Es indudable que el caso de Wikileaks se encuentra en la palestra pública mundial y hasta se puede decir que con razón; por buenas razones, digamos. Sin embargo, partiendo de la cultura de la sospecha y conscientes de que los estrategas que están detrás de las corporaciones mediáticas mundiales y sus aliados tienen la capacidad para diseñar campañas orientadas a influir en la opinión pública mundial, este caso de la filtración de cientos de miles de cables diplomáticos -a través del portal ya más famoso que el Whisky- parece haber logrado que todos –y simultáneamente- volteáramos la cabeza hacia ese lado del amplísimo espectro noticioso mundial.
Lo primero que se me ocurre, estando como está este caso relacionado con la red de redes y las tecnologías de la información, es hacer una comparación con el caso de la red social Facebook. Evidentemente, no son lo mismo. La red social es un portal de encuentro, socialización y articulación social, mientras que Wikileaks es una “organización mediática internacional” sin fines de lucro y que tiene como objeto la visibilización en su página de documentos con información sensible en materia de interés público. Sin embargo, ambos se han convertido en fenómenos de impacto mundial que tienen en la base las llamadas TIC (tecnologías de la información y comunicación). De ahí que lo primero a considerar es este caso, en mi opinión, debe ser la cuestión de la tecnología en general y la fascinación y legitimidad que ésta tiene en occidente y en el mundo occidentalizado.
Afirmamos en primer lugar el carácter no neutral de la tecnología, que no significa, por cierto, rechazarla o negarla, tanto como la crítica al eurocentrismo como perspectiva de conocimiento local extendida e implantada en casi la totalidad del mundo, no significa la negación de los aspectos emancipatorios de la modernidad. Esta crítica no es fundamentalista, precisamente porque sabe que detrás de lo simpático y atractivo está la trampa; porque sabe que, con la necesaria información, con la fascinación que producen los agradables símbolos, como en un paquete indivisible, nos viene la distorsión y el falseo de la realidad.
Y es que, en el caso de Facebook, el mínimo sentido de la sensatez puede hacer que nos preguntemos ¿Hasta que punto una persona no necesariamente paranoica o suspicaz, puede confiar ciegamente en una herramienta de esta naturaleza como para transparentar información privada? Yo diría que todos aquellos que piensan que la aludida red social es políticamente neutral y que fue diseñada –en el peor de los casos- para abrir una ventana de publicidad para las empresas transnacionales irresistible para los usuarios, pecan de ingenuidad. Quiero decir que, así como no podemos ser ingenuos pensando tal cosa sobre una red social que tiene detrás a los 16 servicios de inteligencia de los Estados Unidos, no podemos dar credibilidad ciega y total a un colectivo cibernético que visibilizó una cantidad colosal –lo único indiscutible aquí- de cables diplomáticos que confirman, reflejan ¿lo que ya sabíamos? de la suciedad de la política exterior –dominación- imperial, y que se presenta como un colectivo de audaces profesionales de un impoluto carácter ético que, bizarramente, deja en paños menores a la diplomacia imperial.
Roberto Hernández Montoya, lo dice así: “Estos cables muestran una realidad atroz y nada banal: los diplomáticos yanquis se muerden la cola remedando su propia prensa. Yo esperaba los secretos que solo saben James Bond y la CIA, pero los cables cuentan lo ya sabido, así de frágil es el Imperio”.
No deja de ser cierto, por otra parte, como ha dicho Boaventura de Souza Santos, que la lucha contra el fundamentalismo y la no ética del imperialismo descarnado, implica recuperar –o no perder- la capacidad de indignación en un mundo donde la violencia y la brutalidad se han trivializado, lo que implica que la izquierda y los sectores críticos y antiimperialistas del mundo traten de utilizar como se pueda este vertiginoso desnude de la hipocresía y cinismo consuetudinario del imperio. Por ejemplo, uno de los documentos desclasificados compromete, acá en Venezuela, al actual gobernador del Estado Miranda, responsable del asalto a la embajada de Cuba en el golpe de 2002. Sin embargo, cuidado con legitimar un Show internacional donde, como afirma Dietrich en su opinión sobre el tema, hay que aplicar el viejo principio de la criminalística de ¿A quién beneficia el crimen? o, quedando tan relativizado lo de crimen ¿A quién beneficia la acción de Wikileaks?
En este sentido, más allá –o más acá- de lo que esos cables estén develando sobre la política exterior de Estados Unidos que, hay que repetirlo, no constituye mayor sorpresa salvo por la forma en que se reveló la información a la opinión pública mundial, puede que estemos presenciando el desarrollo de una bien diseñada estrategia de distracción, manifestada en un gran show orientado a que todos volteemos la cabeza hacia otro lado mientras, por ejemplo, el cólera se expande en Haití, continua la guerra en el Medio Oriente creciendo las amenazas contra Irán, la posibilidad de guerra aumenta en la península coreana, y en Europa se termina de desmantelar el Estado de Bienestar creándose las condiciones para la revuelta popular. De otro lado, la legitimación de Wikileaks como un lugar ético, neutral y profesional –que no tiene interés o filiación política sino que simplemente hace su trabajo- puede ser el paso previo o simultáneo de una estrategia tipo computador de Reyes, a la n potencia.
En ese sentido, lo que dice Peter Kornbluh, director del Chile Documentation Project del National Archive de la Universidad George Washington, sobre Wikileaks llama la atención. En términos generales, según la noticia publicada el 30 de noviembre en Aporrea, la información filtrada por Wikileaks le da más poder a los Estados Unidos. En este orden de ideas, dice Kornbluh:
“Wikileaks ha dicho que tiene en su poder más de 250 mil documentos considerados por gobiernos y empresas como secretos, y lo cierto es que la gran mayoría no tiene ninguna clasificación. Esos manuscritos que divulgan, por lo general, ya han sido publicados en la prensa”.
Estas afirmaciones dan lugar a la hipótesis de que la estrategia consistiría, efectivamente, en visibilizar algunas cosas ciertas ya conocidas –con todas las consecuencias diplomáticas del caso- y muchas otras falsas a objeto de perjudicar a gobiernos soberanos no supeditados a Washington. Es más, si en nuestro mundo contemporáneo, y sobre todo después de los atentados del World Trade Center en el 2001 y de la investigación realizada por Thierry Meyssan sobre esos hechos; después de la Doctrina del Destino Manifiesto, del fundamentalismo cristiano de los Bush, y en general conociendo el cinismo y la soberbia imperial, después de tan deplorables precisiones, estas “revelaciones” develan más a los aliados y cómplices de Estados Unidos en el mundo que al imperio propiamente dicho.
Ahora, volviendo al tema de la tecnología, digamos por una parte que los hechos en torno a Wikileaks favorecen poderosamente la celebración de los avances científico-técnicos de las modernas tecnologías de la información como instrumento político utilizado por los movimientos sociales progresistas, fortaleciendo la consabida Fe en el mito del progreso, al tiempo que produce una reacción por parte de los sectores más conservadores de la política imperial, abriendo la posibilidad de la regulación, control y censura en la red de redes.
Wikileaks, como la archiconocida serie animada Los Simpsons, se muestra audaz, crítica e irreverente, demostrando con un fondo de prepotencia imperial, que el sistema puede golpearse así mismo desatando la crítica al sistema a través de la tecnología, fortaleciéndose y fortaleciendo al mismo tiempo el mito superoptimista de que la dominación tecnológica euro-norteamericana se puede combatir y vencer con sus propias armas tecnológicas. Sin embargo, nos encontramos en el terreno de las conjeturas basadas en la duda razonable. De tal manera que, el tiempo tiene la palabra.
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