Pensar a Venezuela como un país de lectores y por tanto, como un país de escritores, de narradores, ensayistas y poetas, implicaba la superación de un problema raizal sin cuya solución hubiera sido más o menos impensable convertirnos en un país culto: el analfabetismo. Sin embargo, luego del formidable esfuerzo hecho en la Misión Robinson, el 28 de octubre de 2005 Venezuela fue declarada territorio liberado de esa sombra, ya declarado el socialismo como derrotero a seguir por la Revolución, y en pleno proceso de democratización del poder del conocimiento.
No obstante, la próxima situación a superar en la consecución del país de lectores, era el de la política editorial, uno de los sectores que, como se sabe, era de los más excluyentes y elitescos, para no decir que fue un sector al que nunca se le dio la importancia que merecía y que, hoy por hoy, ha cobrado mayor centralidad en nuestras sociedades del conocimiento y la información. La respuesta de la Revolución fue la creación de nuevas editoriales que han producido hoy, a precios accesibles a todo el mundo, decenas de millones de libros para la población, además de la producción masiva y para su distribución gratuita, de clásicos de la literatura como el Don Quijote o Los Miserables.
El contexto en el que se desarrolla esta monstruosa ofensiva en la producción editorial es, como siempre, lo que debemos en todo momento considerar. Ese contexto es el del proceso de emancipación y liberación de un pueblo que venia saliendo de las sombras y de la miseria, un bloque social que estaba alimentándose mejor, que había comenzado a organizarse y a movilizarse en consejos comunales, cooperativas y distintos movimientos sociales, que había ingresado a las universidades recientemente creadas por el gobierno revolucionario y que, en el medio de esa vorágine de revitalización y reimpulso poderoso de la lucha política, reclamaba educación y formación política-ideológica.
Por un lado se creaban nuevas instituciones, nuevos ministerios, y por otra se creaban nuevas misiones sociales, a las que el pueblo se incorporó en calidad de misionero o como beneficiario directo, como estudiante de la Misión Robinson, vencedor de la Ribas o, como renovado contemplador del mundo de la mano de la Misión Milagro. Todo este vertiginoso proceso sociopolítico, considerado de manera integral –y son muchas las cosas que no se mencionan aquí- otorgó un nuevo sentido a la vida, tanto del bloque social que apoyó a la revolución desde el principio, como a la de todos aquellos que desde un principio la adversaron. La consecuencia visible de esta movilidad y efervescencia social fue, que sin darnos mucha cuenta muchos nos vimos estudiando, trabajando, haciendo talleres de todo tipo, viajando, y todo más o menos simultáneamente. Quiero decir que, si bien el proceso de cambio reclamaba mucho estudio, formación política-ideológica constante, conciencia revolucionaria, no dejaba de ser un problema el hecho de que con tanta actividad y tantas ocupaciones, no era mucho el tiempo que quedaba para la lectura, para la reflexión. La vaina era cumplir horarios, coger línea y más nada.
Se hizo común en muchas instituciones, y hasta un signo de compromiso revolucionario (equivocado signo) el estricto cumplimiento de la hora de llegada pero no el de salida. El mensaje que se daba era “aquí hay hora de llegada mas no de salida”, y eso se consideraba revolucionario. Seguramente, el contexto, la coyuntura, el momento, lo reclamaba; había que ponerse a trabajar. Pero no dejaba de ser incoherente y contradictorio que, de un lado, se hicieran llamados constantes al estudio –y no me refiero al estudio institucional- a la conformación de círculos de lectura, a la participación comunitaria, y por otro la gente no dispusiera del tiempo necesario para ejercer la democracia directa que se reproduce en el ámbito comunal, para participar, y mucho menos para leer un libro ni individual ni colectivamente. La lectura de la prensa y de la constitución, de diversidad de folletos que se repartían en marchas y otros eventos políticos -¿Qué no es que esté mal no?- sustituían muchas veces la lectura en profundidad de insumos capitales para la formación como, por ejemplo, un artículo, ensayo o libro de Gramsci.
De ahí que se comenzara a advertir que la consigna política, lo que era decir la lucha, la confrontación política, estaba sustituyendo u ocupando el lugar del debate de ideas y la conformación del pensamiento crítico. A esto se le sumaba otro problema, que no es que haya sido muy complicado diagnosticar: las debilidades existentes y comprobables, por las situaciones mencionadas al principio, en cuanto a hábito de lectura de trataba. El problema ya no era el analfabetismo secular ni la falta de libros, sino que ahora la cuestión era la necesidad de cultivar el amor y el hábito a la lectura, proceso dejado en un principio a la misma lucha política.
De tal manera, el problema actual relacionado a la lectura, la escritura y a la participación política comunitaria activa y constante, y que todo proceso orientado a la construcción del socialismo debe considerar, es el del tiempo necesario de que debe disponer el pueblo para realizarse en este ámbito. De ahí la centralidad, la trascendencia de la idea de reducir la jornada laboral de ocho a seis horas, contenida en la propuesta de reforma a la Ley Orgánica del Trabajo, un ordenamiento jurídico que por demás fue diseñado para favorecer los intereses del patrón, del empresario, del capital.
La propuesta de reducir la jornada laboral, sólo es una entre las que están plasmadas en el pliego de peticiones que entregaron los trabajadores en la Asamblea Nacional el jueves 10 de febrero, donde se incluyen además otras propuestas referentes a otras leyes de carácter social como la Ley de Educación Universitaria, la Ley del Deporte y la Ley de Seguridad Social. Sin embargo, reducir la jornada laboral en el marco de la dignificación general de los trabajadores, constituye un aspecto cardinal en el camino hacia el socialismo como reino de la libertad, hacia esa sociedad humanista donde se trabaja para alcanzar el buen vivir, y donde disponemos del tiempo suficiente para la educación y formación de los hombres y mujeres de nuestra patria, proceso que muchas veces encuentra formidables obstáculos tanto en la racionalidad capitalista alienante de la empresa privada, como en la relajación burocrática anquilosadora que muchas veces se presenta en las instituciones públicas.
Reducir la jornada laboral es dar un paso más en la consecución de ese reino de la libertad del que nos habló Marx; es promover la democracia protagónica revolucionaria planteada en el Proyecto Simón Bolívar; es dar un paso en la lucha contra la ineficiencia burocrática y en la mejora sustancial de la calidad de vida de la gente que tiene que recorrer decenas de kilómetros todos los días para llegar al centro de trabajo y luego al hogar. Sobre este último punto, es necesario que la nueva LOT considere las grandes posibilidades que ofrecen las TIC (tecnologías de la información y comunicación) en el ámbito laboral, en el sentido en que éstas han permitido desarrollar actividades productivas de nuevas y revolucionarias formas.
En este sentido, cito un párrafo del artículo Las TIC como instrumento para la inclusión social, publicado por Víctor Álvarez el pasado 20 de enero, y donde se explica en qué consiste el teletrabajo:
“El teletrabajo no es una profesión sino una nueva forma de desarrollar una actividad productiva. Consiste en trabajar a distancia aprovechando las tecnologías de información y comunicación (TIC). Esta modalidad tiende a convertirse en un fenómeno social, capaz de cambiar radicalmente las formas de organizar el trabajo al permitir que buena parte de la nómina desarrolle su función desde sus propias casas. Estudios señalan que en los próximos años, al menos un 25 % de los trabajadores de todo el mundo realizarán sus tareas a través de la red, sin necesidad de hacer acto de presencia. El teletrabajo implica el paso de un modelo de organización centralizada, piramidal y jerárquica, basado en la división funcional del trabajo, a otro más desconcentrado, horizontal y dinámico, en el que la filosofía de trabajo se centra más en el logro de objetivos que en el cumplimiento de un horario”.
Resultaría no menos de irresponsable no tomar en cuenta esta innegable realidad en la venidera reforma de la LOT, realidad que permitiría incorporar –como afirma Álvarez- a las diversas actividades productivas a todas aquellas personas con problemas para desplazarse (personas de la tercera edad, discapacitados, madres jefas de hogar), aunque, como sugiero arriba y considerando, por ejemplo, la situación de todos aquellos que trabajan en Caracas y viven en las llamadas ciudades satélites, la propuesta del teletrabajo es aplicable a todas aquellas personas que por su lugar de residencia y particular tipo de trabajo, bien podrían trabajar desde sus casas.
En todo caso, reducir la jornada laboral es un paso importante que permitirá abrir todos los debates relacionados, en la dirección de lograr la mayor suma de felicidad social para el pueblo.
Camarada, comparto su opinión al respecto de la generalidad del artículo. Me parece que una buena medida para despejar la ruta hacia la conquista del tiempo libre se fundamenta en la verdadera conciencia y la disposición al sacrificio de quienes así nos identificamos. Dijo Mao:”El buen caballo se conoce durante la marcha y con la carga encima; para conocer el corazón del hombre pídale su cuota de sacrificio”.
ResponderEliminarUn abrazo fraterno.
De acuerdo contigo, aunque te digo que si aún nos falta camino por recorrer para adquirir esa conciencia verdadera y esa disposición al sacrificio, con sólo superar el burocratismo imperante en muchas instituciones se lograrían las metas en menos tiempo y con mayor calidad... Abrazo compa!
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