J.C. Mariátegui |
Cuando leo, veo o escucho a compañeros, cuadros revolucionarios, funcionarios de gobierno, intelectuales y analistas de izquierda de toda índole y procedencia, expresarse sobre la Revolución bolivariana, donde estos analizan y debaten sobre los avances y retrocesos, los logros, los obstáculos, los grandes desafíos y los dilemas del proceso, y sobre todo cuando tratan el tema que encierra todos los temas, el del socialismo a la venezolana como modo de organización social, no deja de llamar la atención la poca presencia en sus discursos de los planteamientos que hicieran los hombres y mujeres que pensaron la trasformación social desde Nuestra América, por ella y para ella.
Muchas veces, el aporte de estas figuras no viene dado sólo por su producción intelectual -que en algunos casos resulta además de brillante y prolífica, pertinente para nuestro contexto sociopolítico- sino también por el ejemplo legado a las nuevas generaciones basado en una vida de combate ideológico y lucha política incansable y agónica (en el sentido unamuniano). Puede que resulte de mayor valor, en el marco de un proceso político histórico como el que vivimos, rescatar, más que el estudio de tal o cual obra de un determinado pensador, su experiencia de vida y su biografía de lucha, siempre en relación dialéctica con el contexto y su especificidad –su complejidad- en el cual se desenvolvió, analizándolo y comprendiéndolo.
Desde esta perspectiva, el ejemplo que nos legó Mariátegui con su vida y obra constituye, pensamos, un aporte que contiene claves insoslayables, no sólo por la conocida propuesta que hiciera del socialismo indoamericano, válida y que en Venezuela cuenta con el legado del pensamiento revolucionario del Cacique Guaicaipuro para la construcción del socialismo indoamericano a la venezolana como práctica y teoría política de la rebelión y transformación enmarcada en un paradigma diferente, sino por el carácter orgánicamente filosófico de la obra que nos dejó el Amauta, y particularmente por lo que se ha llamado su “vocación de polemista”, y los debates que tuvo que dar frente a las influyentes corrientes de pensamiento de la época que le toco vivir.
En primer lugar, Mariátegui fue una de esas personalidades que tuvo el coraje de no declinar por la línea común, asumiendo una actitud con respecto a la educación, la formación y el conocimiento que, más que antiacadémica, en sus propias palabras, fue extraacadémica. En complicidad siempre con las circunstancias y determinado por el contexto, Mariátegui tuvo la oportunidad de aprender y formarse en las salas de redacción de un periódico -en este caso en los espacios del diario La Prensa- como muchos excelentes escritores de Suramérica que, emborronando de crónicas sus primeras cuartillas, terminaron convirtiéndose -y consagrándose- en reconocidos narradores, poetas, historiadores y novelistas. En el caso del Amauta, este comienza sus labores como obrero en el mencionado diario, llegando a trabajar –a pesar de su cada vez más acentuada discapacidad- alrededor de 14 horas diarias. Su presteza y dedicación permite que lo promuevan a ayudante de linotipista, cargo que le permite familiarizarse cada vez más con el oficio periodístico, y que llegado el momento, le permite publicar subrepticiamente –sin autorización del editor- una crónica de su autoría, las conocidas “Crónicas madrileñas” que, firmadas con el seudónimo de Juan Croniqueur, le harían merecedor tanto de una sanción como de un reconocimiento y que, a partir de este punto, le abrirían las puertas del mundo periodístico al joven Mariátegui, que para ese entonces contaba con tan sólo 16 años.
Mariátegui fue un indiscutible hijo de su época; de un contexto cultural y político local influenciado en gran medida por la corriente modernista y la proliferación de los cafés literarios, la bohemia y los círculos de estudio, por una parte, y por la creciente organización y politización de la clase obrera y del estudiantado peruano. Desde la visión internacional, el contexto era el de una escena mundial marcada por el tránsito del capitalismo clásico-competitivo al monopólico-imperialista. Es así como, en el marco de este acelerado proceso de renovación estética, científica, filosófica y política, el Amauta va madurando un pensamiento que, al tiempo que se preocupa por la ruptura con los patrones estéticos del Perú colonial, centrando su interés en los movimientos de renovación en el arte, la ciencia y la literatura en boga para la época –interés expresado en su adhesión al movimiento Colónida- va madurando en él, a partir de su preocupación por romper con la influencia en su país de la cultura conservadora y oligárquica, una particular actitud crítica-transformadora frente a su específica realidad social.
Es en este vital y dinámico contexto donde Mariátegui se convierte en un gran periodista que, con tan sólo veinte años, ya merece el reconocimiento del círculo de periodistas de Lima y de la sociedad limeña en general. Para ésta época ocupa, en el diario La Prensa, el importante cargo de Cronista Parlamentario, espacio que le permite profundizar en la comprensión de los procesos políticos contemporáneos locales, regionales, y mundiales. Además de su trabajo en este diario, colabora también en el semanario de moda y literatura Mundo Limeño, en la publicación Alma Latina, de semejante orientación, incluyendo el semanario hípico El Turf, del cual fue co-director, y hasta una revista de farándula llamada Lulú.
Esta hiperactividad periodística del joven Mariátegui nos hace pensar, que de haber vivido en nuestra época –semejante en diversos aspectos a la de principios del siglo XX- este fuera un asiduo colaborador de Aporrea, un creador de medios digitales de vanguardia y más aún de prensa escrita alternativa.
De la misma forma, el cambiante y apasionante contexto local, regional y mundial que tuvo la oportunidad de analizar en profundidad, hicieron de él un investigador acucioso y un creciente analista político de gran agudeza. El desconcierto que producía el contraste entre lo que escribía y su edad y condición física, le merecieron comentarios como este, tomado de la columna de El Mosquito, "Triqui Traques", escrita por Florentino Alcorta y aparecida en Lima en julio de 1916:
“Saben quien escribe “Las Voces”, de El Tiempo?
Un pobre cojito de veinte años: Juan Croniqueur
Vaya si tiene talento el mocoso”
Un comentario que, evidentemente, parece reflejar, como imaginamos era el concepto de la columna periodística, una especie de humor mordaz que deja traslucir la admiración y el prestigio que despertaba el futuro Amauta. Más adelante, luego de su transformadora estadía en Italia –donde se hace marxista- y su paso por otros países de Europa, Mariátegui, ya en el Perú que vendría decidido a transformar, fundaría el periódico Labor, como órgano de prensa de la clase obrera peruana, además de la publicación de la gran revista Amauta, proyecto que tuvo una repercusión a nivel latinoamericano y que, como investigador, escritor y editor, constituiría su más brillante legado.
Este fue, apretadamente, el Mariátegui periodista, el que dejó alrededor de 900 crónicas y un conjunto de importantes análisis sobre la realidad social de Perú y del mundo. Pero también está el Mariátegui ejemplo de pensamiento crítico y batallador de las ideas; el intelectual orgánico y el filósofo. De tal manera, más que pertinente, resulta estratégica la efectiva difusión de la vida y obra de Mariátegui en la Venezuela bolivariana, en un contexto donde el periodismo como profesión atraviesa una profunda crisis, como una de las vertientes de la crisis sistémica por la que atraviesa el mundo.
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