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miércoles, 27 de noviembre de 2013

Industrialización, bien, pero quiero mi cargo burocrático

Uno de los objetivos más desafiantes de nuestro país ha sido siempre el de la industrialización. La guerra económica frontal que desató la burguesía importadora en nuestro país, hace poco más de un año, nos volvió a recordar que la economía predominante era, no solo capitalista sino rentista petrolera. Pero también, fue el toque de rebato para reimpulsar un conjunto de medidas orientadas a crear las condiciones para industrializar al país. Incluso, hemos leído por ahí que la “Revolución industrial” en Venezuela sigue siendo “materia pendiente”.

La industrialización, un desafío que ha sido encarado desde los primeros años del pos gomecismo, y que hoy en día constituye un reto formidable, toda vez que el proceso industrializador que está planteado debe ser de un carácter diferente, socialista; toda vez que nuestro país es hoy en día la principal reserva de petróleo del mundo, aparte del abundante gas que también tenemos. Industrializar para sustituir importaciones, para superar los efectos distorsionantes de nuestra tradicional economía rentista, pero también para construir nuevas relaciones de producción en función de lo planteado en el Programa de la Patria.

Dos frases podrían resumir nuestra actual situación y la nueva realidad por construir. La primera, “Importamos porque no producimos y no producimos porque importamos”; la segunda: “Producir lo que consumimos y consumir lo que producimos”. La primera, expresa la fatalidad de la economía rentista importadora, producto en gran medida de la ausencia de una burguesía nacional emprendedora, la segunda, nos habla de una realidad en la que hemos logrado, finalmente, sustituir las importaciones, conformar una burguesía nacional y consolidar el mercado interno.

Sobre el proceso de sustitución de importaciones, el libro Claves para la industrialización socialista, de Víctor Álvarez, dedica un apartado a explicar con claridad los antecedentes de la industrialización en Venezuela y las causas del fracaso del proceso de sustitución de importaciones, el cual fue, en los primeros años del puntofijismo, la bandera de las nuevas élites políticas que buscaban legitimar su modelo político ante la sociedad. En ese contexto, la industrialización fue un componente central del discurso modernizador que esgrimía la democracia representativa como el advenimiento de la “ansiada” modernidad política; algo así como el gran factor cohesionador.

Álvarez, luego de explicar en qué consiste el “Modelo de sustitución de importaciones”, pasa a explicar las razones por las que este no fue exitoso en nuestro país. El factor principal que produjo la ineficiencia ―hasta el fracaso― de la sustitución de importaciones, fue el excesivo proteccionismo del Estado, que consistió en un conjunto de medidas que Álvarez resume como “Una irracional e indiscriminada sobreprotección arancelaria, infinitas prohibiciones de exportación, innumerables exoneraciones, concesión de créditos baratos a muy largo plazo… y el otorgamiento de generosos subsidios a la producción y el consumo”.

Así las cosas, el todo poderoso Estado cuartarrepublicano, consintiendo de más a la incipiente burguesía industrial, le hizo mostrar su lado más rentista. Ante la ausencia de desafíos, de una mínima competencia, esta querida burguesía se monopolizó y oligopolizó, generando una producción que no beneficiaba mucho a la población en materia de calidad y precios. De tal manera, el rentismo se hizo presente en el excesivo proteccionismo que practicó el Estado con una burguesía que, cortoplacista y sin una visión estratégica nacional, para decirlo en criollo, se rumbeó los reales de la renta con que el Estado quiso potenciarla.
Tanto fue el proteccionismo, que el Estado se adjudicó el privilegio de importar bienes no producidos en el país con el fin de restringir la competencia foránea en el mercado interno. Hoy, una medida similar se orienta más bien a controlar la adjudicación de los dólares para el proceso de importación de la burguesía comercial.

Ahora bien, un balance histórico de este proceso podría dar lugar a una importante conclusión, nada nueva, de cara a la “Revolución industrial socialista” que está por hacerse en Venezuela: la necesidad de educar, de formar, de preparar, a ese talento humano, a esos estadistas, visionarios, a ese potencial creativo del pueblo para la colosal tarea de impulsar una industrialización, no solo para los objetivos básicos de diversificar la economía y superar el rentismo petrolero, sino para conformar un nuevo modo de producción donde los trabajadores desempeñen el rol central.

Todo lo anterior, nos lleva a recordar algunas reflexiones de varios intelectuales venezolanos que, desde el marxismo heterodoxo (lo cual es casi redundancia) y crítico, destacaron la necesidad de la formación y la potenciación de los factores subjetivos para la consolidación de los procesos de transformación social y, también, para los procesos de construcción industrial. Uno de ellos fue Ludovico Silva, quien en el libro Belleza y Revolución, concluye que los fracasos, retrocesos, vacilaciones y recaídas de los movimientos socialistas del siglo XX, se debieron a que no se plantearon, con urgencia y desde el principio, la transformación de las conciencias para emprender el camino de la Revolución socialista.

Más recientemente, Carlos Lanz, en el documento de 2004 La Revolución es cultural o reproducirá la dominación, después de hacer un balance de las razones que precipitaron el fracaso de las revoluciones del siglo XX, con énfasis en la experiencia soviética, concluye que hubo “Un abandono en el esfuerzo por construir la subjetividad revolucionaria, con su complejidad étnico-cultural”. Tenemos entonces, dos reflexiones que nos dicen que una revolución política, económica, sin un decisivo componente cultural, en un momento determinado deja de ser revolución.

Aunque pareciera que nos desviamos del tema central de este artículo, queremos destacar, al contrario, que es necesario también potenciar una nueva subjetividad en el propósito de pasar del rentismo al industrialismo, en la dirección de impulsar una Revolución industrial del siglo XXI, distinta a las experiencias anteriores tanto del mundo “desarrollado” como las de algunos países latinoamericanos que pasaron por el proceso de sustitución de importaciones sobre el cual venimos discurriendo.

Así, todo nos vuelve a llevar al tema de las “Casamatas de la sociedad civil”, dentro de estas al campo de la educación, y dentro de este campo al importante tema de la educación universitaria.

El presidente Maduro, tal como lo hizo Chávez reiteradamente, ha hecho llamados a la conformación de una burguesía nacional, de ese conjunto de pioneros y emprendedores que, en sintonía con la visión estratégica del Gobierno plasmada en el Plan de la Patria, asuman la tarea de diversificar la economía. Pero, si consideramos la historia citada, y más aún la historia reciente que nos habla, ya no de una burguesía industrial consentida a la que le faltó competitividad y creatividad sino de una burguesía importadora antinacional, usurera y chupa dólares, tenemos razones para alertar sobre la indudable y hasta determinante importancia del proceso educativo.

¿Cuántas veces, en la universidad, no constatamos que las expectativas de los estudiantes luego de la graduación se centraban en insertarse en la administración pública, en aterrizar en un bien remunerado cargo burocrático? Nada nuevo, aunque nos lleva a concluir que, mientras no haya una reorientación en los programas de estudio de nuestras universidades, difícilmente podamos sostener una industrialización socialista; más aún bajo el fuego de la falta de consenso nacional y de la hegemonía del cortoplacismo miope del capitalismo rentista.

Los esfuerzos se están haciendo: el control de la burguesía parasitaria ―que está sirviendo para fortalecer al Estado―, el apoyo decidido del Gobierno a los productores, a los emprendedores, los proyectos de la juventud, la transferencia de tecnología por parte de potencias amigas. Sin embargo, damos un voto porque la educación, en vez de fomentar el conformismo y subestimar la imaginación y la creatividad, cree y potencie mentalidades criticas, creativas, emprendedoras, si lo que queremos es una industrialización exitosa, inédita y eficiente, que vaya más allá de una mera redistribución de la renta, la eterna renta petrolera.

amauryalejandrogv@gmail.com
@maurogonzag

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