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sábado, 29 de enero de 2011

Sobre la transformación de los centros comerciales en centros culturales

Sambil la Candelaria, en Caracas
A propósito de la expropiación del Sambil la Candelaria, monstruo erigido en pleno Municipio Bolivariano Libertador, vuelvo a dejar estas palabras publicadas en agosto del pasado año en virtud del actual contexto, donde se recupera ese importante espacio para la colectividad.

    Escuchando ayer el conocido micro radial “Nuestro Insólito Universo” –que por cierto lleva ya casi cuarenta años en el aire- por el canal clásico de Radio Nacional, noto una suerte de intención de visibilizar una situación que, en nuestro actual contexto de renacimiento y revitalización política-cultural, debería considerase mejor. Tengo conocimiento de las narraciones de Porfirio Torres prácticamente desde que tengo memoria, y a pesar de que tenia tiempo sin escuchar el espacio radial con la frecuencia con que lo he venido haciendo en los últimos meses, me parece observar una especie de evolución en el carácter “insólito” de los casos que allí se relatan. Quiero decir que, los casos mágicos, sobrenaturales, o aquellos que aluden por lo general cuestiones paranormales o consideradas “del más allá”, han venido dando paso a relatos de hechos o situaciones que por no ser incomprensibles -por no encontrársele alguna explicación lógica-racional- no dejan por eso de ser insólitas.



    El que escuché ayer pretendía establecer un contraste con el presente a partir de los precios que algunos bienes tenían en el año 1969. Ya empezado el micro, escucho que un automóvil Cadillac, uno de los Nec Plus Ultra de la época en lo que a vehículo se refiere, se podía adquirir por el módico precio de 58 mil bolívares; asimismo, una casa en Bello Monte, de dos pisos, tres habitaciones abajo y cuatro arriba, patio trasero, cocina amplia y con baños arriba y abajo, se adquiría por 160 mil bolívares; la adquisición de dólares no presentaba mayor complicación y con acercarse a cualquier casa de cambio el billete verde se obtenía a Bs. 4,30. No faltaron en la narración las efemérides del año. Pero esas curiosidades económicas fueron sólo una introducción a lo que se recordó era la vida en la ciudad y sus espacios de encuentro.

    Abundaban en Caracas, cuenta Porfirio, los cines y los autocines. Los primeros no se encontraban, como hoy, dentro de centros comerciales. De hecho, no habían “templos de consumo” como hoy existen y que de hecho han proliferado preocupantemente; los segundos, simplemente desaparecieron. Esto último, me parece merecería una discusión más detenida. Caracas es la ciudad de los carros y mucha gente pasa considerables lapsos de tiempo transportándose (En el Últimas Noticias del 21 de enero aparece un estudio que afirma que los caraqueños pasan el equivalente a un mes del año metidos en colas) por lo que los autocines no dejan de ser una opción interesante de entretenimiento en la ciudad. Sin embargo hay que preguntarse siempre ¿De qué cine hablamos? Entre los cines que se mencionan está el Radio City, el Brodway y el Mini Teatro del Este. El primero hoy día es una especie de espacio ganado por el gobierno revolucionario; ganado porque el cine había muerto hacia tiempo. Los espacios de los otros dos, uno en Chacaito y el otro en Plaza Venezuela, fueron ocupados por sectas religiosas del tipo “pare de sufrir”. Algo similar ocurrió con el cine Ávila en el silencio y con la sala de Parque Central.

    La cantidad de teatros y cines en una ciudad son un indicador cultural importante, sin olvidar las librerías, bibliotecas y cafés. La vida cultural y por tanto la cultura política de esa parte del pueblo que habita el artificio de la ciudad, puede llegar a ser dinámica, vibrante y profunda, en la medida en que proliferen –como han proliferado aquí- los espacios de encuentro para la tertulia y la cháchara, el debate y la conversación. Algo muy diferente a crear espacios para el mero consumo, espacios que son de encuentro pero donde la cercanía no se traduce en el hallarse. Porfirio me sugirió en su programa, que la desaparición de esas salas de cine tradicionales fue dando paso progresivamente al cine de centro comercial, al cine “Sambil”. Las implicaciones de esta “subsunción” de las salas de cine por los templos de consumo podrían ser más de las que imaginamos, pero de todas esas a mí se me ocurre plantear esta: la transformación del hecho cinematográfico en un mero objeto de consumo.

    Es así, como compañías como Cines Unidos y Cinex son las principales difusoras cinematográficas en Caracas y seguramente en el resto de los grandes conglomerados urbanos del país. Pongámosle en Caracas. La primera de ellas, por ejemplo, ha situado localidades en 7 centros comerciales de la ciudad: El Marqués, Galerías Paraíso, Los Naranjos, Galerías Ávila, Metrocenter, Milennium y Sambil Caracas, cada una de las cuales tiene una cantidad de salas que va de cuatro a nueve; por su parte la empresa Cinex dispone de doce localidades en Caracas, todas igualmente dentro de centros comerciales y disponiendo de varias salas. Incluso el que se ubica en Santa Fe otrora fue un autocine. Por otra parte, todas estas salas forman parte de lo que se llama el circuito comercial –en otras palabras de la industria holiwodense- que constituye parte importante de la industria cultural al servicio de la hegemonía norteamericana. A esta lógica y estratégica concepción de unión de los “espacios monumentales urbanos” -depurada y aséptica definición que alude monstruos que son en realidad templos de consumo y centros de alienación- con el cine, se le contrapone el llamado Circuito Gran Cine.

    Esta última es una Asociación Civil creada en 1996 y funciona como distribuidora del llamado cine “alternativo” en nuestro país. Con este objetivo, coordinan proyecciones en salas experimentales desperdigadas por el territorio nacional, con una programación que incluye películas nacionales y extranjeras de interés artístico y cultural. Esto quiere decir: un cine distinto a los enlatados gringos. El trabajo que realiza esta asociación incluye foros, cines-foros y charlas, ofreciendo alternativamente diversos ciclos de cine europeo (español, francés, sueco, etc.), además de cine de autor, latinoamericano o independiente. Ahora veamos que pasa en Caracas. De acuerdo a la información que ofrece grancine.net, las salas a donde se puede ir a ver una película que no sea tipo “La Propuesta” (con la actriz Sandra Bullock (para quien la conozca)), en Caracas son: los cines asociados pero que no son del circuito: Cinex Lido y Centro Plaza, la Cinemateca, ubicada en la anterior sede de la Galería de Arte Nacional, los que se encuentran en el C.C. Trasnocho Cultural en las Mercedes y el de la previsora. Bajo la figura de “sala invitada” se encuentra la Ríos Reyna del TTC. Haciendo la comparación entre el circuito comercial y el alternativo se entiende el por qué el calificativo de este último.

    Es cierto que ha habido interesantes y distintas iniciativas de cine comunitario y de la extensión de este al resto del país, pero definitivamente no es suficiente. La lucha contra todo lo que significa un “Mall” y su excelsa concentración de modernidad capitalista, implica pensar en centros culturales de igual envergadura (y el Sambil recién expropiado constituye la oportunidad para lograrlo) como instancias que sirvan para sentarse a conversar, discutir y pensar y no para sentarse a ver que se compró, lo bonito que es y que se comprará después. Al capitalismo siempre le ha convenido –y ha procurado- mantenernos en constante movimiento de manera que no tengamos oportunidad de detenernos por un momento a reflexionar y pensar. De acuerdo a lo que se viene diciendo, la idea es contraponer a estos espacios de alienación nuevos espacios de encuentro, agradables, seguros, culturalmente palpitantes, teniendo siempre presente que Caracas no es precisamente una ciudad donde resulta placentero caminar por sus aceras. Hace tiempo ya, luego del incendio de la torre este de Parque Central, se habló de convertir su cima en un centro cultural, proyecto que de concretarse debería extenderse por la ciudad entre cines, teatros, cafés con Internet (distintos a los llamados cybercafés), salas de concierto, radios, posadas, bibliotecas, librerías y todo lo que conciba la imaginación y que la voluntad política permita llevar a cabo. En fin, puede que el señor Porfirio extrañe los viejos tiempos del Rialto y no encuentre muy atractivo ir al Sambil a ver la última película, lo malo es que gran parte de nuestros jóvenes así lo vean.

* Publicado en Aporrea el 23 de enero de 2010

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