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sábado, 29 de enero de 2011

La democracia bolivariana Vs. la democracia del Gran Hermano: dos concepciones expresadas en la Asamblea Nacional

Aristóteles
La democracia que conoció Venezuela en la Cuarta República fue poco menos que un simulacro de democracia, que como sabemos, significa poder del pueblo o, como bien lo expresó A. Lincoln, el gobierno del, por y para el pueblo. Si vemos a nuestro país como un gran teatro político, hasta podemos decir que durante el período puntofijista, hubo una mala representación de una forma de gobierno donde el pueblo, lejos de desempeñar algún papel protagónico en algún momento, fue reducido a espectador impotente de malos dramas y farsescas comedias, situación que se daba, de paso, sólo con aquellos que podían entrar al coliseo, que nunca fueron muchos y cada vez fueron menos.

Esa forma de gobernar se dio en llamar democracia representativa. También conocida como liberal-burguesa, ésta pone el acento en el sagrado sufragio universal directo y secreto, la conocida división de poderes, el respeto a los llamados derechos humanos –para Gregorio Pérez Almeida la estrategia ideológica-simbólica global de nuestra época-, el imperio de la ley, la celebración de elecciones cada cierto tiempo con su correlato de la “alternabilidad” en el poder, y la preeminencia de los derechos civiles y políticos sobre los económicos, sociales y culturales. En nuestras sociedades latinoamericanas, dependientes y subalternas, caracterizadas por ser histórico-estructuralmente heterogéneas (Quijano) y por una geopolítica expresada en una clara diferenciación entre un centro privilegiado-minoritario urbano y una periferia-excluida mayoritaria, el sistema político y las formas de gobierno configuradas no podían alejarse mucho de la oligarquía y la plutocracia.

La palabra democracia, que para los clásicos griegos implicaba despectivamente el llamado “gobierno del populacho”, en un momento dado se identificó con el sufragio universal hasta el punto de que democracia y el derecho de ir a votar se convirtieron prácticamente en sinónimos. Pero como ya se ha dicho en otras oportunidades, resulta poco menos que cínico -cuando se trata de pueblos politizados y con las virtudes políticas necesarias para saber lo que quiere- decir que la esencia de la democracia es ese evento en el que cada ciudadano delega en una persona responsabilidades y funciones que él está en capacidad de asumir. Por razones propias de la complejidad de la vida moderna y por otras de mayor peso como la satisfacción de las necesidades para la producción y reproducción de la vida real, esa delegación termina convirtiéndose en una completa cesión del poder de decisión a una persona o a un grupo. Esta situación fue la que, entre otras consideraciones, llevó a Robert Dahl a acuñar el término poliarquía para definir a estas “democracias” liberales propias de la sociedad capitalista.

Esta forma de gobierno, ensayada durante las décadas de la cuarta república, nos legó la nefasta herencia de la no participación; todo un problema de cultura política que la dinámica de la Revolución bolivariana ha venido combatiendo efectivamente, constituyendo uno de los lineamientos fundamentales del proyecto de país en desarrollo, el PNSB, la democracia protagónica revolucionaria. Nunca estuvo tan claro como ahora lo que significa la democracia representativa: sistemas procedimentalmente democráticos y socialmente excluyentes y fascistas o, de otra manera, sistemas que permiten escoger al miembro de la clase consuetudinariamente privilegiada que impondrá una dictadura socioeconómica. Aristóbulo, en su intervención, criticó esta concepción; aquella que, parafraseando, suprime y reduce la democracia al ejercicio del derecho al sufragio.

De tal manera, es la democracia participativa y protagónica, una redundancia para los que consideramos que la participación conciente en los asuntos públicos es la esencia de la democracia, la forma de gobierno naturalmente más adecuada para garantizar un verdadero desarrollo tanto individual como colectivo, y la que le restauraría su valor original a la abusada palabra democracia como gobierno del pueblo. Esto último constituye a mi parecer otro importante debate (para otro momento), si nos detenemos en el hecho de que la palabra pueblo es considerada una suerte de sinónimo de pobre o excluido, en un país donde se vienen cumpliendo las metas del milenio y donde la pobreza tiende a desaparecer. Planteémoslo de esta manera ¿En una sociedad donde la pobreza se ha erradicado y derrotado la exclusión, en que se diferenciaría, por ejemplo, eso que se llama clase media de eso que se llama pueblo?

Ahora bien, volviendo a nuestro tema, en el debate en la AN se expresaron dos concepciones de la democracia. Una de ellas, inequívocamente se identifica con la democracia que el Gran Hermano anda promocionando patológicamente por el mundo (por ejemplo en Irak) y que por supuesto ha defendido en casa desde que nació como país por obra de los Founding Fathers. Noam Chomsky, en su libro Estados Fallidos, deja claro que el sistema norteamericano es un sistema estatal-corporativo, tal como Aristóbulo definió al extinto Congreso de la Venezuela cuatarrepublicana. Dos norteamericanos de principios del siglo XX, en plena transición hacia el capitalismo monopólico-corporativo y que son citados por Chomsky, lo expresaron con claridad:

“Los amos del gobierno de Estados Unidos son los capitalistas y fabricantes combinados de Estados Unidos”. T. Woodrow Wilson.

“La política es la sombra que proyecta la gran empresa sobre la sociedad”. John Dewey.

Entre los padres fundadores de los Estados Unidos, fue James Madison el artífice de este elitesco sistema político. Aristocrático y plutocrático, Madison sostenía que el poder debía estar en manos de la “riqueza de la nación”. Esto significaba, “el conjunto más capaz de hombres”, que eran los dueños y señores de la propiedad. Aquí los derechos que más valían (y que siguen valiendo en este tipo de sistemas), son los de los propietarios, derechos negados casi por “naturaleza” al ciudadano no propietario. En resumen, en un sistema corporativo el ciudadano propietario vale más por ser propietario –prueba de que es más “capaz”- y por tanto el gobierno civil debe estar al servicio de este para proteger su riqueza de la mayoría.

Asimismo, afirma Chomsky que, Madison, en su concepción aristocrática del Estado y del gobierno, no podía ignorar la afirmación de Adam Smith de que “el gobierno civil, en la medida que fue instituido para la seguridad de la propiedad, se instituye en realidad para la defensa de los ricos contra los pobres, o de aquellos que tienen alguna propiedad contra quienes carecen de ninguna”. Queda bastante claro. De ahí que Marx haya definido al Estado como el comité que se encarga de administrar los negocios de la clase dominante. Este problema de “los peligros de la democracia” fue un tema bien tratado por los clásicos griegos, entre ellos Aristóteles, quien era partidario, tal como Madison, de una democracia limitada, en virtud de que “los pobres ansían los bienes de sus vecinos”, por lo que “en las democracias se debería salvaguardar a los ricos; no sólo no debe dividirse su propiedad, sino que también sus ingresos… deben ser protegidos”.

Sin embargo, el estagirita consideraba a la democracia como la forma de gobierno “más tolerable”. No obstante, esta crítica de Aristóteles, que en apariencia va dirigida a la democracia, en realidad va dirigida a una sociedad donde muy pocos tienen mucho y muchos tienen muy poco. Esta idea del filósofo queda expresada claramente en estas palabras:

“Grande es pues la buena fortuna de un Estado en el que los ciudadanos tengan una propiedad moderada y suficiente; porque donde unos poseen demasiado, y otros nada, puede surgir una democracia extrema”.

En otras palabras, el estado ideal es el de una sociedad gobernada por un Estado que garantice, a parte de la libertad civil, los derechos económicos, sociales y culturales, y la propiedad personal básica. Y de otra manera, el gobierno de una sociedad debe garantizar la igualdad de condiciones y preocuparse de lograr la justicia social si no quiere una revolución radical que, con razón, quiera despojar por la fuerza a los ricos de su exceso de propiedad. Una crítica, pues, a las desigualdades sociales y una comprensión -y hasta legitimación- de la “democracia extrema”. Lo que no podía prefigurar Aristóteles era una democracia donde los esclavos, las mujeres y los metecos (extranjeros residentes en la Polis) tuvieran una participación en el ágora, así como tampoco Madison podía imaginar siquiera un Estado donde mujeres, esclavos, inmigrantes y no propietarios tuvieran alguna incidencia en la toma de decisiones. Pero la diferencia entre ambos salta a la vista.

En palabras de Chomsky:

“Aristóteles y Madison plantearon en esencia el mismo problema, pero llegaron a conclusiones opuestas. La solución de Madison era restringir la democracia (desvirtuándola y convirtiéndola en otra cosa, por cierto), mientras que la del griego consistía en reducir la desigualdad, mediante lo que equivaldría a programas de Estado de Bienestar”. Desde una visión moderna nos preguntamos ¿Aristóteles socialista? No; digamos que Keynesiano.

Ramos Allup en su discurso afirmó que por supuesto que estamos de acuerdo con la democracia, que cada uno tiene su propia concepción y hasta le incomodó la utilización de los apellidos, como queriendo decir que están como de más. Luego, afirmó que “en el fondo” todos sabemos lo que es la democracia aunque “todos tenemos una forma de apreciarla y de ejercerla”. Precisamente, la forma que tiene de apreciarla y ejercerla él y la clase política que lidera, es la forma representativa-corporativa-liberal-, esa que “entiende” que hay que proteger de los pobres la propiedad de los ricos, aunque la particular burguesía venezolana diste mucho de ser “el conjunto más capaz de hombres”, y mucho más de ser un grupo homogéneo, emprendedor, nacionalista, constructor y productor y creador de riqueza.

La democracia de la que habló Aristóbulo, por otro lado, es la que permite la reducción de las desigualdades sociales que producen en el terrateniente, el banquero y el industrial, ese miedo a la democracia del que sabe que su riqueza acumulada tiene como correlato la pobreza de muchos. Y esa democracia es participativa, protagónica y consustancial con el socialismo; digamos que son sinónimos perfectos. Recordemos, finalmente, las palabras de Dussel sobre el tema que hemos expuesto y que dan para un extendido debate:

“…la representación es necesaria pero al mismo tiempo es ambigua. Es necesaria “porque la democracia directa es imposible en instituciones políticas que involucran a millones de ciudadanos. Pero es ambigua porque el representante puede olvidar que el poder que ejerce es por delegación, en nombre “de otro”, como el que se “presenta” en un nivel institucional en referencia al poder de la comunidad”.

De ahí que Dussel se refiera a la democracia bolivariana como un “sistema de participación creciente”, donde la participación directa de todos en los asuntos públicos carece de factibilidad, aunque el protagonismo del pueblo esté en constante aumento.
  
Es así como rechazamos la democracia de Madison. Aristóteles resulta más sensato pero no nos convence; Robert Dahl es nuestro amigo por su sinceridad; Dussel nos da una pista importante y nos habla de política de la liberación, pero como esto es un gran debate, fortalezcamos cada vez más la democracia protagónica revolucionaria, la democracia bolivariana.

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