Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

sábado, 2 de abril de 2011

El nuevo Estado y la revolución pacífica*

Uno de los elementos sui generis de este proceso de cambio y que es propio de la época en que le ha tocado desarrollarse, ha sido siempre su carácter pacífico. Vivimos una revolución que en 10 años ha logrado grandes cosas y que dio inicio a un proceso de emulación casi en todo el resto de la región. Un proceso de emancipación en paz y democracia, en el marco de la legalidad y con la presencia -por supuesto- de un recurrente forcejeo entre lo jurídico y lo político.
                                                                         
En otras palabras, la Revolución bolivariana ha consistido en un impresionante proceso de inclusión social que logró encontrar la manera de democratizar, por ejemplo, la salud y la educación, impulsando lo que podemos llamar la política del desborde: si las instituciones de la vieja república no están ni podrán colocarse a la altura de los tiempos, si forman en sí mismas parte del problema estructural heredado del Estado de la cuarta, es imperativo crear instituciones paralelas, mejores instituciones, instituciones de nuevo tipo, al lado de las viejas, junto a las esclerotizadas.

En este sentido, las misiones pueden bien dejar de considerarse como una respuesta coyuntural a problemas estructurales, exitosas iniciativas que si bien no han adquirido el status de una “institución”, han respondido satisfactoriamente a los intereses y necesidades del colectivo. También es pertinente recordar que, institucionalizar una misión puede traer consecuencias no deseadas para su funcionamiento de cara a la consolidación de la revolución, como por ejemplo el traslado de normas y procedimientos que burocraticen el trabajo en dichos espacios.


Sin embargo, si se trata de colocar una institución de nuevo tipo al lado de la anacrónica, es importante que lo nuevo sea realmente mejor y que de hecho demuestre su efectividad frente a lo inveterado. Es en este sentido que se produciría un desborde o una reducción al absurdo de lo viejo, muchas veces reducto de rancias derechas y viejos vicios. Toda institución tiene una misión junto a una visión, pero el advenimiento de la revolución social visibilizó lo que el pueblo siempre supo: instituciones desnortadas, incapaces de asumir su misión y mucho menos de tener una visión a futuro; semejante situación sólo podía generar una política pública que adoptara como nombre la razón de ser que tiene toda institución pública, y por tanto orientada al servicio público: Misión.

Una misión es algo que queda bastante claro, es algo trascendente, algo que hay que hacer, algo que no se negocia y que hay que cumplir en función de un nuevo estado de cosas que apenas se vislumbra, que es la visión, la cual está identificada con esa nueva sociedad que construimos en la actualidad, que redundantemente se llama sociedad socialista. Así las cosas, partiendo del carácter pacífico (pero armado) de la revolución, podemos decir que hasta ahora el desarrollo de las misiones ha dejado entrever cierta aceptación del sistema (¿habrá otra opción?); este es un proceso que impugna el sistema, es verdad, pero que lo utiliza para llevar adelante políticas emancipatorias; que critica al sistema, pero inexorablemente forma parte de él; que pretende superarlo, pero a través de él.

Si la revolución acepta más o menos el sistema, uno se pregunta que significa por ejemplo, el hecho que la banca privada haya obtenido ganancias estratosféricas sin precedentes en estos últimos años y que al mismo tiempo esos banqueros y los sectores privados relacionados carnalmente con ellos, se hayan opuesto y se sigan oponiendo contumazmente a un proceso que les ha dado tanto. El carácter ingrato y reaccionario de este sector de nuestra particular burguesía, pareciera venir dado por el hecho de saber y no aceptar que ha sido posible una revolución aceptando más o menos las reglas del sistema, rara situación que los deja sin argumentos válidos dentro de su exótico discurso demo-liberal burgués.

Una revolución legítima es algo diferente; no es algo como lo ocurrido en otras revoluciones como, verbigracia, la revolución cubana, acontecimiento que como expuso Fidel en su conocido discurso dirigido a los intelectuales en 1961, tuvo y tiene también su derecho a existir. Sin embargo, esa revolución implicó una lucha armada y la inauguración de un enfrentamiento directo con la –para ese momento- potencia hegemónica mundial. Enfrentamiento que implicó un bloqueo económico que fue endureciéndose cada vez más, y que persiste hoy día con todo y la llegada del “presidente negro del cambio” a los EE.UU. Valga la comparación para preguntarnos si la legitimidad sistémica de nuestro proceso de cambio, nuestra convivencia con la difusión hegemónica de los valores de la modernidad capitalista y su subestimación -más allá del terrorismo psicológico explícito que practican empresas de guerra de cuarta generación como Globovisión-, en un contexto donde el la conexión al Internet, los celulares y demás objetos-fetiches constituyen la aspiración y deseo de la sociedad civil (la liberal y la popular), no constituyen magnánimos obstáculos para el avance hacia el socialismo libertario, propios de “la altura de los tiempos”.

La revolución legal llegó un día sin derrumbar estructuras y como se mencionó arriba, aceptando las reglas del sistema. Cuando desde el poder legislativo de aprobaron leyes que tocaban intereses de los siempre incluidos y privilegiados, y que no se estaban precisamente excluyendo, sobrevino la reacción (golpe de 2002y saboteo de PDVSA) de los grupos que sintieron que perderían su tradicional sentimiento de superioridad cultural, propio de las élites europeizadas de nuestros países latinoamericanos. Ese fue un momento de intensa politización; un episodio que produjo efervescencia y definió claramente las posturas políticas en el seno de la población. Sin embargo, de acuerdo a la experiencia, a lo que hemos podido observar en algunos espacios políticos y en el desarrollo del proceso en los últimos años, los momentos de, digamos, máxima conciencia y de mística revolucionaria, han sido producto más del esfuerzo telúrico de la figura del presidente Chávez (de sus determinaciones, discursos y propuestas), de las circunstancias que han propiciado los diversos eventos electorales, que de las comunidades organizadas, batallones socialistas o movimientos sociales.

He tratado de decir en estas breves palabras, que el particular carácter de la Revolución bolivariana ha traído las siguientes consecuencias:

- En el aspecto social, creación de un Estado paralelo si carácter de institución junto a las viejas disfuncionales.
- Convivencia nefasta con empresas de guerra psicológica, o en el mejor de los casos con empresas radiales y audiovisuales de naturaleza capitalista (enajenantes y embrutecedoras) formadoras de falsa conciencia.
- Adopción y profundización de los valores culturales modernos como forma de emancipación en un contexto donde se quiere avanzar hacia una sociedad de nuevo tipo, que no sólo es posible sino necesaria. Comprensible en la transición.
- Aceptación tácita y a veces explícita del chantaje mediático de las grandes corporaciones mediáticas que difunden la idea del autoritarismo en Venezuela. Refiero aquí el hecho de que si bien este proceso es pacífico no deja por eso de haber un Estado soberano, por lo que las acciones que este debe tomar (por ejemplo, no renovar una concesión a un canal o simplemente cerrarlo por razones de salud pública) no deben frenarse ni estancarse por las consecuencias que esto vaya a traer.
- La revolución es pacífica sólo en un sentido: estudiantes, Danilo Anderson, sindicalistas, pero sobre todo campesinos (todos del sector progresista-revolucionario), han caído por cuenta de sicarios al servicio de los intereses del capital.

Nos parece que hay muchas y más preocupantes consecuencias del carácter democrático de nuestro proceso emancipador, sin embargo no deja de ser cierto que la paz es un valor sagrado que también hay que defender a costa de lo que sea, porque como dijo Sun Tzu en El Arte de la Guerra “…conseguir cien victorias en cien batallas no es el colmo de la habilidad. Rendir al enemigo sin combatir es el colmo de la habilidad”.

De que hemos venido siendo muy hábiles no hay duda, pero al momento del debate y el análisis, no olvidemos las consecuencias del carácter de nuestra revolución, que ha sido pacífica (de un solo lado), pero desde un punto de vista psicológico, bastante violenta.

*Publicado originalmente en aporrea.org el 18/05/2009
http://www.aporrea.org/actualidad/a77976.html

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