En 1975, García Márquez publicó Cuba de cabo a rabo, una
extensa crónica donde el gran escritor plasmó el recorrido que “durante
seis semanas de jornadas sin término” hizo por la Cuba revolucionaria,
acompañado de su hijo y de un “severo e incansable” guía que cumplió al
pie de la letra las instrucciones de hacerle abrir todas las puertas
donde tocara, sin excepción.
El Gabo se explaya y concluye que Cuba es una “realidad deslumbrante”
en la que no hay un solo niño sin escuela, ni desempleados, ni un solo
ser humano sin vivienda, zapatos y sus tres comidas al día. Una sociedad
en la que no hay mendigos, ni rateros ni analfabetos, ni “nadie de
cualquier edad” que no disponga de educación gratuita a cualquier nivel,
ni nadie que no disponga de atención médica oportuna y gratuita.
De forma magistral, García Márquez describe la emergencia de una
nueva moral, una moral revolucionaria dotada de esa “chispa de locura
recóndita” que el escritor calificó como una de las virtudes más
antiguas y fecundas del pueblo cubano. El cronista, también brinda un
análisis detallado del bloqueo imperialista y de cómo ese pueblo
valeroso lo enfrentó y lo venció con dignidad desde adentro. También, la
gran campaña de alfabetización y la emergencia del poder popular
merecieron la atención detenida del colombiano quien, de paso, se había
contado entre los fundadores de la agencia de noticias Prensa Latina,
creada en los primeros años de la revolución.
No obstante, de todo este gran testimonio queremos detenernos en la
sección en la que el autor analiza el tema de la “prensa socialista”,
campo considerado complejo por aquel, y que los cubanos definieron en
ese momento ―y quién diría que hoy toda la región no lo considera así―
como una “materia política muy delicada”. De una, el Gabo mata la
culebra por la cabeza, o una de sus primeras cabezas, refutando la
acusación sobre la supuesta falta de “libertad de prensa” en Cuba, el
clásico caballo de batalla liberal burgués que aún hoy es utilizado por
las grandes corporaciones mediáticas para atacar a los gobiernos
progresistas que, enhorabuena, decidieron plantarle cara.
Para ese momento, el Gabo dejó claro que quienes afirmaban que en
Cuba no había libertad de prensa, querían decir algo completamente
distinto: que no existe una prensa como la creada por el capitalismo
para defender sus intereses e imponer sus objetivos. En una sociedad
donde el orden burgués había sido destruido de raíz, resultaba casi
natural que no existiera prensa capitalista y por tanto, este tipo de
“libertad de prensa”. Si bien este apartado de la crónica
garciamarquiana abarca poco más de una cuartilla, habría que leer entre
líneas lo que al autor quiso decir cuando afirmó que en Cuba los medios
de comunicación eran ahora propiedad social y, lo más importante, que
los cubanos lo que buscaban era una nueva concepción de la prensa.
Un párrafo, resulta particularmente esclarecedor sobre el estado de la comunicación en Cuba a principios de los setenta:
“En la actualidad solo existen diarios del Partido Comunista que
cumplen con bastante eficiencia la tarea de agitar y orientar pero que
son deficientes en la información y apenas si intentan algún examen crítico”.
Seguidamente, el escritor hace un repaso de las emisoras oficiales
existentes, de la música que habitualmente colocan; incluso destaca la
existencia de una emisora especial dedicada exclusivamente a informar
durante todo el día, y celebra el hecho de que el vespertino de la
Juventud Comunista tenga una sección de “cartas de los lectores”, donde
recientemente se había publicado la denuncia de una ciudadana. Sin
embargo, García Márquez habla claro y considera una limitación que todos
estos medios de información estén bajo la dirección y el control del
Partido Comunista.
Ahora bien, traigamos a nuestro contexto de construcción del
socialismo bolivariano y de su respectiva concepción de la comunicación
la frase arriba citada, y recordemos que una de las críticas que le han
hecho al movimiento de la comunicación popular y alternativa, es su
reiterada recurrencia a la agitación y la consigna en detrimento del
requerimiento informativo y la siempre necesaria crítica. Mencionemos
además, que la propaganda y la consigna si bien hacen deficiente la
información, aleja más aún la producción de contenidos de profundidad,
al periodismo de investigación y en general a todo género que no acepte
la cartilla aquella según la cual los “hechos son sagrados”.
La crítica del Gabo sigue siendo válida, tal como la que hizo Pascual
Serrano en un foro realizado en el Teatro Principal hace pocas semanas.
Sin embargo, un mal diagnóstico de la problemática bien podría
llevarnos a la aplicación de la peor de las terapias. Por ejemplo,
pensar que para superar el vicio de la consigna sea necesario revivir o
fortalecer aún más las prácticas de la prensa capitalista, con toda su
mitología y su dogmática funcional al orden capitalista. Y con esto nos
referimos a la noticia como mercancía, a las reseñas depuradas, a la
fragmentación del flujo informativo producido por el “tratamiento
objetivo” de los hechos aislados, tal como afirma Federico Álvarez en La información contemporánea.
Volviendo a García Márquez, la esperanza para superar este complejo
problema se sigue localizando en al campo de la comunicación
alternativa. En el último párrafo del texto citado, se hace referencia a
los planes para crear en Cuba una cadena de periódicos que no dependan
del Partido Comunista, y de proyectos de los trabajadores organizados y
las organizaciones de mujeres para crear sus propias publicaciones.
Da tal manera, dice el Gabo: “De esta proliferación de diarios y
revistas que ya empiezan a saturar los quioscos callejeros con sus
colores vivos, ha de surgir la nueva prensa sin vicio de la nueva Cuba”.
Así, el debate sigue estando en lo que significa la “prensa sin
vicio”. Lo que sí pronostica el autor es que esta prensa será
“democrática, alegre y original”, cualidades que podemos tomar para la
construcción de la prensa sin vicio de la nueva Venezuela.
Publicado en PoderenlaRed.com el 15 de agosto
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@maurogonzag
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