Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

miércoles, 13 de abril de 2011

¿Ruptura o entendimiento generacional? Una reflexión sobre la experiencia y el poder

Si bien es cierto que la edad –y por tanto la experiencia- constituye un criterio bastante objetivo de autoridad, también lo es el hecho de que, en un contexto de cambio de época, de transformación radical de la sociedad, pero sobre todo de cambio de los viejos paradigmas científicos y de perspectivas de conocimiento (o de toma de conciencia de la tradicional incoherencia de haber estudiado y aplicado teorías importadas de otras realidades) eurocéntricas, surgen y se hacen valer nuevas formas de autoridad relacionadas con maneras de ser, hacer y de pensar, capaces de propiciar las necesarias rupturas emancipatorias, orientadas a la superación de todo aquello que siempre se consideró inamovible, legitimo, prestigioso, acabado; intocable y sagrado.

La experiencia, siempre se considerará un aspecto importante –un criterio siempre válido- al momento de la escogencia y designación de un individuo para su desempeño en tareas de diversa naturaleza. Sin embargo, la misma experiencia (mayor o menor) nos dice que esa experiencia puede muchas veces estar asociada a maneras de entender el mundo, la naturaleza, el arte, la ciencia, la política y la vida en general, que efectivamente llevan una carga positivista, conservadora, estructural-funcionalista o, de otro modo, simplemente contrarrevolucionaria. En este sentido, podríamos destacar la “experiencia de lo actual” y su adecuada interpretación de cara a una posible y necesaria transformación cultural, como un criterio renovado de autoridad asociado siempre al poder.

La experiencia es poder en la medida en que es conocimiento del pasado y sus lecciones, acumulación de información y de datos que, necesariamente, constituyen elementos de juicio importantes para el proceso cotidiano de toma de decisiones a todo nivel. Aquí podemos agregar que, en un mundo en constante cambio donde los conocimientos siempre surgen en contextos espaciales y temporales específicos, y donde se hace necesaria, por ejemplo, la transformación del Estado, de su estructura, sus procedimientos y formas de poder objetivadas en él, muchas veces esa experiencia se convierte en un importante obstáculo para la superación de formas y prácticas institucionales que, de no poder superarse, difícilmente nos permitirían avanzar hacia otro tipo de sociedad. 


Es verdad que la experiencia es poder, pero el poder no es sólo experiencia. Sobre todo en nuestro contexto de cambio cultural y social. El poder es, antes de cualquier complicada consideración académica, una suma de liderazgo, autoridad y legitimidad. Un liderazgo que puede o no ser natural; una autoridad no necesariamente acompañada de liderazgo y una legitimidad –lo que se puede considerar lo más importante de lo importante- que puede venir –diría Weber- de la tradición, de la legalidad racional y del carisma. Pensamos que esta legitimidad, de acuerdo a nuestra legitima aspiración de transformar la sociedad y sin olvidar la centralidad de la información y el conocimiento para el proceso político en nuestro mundo actual y cotidiano, debe provenir del conocimiento integral, holístico, rebelde y transdiciplinario, de la imaginación, del pensamiento prospectivo y sobre todo de la capacidad de tener una actitud siempre dialéctica frente a la compleja realidad social.

Es bueno dejar claro que se reconoce el valor de la experiencia. Empero, como se expresa arriba, la época pide invención, liberación de creatividad, poder de imaginación, vitalidad y voluntad política. De esta manera, como dice Walter Martínez, la experiencia es intransferible; ciertamente. Pero la experiencia no da capacidad para inventar, y parece darla el simple e inexorable paso del tiempo. De esta manera, en  sociedades cuyas relaciones sociales y relaciones de producción entre clases son (por diversas razones políticas, económicas, religiosas, etc.) más o menos estables, donde prima el pensamiento conservador y la idea de orden y tradición tienen gran arraigo, la experiencia puede que sea el criterio más importante de autoridad. Pero no así en las sociedades que viven procesos de transformación, más o menos radicales.

            En este sentido, si las viejas generaciones insisten en darle continuidad a los viejos paradigmas, a prácticas desfasadas de todo tipo y pretenden seguir dirigiendo de forma autoritaria el pensamiento y la vida de las nuevas generaciones, éstas deberían –en aras de la realización de una auténtica revolución- romper –política, ideológica, culturalmente- definitivamente con ella. No obstante, siempre existe la posibilidad del acuerdo. La experiencia debe hacer su aporte fundamental a los procesos culturales y sociopolíticos que vive la nación, eso está fuera de discusión, pero el mayor aporte deben hacerlo las nuevas generaciones, siempre en intercambio con las anteriores, entre las que se encuentran siempre, jóvenes eternos.

El flujo de información en nuestras actuales sociedades está muy lejos de ser el de hace treinta años. Hoy día, el rasgo fuerte es la superabundancia de información y la democratización del conocimiento. Así las cosas, destacando la importancia del contexto cultural particular que eventualmente domina y caracteriza las distintas épocas que viven las distintas generaciones, conviene recordar las reflexiones que en este sentido hace del sociólogo argentino Sergio Bagú. Parafraseando, Bagú nos dice que cada generación tiene la necesidad y por tanto el derecho, de dar respuestas a las preguntas sobre el hombre, la mujer y la sociedad en que le tocó vivir en suerte, a partir del conocimiento de que pueda disponer. De ahí, que sería absurdo reprocharle a una generación no haberlo hecho con la información adecuada, sin embargo, cualquier generación siguiente (con la misma necesidad y derecho) puede preguntarse a partir de que información, teorías e hipótesis (a partir de cuales perspectivas de conocimiento) dieron sus respuestas las anteriores generaciones.

Estas afirmaciones, tomadas del libro “Marx-Engels: diez conceptos fundamentales (génesis y proyección histórica)”, específicamente del sub-capítulo “La información histórica y tecnológica”, terminan de la siguiente manera:

“No estamos suponiendo que el conocimiento sea el resultado de la acumulación cuantitativa de datos objetivos. Sabemos que una generación puede, con menos datos que otra pero con mejores matrices lógicas, arribar a conclusiones más felices”. De esta manera, el debate está, como siempre, en la matriz lógica que estemos utilizando para estudiar y comprender a la persona humana y para analizar e interpretar los procesos sociales.

Finalmente, nos preguntamos ¿Dispone nuestra generación de mayor cantidad de datos que las anteriores? Esta pregunta no parece complicado responderla, pero también interrogamos ¿Cuáles son, siguiendo a Sergio Bagú, las matrices lógicas que utilizaron las anteriores generaciones y cuales las que utilizamos nosotros? ¿Cuáles son las mejores? Pero sobre todo ¿Qué diría la experiencia frente a lo nuevo, frente a lo mejor –por ser lo más pertinente- para la época? Como dice Morfeo, personaje de Matrix: algunas cosas nunca cambian, otras, afortunadamente sí. 


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