Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

jueves, 3 de febrero de 2011

La autarquía comunal y la fábula del turista y el pescador

Pescador... De F. Correa
La conocida fábula del turista y el pescador, a parte ser bastante ilustrativa en lo que toca a la lógica de acumulación y expansión del capitalismo –esencia de su carácter imperial-, a su “ethos racional”, encierra otros importantes debates políticos, culturales y filosóficos, relacionados con el proceso sociopolítico venezolano en pleno desarrollo; proceso que debería apuntar, más allá de la emancipación social hacia una transformación cultural. Y es que ¿Al campesino que trabaja su tierra en lo recóndito de la periferia de un Estado-nación –pongámosle de Nuestra América- y que vive de ella puede llegar a interesarle o preocuparle como están los índices de GINI, el PIB, el IDH, o cualquier otro indicador propio de la economía moderna?

 
La respuesta resulta natural si consideramos a este campesino como parte de una familia o colectivo de carácter autárquico. Esto quiere decir, autosuficiente, autoabastecido a partir de sus propias capacidades y recursos, dueño de su vida y de su destino más allá de una mera autonomía como potestad dentro de un ámbito político-territorial determinado, o como independencia parcial en sólo ciertos aspectos. Comunidades con éstas características, en nuestro mundo en modernización desde hace 500 años, se pueden encontrar todavía y sobre todo en las regiones que más lejos se encuentran del mundo cosmopolita urbano racionalizado, en lo que llaman el campo, la periferia, lo incivilizado.

    La fábula que mencionamos al inicio nos habla de un turista –digamos un hombre blanco europeo o norteamericano, cristiano, patriarcal y burgués- que se encuentra vacacionando –o descansando luego de hacer un buen negocio—en alguna playa paradisíaca del caribe –digamos que en alguna de la Isla de Margarita- y que en su paseo le llama la atención como un pescador vernáculo de la región, en lo que para el turista empresarial son horas productivas laborales, parece descansar recostado en una roca a la orilla de la playa, reflejando una suerte de felicidad tercermundista, de serenidad y despreocupación. Con el ánimo antropológico del que todo lo coloniza con el discurso y el método científico –imagino que así pudo ser- la fábula dice que el hombre blanco, talvez algo panzón, con unas bermudas y con un gorrito para el sol, a eso de las diez de la mañana, aborda al pescador.

    En mal español, le pregunta sobre el tiempo que este dedica al trabajo diario y el pescador –con acento oriental- con naturalidad le dice que sale a pescar con sus compañeros entre las cinco y las siete de la mañana, cuando la pesca es buena. Ante ese comentario sencillo y rápido, atentatorio de su espíritu de empresa, el turista le pregunta por qué no pesca cuatro horas en vez de dos, a lo que el pescador le repica al momento que para qué. Animado por haber logrado involucrar al ser tropical en su gramática, con tono pedagógico y hasta mejorando su español, el turista le dice que así podría pescar el doble y tener un excedente. Seguidamente -luego de comprender instintivamente que excedente significaba algo así como "de sobra"- el pescador le pregunta que haría con ese pescado de más –ya que con las dos horas diarias tenia para alimentarse él y su familia- y el turista sonriendo le dice que podría venderlo en el mercado de la ciudad y que con se dinero, en poco tiempo podría comprar un bote de más autonomía y capacidad, y así felizmente pescar más para vender más para tener más excedente y de tal forma comprar otro bote y así hasta completar toda una flota pesquera con el poder de abastecer el mercado más importante de la ciudad. Llegado a este nivel –un alto nivel-, “usted –le dice el turista al pescador e imaginen una música de resurrección de fondo- se convertiría en un exitoso empresario”.

    Esta vez el pescador hizo una pausa. Ya comenzaba a incomodarlo y viéndolo más detenidamente, tuvo la seguridad de que estaba muy lejos de querer convertirse en aquel ser rígido, mecánico y de mirada atormentada. El oriental le inquirió más pausadamente qué lograría con todo aquel emprendimiento. El turista, que había llegado al punto donde quería llegar, le dice que una vez tenga la flota podría dedicarse a descansar, ya que tendría un numeroso contingente de trabajadores bajo su mando y por tanto, más tiempo para pensar en como hacer crecer el negocio y disfrutar de abundante tiempo libre. Al humilde habitante de la costa, expresando comprensión haciendo leves movimientos de afirmación con la cabeza, le costaba creer en el propósito último al que conducía la propuesta del exótico personaje. Muchas preguntas le pasaron por la mente antes de decirle que “descansar, hijo er diablo eso era lo que yo hacía antes de que usted llegara a fastidiarme”.

    El contenido de esta fábula, contada en la ceremonia de entrega de un Premio Nóbel de economía, resulta altamente verosímil y probablemente fue tomada de algún testimonio real. No obstante, en un primer momento, la moraleja que deja el cuento parece contener una aguda crítica al capitalismo, a su racionalidad, a su visión y a su ética particular. Esta crítica también tiene implicaciones ético-políticas, ecológicas, económicas, culturales y hasta existenciales. Ante las precipitaciones, es pertinente afirmar de una vez que sería equivocado extraer de ella un supuesto llamado a convertir al empresario en pescador o plantear el clásico e imposible “regreso al pasado” a la vida bucólica del campesino, indígena o como en nuestro caso, a la del pescador, en una postura antimoderna criticada por los defensores de la modernidad como “proyecto inacabado”, como un intento torpe e incomprensivo de aquellos que, por no haber tenido la suficiente habilidad, el don, para desarrollarse y progresar en el mundo moderno, proponen una suerte de “vuelta al guayuco”.

    Pero de lo que se trata, pensamos, es de darnos cuenta de hasta donde pueden llegar las justificaciones de la intelectualidad burguesa en el despliegue se su propia subjetividad, en el contexto de un modelo civilizatorio de orígenes históricos localizables y cuyos patrones no son seguidos por la totalidad de los pueblos del mundo. El pescador, ubicado en la periferia del mundo, en lo atrasado y tradicional desde la perspectiva moderna –que es la del turista empresario- no necesita embarcarse en la lógica de la acumulación y explotación capitalista para poder descansar, palabra que para el pescador seguramente tiene un significado muy distinto del que le da el empresario turista, quien ni descansando puede dar pausa a su tormentoso interés de acumular propiedad, capital, intereses, expansión, dominio, control, etc. También está presente en la fábula, desde nuestra perspectiva, el debate sobre lo que Mariátegui denominó la “necesidad de infinito presente en el espíritu humano”, o la necesidad místico-religiosa de albergar una esperanza, una fe, un mito u objetivo trascendente con la capacidad de otorgar sentido a la vida de la gente.

    Obviamente, el mito del peregrino capitalista es el del progreso, que incluye, como sabemos, el avance de la ciencia con su correlato en los cambios tecnológicos constantes en el marco de una visión lineal de la historia y de la vida, secularización y dominio de la naturaleza. Este último rasgo del “progreso” es lo que hace que consideremos a este como un mito desvalorizado, ilusorio y destructivo. El tema es, si criticamos este progreso y esta modernidad, si destruimos –o volvemos a destruir- este mito ¿con que lo sustituimos si recordamos que la presencia del mito es necesaria en la gente desde una perspectiva metafísica y religiosa? Mariátegui, con George Sorel, diría que el mito de nuestra época es la revolución social. Sin embargo, pensamos que el pescador de la fábula tiene mucho que decir al respecto.

    Destaca también de la fábula -haciendo el respectivo ejercicio iamginativo- el carácter autárquico del habitante de la costa, quien junto a su comunidad, sin la necesidad de intervención de la empresa capitalista ni tampoco la del Estado, puede llevar una vida feliz con su familia y, lo que es más importante, en armonía con la naturaleza. Sin embargo, este tipo de turista no puede ni podrá entender nunca esta visión de las cosas y tiene a su favor una sofisticada, perversa y poderosa tramoya, dispuesta para convencer al pescador, al campesino y a toda la gente que pueda, de que a fin de cuentas es bueno e inevitable montarse en el tren del desarrollo y el progreso. La pregunta que nos hacemos es ¿Es la autarquía una utopía?

No hay comentarios:

Publicar un comentario