Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

domingo, 26 de mayo de 2013

Para lograr una sociedad de paz: tanta mano derecha como sea necesaria, tanta mano izquierda como sea posible


Recientemente, el filósofo uruguayo Pablo Romero nos hizo llegar el video de su intervención inaugural en el programa Ciudad+, espacio ancla de Tv Ciudad, en el que aborda el sensible tema de la seguridad ciudadana, apoyándose en autores como Thomas Hobbes y Hannah Arendt. Luego de escuchar las reflexiones de Romero, debo decir que estas resultan de gran interés para los venezolanos, toda vez que el tema de la seguridad se encuentra en el centro de la preocupación de nuestro pueblo, y que el gobierno del presidente Maduro ha implementado una serie de políticas por la seguridad, llamando a los diversos actores sociales y políticos a incorporarse a tan importante lucha.

Tan pertinentes resultan las palabras del filósofo, que me motivaron a escribir estas líneas donde comentaré la visión de Romero sobre el tema y aprovecharé para recordar algunas cosas y dejar algunos aportes. Al inicio de su intervención, dice Romero que el tema de la seguridad está instalado como fundamental en la sociedad uruguaya, tal como ocurre en el caso venezolano, lo cual de entrada no resulta nada casual. Tal afirmación, me hizo pensar casi por reflejo en los medios de comunicación uruguayos, pero de inmediato recordé que la percepción o sensación de inseguridad es sólo la parte simbólica del problema.

En primer lugar, Romero parte de una reflexión raizal, argumentando que el tema de la seguridad está presente en el imaginario social desde los propios tiempos de la formación del Estado Moderno, con lo cual quiso dejar claro, ante todo, que la inseguridad y la violencia no son fenómenos nuevos, aunque hoy el problema se haya complejizado hasta niveles de emergencia. También, nos sirve afirmar que los problemas de inseguridad son comunes ―hasta podríamos decir, inherentes― a todas las sociedades modernas, a toda urbe moderna, lo cual es decir, a todo centro urbano donde se concentran los medios de producción, se centraliza el poder y donde por tanto se aglomera la población.

El filósofo ilustró la idea citando la idea central de El Leviatán, de Thomas Hobbes, filósofo político de la “segunda modernidad temprana” (Dussel). Romero recordó que el tema de la seguridad fue central para el autor inglés en su justificación de la necesidad del Estado absolutista, del poder total del soberano, lo que es hablar del Estado moderno. Según la clásica teoría, antes del surgimiento del Leviatán los hombres vivían en una especie de estado de guerra permanente, sin autoridad, en lucha de todos contra todos. Es aquí donde se establece un “contrato”, según el cual los ciudadanos ceden su derecho a la defensa en el soberano, superándose así la pelea entre hombres-lobos, y dando paso al nacimiento de la “violencia legítima”.

Es así, como una de las funciones del Estado moderno, inherente a su nacimiento, es la protección de la ciudadanía, garantizar el orden, la paz, la seguridad. Ahora bien, explica oportunamente Romero que llega un momento en que ese contrato, por diversas razones, deja de cumplirse, quebrándose así el pacto social. De ahí, los “ajustes de cuentas”, los linchamientos y demás manifestaciones de “violencia no oficial, no legítima”, asumida por individuos y comunidades dada la incapacidad de las instituciones para imponer la justicia y mantener la paz. Cabe acá hablar de las llamadas zonas grises, aquellas en las que la presencia del Estado es lo suficientemente débil o inexistente como para dar lugar a micro-estados o estados paralelos, mafias, grupos, que logran llenar los espacios jurisdiccionales vacíos.

Un hecho deja claro Romero: si el Estado no actúa el sujeto recupera su derecho a la defensa propia. Vale decir también, si el Estado no actúa y el ciudadano no se organiza para defenderse, nacerá tarde o temprano una organización para-estatal que surgirá de la necesidad de protección. Y como puede presentarse el caso de que la situación se presente en una población tranquila donde si acaso ocurrirá alguna riña entre vecinos después de las fiestas patronales que tienen lugar una vez por año, la organización para-estatal puede surgir para proteger a esa población de ella misma, lo cual constituye un vulgar chantaje.

Algo similar ocurre en algunas partes de la ciudad de Caracas, posiblemente también en Montevideo, Bogotá o Buenos Aires, cuando ciertos individuos se ofrecen para cuidar los carros (coches) cuando estos estacionan en la calle, en alguna zona comercial. Estos “cuidadores”, se animan no solo a pedir sino a exigir dinero por haber cuidado el vehículo, ¿De quién?: de ellos mismos.

jueves, 16 de mayo de 2013

La izquierda y el fascismo ¿Por qué?

El fascismo, como otras palabras que han figurado en el discurso político en los últimos años de proceso bolivariano, lamentablemente ha vuelto a la palestra política luego de los hechos que, hace un mes, dejaron el trágico saldo de 11 fallecidos, hechos que han llamado a algunos escritores y analistas a recordar de qué va esto del fascismo. En tal sentido, a continuación dejaré un humilde aporte para la comprensión de este fenómeno político, uno de los más oscuros generados por la modernidad capitalista.

De entrada, nos gustaría destacar que como signo, como vocablo, el fascismo forma parte de ese conjunto de palabras de las que se ha hecho un uso reiterado sin que se haya reparado muchas veces en sus orígenes y rasgos no sólo históricos, geográficos, económicos y sociales, sino también y sobre todo en los psicológicos y emocionales. Y qué decir del punto al que hemos llegado, que los representantes de la extrema derecha venezolana, en sus intentos de mimetización con el discurso chavista, han comenzado a usar el término para descalificar al actual Gobierno bolivariano.

Como suelen ser los temas relacionados con el comportamiento humano, el fascismo, debido las profundas marcas y secuelas que dejó como fenómeno político en la Europa de los años treinta y cuarenta del siglo XX, por lo general no se considera como una tragedia humana siempre latente y muchas veces presente ―en mayor o menor medida, escandalosa o silenciosamente― en toda sociedad capitalista, lo que es decir sociedades estratificadas, jerárquicas, desiguales, y tanto más opresoras, represoras y autoritarias cuanto más instaurado está el capitalismo en cuestión.

Sin embargo, siempre resulta sano para el análisis recordar el contexto en el que surgen los fenómenos sociopolíticos, a fin de salvar oportunamente los tiempos históricos y geográficos cuando hoy, en la segunda década del siglo XXI, parecieran asomarse algunos de los rasgos de este retoño fatal del capitalismo. A mediados de la década pasada, el escritor Vargas Llosa planteó algunos rasgos de lo que sería el “fascismo contemporáneo”, estableciendo comparaciones entre este y el original surgido en los años de la primera posguerra. Para el literato, los rasgos característicos del fascismo de los años 20 y 30 del siglo pasado fueron el militarismo y la voracidad territorial, a diferencia del “fascismo de nuestra época”, el cual estaría caracterizado por explícitas prácticas de odio y desprecio por la condición humana.

Cuando analizamos la diferencia entre ambos fascismos establecida por el peruano, nos damos cuenta de que en el primer caso estamos en presencia de lo que afirma Franz Leopold Neuman en Behemoth: The Structure & Practice of National Socialism, 1933-1944,  y que fue citado recientemente por  Luis Britto García en su artículo “Fascismo”: el fascismo es la complicidad absoluta entre el gran capital y el Estado. En el segundo caso, que es el del fascismo de nuestra época, el autor alude comportamientos, actitudes, prácticas. En este peculiar caso, no hay estados militaristas dirigidos por jefes alucinados, delirantes y racistas que quieren establecer un imperio mundial de mil años, aunque sí algunos comportamientos sociales, rasgos de carácter, ideologías y posturas presentes en algunos grupos políticos. En nuestro caso, lo preocupante es que importantes sectores de la población venezolana se identifican o apoyan a esos grupos políticos, aunque sean grupos minoritarios.

Contextos

El fascismo, como fenómeno político ―pero también como problema de psicología de masas, como veremos― tuvo lugar en una condiciones histórico-concretas muy particulares: las de la Europa de la primera posguerra, en pleno auge de la Revolución Rusa, años en los que sobrevendría la peor de las crisis capitalistas hasta ese momento (el crack de 1929), crisis que tuvo como expresión en el campo de la filosofía, el arte y de las ideas en general, el nihilismo, el decadentismo, un auge del misticismo y un clima general de pesimismo fatalista. Fueron los años donde se publicaron obras como La decadencia de occidente, de O. Spengler, y donde surgieron teorías estéticas como aquella de la “deshumanización del arte”, de Ortega y Gasset.

En el marco de esta atmósfera de pesimismo, contra la cual se levantaron por cierto autores como Gramsci o Roman Roland, escritores como John Maynard Keynes consideraron un error catastrófico los tratados de Versalles, ya que en su opinión estos producirían en Alemania una hiperinflación y darían lugar, inevitablemente, al militarismo nacionalista. Efectivamente, este agravamiento de la situación económica trajo depauperación al pueblo alemán, el empobrecimiento de su clase media, lo cual produjo la exaltación de los sentimientos de honor y del orgullo nacional. Alemania había sido humillada y, lamentablemente, el tiempo le daría la razón al economista inglés. Pero más allá –o más acá- de estas razones político-económicas del surgimiento del Nacionalsocialismo, están aquellas que explican el por qué, en un contexto revolucionario o, donde las condiciones de empobrecimiento de la clase media y de la clase trabajadora alemana en general, en teoría estaban creando las condiciones para una transformación revolucionaria de la sociedad, esa clase media y, lo que resultaba más llamativo aún, parte importante de la clase obrera, optó por la opción reaccionaria; la mayoría de los alemanes votaría por Hitler.

Tres trabajos resultan esclarecedores para comprender qué es el fascismo y cómo surgió. Uno es La psicología de masas del fascismo, del alemán Wilhelm Reich; el segundo es La lucha contra el fascismo, de León Trotsky, y el otro es La escena contemporánea y otros escritos, de José Carlos Mariátegui. Los tres estudiaron de cerca el fenómeno desde las entrañas de la Europa sacudida por la gran guerra y la Revolución rusa. Reich, desde las primeras páginas de la obra citada, explica cómo la izquierda en Alemania se vio imposibilitada, en gran medida por el mecanicismo, el positivismo y el economicismo vulgar dominantes en ese particular marxismo, de dar cuenta del fenómeno fascista, lo cual establece un importante elemento en el análisis de nuestro tema: la responsabilidad de la izquierda en el surgimiento del fascismo.

Por su parte, el revolucionario ruso, analizando el auge creciente del movimiento nazi en la Alemania de los 30, afirmó que “el fascismo, en tanto que movimiento de masas, es el partido de la desesperanza contrarrevolucionaria.” Detengámonos en una frase que tiene la capacidad de explicar todo el proceso del auge nacionalsocialista. Gabriel de los Santos, parafraseando a Trotsky, lo explica claramente cuando establece que “el crecimiento del nacionalsocialismo estaba relacionado, básicamente, con la pérdida de la esperanza en la revolución por parte de capas cada vez más importantes de la pequeña burguesía que, a su vez, arrastraron tras de sí, en su desesperación, a sectores también considerables del proletariado. El movimiento de estas capas sociales hacia el bando fascista se dio en medio de una fuerte crisis social y de la incapacidad demostrada por parte de los partidos de la clase obrera de impulsar la revolución hacia la victoria”. Otra vez, esta vez de la pluma de Trotsky, tenemos una reflexión que señala la responsabilidad de “los partidos de la clase obrera”.

Volviendo con Reich, en uno de los pasajes de su obra, el alemán se lamenta de que no se haya considerado la experiencia fascista italiana para comprender la experiencia fascista alemana, toda vez que la italiana reunía en su seno las dos funciones netamente antagónicas si las que no se podría comprender el fenómeno del fascismo como “miedo a la libertad”. Estas son:

1) Los intereses subjetivos de la base de masas de un movimiento reaccionario como lo es el fascismo: desde esta perspectiva, el fascismo fue desde sus inicios un movimiento de las clases medias, y Hitler nunca hubiera podido ganar para su causa a este grupo sin prometerles la lucha contra el gran capital, los grandes almacenes, los truts. Dice Reich, que los dirigentes del nacionalsocialismo, presionados por las clases medias, tuvieron que tomar medidas efectivamente anticapitalistas, medidas que posteriormente tuvieron que revocar obligadamente por una presión mayor: la del gran capital. ¿Donde estaban aquí los partidos obreros, revolucionarios? ¿Parlamentando?

2) La función reaccionaria objetiva del movimiento: opuesto tanto al liberalismo como al comunismo, objetivamente el fascismo propugnó la vuelta al pasado. De tener que plantear las palabras clave de este movimiento, a todas luces estas serían: tradición, nación, raza, familia, religión y autoridad… Pero si intentamos dilucidar los dos ingredientes explosivos que dieron lugar al fenómeno, tendríamos que citar, de un lado, el empobrecimiento de la clase media, su desesperanza, su “arrechera”, y de otro, la moral sexual represiva presente en la familia media pequeña burguesa, un elemento que por sí solo merecería análisis aparte. De tal manera, se hace necesario distinguir entre la función reaccionaria objetiva del movimiento y los intereses subjetivos de su base de masas.

Así, tanto Trotsky como Reich destacan lo ocurrido con la clase media, la pequeña burguesía, su empobrecimiento, su honor mancillado, su orgullo nacional exaltado, su represión sexual, su pérdida de confianza en el proletariado y por tanto su pérdida de esperanza en la revolución, todo lo cual hace que termine apoyando al “partido de la desesperanza contrarrevolucionaria. En palabras de Trotsky:

“…bajo las condiciones de desintegración capitalista y el atolladero de la situación económica, la pequeña burguesía procura, intenta y se esfuerza por liberarse de las ataduras de los antiguos amos y dirigentes de la sociedad [los capitalistas]. Es totalmente capaz de unir su destino al del proletariado. Para eso sólo se necesita una cosa: la pequeña burguesía debe adquirir confianza en la capacidad del proletariado de llevar a la sociedad por un nuevo camino. El proletariado sólo puede inspirar esa confianza por su fortaleza, por la firmeza de sus acciones, por una hábil ofensiva contra el enemigo, por el éxito de su política revolucionaria. Pero ¡ay si el partido revolucionario no está a la altura de la situación!… La pequeña burguesía podría resignarse temporalmente a privaciones crecientes si a través de su experiencia llega a la convicción de que el proletariado está en condiciones de llevarla por un nuevo camino. Pero si el partido revolucionario, a pesar de que la lucha de clases se acentúa incesantemente, se muestra una y otra vez incapaz de unificar a la clase obrera tras él, si vacila, se vuelve confuso, se contradice, entonces la pequeña burguesía pierde la paciencia y empieza a considerar a los obreros revolucionarios como los responsables de su propia miseria. Todos los partidos burgueses, incluida la socialdemocracia, piensan en ello. Cuando la crisis social asume una agudeza intolerable, aparece en escena un determinado partido con el objetivo declarado de agitar a la pequeña burguesía hacia un blanco de ira, y de dirigir su odio y su desesperación contra el proletariado. En Alemania, esta función histórica la realiza el nacionalsocialismo, amplia corriente cuya ideología está formada por todos los tufos pútridos de la sociedad burguesa en descomposición”.

Por último, el Amauta Mariátegui, quien estuvo en Italia entre 1919 y 1922 (El Partido Nacional Fascista nace en 1920) analiza en el capítulo de la obra citada “Biología del fascismo”, el surgimiento del fascismo en Italia de la mano de Benito Mussolini quien, recordemos, venía del partido socialista.

Llegado el año 1914, cuando resonaron los tambores de la gran guerra, los socialistas ―el partido de Mussolini― exigieron la neutralidad de Italia. Pero el frenético y beligerante duce defendió la intervención de Italia en la guerra, dándole a su punto de vista una perspectiva revolucionaria, afirmando que la conflagración precipitaría la revolución europea. Pero, dice el Amauta “…en realidad, en su intervencionismo latía su psicología guerrera que no podía avenirse con una actitud tolstoyana y pasiva de neutralidad.” Resulta interesante que Mariátegui aluda reiteradamente  los rasgos de carácter de Mussolini. El hecho es que Italia participaría en la guerra junto a una Entente (alianza Inglaterra, Francia y Rusia contra Alemania) que, luego de su triunfo, no retribuyó de la mejor manera la participación de Italia, para quien la guerra terminó siendo un mal negocio. Italia sería ninguneada en el Tratado de Versalles, lo cual produjo descontento, desencanto, resentimiento.

Italia pudo sentirse ofendida y humillada. A pesar de que el clima era ciertamente revolucionario ―dice Mariátegui que Mussolini fue derrotado en las parlamentarias por los socialistas, quienes ganaron 155 escaños―, los extendidos sentimientos de depresión y decepción estaban creando las condiciones para una “violenta reacción nacionalista”. Mariátegui afirma que esta fue la raíz del fascismo en Italia. Ahora bien, el tema de las clases medias es, por supuesto, central en el surgimiento del fascismo en Italia, razón por la que el Amauta ensaya una importante caracterización de la clase media y su papel en el proceso, planteando un análisis inusitadamente similar al que hace Trosky respecto al caso alemán, con lo cual coincide también en importantes puntos con Reich. Dice Mariátegui:

“La clase media es peculiarmente accesible a los más exaltados mitos patrióticos. Y la clase media italiana, además, se sentía distante y adversaria de la clase proletaria socialista. No le perdonaba su neutralismo. No le perdonaba los altos salarios, los subsidios del Estado, las leyes sociales que durante la guerra y después de ella había conseguido del miedo a la revolución. La clase media se dolía y sufría de que el proletariado neutralista y hasta derrotista, resultase usufructuario de una guerra que no había querido. Y cuyos resultados desvalorizaba, empequeñecía y desdeñaba. Estos malos humores de la clase media encontraron un hogar en el fascismo”.

Finalmente. Toda esta reflexión no nos serviría de mucho si Venezuela no fuera un país con una gran clase media, si parte importante de esa clase media no hubiera votado ―incluyendo sectores “proletarios― por un candidato fascista semi-camuflajeado pero que pudo mostrar su verdadero rostro hace un mes; si no tuviéramos dentro de nuestro sistema de partidos políticos un partido de clara ideología y prácticas fascistas; si no tuviéramos un partido socialista que debe renovarse y replantearse. El debate, como siempre, queda abierto.

amauryalejandrogv@gmail.com

@maurogonzag

miércoles, 1 de mayo de 2013

Y tú ¿Qué eres? ¿Intelectual o trabajador intelectual?

Todavía más importante es advertir las consecuencias de la costumbre, cultivada con tesón por los ideólogos burgueses, de considerar que los llamados “valores” contenidos en el pueblo están fuera del alcance de la observación científica. Porque estos “valores” y “juicios éticos” que para los trabajadores del intelecto son sustancia intocable, no llueven del cielo. Ellos constituyen aspectos y resultados importantes del proceso histórico y no basta limitarse a tomar conocimiento de los mismos, sino que deben examinarse con relación a su origen y a la función que les cabe en el desarrollo histórico. En rigor, la desfetichización de los “valores”, “juicios éticos” y demás, la identificación de las causas sociales, económicas y físicas de su surgimiento, cambio y desaparición, así como la revelación de los intereses específicos a los cuales sirven en determinado momento, representan la mayor contribución que pueda hacer un intelectual a la causa del progreso humano”. Paul Baran

Eclosión intelectual

Cuando reflexionamos sobre el Comandante Chávez y su legado, sus lecciones, anécdotas, sus grandes logros, la influencia en la región y el mundo del proceso que él inauguró, no nos extraña aunque no deja de llamar la atención, el hecho de que Hugo Chávez haya sido el presidente, la figura, el líder político sobre el cual se ha escrito más en el mundo.

Así lo testimonia el libro de Rafael Ramón Castellanos Hugo Chávez Frías y la Revolución Bolivariana (2010), que recopila toda la bibliografía producida sobre el Comandante hasta el momento de la edición del libro. Han pasado tres años, y ahora con su lamentable desaparición física el pasado mes de marzo, podemos decir que seguirá siendo el centro de las preocupaciones y reflexiones de muchos ensayistas, biógrafos, poetas, historiadores y escritores en general.

Este singular hecho, equiparable a otro no menos trascendental que ubica a Chávez entre los líderes de mayor legitimidad democrática de la moderna historia republicana occidental, tiene que ver con un importante movimiento cultural crítico-reflexivo surgido en Venezuela con el advenimiento de la Revolución bolivariana; un movimiento que tiene que ver con la notable democratización del libro y la lectura que hemos vivido en Venezuela por lo menos en los últimos diez años, así como con la democratización del acceso a las Tecnologías de la Información y la Comunicación, apertura que ha producido y sigue produciendo un importante salto cualitativo en la población.

Si bien se ha dicho que “los pueblos no son pendejos”; sin bien Aníbal Nazoa habló de “los poderes creadores del pueblo”; si está fuera de discusión que el pueblo de Venezuela siempre ha sido un pueblo bravo, tierra de los centauros que barrieron con el colonialismo español desde Caracas hasta Ayacucho durante la guerra de independencia, no quedaba claro si el pueblo venezolano era un pueblo culto, en el sentido martiano de “cultura para la libertad”. Sin embargo, en los últimos años, algunos indicadores y sobre todo la renovada cultura política que ha demostrado el venezolano en cada manifestación, concentración y evento electoral, vienen dando cuenta de las nuevas cualidades, del proceso de maduración intelectual y política, complejo y sujeto a retrocesos, que ha vivido el pueblo venezolano durante el proceso bolivariano.

Es indudable que este proceso de maduración, de acceso masivo a la educación, a la red de redes, a los libros y lo más importante, a una experiencia política proteica, única y luminosa en la que todos han sido de alguna manera protagonistas, produjo una importante eclosión intelectual que ha rendido importantes frutos y que está produciendo una serie de fenómenos cualitativos, dignos de ser estudiados sistemáticamente. A los conocidos ―o re-conocidos― pensadores e intelectuales del país, donde se cuentan escritores, poetas, dramaturgos, artistas y creadores de todos los géneros y provenientes de los más disímiles espacios, se suman, en un proceso en pleno desarrollo, un conjunto de escritores-creadores reflexivos y críticos que, desde su formación y su experiencia, han desplegado su labor creativa motivados por ese fenómeno humano que fue Hugo Chávez y la dinámica política que inauguró.

Algunos estudios recientes, por ejemplo, han arrojado interesantes resultados en materia de lectura. Hablamos del Estudio de comportamiento lector, acceso al libro y a la lectura que desarrolló el Centro Nacional del Libro a través del equipo de Asesoría Goya, y que demostró que Venezuela se ubicaba como el tercer país que más leía en América Latina, después de Argentina y Chile. Si bien esto ya es un hecho destacable, el estudio también reveló que la mayoría de los lectores se inclinaba por temas históricos, políticos y sociales, según informaron en su oportunidad los responsables del estudio.