la hora, era el momento de “votar por el
cambio”.
Como bolivariano, entiendo que los que votamos por Chávez votamos por
la consolidación de los cambios por los que viene atravesando Venezuela
en los últimos años, y cuando hablamos de consolidación, nos referimos a
la transformación profunda de la manera de producir y la manera de
pensar, o como lo dijera Claudia Salerno, avanzar hacia otro modelo de
desarrollo y hacia el necesario cambio de valores, proceso del cual
resultaría la sociedad socialista que, como utopía concreta, visualiza
el comandante Chávez y los que pensamos que el socialismo del siglo XXI
está lejos de ser un “capitalismo humano” o un mero Estado de bienestar,
que ya es bastante.
Pero entonces ¿Cómo es eso de que los que votaron por Capriles
votaron por un cambio? Conviene, primero, no dejarnos robar la palabra cambio,
aunque ganadas las elecciones no haya, por ahora, nada de qué
preocuparse. Resultó evidente, que este discurso era parte de la
estrategia electoral de una oposición que pretendió presentar a Chávez
como lo viejo y desgastado para, a partir de ahí, contraponer la figura
de Capriles como el “chocolate nuevo”. Detrás de la estrategia, el tema
de la mentada “alternancia” en el poder, interpretada como algo urgente y
necesario después de 14 largos años de gobierno.
Desde otra perspectiva, podemos decir que un sector de la oposición
fue a votar abogando por la concreción cambios dentro de los cambios,
por rectificaciones y renovaciones que solo se conciben posibles con la
salida de Chávez. Claro, lo que puede entenderse como un interés natural
en ver algo diferente, como el deseo de ver cambios en el paisaje y los
estilos políticos, lamentablemente se confunde con una disociación que
les impide captar la realidad actual de una Venezuela próspera que ha
ofrecido y ofrece condiciones para que muchos venezolanos adversos al
proyecto bolivariano no se “vayan demasiado”, y que les impide ver sobre
todo la historia de la que venimos, porque la historia para ellos es
una especie de penoso resabio, y lo importante aquí es el futuro, aunque
el futuro ―y también el pasado― confluyan en el aquí y en el ahora.
Ensayemos ahora otra lectura. Digamos que gran parte de la oposición
antichavista votó por la posibilidad de la resolución de problemas que
afectan la vida cotidiana como los apagones eléctricos y la
“in-seguridad”, situaciones que en una dinámica donde hay una fuerza
política que ejecuta un proyecto de país orientado a la inclusión y a la
transformación social, deben ser señalados, ética y argumentalmente,
por la oposición política, cuya participación en la resolución de estos
es natural y necesaria. Pero sucede que la oposición política
venezolana, en su carácter reaccionario no ha intervenido sino para
magnificar los problemas recurriendo a un criminal y desmesurado
terrorismo mediático. Sólo en las últimas semanas de campaña los
venezolanos comenzamos a ver señales de sensatez en algunos voceros de
la oposición venezolana, lo cual parece augurar un período menos
psicótico para este sector político.
Respecto al tema de los 14 años en el gobierno, lo cual sigue siendo
una verdad formal y por tanto una simplificación, hay que decir que es
sólo a partir de 2006 que el gobierno bolivariano y el pueblo que lo
sigue, pudo comenzar a ejecutar las políticas de inclusión que hoy han
beneficiado a todos, luego de haber sorteado golpes de Estado,
sabotajes, guarimbas y pateadas de mesa de todo tipo. Así las cosas, los
que votamos por Chávez el 7 de octubre fuimos los que votamos por los
cambios, conscientes de que el gobierno tiene alrededor de 6 años
gobernando, luego de haber llegado, refundado la República, aguantado
los embates de la reacción y de haberse legitimado de todas las maneras
posibles.
Por todo esto, era necesaria la aprobación de la enmienda
constitucional para abrir la posibilidad de la postulación continua, y
permitir así que el líder histórico pudiera ser reelegido para darle
continuidad a un proyecto nacional que no es realizable en 4, 5 o seis
años, luego de décadas de dependencia, colonialismo y subalternidad. No
es casual que teóricos como Ernesto Laclau estén de acuerdo con la
llamada “reelección indefinida”, como lo afirma en entrevista publicada
recientemente y donde ofrece además su opinión sobre las elecciones del 7
de octubre, en una reflexión sobre la necesidad de una nueva
institucionalidad como expresión de las fuerzas políticas del cambio.
Esa nueva institucionalidad es la que se viene construyendo en
Venezuela en medio de la lucha política, la guerra mediática, el saboteo
en algunos servicios y nuestras consuetudinarias taras: el burocratismo
y la corrupción. Es verdad que el propio Chávez se comprometió a ser un
mejor presidente, pero para consolidar los cambios en el marco de la
eficiencia es necesaria también una mejor oposición, una oposición
inteligente, ética y sobre todo, nacional. La no existencia de esta
oposición, hace imprescindible la continuidad de la dirección del
comandante Chávez al frente del Estado, lo cual es posible gracias a la
posibilidad de postularse de forma continua.
Gracias enmienda constitucional! Gracias “reelección indefinida”!
amauryalejandrogv@gmail.com
@maurogonzag
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