Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

martes, 24 de enero de 2012

23 de enero de 1958: una gran estafa entre dos dictaduras

Fabricio Ojeda
El 23 de enero, ciertamente es una fecha emblemática para los venezolanos. Con sólo escucharla o verla plasmada en algún papel, de inmediato recordamos el fin de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, donde la palabra dictadura nos habla de una tenebrosa forma de gobierno donde los derechos civiles como la libertad de expresión y de pensamiento, y los derechos políticos como el de libre asociación o el de participación política están seriamente restringidos, cuando no son nulos; es decir, una dictadura es sinónimo de represión o de ausencia de libertad.

Pero además, el 23 de enero, como punto de inflexión que marcó el fin de un gobierno, generó también un proceso de transición hacia lo que se llamó democracia representativa, una forma de gobierno que, quitándole el adjetivo “representativa” sugería lo más avanzado que existía en el mundo en materia de organización social y política, siendo prácticamente sinónimo de progreso, bienestar y libertad para todo el mundo; es decir, el 23 de enero simbolizó, o así pasó a la historia, como el fin de la dictadura y el comienzo de la democracia, como el fin de la oscuridad y la luminosa inauguración del período de la ansiada modernidad política para Venezuela.

Cuando analizamos los hechos políticos históricos ―que son procesos políticos― de un país determinado, conviene siempre en aras de una mejor comprensión de la realidad, enmarcar el estudio y análisis de esta en el más amplio marco de la realidad regional y mundial. Es así como, al repasar los hechos del 23 de enero de 1958, resulta inevitable recordar que el gran contexto geopolítico mundial que sirvió de telón de fondo y catalizador de la política a nivel mundial, fue el de la llamada guerra fría, conocida también como enfrentamiento este – oeste o, capitalismo vs. comunismo. Son conocidas las contradicciones en las que entró el gobierno de Pérez Jiménez con la oligarquía y el imperialismo, al que por otro lado nunca le ha preocupado mucho si un régimen es democrático o dictatorial, represivo o violador de los derechos humanos, siempre que éstos no atenten contra sus intereses estratégicos.

Recordemos que el Departamento de Estado, puede apoyar y ha apoyado a gobernantes latinoamericanos consciente de que son unos verdaderos hijos de puta por lo despiadados, criminales y monstruosos que han sido con sus propios pueblos, pero que sin embargo los apoya porque en todo caso esos hijos de puta han favorecido y favorecen sus intereses estratégicos-imperiales. Por otra parte, el general Pérez Jiménez, aparte de ser un gobernante de facto, lo era en un contexto donde el orden del día eran los procesos de descolonización y democratización política, momento para los gobiernos populares y las revoluciones. En este contexto, el movimiento popular sostuvo una lucha legítima contra la dictadura que tuvo su mejor y mayor expresión en la Junta Patriótica presidida por Fabricio Ojeda, organización que sabemos jugó su papel en el derrocamiento del régimen perezjimenista.

Rafael Caldera, Jóvito Villalba y Rómulo Betancourt
Sin embargo, se sabe que la CIA en articulación con los jefes de los principales partidos políticos de Venezuela, venían trabajando para derrocar al dictador, e instaurar un régimen civil y “democrático”, pero supeditado como nunca a los intereses de la gran potencia. De esta cópula política maléfica nació el Pacto de Nueva York, donde el jefe de los adecos, el Procónsul Rómulo Betancourt, negociaba con Jóvito, Caldera y los Rockefeller el futuro de la política nacional, mientras los comunistas y los “adecos revolucionarios originarios” como los Ruíz Pineda o los Pinto Salinas, habían dado la batalla contra la dictadura desde adentro, sufriendo persecuciones, represión y muerte.

Así las cosas, todo lo anterior nos lleva a decir que, desde una perspectiva nacional, interna, verdad es que hubo factores combativos y revolucionarios que hicieron méritos en la lucha contra Pérez Jiménez; pero desde la perspectiva de la Venezuela que hace parte de una región y de un sistema mundial, el imperialismo, la CIA, como ha sido la historia del intervencionismo del gran hermano en Nuestra América, fraguaron el fin de la dictadura para dar comienzo a la flamante “democracia representativa”, una forma de gobierno que se promocionó como el modelo a seguir en Latinoamérica por toda la bulla del ejercicio soberano del sufragio universal directo y secreto, pero que en los hechos, desde el punto de vista del respeto a los más elementales derechos civiles, como el derecho a la vida, fue una verdadera tragedia humana para el pueblo venezolano; tanto que muchos añoraron el regreso del dictador, quien lo fuera por la calle del medio, sin poses ni fachadas democráticas.

Marcos Pérez Jiménez
De tal manera que, sin pretender hacer apología de nada, nos podemos permitir afirmar que el 23 de enero de 1958, fue una fecha simbólica que marco la transición de una dictadura militar a una dictadura civil. Porque, ahí está la historia, nunca hubo tanta sangre, tantos presos políticos, tantos desaparecidos, pero sin embargo, por obra y gracia de la prensa y de las millonarias inversiones del imperio en la guerra cultural contra la izquierda mundial, Venezuela era, insólitamente, el modelo democrático a seguir. Qué cosa tan absurda y patética.

Hoy en día, con el proceso bolivariano se vienen haciendo grandes esfuerzos por restituir a la democracia su verdadera esencia como gobierno del pueblo, quien ahora tiene las condiciones para participar e involucrarse de manera consciente y directa en los asuntos que le afectan frontal o transversalmente.

Finalmente ¿Qué aprendizaje podemos extraer del 23 de enero? Si definimos al socialismo como la democracia llevada hasta sus últimas consecuencias, como un proceso de democratización permanente, podemos decir en primer lugar, que la llamada democracia representativa es una gran estafa para los pueblos, y en segundo lugar, que no podemos analizar nuestra propia realidad sin tomar en cuenta nuestro rol, nuestra posición, en el sistema mundo moderno; sin considerar los intríngulis y los movimientos de la geopolítica mundial.

El 23 de enero sigue siendo una fecha combativa, referente para el movimiento popular venezolano, con todo y la traición, con todo y la estafa.

amauryalejandrogv@gmail.com

@maurogonzag

domingo, 22 de enero de 2012

Sobre el liderazgo ético, la democracia mercantil y los pre-candidatos champú

Foto: Globoterror
“Recordando a Norberto Bobbio”, es el título de un breve artículo firmado por Sergio Arellano, en el que el autor hace un apretado resumen de la carrera del “filósofo de la democracia”, destacando su trabajo como profesor, los títulos recibidos, pero sobre todo la preocupación que este siempre tuvo por los valores de la democracia. Si bien es cierto que autores como Enrique Dussel han definido a Bobbio como miembro del grupo de pensadores “procedimentalistas” de la democracia, citaremos a continuación lo que Arellano destaca de su visión de este sistema de gobierno, para desembocar finalmente en lo que terminó transformándose el llamdo gobierno del, por, y para el pueblo que, en nuestra realidad venezolana concreta, tiene sus devotos y practicantes.

Dice Arellano que Bobbio tendió siempre a la defensa de tres principios “autoimplicativos”: “La democracia entre los derechos del hombre y la paz ya que sin derechos del hombre reconocidos y protegidos no hay democracia; sin democracia no se dan las condiciones mínimas para la solución pacífica de los conflictos”. Continúa el autor, especificando que “En otras palabras, la democracia para Bobbio es la sociedad de los ciudadanos, y los súbditos se convierten en ciudadanos cuando les son reconocidos derechos fundamentales. Habrá paz estable, una paz que no tenga la guerra como alternativa, solamente cuando seamos ciudadanos no de este o aquel Estado, sino del mundo”. Formalismos y ciertamente procedimentalismos aparte, queremos destacar que el autor recuerda con mayor precisión lo que no es democracia:

Actualmente muchos partidos políticos ven a la democracia como un poder que les confiere el Estado para gobernar bajo sus propios ideales y propuestas con la idea firme de lograr metas personales, descuidando la cosa pública y su gran trascendencia”.

Tal realidad nunca se denunciará mucho. Sin embargo conviene recordar, esta vez con Dussel, que el poder político se desarrolla por medio de la adhesión consensual fuerte de voluntades movidas por razones libres; que este poder reside en la comunidad política, en el pueblo, como potentia, lo que es decir como facultad, como capacidad que le es inherente “en tanto última instancia de la soberanía, de la autoridad, de la gobernabilidad, de lo político”. El problema aludido por Arellano en la cita de arriba refiere lo que Dussel denomina la fetichización del poder, en el que la relación entre el poder originario ―desdoblado e instituyente, que delega el ejercicio del poder en instituciones y representantes― y la potestas, que es el poder constituido, se interrumpe, se nubla y se corta, fetichizándose, convirtiéndose en un poder autorreferente, alienado de la comunidad política.

Volviendo al artículo de Arellano, este recuerda la definición de democracia que dejó Lincoln: “La democracia es el esquema político de Gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”.

Afortunadamente en Venezuela, existen devotos y promotores de esta concepción de democracia, que sería una concepción consustanciada con lo que nosotros hemos llamado democracia participativa y protagónica; desafortunadamente, abundan también entre nosotros los discípulos del ejercicio fetichizado del poder, que son aquellos que quieren acceder a los cargos diversos de representación recurriendo a estrategias de marketing. Precisamente en este punto, citaremos los últimos párrafos de Arellano, donde este pareciera discurrir sobre los precandidatos de la MUD:

Los actuales precandidatos a las diferentes posiciones políticas postulan temas tan trillados como: “Yo soy la solución a tus problemas, Yo sí sé cómo gobernar, Yo tengo las herramientas para acabar con la pobreza, Conmigo no habrá corrupción, Que el Gobierno te pague las medicinas, Yo sí se gobernar”, entre otras ideas de mercadotecnia que ya la sociedad pensante cuestiona y critica”.

No es cuestión de candidatos, no es cuestión de partidos, no es cuestión de carisma personal o de ganchos de mercadotecnia, es simplemente el querer al País, no hundirlo con intereses personales y que la sociedad participe verdaderamente y no sólo con su credencial para votar. Hagamos una participación activa y versada en nuestros derechos fundamentales, los gobernantes no gobiernan solos, el pueblo es quien les da las facultades a través de la representación”.

De tal manera, que tenemos una visión de democracia mercantilizada, mediatizada, donde los candidatos a los cargos de elección popular se presentan ante el público en campañas que no se diferencian mucho de aquellas que promocionan un automóvil, unas sandalias o un nuevo champú para caballeros. Pero también está esa visión de la democracia, que podemos decir es la visión más lúcida, la correcta y auténtica si es que admitimos que pueden haber varias “visiones”, donde los candidatos, partiendo de “el querer al país” y de un discurso ético y trascendente, hacen campaña demostrando una auténtica preocupación por los problemas, necesidades, aspiraciones y deseos de la gente, además de una voluntad expresada en hechos concretos.

@maurogonzag

amauryalejandrogv@gmail.com

jueves, 5 de enero de 2012

Una reflexión sobre el trabajo

Mujeres trabajando
Ha predominado en la historia de la modernidad capitalista, una concepción del trabajo que entiende a este, no como la actividad vital ―libre por antonomasia―  que permite la producción y reproducción de la vida humana, muy lejos por cierto de esclavitud u hostilidad alguna, sino como lo que no haríamos de no tener la necesidad de hacerlo. Las raíces de tal concepción habría que buscarlas en los avances tecnológicos que, subsumidos por la ética racional capitalista, originaron el fenómeno de la Revolución industrial, un proceso que resultó traumático para todos aquellos que, si bien habían vivido hasta ese momento una vida ―diríamos desde nuestro mundo de principios del siglo XXI― con ciertas “limitaciones”, de repente fueron violentamente desarraigados de la tierra donde desarrollaban esa vida para convertirse en mano de obra “libre”.

Son conocidas las historias del capitalismo salvaje del siglo XIX, las de los deshollinadores; las de las mujeres y los niños ―pero también de los hombres― trabajando jornadas insufribles de dieciocho horas; una historia y una dinámica propia de la clásica metrópoli capitalista que por cierto se nutría del trabajo incesante y esclavo y la riqueza natural de los territorios ― convertidos ahora en tierras de la periferia― que las excursiones del 1492 habían conectado fatalmente con los conflictos, vicios y penurias europeas. La historia es harto conocida y la obra de Marx, paradigmática crítica del paradigmático capitalismo industrial descollante constituye, dentro de sus análisis, críticas y propuestas, un testimonio sufriente de lo que la “civilización” hacía al mundo en esa carrera de alienación y fetichismo desenfrenado.

Ese sigue siendo el mundo en el que hoy vivimos, y habría que preguntarle a la gente, a todo aquel que esté inmerso en las relaciones de producción capitalistas, como obrero, empleado del Estado, pequeño comerciante o en algún otro estrato donde se padezca algún tipo de irrespeto, explotación u opresión, si seguirían haciendo ese trabajo de no tener la “imperiosa necesidad de hacerlo”; qué harían si tuvieran cubiertas sus necesidades materiales básicas, en qué actividad emplearían su tiempo. En el sistema capitalista hay que arreglárselas de alguna manera, y habría que imaginarse cómo era la sobrevivencia en la época del capitalismo clásico en Inglaterra o Francia. Si en el proceso de migración a las ciudades que llevó aparejado la centralización de la producción y del poder político, el hombre que llegó con su familia a “buscarse la vida” proveniente de un campo abandonado, reapropiado por algún potentado o, simplemente desolado, aburrido, peligroso y monótono, y logra algún puesto en la industria, como la petrolera a principios del siglo XX en Venezuela, y logra así sostener a su familia, medrar, comprar una casa, “progresar”, tal esfuerzo no carecería de nobleza y también se podría calificar de admirable.

Pero es posible que de no haber tenido la imperiosa necesidad de hacerlo, de no haberse desarrollado ese cambio en las estructuras sociales de la mano de la salvaje modernidad, esa migración no se hubiese producido.

Hoy en día, el trabajo esclavo aún existe y más aún, donde no existe este existe la mentalidad de esclavo. De ahí que en la actual sociedad capitalista, en un sistema que parece reafirmarse y justificarse por sí solo desde todos los campos de la vida, no sea sustituible si no hay un sustancial cambio de mentalidad que, como todo cambio, puede comenzar con modestos pasos, en un contexto como el venezolano donde afortunadamente se habla de socialismo y se trabaja día a día por el buen vivir. Y como el ser humano puede condicionarse, uno podría preguntarse si no nos acostumbramos en algún momento ―aprendiéndolo desde nuestro inicial proceso de socialización― a esa concepción del trabajo como algo hostil que no haríamos de no tener la necesidad de hacerlo, pero que es ley de vida y otorga nobleza porque es lo que Dios manda. Hay en este punto, me parece, uno de los nodos críticos si de lo que se trata, si lo que queremos, es construir una sociedad alternativa a esta que tenemos.

Nadie duda de que el trabajo sea fundamental para lograr el desarrollo de cualquier sociedad. Pero los avances en materia de tecnologías de información y comunicación, nuestra abundante riqueza, las bondades de la planificación, y la posibilidad cierta de poder mejorar la eficiencia en todo espacio de trabajo, le otorgan a la reducción de la jornada laboral una evidente y concreta factibilidad.

Porque si creemos en el reino de la libertad, y no en la libertad para vender la propia fuerza de trabajo porque la vida es dura y vivimos en una tenebrosa escasez, el tema de la producción y reproducción de la vida real está en el centro del debate sobre el socialismo, y no tanto desde el punto de vista económico como desde una perspectiva cultural, existencial, trascendente. Habría que luchar contra la nefasta influencia del pensamiento conservador, liberarnos de la ideología del trabajo, encontrando la manera de convertirnos en seres cuya actividad vital, física y espiritual, sume a la producción del pan, la realización del propio potencial.

@maurogonzag
amauryalejandrogv@gmail.com