Coordinar estrategias de alcance regional para potenciar el proceso contra-hegemónico que en diversas medidas se desarrolla en los países de Nuestramérica, contra las franquicias “nacionales” de las grandes corporaciones de la desinformación, además de la necesidad de crear una nueva doctrina de la “libertad de expresión” -que, como en otros campos del pensamiento y la actividad social, es necesario que parta de nuestra realidad concreta-específica, muchas veces sacrificada, falseada o mutilada desde diversas disciplinas que adolecen del mismo problema- fueron los objetivos que se planteó para este evento, el Frente de Comunicadores del Polo Patriótico venezolano.
“los medios públicos deben ser medios ciudadanos”.
Para el periodista ecuatoriano Rodolfo Muñoz, también director de un documental sobre los hechos del 30 se septiembre en su país (el intento de golpe de Estado contra Correa), es necesaria no sólo una nueva teoría de la comunicación, sino que ésta surja desde los movimientos sociales, hoy por hoy actores sociopolíticos con cada vez mayor incidencia en los procesos sociales, y cuyo trabajo muchas veces se constituye en ejemplo a seguir por otras organizaciones más ligadas al poder oficial. Muñoz fue conciso, pudiendo destacar en su intervención varias ideas concisas, una tras otra: el planteamiento de la crisis mundial de los medios de comunicación (desde el punto de vista de la comunicación y no del económico, por supuesto), y el hecho de que estamos viviendo una revolución tecnológica que ha impactado sensiblemente el ámbito del conocimiento y la información. De la misma forma, nos dejó análisis críticos expresados en la idea de que las grandes corporaciones de la “información” han logrado transferir sus patrones, esquemas y estereotipos –su estética, su ética, sus métodos, pues- a nuestros medios locales. ¿Por qué?
“Hay una sumisión extrema”, nos dice Muñoz, lo que refiere el consuetudinario hecho, común a nuestros países hermanos del continente, de la existencia de oligarquías que, antes de permitir un proceso de democratización en el país en cuestión que implique pérdida de privilegios para ellos e incluso, de meros sentimientos se superioridad cultural, prefieren doblar el espinazo ante los ciudadanos kanes representantes del poder mundial, para mantener así su patrón colonial interno. Entre las afirmaciones que hizo Muñoz –que fueron más bien un llamado- hubo una sobre la que ya se han hecho importantes observaciones: ¡Hay que escuchar! Punto de partida de la auténtica comunicación, e incluso de una política de la liberación como ejercicio del poder obedencial, como “escuchar al que se tiene delante”, de “Ob”, del Latín, tener algo o alguien delante, y “audire”, en Latín, oír o prestar atención; de ahí, obediencia. El desquiciamiento en el ámbito comunicacional –y político, del que venimos- es en gran medida producto de no saber escuchar, de la suma de muchos monólogos desarraigados de la realidad social.
Asimismo, Muñoz deslizó, como línea teórico-metodológica para la elaboración de la nueva teoría de la comunicación, la incorporación de la cosmovisión de los pueblos ancestrales, una propuesta que forma parte central del proceso de crítica radical desde la exterioridad del sistema, como vía hacia la transformación cultural; imposible, por demás, sin una transformación de los procesos comunicativos. En el mismo espíritu, Muñoz enfiló baterías contra la falta de capacidad autocrítica, un problema que en Venezuela se padece por lo menos desde que, luego de la derrota en el referéndum de diciembre de 2007, se hiciera el sensible llamado a la revisión, rectificación y reimpulso, erres sobre las que no diremos nada en este escrito por ser materia de otro análisis.
El otro ponente internacional fue Ariel Magirena, de la hermana República Argentina, quien con entusiasmo y frescura nos recordó lo simples que son los modos de manipular a las masas a través de las empresas de difusión y su manejo consciente de los hechos y los discursos sobre los hechos, por medio de los cuales nos marcan la agenda. Una idea simple pero que refleja situaciones que no hemos superado completamente aún: la necesidad de hacer un trabajo comunicacional basado en nuestras propias agendas. La realidad sociopolítica argentina es particular, específica, y al mismo tiempo análoga a la venezolana. Por ejemplo, existen monopolios de la información como el Grupo Clarín, que según Magirena controla la pasmosa cantidad de 260 medios audiovisuales, sin contar los impresos y otros tipos de medios; se explota el tema de la inseguridad, como se hace por estos lares, a pesar de que la tasa de homicidios haya disminuido en los últimos años de gobierno de los Kirchner.
El tópico comunicacional, presentado como verdad revelada –que lo grave no es eso sino que se acepte como tal- aunado al hecho de que en las universidades argentinas se formen “estrellas de la comunicación” y no comunica-dores, son realidades que parecieran dejar clara una verdad subyacente: la crisis de los procesos de profesionalización como articulación entre un supuesto “conocimiento experto” –esta vez el que “forma” para la comunicación social- y la estructura del capitalismo, lo que es hablar de la crisis universitaria, una realidad que muchos prefieren no ver.
La intervención de Daniel Hernández no se puede calificar como menos que elocuente, magistral, brillante, además de que tuvo desde el principio el carácter de desesperado llamado a que despertemos de una buena vez del largo letargo que nos produjo el sueño de la razón que, como se ha dicho, produce monstruos vestidos de belleza.
La clase-discurso de Hernández comenzó con una invitación a pasar de una buena vez a la ofensiva comunicacional –superando al fin el trabajo meramente contestatario-reactivo-, planteamiento que me hizo recordar las palabras del compañero escritor Luis Carlos Neves quien, conversando sobre el tipo de música que deberían difundir los medios comunitarios, me decía preocupado que la izquierda estaba en el poder pero que sin embargo los contenidos que se difunden seguían siendo de “resistencia”, autorreferentes, como estancados en la época de la represión de los gobiernos del Pacto de Pto. Fijo; un señalamiento que nos dice que es momento de pasar a la ofensiva y que pareciera, en vista de las dificultades que se han presentado en ese sentido, que existe algún obstáculo epistémico, teórico-metodológico, cuando no se trata de mera falta de voluntad política. El problema parece estar –aunque no sea fácil concebirlo como problema, como ha referido Dussel en varios espacios, en que la izquierda está en el poder, está gobernando, ocupando una estructura de origen burgués, situación que necesita de una nueva teorización.
Sobre esto, Hernández planteó cosas puntuales y que en otros espacios se ha dicho casi hasta la saciedad:
- No podemos seguir trabajando con las mismas herramientas teóricas y filosóficas
- Le tenemos alergia a la construcción de teoría
- Es necesario construir una nueva doctrina de la libertad de expresión
- Resulta necesario, clave, medular, central, en la consecución de lo dicho arriba, sistematizar nuestras experiencias, reunir los esfuerzos teóricos dispersos, incomunicados.
Pero como decía Simón Rodríguez “la pereza para pensar y la incapacidad para inventar hacen del hombre un imitador”, para no hablar de la pesada herencia esnobista que nos llevó a menospreciar y a desestimar lo nuestro, lo propio.
En tal sentido, uno de los lineamientos centrales en este proceso de transformación del proceso de la comunicación social es “ir de lo fenomenológico al fondo de las cosas”, lo que sugiere de inmediato que observemos lo que la comunicación ha sido hasta ahora: “la imposición del discurso del poder”, como articulación de interpretaciones, ideas, representaciones, como “régimen de representación” donde se ha cristalizado una gramática que, como toda ciencia, tratado, o arte, tiene un conjunto de reglas, de normas, de las que no se puede salir sin sufrir la inevitable exclusión. Un discurso del poder, un “orden del discurso” que abre y delimita un espacio simbólico y semántico estricto que es necesario romper.
Necesariamente tenemos que ser críticos frente a procesos que pueden incidir en el imaginario, en la conciencia, afectando nuestra mente, nuestro espíritu, nuestra representación de la realidad. No sólo de pan vive el ser humano, es una frase que refiere la necesidad de infinito que hay en el hombre como –diría Mariátegui- animal metafísico que necesita esperanzas, alimento para el espíritu. Pero la dominación ideológica y cultural a la que hemos sido sometidos ha convertido ese alimento en un narcótico, en un analgésico para la masa pensante. Pero igual, seguimos comprando el discurso de la ciencia y la tecnología, nos dice Daniel, lo que nos lleva a pensar que –más de lo que podamos imaginar- estamos viviendo en una suerte de Mundo Feliz a lo Huxley, donde la “felicidad” es sinónimo –en contra de lo que diría el diccionario de la Neolengua de Orwell en 1984- de inconsciencia, disociación y alienación.
Los contenidos, los conceptos, los discursos hechos dogmas; simplemente las palabras, son problemas muchas veces subestimados en el contexto de lo que ha sido la modernidad capitalista y su paradigma de la subjetividad individual y la conciencia solipsista, de los procesos fragmentadores, de la concepción de la libertad negativa –libertad de- como quedarse sólo en el mundo de la lucha “racionalizada” por lograr el mayor beneficio, en aras del indetenible progreso. De ahí que Hernández recordara que “el espacio de la comunicación es el espacio donde se articula la conciencia”, para acto seguido completar, con Marx que “las palabras son la conciencia práctica”. Y si las palabras son la mediación simbólica por medio de la cual nombramos al mundo y tenemos conocimiento de él, la producción del discurso, el poder y el privilegio de nombrar, deben ser democratizados de manera permanente si queremos realmente una transformación política efectiva, profunda, auténtica, estructural.
Sintetizando lo que fue una intervención digna de ser estudiada en toda instancia comunitaria contra-hegemónica, Hernández recordó el problema de la espectacularización de la información, la idea de que el “ser consciente es el ser de la vida”, la idea de información fidedigna o digna de confianza como paradigma alternativo al de la “información objetiva y veraz”, y la necesidad de rearticular la comunicación a la vida real y concreta de la gente.
Ideas para el debate, pero no por el debate mismo, sino para la discusión transformadora. De ahí que los movimientos sociales deben no sólo tomar la palabra, sino transgredirla, si de revolución se trata ¿no?
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