El año anterior había finalizado con cierta incertidumbre sobre la salud del Comandante. Los rumores venían haciendo estragos y hay que ver que al ministro de Comunicación del momento, Ernesto Villegas, no le tocó fácil. Nada menos que informar al pueblo venezolano sobre la lucha del Comandante por su salud, incluyendo la información sobre su recaída la noche anterior a su final deceso. No obstante, otras noticias del año tuvieron lugar en los días previos a este fatal acontecimiento.
A mediados de febrero, un conductor desde Kazajistán captaba
las imágenes de un meteorito que, al entrar en la atmósfera terrestre, explotó
en el cielo de los montes Urales, en Rusia, dejando más de 1200 heridos. Días
antes, como si hubiera sido una orden inapelable del cielo, el papa Ratzinger,
Benedicto XVI, anunció su renuncia al papado, hecho significativo si se toma en
cuenta que tal cosa no ocurría desde 1415. El Vaticano se estremeció, algunos escándalos
sagrados se ventilaron. En una noche lluviosa, hasta un rayo cayó en la cúpula de Saint Peters.
Llegó el 5 de marzo, y con él el dolor de todo un país. Un
pueblo entero se despidió del Comandante ante su féretro dispuesto en Fuerte
Tiuna. Ahmadineyad lloró y besó el ataúd de su compañero; Cristina fue la primera en la parada de honor y no quiso
verlo de cerca para llevarse un mejor recuerdo. Mucha gente de la oposición se
conmovió, muchos chavistas de clóset
corrieron la puerta, y salieron. Era más fácil ser chavista después de
la muerte de Chávez, dadas las condiciones otorgadas por el dolor nacional.
Venezuela necesitaba un nuevo presidente, y el 8 de diciembre de 2012, el
propio Comandante había dejado la orden. El 14 de abril, aún recuperando aire
después del golpe, hubo nuevas elecciones presidenciales y el chavismo, entre
bigotes, plátanos y pájaros, echándole un camión de dieciocho ruedas, se impuso
de nuevo y con una clara ventaja.
Toda Venezuela le agradecerá siempre el renacimiento del
debate político, la politización de la gente, el despertar mágico y poético en
el seno del pueblo, el nuevo sentido de la vida que movilizó ―a favor o en
contra― a Venezuela entera. Un país transformado, renacido de sus propias
cenizas grasientas de petróleo, despedía a la gran locomotora que había
arrastrado los vagones oxidados de la vieja sociedad. Chávez fue una poderosa
inyección de idealismo, un reencantamiento de la cotidianidad, una bocanada de
vida; alguien a quien seguir y a quien oponerse en medio de la nada, de la
desesperanza bien aprendida. Quedó el amor, pero también mucho odio, el precio de la expansión
de la conciencia, y Maduro lo sabe. Sabe que la solución es sumar, dialogar; le
amor.
En esos primeros días del nuevo Gobierno chavista, el
primero de la historia después de Chávez, se tomo conciencia de que detrás de
la desmesurada y descarada inflación de los precios de todo cuanto tuviera uno,
respondía a una revancha-conspiración de la oligarquía nacional y sus aliados.
La guerra económica se había iniciado en noviembre de 2012, con el tradicional
pago de utilidades y la lamentable ansiedad consumista correspondiente. Se
acercaba la navidad, la época en que, en Venezuela, los mercaderes se
enriquecen entrando a todos los templos. Maduro, ya proclamado, con legitimidad
de origen, denunció la guerra económica y la enfrentó hasta el punto de que
este, ha sido el único año y la primera vez en la historia del país ―lo cual, jóvenes,
no es ninguna nimiedad― en que los precios de los bienes y servicios han bajado.
Por primera vez en Venezuela, se inició el combate contra el
histórico laissez faire rentista-consumista, donde no sólo se ataca y se
denuncia con pelos y señales la estructura del descaro especulativo nacional,
sino que se intenta concientizar al histórico individuo consumidor-derrochador,
contraparte cómplice de la macabra distorsión económica del abundante y espeso chorro
negro. En una sociedad donde el que no es un botarate es un pichirre turco
miserable ―con el perdón de los turcos―, tenía que llegar el momento para crear
conciencia de ahorro y cultura de trabajo. Pero fueron; han sido, muchos años
de comunicación alienante, de agradables y altisonantes spots publicitarios.
Este es un hecho que no debe dejarse pasar como uno de los
más significativos de 2013. Otros acontecimientos merecen citarse también como
representativos del año que acaba. Uno de ellos, es el del bachiller que develó los planes del Big Brother: Edward Snowden. Siguiendo el ejemplo de Manning y Assange, entre
otros, este joven ex agente de la CIA y ex trabajador de la NSA, filtró una
serie de documentos que dieron cuenta de los planes orwellianos del Gran Hermano, expresión con la que nos referimos, más que al Departamento de Estado
al Estado profundo, aquella tenebrosa estructura denunciada en su momento por
el ex presidente estadounidense Eisenhower y de la que fue víctima John F. Kennedy, de cuyo asesinato se cumplieron 50 años.
También, no olvidemos que Julián Assange cumplió mil días refugiado en la embajada de Ecuador en Londres sin que nadie haya violado
soberanía ecuatoriana, algo solo posible en la nueva era pluricéntrica y
multipolar.
2013, el año de la muerte del Comandante, ocurrida dos días
antes del asesinato del cacique Sabino Romero, después de la de Spinetta ―si se
me permite la inclusión― y antes de la de Madiba, otro ejemplo de lucha, o de
vida entera de lucha, por un pueblo.
Fueron muchos los hechos, las noticias que merecerían
enumerarse, pero la muerte del Comandante las eclipsa a todas, tan sencillo
como eso. Aunque, bueno, al vuelo, tomo dos más: la entrega de la vivienda número 500
mil en el marco de la Gran Misión Vivienda Venezuela, y esta otra nada
desdeñable: tenemos Patria.
31 de diciembre de 2013
@maurogonzag
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