Julio Cortázar critica los falsos titulos de superioridad |
En principio, cuando Joaquín toca el referido tema, su pregunta parece ser un simple sondeo, interpelando a su interlocutor con un sencillo “Me gustaría saber que piensa Julio…” pero que se desarrolla hasta hacer afirmaciones como “…lo del llamado boom latinoamericano, que de cualquier modo, no cabe duda de que ha contribuido a que la literatura, la narrativa latinoamericana haya sido conocida en el mundo entero, haya sido traducida a numerosos idiomas, y haya demostrado además que hay realmente una riqueza y una calidad probablemente, que no se dan en ninguna lengua en este momento”.
La interpelación abierta se va tornando en un elogio casi ditirámbico, que visiblemente le hace ruido al argentino que cuestionando la exactitud de la pregunta, afirma acto seguido que “sería muy grave para los latinoamericanos caer en el pecado de orgullo…” aserción que viniendo de un argentino resulta elocuente por todo aquello de “la pretensiosidad sureña”, y cuya idea desarrolla afirmando que “eso que se ha llamado boom ha sido tan ensalzado, tan puesto en un primer plano, que ha creado en algunos escritores consagrados y en otros que no lo son… una especie de sentimiento de triunfo previo, es decir que el hecho de ser guatemalteco o argentino o mexicano, es ya un título de superioridad literaria, lo cual es una lamentable y peligrosa equivocación…
Que la literatura de una determinada región en un momento histórico determinado, sea traducida a numerosos idiomas y por tanto conocida en el mundo entero, es ciertamente un signo de calidad y del carácter universal (aunque no por eso menos original y menos auténtico) que han llegado a adquirir las letras de la región en cuestión, y naturalmente, con la intervención de la industria cultural-editorial, con sus campañas de promoción y difusión en una sociedad donde la influencia de los “mass media” cobraba cada vez más fuerza, en un contexto político-económico particular como lo fue el del mundo de post-guerra, el del mundo fondista, y en una sociedad de masas, (y puede que talvez sin la intervención de estos factores) la fama y el prestigio de los escritores del boom y de la región en general son la consecuencia necesaria; y es en este prestigio súbito y vertiginoso, tal como lo es un “boom” (anglicismo que por cierto rechaza Cortázar para designar el fenómeno literario latinoamericano), donde Cortázar advierte el peligro.
Sin embargo es destacable en medio de la crítica de Cortázar, la aclaratoria que hace respecto a quienes afirmaban, con intención de atacar el llamado “boom”, que el gran éxito del grupo de escritores se debió en gran medida a la articulación de una gran campaña de promoción editorial. Son elocuentes las palabras del argentino cuando afirma que, tanto él como García Márquez y Fuentes, entre otros del grupo del "boom", escribieron en la soledad y en la pobreza; y de paso escribieron fuera de sus países y las primeras ediciones de sus libros fueron “precarias y difíciles”, ocurriendo entonces que esos primeros precarios ejemplares fueron ávidamente leídos y pasados de mano en mano, hasta el punto de atraer la atención de los editores “que no son tontos” y “están ahí para ganar dinero”. En función de esta realidad, Cortázar cierra su respuesta apodícticamente afirmando que “Ellos no nos inventaron a nosotros” (refiriéndose a las editoriales y sus campañas).
¿Qué tienen que ver las reflexiones del autor de Rayuela con el tema de las universidades, y en particular con el de las universidades tradicionales? Para Cortázar resulta muy grave que el escritor latinoamericano, debido a un inusitado éxito literario propio de una época específica en que Latinoamérica fue la protagonista y que el argentino atribuye al azar, caiga en el pecado de orgullo y que, a partir de aquí, el prestigio literario adquirido demude en titulo de “superioridad literaria”, lamentable equivocación porque falsea el mérito de la obra y peligrosa equivocación porque la fuerza del prestigio y la fama creada, es capaz de crear una situación en la que la calidad y la innovación en la creación literaria, se “acuesten a dormir”; pero como afirma “el perseguidor”, si un libro no vale por sí mismo difícilmente soporte una segunda edición.
En este sentido ¿no hay instituciones universitarias que por haber marcado una época, por ser casas de estudio de tradición, por haber sido en un determinado momento histórico el centro de las luchas por la justicia social y semillero de mentes brillantes, de insignes personajes de la política, la ciencia y la literatura, se lograron revestir de una aureola de prestigio que, como el escritor latino del boom, ha hecho que caigan todos (principalmente estudiantes y profesores) en el pecado de orgullo, y que peor aún, que se haya configurado un “sentimiento de superioridad académica” para los que estudian en dichas universidades, que en el caso de los egresados se convierte en “título de superioridad académica”? ¿Dichos títulos no se llegaron a convertir en los sustitutos de los títulos de nobleza que se otorgaban en el marco de las sociedades medievales, siendo sus ceremonias de graduación una reminiscencia de aquellos honores sentimentales y solemnes? ¿Esta situación no constituye una “lamentable y peligrosa equivocación”, tal como la constituye para el escritor latinoamericano que se avizora y se pretende universal y superior (como lo observó en su momento Cortázar), por el sólo hecho de ser latino y porque su región tuvo el honor de ser en un momento determinado el epicentro de la literatura mundial?
Las instituciones universitarias, en el contexto de las sociedades modernas han desempeñado un papel clave por ser las productoras y reproductoras de una perspectiva de conocimiento que, asociado al sistema económico y al aparato administrativo del Estado, tienden a producir y a reproducir el tipo de sociedad en cuestión. De ahí que, pensadores como Antonio Gramsci, le dieran especial importancia a las instituciones de la “sociedad civil” encargadas de la dirección intelectual y moral de la colectividad, y de mantener unido al denominado “bloque histórico”. Efectivamente, la dirección intelectual y moral logra, junto a la dominación política, el consenso con el cual se alcanza la llamada hegemonía, donde los egresados de las universidades pertenecientes a un bloque histórico determinado se constituyen en intelectuales orgánicos justificadores y naturalizadores del sistema. En ese contexto, dichas instituciones son consideradas como lugares donde confluyen las distintas corrientes del pensamiento universal, y donde el trabajo académico se presenta como objetivo y neutral. Si a esta situación le sumamos el hecho de que algunas de estas instituciones han logrado construirse una aureola de prestigio, que responde a otros contextos, a otras épocas, el problema se agrava todavía más.
Una de las cosas que uno aprende cuando estudia ciencias sociales, es que el sentido común es el menos común de todos los sentidos, y muchos son los jóvenes que, muchas veces influidos por la tradición y por el sentido común imperante, se plantean estudiar en una de estas instituciones por considerarla la más noble y prestigiosa, superior, pues; porque, las cosas son así y punto y si quieres que te contraten en una buena empresa o entrar a la mejor de las instituciones públicas (la jerarquía siempre está presente) es conveniente portar (y portar bien) el título de superioridad académica que me confirió aquella emblemática y entrañable institución. Pero si hay algo que puso de manifiesto el advenimiento del cambio de época en Venezuela, es la problemática situación de la universidad tradicional, y en particular el desfasado ordenamiento jurídico que regula su actividad, normativa elaborada en un contexto que hace rato que cambió, dando lugar a una serie de problemáticas que apenas se comienzan a enfrentar.
El tema de la educación universitaria, es sin duda uno de los temas que deben ser prioridad en todo proceso revolucionario y más aún si esa revolución es cultural, en cuyo caso no debe ser considerado uno de los temas de prioridad sino el tema neurálgico y central. Si, en opinión de Cortázar, es lamentable y peligroso que el ensalzamiento de un fenómeno editorial haya creado en su momento un sentimiento de triunfo previo y de superioridad literaria en el escritor consagrado y no consagrado de la región, es mucho peor, por las razones antes expuestas, que el lugar que ocupan en el imaginario social algunas universidades tradicionales, producto de un ensalzamiento consuetudinario reforzado además por lemas dignos de una novela romántica, a estas alturas este produciendo sentimientos de triunfo previo y títulos de superioridad epistémica, lamentable y peligrosa equivocación.
Lamentable equivocación porque falsea el mérito del estudiante o egresado, favoreciendo la mediocridad en todo aquel que experimentó y se dejó dominar por el sentimiento de triunfo previo, y peligrosa equivocación por el efecto de un prestigio y una fama, capaz de originar sentimientos de superioridad académica cuya aérea pretenciosidad, termina procreando plantas exóticas de espaldas a su país y ajenas a los procesos sociopolíticos que vive la región. Otro tema que merecería atención sería si, en una sociedad donde el alcance masivo de las políticas editoriales del Estado y la democratización de la internet como primera fuente de información de la humanidad, hacen de la universidad tradicional, e incluso de la universidad como tal, el lugar “privilegiado” o "por excelencia" para la adquisición y producción de conocimiento; incluso podríamos preguntarnos si alguna vez lo han sido.
Finalmente, suscribo la opinión del escritor argentino, cuando afirma que “sería una ingenuidad, y una tontería, imaginar que eso que se ha llamado boom en América Latina, sea un fenómeno, una garantía, un fenómeno duradero, una especie de certificado de madurez, no lo es, no lo es…” en este sentido, ciertamente sería una gran ingenuidad imaginar que la fama y el prestigio que llegó a tener la universidad tradicional sea un fenómeno duradero y que sus títulos sean hoy día, una especie de certificado de nobleza, superioridad y madurez. Nuestra historia lo ha dicho; nuestra historia lo dice en la actualidad y ella resulta un escenario propicio, como contexto en pleno movimiento orientado hacia un nuevo tipo de sociedad, para responder a las preguntas: ¿Conocimiento para qué? ¿Conocimiento para quién?
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