La importancia y particularidad de la entrega de la memoria y cuenta por parte del Presidente Chávez el pasado 15 de enero –y como todos los años desde hace doce años-, radica en que son tantos los logros que se han alcanzado, que siete horas de exposición no resultaron suficientes para destacar la repercusión y trascendencia que tienen varios de ellos. En ese sentido, no sería malo, para las próximas entregas de memoria y cuenta, pensar en que se expongan por separado y a lo largo de una semana si es necesario, las distintos metas, objetivos, logros, concreciones y propósitos que se han venido alcanzando, tanto del año inmediatamente pasado como de los años de revolución en general.
Lo primero que llamó la atención del debate realizado hoy en la AN, fue el carácter desubicado del discurso opositor respecto de lo que era el orden del día. ¿Ansiedad? ¿Incontinencia? En ningún momento algún diputado de la oposición se molestó en citar algún pasaje del discurso del Presidente Chávez para criticarlo o desmentirlo, limitándose –los que recordaron que habló sobre esto o aquello- a difusas alusiones sobre lo que dijo respecto de tal tema para luego deslizar afirmaciones muchas veces falsas cuando no débilmente sustentadas. Estuvo claro que la opción de la ética del discurso se desestimó por lo que se podría llamar la ética de las virtudes del espectáculo.
Por ejemplo, un discurso que, estando las cosas claras como están, resulta a todas luces fuera de lugar, es aquel que arguye la supuesta inconstitucionalidad de la Ley Habilitante, por más afectación y elocuencia que se emplee para solicitar su devolución a la AN. Haciendo un esfuerzo de conmiseración, diría que un eventual debate en torno a la Habilitante podría centrarse en aspectos como su gestión, pertinencia, resultados, etc., pero nunca en su inconstitucionalidad. El discurso político no puede basarse en un mero deseo de que se eche para atrás una decisión legítima y ajustada a derecho. Un tema que bien podría ser objeto de discusión en este sentido, por ejemplo, es el de la “concurrencia de competencias” que existe entre el poder legislativo y el ejecutivo en este tipo de casos, planteada por Farith Fraija en artículo reciente y que arroja luz sobre un tema que mezcla lo jurídico y lo político.
Por otra parte, no deja de sorprender como algunos diputados opositores parecen haber dejado anclada su mente y por tanto su discurso en décadas pasadas. Es el caso del megaterio Barboza, para quien aún existe la URSS –y suponemos que debe estar esperando la caída del muro-, y que centró su intervención en una serie de propuestas, de carácter “socioeconómico” unas y de carácter “político” las otras, que no sólo estuvieron siempre fuera del orden del día sino que desconocían abiertamente, una a una, muchos de los logros expuestos por Chávez en su discurso, que obviamente no fue leído ni mucho menos analizado por el diputado. Seguridad social, salario mínimo, seguridad personal, vivienda, fueron algunas de las materias de las propuestas que hizo Barboza, sin citar, por supuesto, el millón y medio de pensionados en el actual gobierno, a los que se les cancela un monto equivalente al salario mínimo y que por cierto, es de los más altos de la región.
Sobre el discurso del gasto innecesario en armas o el de los “presos políticos”, ya se sabe cual es el porcentaje del presupuesto de la nación dedicado a la defensa en comparación con casi todos los países de la región, así como también se conoce esa realidad –que es más que un juego de palabras- de que aquí lo que hay es políticos presos –y no presos políticos-, que han sido privados de su libertad no por sus ideas o posturas políticas sino simplemente por haber cometido crímenes. Aqui no hay nadie preso por ser republicano, teodorista, liberal, pro-imperialista o neoconservador.
Los diputados revolucionarios, por su parte le salieron al paso al tropel de mentiras con un torrente de verdades consistente y sobre todo bien sustentado. Fue el diputado Héctor Navarro quien, indignado ante tanto encubrimiento y falsedad, tuvo que recordar que el Presidente sí había hablado de educación, exponiendo lo que constituye, en este aspecto como en otros, el marcado contraste entre la cantidad de estudiantes en la educación universitaria en 1998 y los que hay en la actualidad: de 700 mil se pasó a más de dos millones, de los cuales 700 mil se encuentran en sólo dos de las universidades creadas durante el proceso revolucionario.
En otras ocasiones hemos expuesto que toda crítica revolucionaria debe partir del reconocimiento de lo que se ha hecho, y no sólo por honradez o gratitud, sino porque eso hace la diferencia entre una crítica orientada a profundizar lo que se ha hecho y a que se haga mejor, y otra direccionada para desvirtuar, invisibilizar, despreciar y desconocer lo hecho. Por ejemplo, el cumplimiento de algunas de las metas del milenio, el reconocimiento por parte de la UNESCO del exitoso proceso de alfabetización tecnológica, el reconocimiento por parte de la CEPAL de la sustancial reducción de la pobreza relativa y extrema en Venezuela o, lo que tampoco es moco de pavo, los elogios de Alicia Bárcena -Secretaria Ejecutiva de esta misma institución- donde ésta destaca la reducción de la desigualdad en varios países de la región como Brasil, Argentina, Venezuela o Bolivia, siendo nuestro país el mejor evaluado.
Así las cosas, no nos puede parecer extraño la ausencia en el discurso opositor de comparaciones con otros países de la región o del mundo, y mucho menos balance o contraste alguno entre el presente y el pasado, porque saben tienen a este en contra y a cuyas alusiones le temen más que a diez reelecciones consecutivas de Chávez.
El otro tema caballito de batalla del oposicionismo es el de la inseguridad. Sería interesante un estudio donde se le preguntara a la gente si piensa que, por ejemplo, hay inseguridad en Caracas, para acto seguido preguntarles cuando fue la última vez que sufrió algún hurto o robo, incluyendo el daño físico o psicológico que esto conlleva. Lo que quiero decir es que, desde un punto de vista ideológico-simbólico, la inseguridad es un discurso con la capacidad de instalar en el imaginario social la percepción de que, en efecto, vivimos en una suerte de estado de guerra donde matan a más gente que en Afganistán. En tal sentido, convendría una deconstrucción más ágil del discurso de la inseguridad –y de la inseguridad como realidad concreta-, partiendo, por ejemplo, del hecho de que en un país con Desarrollo Humano alto las causas de la inseguridad hay que buscarlas en factores distintos al de la pobreza o la mentada “falta de oportunidades”.
El propio Presidente Chávez ha planteado algunas causas de la criminalidad, y no sólo a manera de hipótesis: el alto consumo de alcohol, el contrabando de armas, el narcotráfico, la promoción del sexo y la violencia por cortesía de algunos canales de televisión, entre otras causas porque, como ya se sabe, el mantenimiento del orden y de la seguridad en una sociedad democrática-liberal, más o menos moderna, con una vertiginosa dinámica política y con los problemas estructurales que ha heredado, no es tarea nada fácil. Ahora bien, según el diputado Ángel Medina Davis, para quien la gente que sufre la inseguridad –o que sufre de inseguridad- no tiene ningún papel que jugar en la resolución de tan nefasto flagelo, no hay que responsabilizar a Chávez por las muertes de los fines de semana pero si hay que acusar a Chávez de que su gobierno haya creado las condiciones sociales para el desborde de la violencia.
Ha ocurrido todo lo contrario. Este gobierno lo que ha creado son las condiciones o, ha venido garantizando las premisas básicas necesarias, para que hoy tengamos una sociedad palpitante, dinámica, viva, de despliegue de posibilidades, llena de optimismo, efervescente y vibrante donde, incluso, se puede explicar la inseguridad o la criminalidad desde la perspectiva del vertiginoso cambio estructural que ha vivido nuestro país en los últimos años, donde la combinación de crecimiento económico, la exacerbación de la violencia simbólica y de manipulación de necesidades por cortesía de las empresas de difusión, la cultura rentista de conseguir todo rápido y sin mucho esfuerzo, los predominantes patrones de éxito, los factores externos ligados al narcotráfico, la trata de personas, la prostitución y los juegos de azar, la tomadera de caña y el despliegue de las expectativas de mucha gente, configuran una problemática que hay que abordar de manera integral, holística y comprensiva.
El otro tema es el de la historia y el del presentismo que promociona Julio Borges, para quien la Asamblea no puede ser una Academia de la Historia; ojala lo fuera. Su visión lineal, positivista y simplificadora de la realidad, se manifestó en diversas afirmaciones que hizo. “No queremos volver al pasado”, “nos interesa el presente y sobre todo el futuro”. Como quien se acaba de reconciliar con su pareja, Borges reitera la idea del borrón y cuenta nueva, como si aquí no hubiera pasado nada en la historia reciente; como si la gente fuera pendeja pues. Pero si no queremos pecar de ingenuidad, debemos reconocer que este discurso no es casual. Los discursos opositores han demostrado algo: su carácter a-histórico. Al sector opositor como bloque lo condena el pasado, de ahí que traten de encubrirlo y de ahí las “críticas” de Borges, que sugieren que la AN no puede ser una Academia de Historia, aunque al respondernos esta pregunta concluyamos que esta Revolución es historia viva: ¿Entre los problemas más sentidos que tiene Venezuela hay alguno que no venga de atrás?
Sin comprensión de la historia no hay ubicación en el presente ni perspectiva clara de futuro. Quienes quieren borrar la memoria histórica, no pretenden otra cosa que anular las luchas del presente y abrir las puertas de la restauración del viejo orden.
El irrespetuoso manoteo –o provocación- de Borges a Soto Rojas habla mucho del espíritu aventurero que pretende desplegar y de las aviesas tácticas que ahora parecen direccionarse hacia la provocación de malos espectáculos, pero hasta en los espectáculos hay normas éticas mínimas compartidas que respetar.
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