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miércoles, 9 de febrero de 2011

La comparecencia-interpelación en la Asamblea Nacional: esfuerzos, inseguridad y lucha política

Hemiciclo de la Asamblea Nacional
La atención del pueblo venezolano –y seguramente los ojos de diversos amigos y enemigos en la Patria Grande y en el mundo entero- estuvo centrada en la sesión desarrollada ayer en la Asamblea Nacional, la cual tuvo como orden del día las intervenciones del Vicepresidente de la República y de cuatro ministros de gobierno, donde estos expusieron y explicaron los logros de su gestión en el período 2010 y donde, de acuerdo a la propuesta que hiciera el Presidente el 15 de enero, estos fueron interpelados por los diputados tanto del bloque socialista como por los del oposicionismo.

Es así, como el mejor término para definir lo ocurrido en la Asamblea Nacional ayer es el de interpelación y no el de “comparecencia”, palabra esta tomada del campo del derecho y cuyo significado otorga a los diputados un aura de implacables jueces, de “autoridades” pues, frente a la presencia de los representantes del Poder Ejecutivo. Me consta que hasta el día de ayer, el diccionario de la Real Academia Española incluía en la definición de comparecencia, sólo acepciones de carácter jurídico, lo cual constituye la base de nuestra acotación. Sin embargo, hoy observo, al repasar el significado de dicha palabra, que se ha incluido una nueva acepción, la de comparecencia parlamentaria. Muy interesante.

El hecho es que, como seguramente lo avizoró el Presidente Chávez, esta interpelación produjo un interesante debate, donde sin embargo los diputados de la oposición, en ejercicio de un evidente lineamiento político, desconocieron los esfuerzos y logros de las diferentes gestiones, aunque haya habido excepciones de rigor como lo fue el caso del diputado J.C. Caldera, al parecer el único diputado serio del grupo de los 65 y que por tanto merece llamarse diputado opositor, junto a uno que otro por ahí. Lo demás fueron discursos prefabricados que pedían la renuncia del Ministro del Interior; discursos políticos de precampaña electoral donde algunos diputados enrojecían y se exaltaban hasta casi estallar. No faltaron los argumentos tipo ad hominem, que fueron oportuna y acertadamente contestados; porque no se puede rebatir lo que es en realidad una falacia.

Las intervenciones de los diputados adversos al proceso se caracterizaron sobre todo por la ausencia de propuestas propositivas en el discurso, que se centró como se esperaba, en el tema de la inseguridad, tema al que dieron un tratamiento escatológico y vesánico, mezquino y destructivo, en su enfermiza línea de atacar indiscriminadamente la gestión de gobierno, buscando evidentemente su deslegitimación. Como se ha dicho y como bien lo afirmó el ministro Tarek, el tema de la violencia es multifactorial y complejo, un flagelo característico, así como el de la droga, de las modernas sociedades capitalistas (no resulta evidente, pero cuando digo modernas lo digo casi despectivamente); un problema al que hay que caerle en cayapa, y la cayapa incluye a la oposición y sus seguidores.

Una de las principales causas de la inseguridad, si lo vemos desde la perspectiva de que es el moderno Estado weberiano el encargado dar protección a la población y de mantener el orden y la seguridad en la sociedad, hasta ahora ha sido la sentida falta de una oposición seria y real que aporte criticas e ideas al proceso político venezolano, la ausencia de un mínimo sentido de corresponsabilidad por parte de sectores que lo que han hecho en los últimos años, es inocular miedo y odio en la población a través de sus empresas de comunicación. Si la violencia es un problema de todos los venezolanos, lo que indica claramente que todos somos corresponsables en él (gobierno bolivariano, ¿oposición?, Fuerzas Armadas, movimientos sociales, Sociedad Civil Popular) entonces su principal causa es la indolencia real de aquellos que única y perversamente han utilizado el tema de la inseguridad para atacar a Chávez.

Sobre esta situación, resulta pertinente lo que dice Enrique Dussel en la décima de sus 20 tesis de Política:

“Ninguna decisión es perfecta (para ello se necesitaría inteligencia infinita, fraternidad pura, tiempo infinito, imposibles para la finitud humana). Toda decisión (que impera las acciones y funda las instituciones) no es perfecta; es decir, es imperfecta; luego, siempre cometerá aun no-intencionalmente algún efecto negativo. Por lo general las minorías o la oposición captan dichos efectos negativos, porque los sufren. En la solución de los efectos negativos está el futuro, la transformación, el progreso cualitativo de la vida. Respetar la minoría es honrar el futuro; es aceptar posibles errores inevitables; es poder corregirlos…” (las cursivas de la cita son de Dussel)

Pero nuestra oposición no capta mucho los efectos negativos –inevitables- de las políticas públicas que ejecuta el gobierno, sino que para ella todo ha sido negativo y nunca nada ha servido y todo es dolor y sufrimiento. Porque la captación de los efectos negativos está después del reconocimiento del efecto positivo, y no sólo de la intención. El único diputado que reconoció, por ejemplo, lo que se viene haciendo con la Policía Nacional fue Juan Carlos Caldera, quien partiendo de este reconocimiento pudo hacer sus observaciones y críticas; otra cosa es caer en una de estas posiciones:

- Decir que tal política es nefasta y ha traído sólo efectos negativos
- Decir que los ministros afirman que todo está perfecto
- Renuncia ministro que fracasaste
- Volver con los cuentos del castro-comunismo

Esto es obcecación, delirio, falsedad, antipolítica. Recordemos que la política es, siguiendo a Dussel, una actividad que organiza y promueve la producción, reproducción y aumento de la vida de los miembros de la comunidad. Un ejemplo de esto lo fue la hermosa intervención de los integrantes del Sistema de Orquestas Penitenciario, integrado por personas privadas de libertad pero que han encontrado en la música una bocanada espiritual y un indiscutible aumento de sus vidas; del contenido de sus vidas.

La lucha política no puede olvidar que está supeditada a una ética del discurso que la trasciende, aunque nuestra oposición delirante se haya embriagado en el ejercicio de la antipolítica. Continuará...

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