Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

domingo, 30 de enero de 2011

El significado del socialismo o lo que el socialismo puede significar

Ludovico Silva
Las críticas hechas por Nicmer Evans a Edgardo Lander en artículo publicado en Aporrea en febrero de 2010, a partir de la lectura que aquel hace de un artículo de este, denominado: “Socialismo del Siglo XXI y la propiedad en el sector petrolero”, plantea un debate que, si bien se viene dando desde hace un tiempo, es necesario que se siga dando con carácter permanente de manera que pueda extenderse y profundizarse, más allá de la consigna y de los esbozos generales que dan del Socialismo ideas vagas o imágenes difusas. La idea es, como siempre, hacer un aporte a la batalla de las ideas considerando siempre, a parte de la teoría y la práctica, la realidad social; nuestra realidad social concreta.

Decir por ejemplo que el socialismo es igualdad sin mayor explicación, además de dejar muchos elementos en el aire, resulta una simplificación con el poder de paralizar un eventual proceso de profundización del debate; decir que el socialismo es amor suena muy bonito y cantidad de hermosos versos podrían brotar de tan luminosa afirmación, pero más allá –o talvez más acá- de las definiciones tipo consigna o de carácter lírico, es posible reunir los rasgos fundamentales de lo que se ha llamado Socialismo del siglo XXI, como modo de organización de la sociedad entroncado con los sistemas políticos históricos que se erigieron a partir de postulados burgueses, y con aquellos sistemas que se levantaron como antagónicos de aquellos y que terminaron, a fin de cuentas, pareciéndose mucho. Es el caso del que se dio en llamar socialismo real.


La crítica central planteada por Evans va dirigida a la afirmación de que “el Socialismo del siglo XXI, sigue siendo en una gran medida ejemplo ilustrativo del concepto de Ernesto Laclau significante vacío”. Esto implica, parafraseando la cita de Lander, que siendo esta definición vaga y débil, se presta para que desde distintas posiciones ante la vida –que pueden ser no sólo disímiles sino antagónicas- se asuma la propuesta posponiendo siempre el debate que permita arribar a un eventual consenso en torno al significado del socialismo, ya que éste está en construcción. Ahora bien ¿Es posible alcanzar un acuerdo sobre el contenido sustantivo de una palabra sujeta a varias interpretaciones, y que al mismo tiempo este contenido se mantenga objeto de debate, es decir, que este siempre en construcción? Otra pregunta ¿Una definición precisa, elaborada y consistente, no podría degenerar en ortodoxia inmutable o en manual?

El socialismo, a riesgo de parecer tautológico, tiene un significado y sobre ese significado hay que alcanzar un consenso mínimo entre todas las corrientes que apoyan la construcción de ese otro mundo posible y necesario. El socialismo, es también un significante con una determinada carga histórica-ideológica y que se ha utilizado para definir sistemas políticos u organizaciones sociales -muchas veces diferentes entre sí- donde las relaciones sociales y de producción han distado mucho de ser socialistas. Es decir, el socialismo, más que un significante vacío es un significante vaciado, un término político y por tanto objeto de una lucha conceptual-interpretativa donde el papel de la invención, definición y creación constante del discurso político, resulta vital para impulsar las transformaciones socioculturales en función de una praxis política, siempre en relación dialéctica con la realidad.

Es verdad que ésta última opinión puede parecer idealista y aprovecho para defender una postura que plantee hace algún tiempo: no se trata de ser idealista o materialista o de ver en estos términos alguna contradicción, se trata de poder llegar a ser materialistas creativos e idealistas sin ingenuidad. No en balde, Ortega y Gasset refiere en el prólogo a La Rebelión de las Masas que el fracaso es consustancial a las revoluciones por ser éstas una rebelión de lo abstracto frente a lo concreto. La nuestra no ha fracasado porque viene siendo una transformación en ambos ámbitos, pero cuidado.

Frente a este panorama, el compañero Nicmer plantea en pocas palabras que el socialismo es un concepto en construcción, un proceso, una construcción que es sobre todo colectiva, residiendo en este último rasgo la virtud más democrática y contundente del socialismo. De acuerdo a esto, es bueno recordar la opinión de Albert Camus en torno a la clásica enseña “maquiavélica” de que el fin justifica los medios, afirmación a la que contrapuso la idea de que en política, son los medios los que deben justificar el fin. Este planteamiento, refiere la centralidad del proceso mismo, de la dinámica misma, del método a utilizar, como lo más importante a considerar cuando de política se trata; más aún cuando de lo que hablamos es de una política revolucionaria. La importancia del saber colectivo, de la ética comunitaria como vía para cuestionar lo incuestionable, constituyen elementos de fuerza del planteamiento del citado autor.

Ahora bien, volviendo al debate sobre significante y significado, podemos plantear en función de lo hasta ahora dicho, que más importante que el socialismo en tanto significante es el socialismo como significado, como contenido y como proceso. En artículo publicado en marzo de 2007, Rigoberto Lanz hace un interesante aporte en este sentido. Luego de dejar clara la idea -que venimos comentando- de que las palabras no son neutras y que muchas veces no significan una sola cosa, nos dice que “Ello obliga a ponerle apellidos a la palabra “socialismo” y a tener que explicar en cada caso cuáles son los contenidos que usted está defendiendo con el uso de esta terminología”. Ese artículo tiene un párrafo central que reproduzco a continuación:

“Nosotros intentamos marcar un cierto rumbo en esta discusión: --apuntalando el lugar teórico desde donde hablamos, es decir, sabiendo que las teorías políticas tradicionales no sirven para pensar esta revolución; --poniendo el énfasis en el desmantelamiento del Estado burgués (sin lo cual no hay ninguna revolución que valga la pena); --fijando la mirada en el carácter cultural de las transformaciones verdaderas; --acentuando con fuerza el papel de la crítica, de la discusión abierta, de la formación intelectual; -- recuperando con fuerza el protagonismo del poder popular frente a las intermediaciones institucionales; en fin, apostando duro por el impulso de prácticas subversivas que propaguen el efecto emancipatorio de las rupturas, de los conflictos, de las contradicciones. Póngale usted el nombre, nosotros nos quedamos con esos contenidos”.

De esta manera, se plantea lo que podemos entender como los procesos y dinámicas que, juntos y simultáneos, configuran un contenido que no necesita del problemático nombre, del abusado significante.

Por otra parte, este renovado debate no tiene nada de nuevo. Ya Ludovico Silva en su obra Teoría del Socialismo (1980) nos advertía desde el principio sobre la falta de precisión y variedad de interpretaciones que existen sobre los términos comunismo y socialismo. En sus reflexiones sobre el tema, Ludovico afirma que, de hecho, si existe un modelo teórico del socialismo “aunque muy imperfecto”, aserción que no deja de tener vigencia para el debate actual pero que sin embargo, no impide que el autor defina al socialismo, tanto desde la perspectiva de la filosofía social como desde la filosofía de la ciencia. Desde ésta última, el socialismo es un “modelo teorético, ideal y simbólico”, desde aquella, el socialismo es lo que H. Marcuse denominó una Utopía Concreta, como postulado realizable que niega la realidad social existente pero que parte de ésta para la construcción de la nueva. Podemos aquí traer a colación lo que para Dussel es una Utopía Política, que lejos de representar un conjunto de principios normativos políticos, implica un criterio de orientación de la acción política, la llamada “idea regulativa”.

El hecho es, que en estos planteamientos podemos visualizar una relación dialéctica entre la teoría, la práctica y la realidad social, relación que para Ludovico es clave para entender lo que significa el comunismo y el socialismo: “Frente a estas confusiones, es preciso que afirmemos de una vez por todas que el socialismo es la teoría y el comunismo es la práctica”. Es así como, con lo expuesto hasta ahora y haciendo un esfuerzo de síntesis, se puede afirmar que dentro de la dinámica o proceso de construcción colectiva que nos plantea Nicmer, encontramos dos campos de, digamos, “creación heroica”. Un primer campo de práctica social y acciones políticas concretas, que es lo que Ludovico denomina comunismo, y otro campo de construcción crítica-simbólica y definición de la realidad, originado de un estudio y debate de ideas permanente, vinculado o en relación directa con la práctica política.

No obstante, sí es posible construir el socialismo de manera teorética, simbólica e ideal, como Utopía Política, siempre que demos la batalla de las ideas tal como la define Raúl Valdez Vivó: tanto como defensa y legitimación de las ideas como su realización en la práctica sociopolítica. Entonces ¿Qué significa el socialismo? Se me acabó el tiempo para seguir escribiendo, hay que ponerse a trabajar.

2 comentarios:

  1. Bro, creo que la crítica de evans está basada en un artículo inexistente de Edgardo. Abrazo

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  2. Gracias por el comentario hermano, le podré atención. Abrazo

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