El pasado viernes, todos escuchamos al copeyano Aldo Cermeño manifestar su descontento con el sectarismo rampante de Primero Justicia, y su intención de votar por Hugo Chávez el próximo 7 de octubre, posición que se suma a la de todos aquellos que, como David De Lima, se han “reencontrado” con el candidato de la Patria, motivados en gran medida por la oligofrenia neoliberal presente en este sector de la oposición.
Pero después de manifestar su apoyo al candidato Chávez, Cermeño, más enfático aún, afirmó que esperaba que Chávez condujera en lo sucesivo un “Gobierno de reconciliación nacional”, y hasta le hizo un llamado al presidente a decretar una “amnistía general” en su preocupación por el “odio que hay en el ambiente”. Sobre esto, hubiera sido interesante un pronunciamiento, o una “manifestación de preocupación”, por parte de estos demócrata-cristianos como Cermeño, durante los hechos del golpe de abril de 2002, en que los venezolanos sí estuvimos cerca de un enfrentamiento existencial, y donde el fascismo y el odio hacia Chávez y al proyecto que encarna afloraron con impúdica franqueza.
Para Cermeño, el “odio” que se percibe en la atmósfera es algo nuevo, como al parecer lo fue también para muchos bolivarianos el hecho de que la oposición haya casi llenado la Avenida Bolívar el pasado domingo. Eso se llama tener memoria de corta duración.
Volviendo al tema de este escrito, resulta interesante que el pasado domingo, en la entrevista que le hace José Vicente Rangel a Chávez y que será retransmitida esta noche, haya surgido de nuevo el tema de la “reconciliación nacional”. En un pasaje del diálogo, Rangel le comenta a Chávez que un opositor sensato e inteligente amigo suyo le refirió que, efectivamente, Chávez había ganado todas las batallas, pero que le faltaba ganar la más importante: la de la reconciliación nacional. Aquí se encendieron algunas alertas en mi detector de indefiniciones y ambigüedades.
Pero más interesante fue la respuesta de Chávez, al afirmar que lo que ha vivido Venezuela en la última década ha sido precisamente eso, un proceso de reconciliación que estaba pendiente por lo menos desde los hechos del guarenazo-caracazo de 1989. Pero aquí se advirtió una evidente colisión conceptual, o filosófica, o semántica, entre la “reconciliación” que pide el amigo de José Vicente y la reconciliación de la que habló Chávez. Preguntémonos en primer lugar: ¿Qué reconciliación? ¿Quién debe reconciliarse con quien? ¿Por qué reconciliación?
En primer lugar, una de los enfoques de la “reconciliación” parece partir de un claro supuesto: el de la mentada división de los venezolanos, el de la fractura de la sociedad venezolana, el del “enfrentamiento entre hermanos”. Esta fractura y este enfrentamiento, según este discurso, sobrevinieron con la llegada de la Revolución bolivariana, por lo que se colige que antes de esta lo que teníamos en Venezuela era la más pura concordia y la más perfecta cohesión social. Este discurso del enfrentamiento entre venezolanos es viejo, y está referido al proceso de politización, producto de la toma de conciencia que ha experimentado la población venezolana en los últimos años, y que ha impregnado cada aspecto de la vida nacional, en un proceso de crecimiento y desarrollo político muy conveniente y muy sano para cualquier pueblo; mucho más en esta época de crisis/reacomodo del sistema capitalista mundial. De otro lado, este discurso parte de una mitología que presenta a la sociedad venezolana durante la Cuarta República, como un bloque armónico y feliz, lo cual se develó como la gran falsedad desde el 27 de febrero de 1989, fecha en la que, como se ha dicho, se evidenció con fuerza que nuestra sociedad estaba más que enfrentada, quebrada y verdaderamente dividida.
¿Qué es lo que ha hecho la Revolución bolivariana? Abrir las compuertas de la toma de conciencia por parte de esas mayorías, desnaturalizando y desmitificando una situación de exclusión y de invisibilización, llamada por sus artífices “armonía” y “concordia”. Y es que acaso, durante la cuarta república ¿Se podía hablar de cohesión social entre una clase privilegiada y excluyente, de un lado, y unas mayorías invisibilizadas y sometidas que eran salvajemente reprimidas cuando decidían manifestarse, de otro? Sí se podía, desde la perspectiva de la clase dominante, lo cual nos hace recordar que las palabras no son neutrales y mucho menos los conceptos.
Venezuela es hoy en día una sociedad democrática donde las mayorías tradicionalmente excluidas desde todo punto de vista, han vivido un proceso de emancipación donde por primera vez han participado concretamente de los beneficios de la producción social, en un contexto de lucha política permanente contra los poderes fácticos, las clases privilegiadas y el imperialismo. Ahora, es en esta lucha política permanente y sus consecuencias donde hay que buscar las causas de lo que algunos llaman “polarización”, “división” o “fractura”.
Nadie nunca dijo que la democracia participativa fuera sinónimo de felicidad. Lo que sí se ha dicho (Camus) es que en política, son los medios los que deben justificar el fin, es decir, que el conflicto cotidiano, la lucha diaria, el debate permanente, constituyen la esencia de la política como actividad orientada a la producción y aumento constante de la vida humana, y signo de una sociedad despierta y madura.
En segundo lugar, la reconciliación de la que habla el presidente Chávez, es la más noble que pueda pensarse: la que se ha producido entre la mayoría de la población de un país, y un sistema, una sociedad y un Estado, que históricamente la excluyó hasta que humanamente no se soportó más la situación.
Ahora, les toca a esos sectores privilegiados, tradicionalmente beneficiados y controladores del sistema, reconciliarse con un proceso de democratización, de emancipación y de transformación, del cual ellos forman parte y donde, esperamos, desempeñen algún rol positivo más allá del papel reaccionario que hasta ahora han jugado.
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@maurogonzag
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