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En nuestro particular contexto tropical, latinoamericano y venezolano en particular, siempre ha constituido una necesidad de primer orden –en virtud de nuestro consuetudinario problema eurocéntrico- desde la ciencia social y la intelectualidad crítica y orgánica en general, matizar y adaptar planteamientos que fueron elaborados para otras realidades, más allá de todo lo que podamos tener –aún hoy día- en común con algunos países de la Europa del siglo XIX. Muy lejos están estas afirmaciones de alguna intención de definir al marxismo como una propuesta desfasada y sin ningún tipo de vigencia, por el contrario, siempre hay que recordar que la herencia teórica de Marx constituyó el mayor esfuerzo de síntesis teórica de carácter crítico sobre la sociedad capitalista por excelencia de la época, como lo fue el caso de Inglaterra. No obstante, en épocas sucesivas y en sociedades distintas, surgieron pensadores marxistas cuya producción intelectual -precisamente por haber surgido en realidades diferentes- adoptó un carácter crítico particular, asumiendo al marxismo como método, matizándolo y enriqueciéndolo. Es el caso de pensadores como Lenin o Gramsci, y en nuestras latitudes el caso de Mariátegui y Ludovico Silva.
En una sociedad cuya economía, organización política, idiosincrasia, ideología y cultura en general, han sido configuradas en gran medida a partir del hecho rentístico petrolero, el análisis sociopolítico desde la perspectiva marxista nos lleva inexorablemente a la conclusión de que nunca hubo en Venezuela una clase burguesa emprendedora y homogénea, con la visión y la proyección orientada a la industrialización del país. El Estado propietario y captador de cuantiosos ingresos petroleros se organizó en torno a la administración del abundante recurso, lo que desde mi perspectiva creo una particular situación de dependencia con comodidad y que nos trajo el problema histórico de la inflación estructural producto de la nefasta conjunción de capacidad de compra sin capacidad productiva real, como corolario de la no industrialización del país. El carácter entreguista, apátrida y eurocéntrico de nuestras exóticas plutocracias –y en Venezuela el particular colonialismo interno que sobrevino a la emancipación de hace 200 años- nos situó en un lugar bien definido en el sistema mundial y que fue bien analizado por los teóricos de la dependencia; el caso de Venezuela era el del clásico país exportador de materias primas y consumidor y consumista de productos importados: desde los alimentos hasta películas y estilos de vida.
En estas circunstancias, nuestra “clase dominante” siempre fue una burguesía terrateniente, importadora, bancaria, distribuidora, mafiosa, parasitaria. Si consideramos a estos grupos sociales como productos históricos no cabría establecer juicios de valor. Sin embargo, definir eventualmente a un grupo de productores como empresarios socialistas porque estos han manifestado y defendido un pretendido carácter nacionalista -que no está mal- sería demagógico y un frontal falseo de la realidad. Empero, es cierto también que si definimos el nuevo Socialismo como un modo de organizar la sociedad que ha logrado garantizar las premisas sociales suficientes para la realización de las potencialidades de todo un pueblo, el conjunto de productores al servicio (de) y controlados (por) el pueblo organizado, constituyen parte importante del bloque social constructor del nuevo sistema, de la nueva organización social. Es en este sentido que es necesario interpretar la nueva política cambiaria del gobierno revolucionario, ya que constituye un claro estímulo y un definitivo impulso al proceso de sustitución de importaciones y a la históricamente necesaria -desde un punto de vista nacional-estratégico- conformación de un sólido mercado interno. Es así, como podemos llegar a la conclusión de que nos enrumbamos a un modelo económico mixto, donde convivirían –tal como se planteó en la propuesta de reforma constitucional- distintas formas de propiedad sobre los distintos medios de producción.
En cierta oportunidad, en el apogeo de un debate sobre las particularidades de nuestro proceso de cambio, un compañero afirmó que lo que vivía Venezuela tenía mucho de Revolución burguesa. Un proceso de democratización política y de emancipación de los sectores tradicionalmente excluidos, que ha consistido en gran medida en su incorporación efectiva a un marco constitucional que define al Estado como Democrático y Social de Derecho y de Justicia. Es cierto que en una revolución lo jurídico se supedita a lo político, convirtiendo a aquel en un terreno de lucha permanente en razón de la dinámica social cambiante, sin embargo, la derrota aquella del dos de diciembre, resultó elocuente desde la perspectiva del tipo de Estado que aún tenemos y de las deficiencias ideológicas existentes en parte del pueblo. Ahora bien, volviendo a la cuestión de la burguesía y la revolución democrática, hay una dinámica inherente a un proceso que si bien se define como enrumbado a un nuevo tipo de socialismo parece inevitable. Siguiendo a autores como Arturo Escobar, una dinámica de urbanización y tecnificación crecientes, de transferencia de tecnología y del consiguiente aumento de la producción material (industrialización), y de adopción general (que en nuestro caso puede que sea un fortalecimiento) de los valores culturales modernos, es sin dudas un proceso de modernización.
Y hablar de modernización, de aumento de los procesos de producción, distribución y cambio, es hablar de burguesía. Y hablar de burguesía es hablar de negocio, de acumulación, de plusvalor. En este punto es donde el tema del Estado rentista fortalecido y al servicio del proceso emancipador cobra la mayor importancia.
Los empresarios socialistas son (o pueden ser) en tanto propietarios de medios de producción, la burguesía nacionalista que nunca ha tenido Venezuela y cuya semilla siempre estuvo en situación de desventaja y subordinada a los tradicionales monopolios del país, a su vez vinculados y supeditados a las grandes transnacionales.
De acuerdo a lo anterior, resulta oportuno recordar que el Estado venezolano, como gran terrateniente y propietario de la riqueza petrolera, siempre ha tenido un componente socialista como organización política distribuidora de la principal riqueza del país, y que debe ser siempre un conjunto de instituciones dirigidas por funcionarios que, en palabras de Dussel, realizan un ejercicio delegado del poder como “pretensión política de justicia”; entiéndase un “poder obedencial”.
Podemos decir entonces que Venezuela vive, por una parte, un proceso de democratización de todos los aspectos de la vida sin exclusiones, donde al calor de dicho proceso está emergiendo una clase burguesa que debería impulsar un proceso de modernización que se corresponda con los valores del nuevo socialismo, en articulación y bajo la supervisión del Estado. Este, a su vez, debe transformarse.
Los tecnócratas neoliberales llegaron a defender la idea del “tanto Estado como sea necesario y tanto mercado como sea posible”, nosotros, desde la invención y la creación heroica podemos decir, por una parte: Tanto Estado como sea necesario, tanta comunidad organizada como sea posible, y por otra, destacando que la modernidad ciertamente tiene aspectos emancipadores: “Tanta modernidad como sea necesaria, tanta invención como sea posible”. Esta última, lector, necesariamente Robinsoniana.
*publicado originalmente en aporrea.org el 18/01/2010
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