Llamando a la reflexión |
El golpe del 11 de abril demostró que ninguna plutocracia está dispuesta a entregar nada por las buenas. Y hablamos de entregar porque efectivamente la grosera apropiación de la gran riqueza de nuestro país por parte de los tradicionales y minoritarios grupos oligárquicos, comenzaba a ser trastocada concretamente por las nuevas condiciones que se creaban, siguiendo las reglas del Estado heredado y desde la llegada del movimiento bolivariano al poder.
Y si tienen que entregar algo es porque, históricamente y por razones estructurales “de larga duración”, Venezuela –recordemos a propósito del bicentenario- luego de la independencia frente al imperio español, quedó en una situación de franco colonialismo interno que, en mayor o menor medida, se mantuvo hasta finales del siglo XX. Particularmente hasta que hechos como los del Guarenazo y Caracazo, dieran lugar a la toma de conciencia de que la gran mayoría del pueblo venezolano no podía seguir invisibilizado; sobre todo por la imposibilidad de ocultar una rebelión como la del 89.
Ya se sabe que sin esos hechos, nuestro país puede que hubiera sufrido un golpe de Estado de derecha; un golpe militar de derecha, nacionalista en el mejor de los casos y con el riesgo del gorilismo ahí, con el objeto de sepultar el acuerdo aquél de Punto Fijo. Pero sucedió, que el pacto de igual forma terminó y maduró un movimiento político que optó por alcanzar el poder del Estado por la vía electoral, hecho que debe seguir analizándose en toda su extensión y profundidad. Uno recuerda el odio ciego, la contumacia, el fanatismo, el fascismo, que demostraron los sectores oposicionistas que marcharon el 11 de abril, y que fueron llevados como borregos a Miraflores, y se pudiera pensar que el Presidente Chávez estaba decretando –con algún libro rojo en la mano- la expropiación de las tarjetas de crédito de los exquisitos grupos oligarcas que, en lo que fueron verdaderas ceremonias de exhibición y autorreconocimiento aderezadas de histeria y disociación, pedían desesperadamente la salida del tirano del poder.
Es decir, la derecha venezolana, al no poder seducir a un Chávez que de paso lo que postulaba era una especie de tercera vía, y viendo que la intención de este era democratizar la sociedad venezolana, reaccionaron de manera tan descarada, básica y brutal que no se ahorraron torpezas en su fugaz aventura golpista. La mayor de todas fue –lo que demostró su desprecio secular- ignorar que el pueblo venezolano no se quedaría tranquilo ante la desaparición del líder que este había puesto en la Silla Presidencial. Pero, si como venimos diciendo, no se había decretado la abolición de los privilegios oligarcas en lo concreto cotidiano ¿Por qué una reacción tan brutal? La respuesta está en el Patrón Colonial de Poder impuesto tanto aquí como en otros países de la región y el mundo, y que estaba siendo seriamente desafiado por el veguero de sabaneta en el poder.
En pocas palabras, si un proceso que es a todas luces incluyente y que de paso no excluye a los tradicionalmente incluidos, recibe sin embargo los embates reaccionarios y oligárquicos que recibió, esto ocurre en virtud de los consuetudinarios sentimientos aristocráticos de superioridad, del racismo puro y duro y del fundamentalismo meritocrático presentes en ciertos sectores de nuestra sociedad que, luego del perdón a los golpistas, hizo de las suyas en Pdvsa.
Si luego del regreso de Chávez al poder, al bajar del helicóptero que cinematográficamente lo trajo de regreso a Miraflores, Chávez hace la revolución, no se diga más, los exiliados venezolanos en Miami superarían hoy en número a los anticastristas cubanos. De tal manera, conviene seguir profundizando en los cambios estructurales de la sociedad venezolana que despertó, esperamos, para no volverse a dormir.
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