Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

domingo, 30 de enero de 2011

El significado del socialismo o lo que el socialismo puede significar

Ludovico Silva
Las críticas hechas por Nicmer Evans a Edgardo Lander en artículo publicado en Aporrea en febrero de 2010, a partir de la lectura que aquel hace de un artículo de este, denominado: “Socialismo del Siglo XXI y la propiedad en el sector petrolero”, plantea un debate que, si bien se viene dando desde hace un tiempo, es necesario que se siga dando con carácter permanente de manera que pueda extenderse y profundizarse, más allá de la consigna y de los esbozos generales que dan del Socialismo ideas vagas o imágenes difusas. La idea es, como siempre, hacer un aporte a la batalla de las ideas considerando siempre, a parte de la teoría y la práctica, la realidad social; nuestra realidad social concreta.

Decir por ejemplo que el socialismo es igualdad sin mayor explicación, además de dejar muchos elementos en el aire, resulta una simplificación con el poder de paralizar un eventual proceso de profundización del debate; decir que el socialismo es amor suena muy bonito y cantidad de hermosos versos podrían brotar de tan luminosa afirmación, pero más allá –o talvez más acá- de las definiciones tipo consigna o de carácter lírico, es posible reunir los rasgos fundamentales de lo que se ha llamado Socialismo del siglo XXI, como modo de organización de la sociedad entroncado con los sistemas políticos históricos que se erigieron a partir de postulados burgueses, y con aquellos sistemas que se levantaron como antagónicos de aquellos y que terminaron, a fin de cuentas, pareciéndose mucho. Es el caso del que se dio en llamar socialismo real.

Amor a la lectura, Ludovico Silva y la Revolución cultural

Ludovico Silva
Si podemos entender una revolución cultural como un proceso capaz de incorporar las perspectivas de conocimiento, cultura, cosmovisión… de los sectores históricamente excluidos, invisibilizados y subalternizados por la modernidad capitalista, para crear así las condiciones de posibilidad de la transformación real de las relaciones sociales y las relaciones de producción -proceso más o menos factible dependiendo de la particular formación social de cada uno de los “Estados-nación” que integran Nuestra América- una de las vertientes de esta revolución de la cultura (sin la cual, recordemos, a lo máximo que podríamos llegar sería a un “Estado de bienestar” de nuevo tipo) sería la recuperación para su conocimiento, re-conocimiento y estudio sistemático, de todos aquellos intelectuales, escritores y pensadores críticos que, en las condiciones del bloque histórico cuartarrepublicano, fueron ignorados, de alguna manera subvalorados y cuya obra en el mejor de los casos fue conocida sólo por los que podían, en las pasadas condiciones económicas, políticas y culturales, adquirir sus libros.

sábado, 29 de enero de 2011

Las 20 Tesis de Política de Enrique Dussel y la Revolución bolivariana

Enrique Dussel
Antes de intentar un análisis pertinente al proceso venezolano a partir de la obra “20 Tesis de Política”, del filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel, con quien compartimos en octubre de 2009 el seminario “Una nueva política para América Latina en el siglo XXI” y luego una conferencia en la UBV donde se resumió aquel, vale analizar lo que se plantea en las “palabras preliminares” de una obra que constituye la síntesis y al mismo tiempo la introducción de la obra en tres volúmenes, Política de la Liberación, de la cual el tomo II, la Arquitectónica, se hizo merecedor del Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2009.

En relación a lo que acontece en nuestro país y en la región en general, Dussel hizo algunos planteamientos que convocan a la comunidad de “científicos sociales”, antropólogos, sociólogos, politólogos, intelectuales orgánicos y pensadores en general, a la elaboración de una nueva teoría política –como hemos afirmado en otras oportunidades- capaz de otorgar legitimidad y consistencia teórica a todo lo que de inédito y novedoso ha tenido y sigue teniendo la Revolución bolivariana y los sucesivos procesos de cambio originados en la región a partir de esta.

Los sentimientos de superioridad, Julio Cortázar y la universidad tradicional

Después de ver parte de una entrevista que le hicieran a Julio Cortázar en la
Julio Cortázar critica los falsos titulos de superioridad
Televisión Española, por allá por el año 1977, en la que el moderador “Joaquín” le anima a reflexionar en torno a lo que se dio en llamar “boom latinoamericano”, me parece advertir que la respuesta del “perseguidor de lo fantástico” se reviste de una significación que por su carácter crítico, puede ser extrapolada en su fondo ya no a un acontecimiento literario, sino a las instituciones de educación universitaria; en particular a la universidad tradicional venezolana.

En principio, cuando Joaquín toca el referido tema, su pregunta parece ser un simple sondeo, interpelando a su interlocutor con un sencillo “Me gustaría saber que piensa Julio…” pero que se desarrolla hasta hacer afirmaciones como “…lo del llamado boom latinoamericano, que de cualquier modo, no cabe duda de que ha contribuido a que la literatura, la narrativa latinoamericana haya sido conocida en el mundo entero, haya sido traducida a numerosos idiomas, y haya demostrado además que hay realmente una riqueza y una calidad probablemente, que no se dan en ninguna lengua en este momento”.

Sobre la transformación de los centros comerciales en centros culturales

Sambil la Candelaria, en Caracas
A propósito de la expropiación del Sambil la Candelaria, monstruo erigido en pleno Municipio Bolivariano Libertador, vuelvo a dejar estas palabras publicadas en agosto del pasado año en virtud del actual contexto, donde se recupera ese importante espacio para la colectividad.

    Escuchando ayer el conocido micro radial “Nuestro Insólito Universo” –que por cierto lleva ya casi cuarenta años en el aire- por el canal clásico de Radio Nacional, noto una suerte de intención de visibilizar una situación que, en nuestro actual contexto de renacimiento y revitalización política-cultural, debería considerase mejor. Tengo conocimiento de las narraciones de Porfirio Torres prácticamente desde que tengo memoria, y a pesar de que tenia tiempo sin escuchar el espacio radial con la frecuencia con que lo he venido haciendo en los últimos meses, me parece observar una especie de evolución en el carácter “insólito” de los casos que allí se relatan. Quiero decir que, los casos mágicos, sobrenaturales, o aquellos que aluden por lo general cuestiones paranormales o consideradas “del más allá”, han venido dando paso a relatos de hechos o situaciones que por no ser incomprensibles -por no encontrársele alguna explicación lógica-racional- no dejan por eso de ser insólitas.

La oposición miente sin empacho, desconoce logros y apuesta por malos espectáculos

La importancia y particularidad de la entrega de la memoria y cuenta por parte del Presidente Chávez el pasado 15 de enero –y como todos los años desde hace doce años-, radica en que son tantos los logros que se han alcanzado, que siete horas de exposición no resultaron suficientes para destacar la repercusión y trascendencia que tienen varios de ellos. En ese sentido, no sería malo, para las próximas entregas de memoria y cuenta, pensar en que se expongan por separado y a lo largo de una semana si es necesario, las distintos metas, objetivos, logros, concreciones y propósitos que se han venido alcanzando, tanto del año inmediatamente pasado como de los años de revolución en general.

La democracia bolivariana Vs. la democracia del Gran Hermano: dos concepciones expresadas en la Asamblea Nacional

Aristóteles
La democracia que conoció Venezuela en la Cuarta República fue poco menos que un simulacro de democracia, que como sabemos, significa poder del pueblo o, como bien lo expresó A. Lincoln, el gobierno del, por y para el pueblo. Si vemos a nuestro país como un gran teatro político, hasta podemos decir que durante el período puntofijista, hubo una mala representación de una forma de gobierno donde el pueblo, lejos de desempeñar algún papel protagónico en algún momento, fue reducido a espectador impotente de malos dramas y farsescas comedias, situación que se daba, de paso, sólo con aquellos que podían entrar al coliseo, que nunca fueron muchos y cada vez fueron menos.

Esa forma de gobernar se dio en llamar democracia representativa. También conocida como liberal-burguesa, ésta pone el acento en el sagrado sufragio universal directo y secreto, la conocida división de poderes, el respeto a los llamados derechos humanos –para Gregorio Pérez Almeida la estrategia ideológica-simbólica global de nuestra época-, el imperio de la ley, la celebración de elecciones cada cierto tiempo con su correlato de la “alternabilidad” en el poder, y la preeminencia de los derechos civiles y políticos sobre los económicos, sociales y culturales. En nuestras sociedades latinoamericanas, dependientes y subalternas, caracterizadas por ser histórico-estructuralmente heterogéneas (Quijano) y por una geopolítica expresada en una clara diferenciación entre un centro privilegiado-minoritario urbano y una periferia-excluida mayoritaria, el sistema político y las formas de gobierno configuradas no podían alejarse mucho de la oligarquía y la plutocracia.

La palabra democracia, que para los clásicos griegos implicaba despectivamente el llamado “gobierno del populacho”, en un momento dado se identificó con el sufragio universal hasta el punto de que democracia y el derecho de ir a votar se convirtieron prácticamente en sinónimos. Pero como ya se ha dicho en otras oportunidades, resulta poco menos que cínico -cuando se trata de pueblos politizados y con las virtudes políticas necesarias para saber lo que quiere- decir que la esencia de la democracia es ese evento en el que cada ciudadano delega en una persona responsabilidades y funciones que él está en capacidad de asumir. Por razones propias de la complejidad de la vida moderna y por otras de mayor peso como la satisfacción de las necesidades para la producción y reproducción de la vida real, esa delegación termina convirtiéndose en una completa cesión del poder de decisión a una persona o a un grupo. Esta situación fue la que, entre otras consideraciones, llevó a Robert Dahl a acuñar el término poliarquía para definir a estas “democracias” liberales propias de la sociedad capitalista.

Esta forma de gobierno, ensayada durante las décadas de la cuarta república, nos legó la nefasta herencia de la no participación; todo un problema de cultura política que la dinámica de la Revolución bolivariana ha venido combatiendo efectivamente, constituyendo uno de los lineamientos fundamentales del proyecto de país en desarrollo, el PNSB, la democracia protagónica revolucionaria. Nunca estuvo tan claro como ahora lo que significa la democracia representativa: sistemas procedimentalmente democráticos y socialmente excluyentes y fascistas o, de otra manera, sistemas que permiten escoger al miembro de la clase consuetudinariamente privilegiada que impondrá una dictadura socioeconómica. Aristóbulo, en su intervención, criticó esta concepción; aquella que, parafraseando, suprime y reduce la democracia al ejercicio del derecho al sufragio.

De tal manera, es la democracia participativa y protagónica, una redundancia para los que consideramos que la participación conciente en los asuntos públicos es la esencia de la democracia, la forma de gobierno naturalmente más adecuada para garantizar un verdadero desarrollo tanto individual como colectivo, y la que le restauraría su valor original a la abusada palabra democracia como gobierno del pueblo. Esto último constituye a mi parecer otro importante debate (para otro momento), si nos detenemos en el hecho de que la palabra pueblo es considerada una suerte de sinónimo de pobre o excluido, en un país donde se vienen cumpliendo las metas del milenio y donde la pobreza tiende a desaparecer. Planteémoslo de esta manera ¿En una sociedad donde la pobreza se ha erradicado y derrotado la exclusión, en que se diferenciaría, por ejemplo, eso que se llama clase media de eso que se llama pueblo?

Ahora bien, volviendo a nuestro tema, en el debate en la AN se expresaron dos concepciones de la democracia. Una de ellas, inequívocamente se identifica con la democracia que el Gran Hermano anda promocionando patológicamente por el mundo (por ejemplo en Irak) y que por supuesto ha defendido en casa desde que nació como país por obra de los Founding Fathers. Noam Chomsky, en su libro Estados Fallidos, deja claro que el sistema norteamericano es un sistema estatal-corporativo, tal como Aristóbulo definió al extinto Congreso de la Venezuela cuatarrepublicana. Dos norteamericanos de principios del siglo XX, en plena transición hacia el capitalismo monopólico-corporativo y que son citados por Chomsky, lo expresaron con claridad:

“Los amos del gobierno de Estados Unidos son los capitalistas y fabricantes combinados de Estados Unidos”. T. Woodrow Wilson.

“La política es la sombra que proyecta la gran empresa sobre la sociedad”. John Dewey.

Entre los padres fundadores de los Estados Unidos, fue James Madison el artífice de este elitesco sistema político. Aristocrático y plutocrático, Madison sostenía que el poder debía estar en manos de la “riqueza de la nación”. Esto significaba, “el conjunto más capaz de hombres”, que eran los dueños y señores de la propiedad. Aquí los derechos que más valían (y que siguen valiendo en este tipo de sistemas), son los de los propietarios, derechos negados casi por “naturaleza” al ciudadano no propietario. En resumen, en un sistema corporativo el ciudadano propietario vale más por ser propietario –prueba de que es más “capaz”- y por tanto el gobierno civil debe estar al servicio de este para proteger su riqueza de la mayoría.

Asimismo, afirma Chomsky que, Madison, en su concepción aristocrática del Estado y del gobierno, no podía ignorar la afirmación de Adam Smith de que “el gobierno civil, en la medida que fue instituido para la seguridad de la propiedad, se instituye en realidad para la defensa de los ricos contra los pobres, o de aquellos que tienen alguna propiedad contra quienes carecen de ninguna”. Queda bastante claro. De ahí que Marx haya definido al Estado como el comité que se encarga de administrar los negocios de la clase dominante. Este problema de “los peligros de la democracia” fue un tema bien tratado por los clásicos griegos, entre ellos Aristóteles, quien era partidario, tal como Madison, de una democracia limitada, en virtud de que “los pobres ansían los bienes de sus vecinos”, por lo que “en las democracias se debería salvaguardar a los ricos; no sólo no debe dividirse su propiedad, sino que también sus ingresos… deben ser protegidos”.

Sin embargo, el estagirita consideraba a la democracia como la forma de gobierno “más tolerable”. No obstante, esta crítica de Aristóteles, que en apariencia va dirigida a la democracia, en realidad va dirigida a una sociedad donde muy pocos tienen mucho y muchos tienen muy poco. Esta idea del filósofo queda expresada claramente en estas palabras:

“Grande es pues la buena fortuna de un Estado en el que los ciudadanos tengan una propiedad moderada y suficiente; porque donde unos poseen demasiado, y otros nada, puede surgir una democracia extrema”.

En otras palabras, el estado ideal es el de una sociedad gobernada por un Estado que garantice, a parte de la libertad civil, los derechos económicos, sociales y culturales, y la propiedad personal básica. Y de otra manera, el gobierno de una sociedad debe garantizar la igualdad de condiciones y preocuparse de lograr la justicia social si no quiere una revolución radical que, con razón, quiera despojar por la fuerza a los ricos de su exceso de propiedad. Una crítica, pues, a las desigualdades sociales y una comprensión -y hasta legitimación- de la “democracia extrema”. Lo que no podía prefigurar Aristóteles era una democracia donde los esclavos, las mujeres y los metecos (extranjeros residentes en la Polis) tuvieran una participación en el ágora, así como tampoco Madison podía imaginar siquiera un Estado donde mujeres, esclavos, inmigrantes y no propietarios tuvieran alguna incidencia en la toma de decisiones. Pero la diferencia entre ambos salta a la vista.

En palabras de Chomsky:

“Aristóteles y Madison plantearon en esencia el mismo problema, pero llegaron a conclusiones opuestas. La solución de Madison era restringir la democracia (desvirtuándola y convirtiéndola en otra cosa, por cierto), mientras que la del griego consistía en reducir la desigualdad, mediante lo que equivaldría a programas de Estado de Bienestar”. Desde una visión moderna nos preguntamos ¿Aristóteles socialista? No; digamos que Keynesiano.

Ramos Allup en su discurso afirmó que por supuesto que estamos de acuerdo con la democracia, que cada uno tiene su propia concepción y hasta le incomodó la utilización de los apellidos, como queriendo decir que están como de más. Luego, afirmó que “en el fondo” todos sabemos lo que es la democracia aunque “todos tenemos una forma de apreciarla y de ejercerla”. Precisamente, la forma que tiene de apreciarla y ejercerla él y la clase política que lidera, es la forma representativa-corporativa-liberal-, esa que “entiende” que hay que proteger de los pobres la propiedad de los ricos, aunque la particular burguesía venezolana diste mucho de ser “el conjunto más capaz de hombres”, y mucho más de ser un grupo homogéneo, emprendedor, nacionalista, constructor y productor y creador de riqueza.

La democracia de la que habló Aristóbulo, por otro lado, es la que permite la reducción de las desigualdades sociales que producen en el terrateniente, el banquero y el industrial, ese miedo a la democracia del que sabe que su riqueza acumulada tiene como correlato la pobreza de muchos. Y esa democracia es participativa, protagónica y consustancial con el socialismo; digamos que son sinónimos perfectos. Recordemos, finalmente, las palabras de Dussel sobre el tema que hemos expuesto y que dan para un extendido debate:

“…la representación es necesaria pero al mismo tiempo es ambigua. Es necesaria “porque la democracia directa es imposible en instituciones políticas que involucran a millones de ciudadanos. Pero es ambigua porque el representante puede olvidar que el poder que ejerce es por delegación, en nombre “de otro”, como el que se “presenta” en un nivel institucional en referencia al poder de la comunidad”.

De ahí que Dussel se refiera a la democracia bolivariana como un “sistema de participación creciente”, donde la participación directa de todos en los asuntos públicos carece de factibilidad, aunque el protagonismo del pueblo esté en constante aumento.
  
Es así como rechazamos la democracia de Madison. Aristóteles resulta más sensato pero no nos convence; Robert Dahl es nuestro amigo por su sinceridad; Dussel nos da una pista importante y nos habla de política de la liberación, pero como esto es un gran debate, fortalezcamos cada vez más la democracia protagónica revolucionaria, la democracia bolivariana.

Las estafas conceptuales de la oposición en la Asamblea Nacional

“Si la clase dominante ha perdido el consenso, no es más dirigente, es únicamente dominante, detenta la pura fuerza coercitiva, lo que indica que las grandes masas se han alejado de la ideología tradicional, no creyendo en lo que antes creían”. Antonio Gramsci.

“Yo si opino porque se, yo cuando opino se”. H. Ramos Allup


El Gran Antonio Gramsci

Es necesario reiterar que el debate desarrollado en la AN en el acto de juramentación de los diputados del Parlatino demuestra que si se puede dar un debate político-ideológico de altura, sin descalificaciones personales ni demagogia ni estolidez. Son grandes las expectativas que se tienen de los debates en la nueva AN, como foro político por excelencia y como fiel expresión del gran debate nacional desplegado en torno a temas trascendentales para el país como lo son, por ejemplo, el del socialismo bolivariano, indoamericano y el de la integración de Nuestra América.

Las intervenciones de Ramos Allup y Aristóbulo evidenciaron una realidad política-ideológica que, aunque conocida y perogrullada, tenía tiempo sin  manifestarse con la claridad con que lo hizo en esta oportunidad: existen dos visiones que, más que encontradas, colisionan violentamente en lo que se refiere a las concepciones de democracia, de integración, de soberanía -que postulan y defienden la Revolución por un lado y la oposición por otro- entre otras que se expresaron en el ágora. Sin embargo, llamó mi atención, luego de ver otra vez y con mayor detenimiento el referido debate editado y publicado ayer por este medio, lo que al parecer constituyó una especie de punto de encuentro conceptual entre Ramos e Intúriz, más allá del giro democrático que quiso darle este último en el apogeo del debate, lo cual indica que –en el fondo- no existe ni puede existir tal acuerdo. Se trata del concepto de Hegemonía expuesto por el adeco a partir del concepto gramsciano, y que el pesuvista utilizó “a su favor”.

En el marco del recalcitrante -y completamente fuera de la realidad- discurso opositor de que en Venezuela hay una dictadura que se impone de la mano de Chávez, el jefe político adeco, luego de hablar de Marx, Lenin y Gramsci y presentándose como un político tolerante de quienes defienden esas ideas, dejó claro su concepto de Hegemonía:
   
“La palabra Hegemonía tiene única e invariable interpretación… Por supuesto yo no le voy a pedir a nadie que a estas alturas marxista o no marxista se lea a Marx, ni a Lenin, ni a Gramsci, pero que el presidente anuncie de manera reiterada –y además de manera muy clara, en esto tenemos que reconocer que el Presidente Chávez no ha edulcorado el lenguaje ni utilizado circunloquios, habló directamente-: Hegemonía, hegemonía significa preeminencia o imposición de un sector o clase sobre todas las demás a las buenas o a las malas; eso es, y cuando alguien habla de una democracia donde hay preeminencia o prevalencia de sólo un sector sobre todos los demás, independiente de correlaciones cuantitativas eso no es democracia…”

Evidentemente y a todas luces, una estafa conceptual. En primer lugar, el discurso, la palabra, puede crear realidades. El lenguaje nos sirve para nombrar al mundo y para apropiarnos de él y el discurso político define al mundo, a una determinada realidad social, en función de intereses que pueden ser personales, grupales, humanitarios o liberadores, para accionar sobre él de formas específicas que emanan de definiciones que expresan distintas visiones de mundo. En segundo lugar, como bien lo dijo Aristóbulo, una palabra que se escribe igual y que suena igual puede tener significados completamente diferentes; situación que se da con particular frecuencia entre las palabras que, más que palabras, son conceptos políticos que como tales están sujetos a varias interpretaciones dependiendo de cual sea el lugar teórico-político desde el cual se enuncien, ya sea desde el pensamiento liberal, conservador, socialista, etc.

Otra cosa es la estafa conceptual. Lo que dijo Gramsci lo dijo Gramsci. No es que Ramos Allup se haya desgañitado intentando una hermenéutica actualizada del concepto de Hegemonía. Lo que si hizo fue visibilizar y falsear un solo aspecto del concepto para fortalecer el discurso del Chávez dictador, tergiversando el significado teórico gramsciano. Yo podría, en el apogeo de un debate, luego de pedir al foro que no lean a Erich Fromm, decir que Chávez expresa un patológico “Miedo a la libertad” (y por tanto miedo a la democracia) porque defiende el fortalecimiento del papel regulador del Estado en la economía, o porque critica la fragmentación social o la propiedad privada de los medios de producción. Puede que lo que haya dicho Erich Fromm tenga cierto nivel de sutileza y profundidad, pero esta sutileza no se podría utilizar para convertir a un pensador crítico y humanista -como lo es el autor de la Escuela de Frankfurt- en un defensor del capitalismo neoliberal.

La trampa principal que tendió Ramos se detecta desde el principio de la cita: “la palabra hegemonía tiene una única e invariable interpretación”. Esto es falso desde la primera palabra a menos que aceptemos la perversa permutación entre la palabra hegemonía como parafraseo de la definición que ofrece la Real Academia Española, y el concepto Hegemonía tal como lo planteó Gramsci. Una cosa es la semántica o la etimología, y otra una categoría o concepto que sirve para interpretar la realidad sociopolítica. Como afirmamos en artículo anterior, revisar la Wikipedia u otros ensayos que se pueden encontrar en la Red sobre el tema no hubiera estado de más. No resulta difícil deducir que Ramos tomó la acepción del vocablo que ofrece el diccionario, aderezándolo como no, con un poco de veneno antidemocrático. Veamos: “hegemonía significa preeminencia o imposición de un sector o clase sobre todas las demás a las buenas o a las malas”.

Pero el diccionario lo que dice es “Supremacía que un Estado ejerce sobre otros, o, en su segunda acepción, “Supremacía de cualquier tipo”. Ahora bien ¿Cómo es eso de “a las buenas o a las malas”? Ésta es la trampa principal. Una trampa, por cierto, que recuerda el concepto clásico que del poder político ofrece el teórico occidental por excelencia del orden político burgués, Max Weber: “Poder significa la capacidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aún contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad” (Weber, 1977). ¿Práctica política clásica del Pacto de Pto. Fijo? No le vamos a pedir a Ramos Allup o a cualquier otro político opositor que lea a Max Weber, pero difícilmente podamos creer en eso de que “Yo si opino porque sé, yo cuando opino sé”.

Pero, entonces ¿que es la Hegemonía y por qué el Presidente Chávez y otros voceros de la Revolución han utilizado el concepto? Una clase es hegemónica si, aparte ejercer la suprema autoridad política y controlar sus conocidas formas de violencia institucional (entiéndase el Estado y las Fuerzas Armadas), lo que habla de su carácter de clase política dominante, ejerce también la dirección intelectual y moral sobre las demás clases y sectores de la sociedad. Esto último lo logra en virtud del trabajo realizado por las instituciones de la sociedad civil, que también podemos llamar controladores sociales del sistema o instancias productoras de falsa conciencia: el sistema educativo en todos sus niveles, la iglesia y las empresas de información y entretenimiento. Vale decir que dicho concepto es aplicable a toda sociedad capitalista dividida en clases, donde precisamente la minoritaria clase burguesa domina la sociedad política, que no olvidemos es expresión de su gran poder económico, y logra mantener dicha situación de injusticia y desigualdad por medio del trabajo ideológico incisivo y permanente de, por ejemplo, los llamados “medios de comunicación” y su pasmoso conglomerado de universos y símbolos con los que, efectivamente, dominan mentes y corazones.

Tenemos entonces, que esta capacidad estratégica de dirección espiritual es lo que hace que la clase dominante sea también una clase dirigente y por tanto clase hegemónica. Las instancias productoras de ideología como falsa conciencia, son las que construyen el consenso, lo cual indica que los grupos sociales excluidos, subalternos, oprimidos, despreciados, han comenzado a pensar como la clase que los excluye y domina. Es decir, el consenso logrado por la clase ya hegemónica, tiene su correlato en las clases oprimidas que han aceptado y asumido el proyecto de aquella, consolidando así un Bloque Histórico, que es siempre temporal y contingente, y que ha logrado mantener unidas, armonizadas, clases sociales antagónicas desde todo punto de vista; clases que cuando se ha quebrado el bloque histórico como producto de la pérdida del consenso, se enfrentan inevitablemente.

En artículo anterior, recordamos que el Caracazo fue la violenta y nítida expresión de la pérdida del consenso de la que había sido hasta ese momento la clase dirigente, al verse ésta imposibilitada de ganarse el consentimiento y la aceptación de las tradicionales mayorías excluidas en torno al proyecto neoliberal de CAP. Para 1989, el puntofijismo como clase dirigente ya estaba seriamente cuestionado. Luego de la rebelión popular frente al paquetazo de Miguel Rodríguez, perdió toda legitimidad, perdiendo además el carácter de clase dirigente ya relativizado y convirtiéndose en mera clase dominante a punta de plomo y peinilla. Ya se va observando que el concepto de Hegemonía, tal como fue planteado por Gramsci tiene el carácter de crítica negativa, realista, y propia de un statu quo europeo, católico, blanco, patriarcal, capitalista. De tal manera, es necesario aquí el giro democrático radical del concepto de Hegemonía, que si bien nos sirve para la interpretación de nuestra realidad social concreta, la de antes y la de ahora, no nos sirve a cabalidad cuando se habla de la conquista de una Hegemonía Popular, planteada por el Presidente Chávez, o de una política de la liberación como ejercicio del mando obedencial.

Realmente es una situación sui generis. La Revolución ha tomado el poder del Estado a través de los mecanismos legales-racionales establecidos, e impulsa un proceso donde ese Estado comienza a estar al servicio del pueblo, novedosa situación que invita a construir lo nuevo, a elaborar los nuevos conceptos que den cuenta de la nueva configuración de los actores políticos, a redefinir otros como el de sociedad política o sociedad civil, la nueva doctrina militar, la nueva teoría política etc., en un contexto que se ha definido como de transición hacia el socialismo. En tal sentido, no podemos hablar de que hoy alguna clase es hegemónica ni tampoco que el gobierno revolucionario va por la conquista de la Hegemonía de la que habla Ramos Allup, que por cierto sí fue la que ejerció AD y COPEI por las buenas y sobre todo por las malas, por lo que podemos decir que nunca fueron realmente clases hegemónicas.

Finalmente, como ya referimos antes, no podemos hablar hoy de Hegemonía y sí de un proceso contra-hegemónico, de construcción de consenso, de crisis orgánica, de guerra mediática y de de batalla de las ideas, de los que tendría que emerger una Hegemonía Popular (El pueblo dirigiendo al pueblo) producto de la participación protagónica creciente, la transformación del modelo productivo, la revolución de las relaciones sociales y de producción, el ejercicio del poder obediencial y la transformación efectiva del Estado.

El concepto de Hegemonía de Ramos Allup

El debate desarrollado hoy en la Asamblea Nacional ha demostrado que si es posible dar un debate político-ideológico de altura, y permitir que las ideas y argumentos tengan preeminencia sobre la demagogia, las descalificaciones y la indigencia teórica. Sin embargo, de esta última si hubo un poco. Lo que si no hubo y que se celebra fue el menor asomo de estolidez en las varias intervenciones.

Reconozco que no soy lo que se puede decir un especialista de la obra de Gramsci. Ni siquiera he leído sus obras completas, pero digamos que he leído lo suficiente para saber lo que significa el concepto de Hegemonía desde su perspectiva (la de Gramsci), concepto al que he recurrido en otras oportunidades para ensayar interpretaciones de nuestra particular realidad sociopolítica, lo cual me permite concluir, luego de escuchar el discurso de Ramos Allup en la AN, que como no ha leído al autor italiano y no sabe lo que quiso decir con el aludido concepto, el político se limitó a la definición que ofrece el diccionario de la Real Academia Española sobre el tema, mutilando lo que es un concepto de gran alcance y profundidad política e ideológica.

Ramos Allup, siempre con su pintoresca y retórica puesta en escena, deslizó como sus colegas opositores que lo precedieron un discurso de fuerte carga liberal: libertad (de expresión y pensamiento “diferente”), democracia, tolerancia, respeto, pluralidad, etc., en el apogeo del cual mencionó a los marxistas, afirmando que muchos de los que se definían de tal manera no habían leído lo suficiente al autor del Manifiesto Comunista; de inmediato manifestó su respeto por los compañeros que enarbolaban esas ideas, que el no compartía. Acto seguido, siempre con la intención más o menos subyacente de decir que Chávez es un dictador que nos conduce al infernal comunismo, planteó que Chávez mismo lo ha dicho porque el objetivo que el planteó era el de alcanzar la “Hegemonía”.

El concepto para Ramos se limitaba al de una palabra que se puede encontrar, por supuesto, en el diccionario. El significado de la palabra era la evidencia inequívoca de que, efectivamente, ahora sí, vamos rumbo a la dictadura castro-comunista. “Preeminencia y supremacía sobre los demás” fue la definición de Allup sobre la palabra, que como afirmamos es mucho más que una palabra y por tanto, un significante que abarca mucho más que su conveniente reducción a la actual semántica o la etimología. Mejor le hubiera ido si por lo menos revisa la Wikipedia. Efectivamente, el concepto y no la palabra Hegemonía, desde la visión de Gramsci significa dos cosas al mismo tiempo, o mejor, la suma de dos situaciones o procesos, cada uno con su complejidad propia: dominación política y (o más) dirección intelectual y moral. A Ramos se le pasó sólo esto último, aspecto que precisamente hace de esta Hegemonía no sólo una mera dominación sino una dirigencia y un consenso entre las diversas clases y estamentos de una sociedad determinada.

La Hegemonía como la plantea Gramsci implica una capacidad, que es la capacidad de mantener -por obra de las instituciones clásicas de la sociedad civil como lo son la iglesia, la escuela y las empresas mediáticas- en estado de armónica convivencia a un conjunto de grupos sociales que por su origen, ubicación, y sobre todo por su nivel de acceso a los recursos, son heterogéneos y antagónicos. En dos platos, Hegemonía es mantener la lucha de clases en hibernación, en estado de latencia, haciendo que los de abajo asuman el proyecto de los de arriba como propio. De hecho, el éxito de la dominación capitalista ha consistido en gran medida en hacer que los pobres y sobre todo la clase media, piense como los ricos, como los privilegiados y eurocéntricos criollos que, por ejemplo, tradicionalmente fueron dueños del destino de Venezuela en virtud del control que tuvieron sobre las instituciones fundamentales de la sociedad política y la sociedad civil.

Hoy en día, y por eso el Presidente Chávez ha hablado de Hegemonía popular -en pleno proceso contra-hegemónico luego de que el 27 de febrero de 1989 se quebrara violentamente el Bloque Histórico de la cuarta república al verse imposibilitados sus factores centrales de poder de mantener el consenso en torno a su proyecto neoliberal- se impulsa la construcción o, se crean las condiciones para dar lugar a la hegemonía de las mayorías, luego de que factores populares revolucionarios tomaran el poder del Estado en 1998 y se iniciara un proceso político orientado a poner una institución burguesa por excelencia como lo es el Estado, al servicio del pueblo.

De esta manera, una forma de ilustrar lo nuevo en la comprensión en nuestro contexto del concepto gramsciano, viene dada por la diferenciación de lo que seria, por una parte, un bloque histórico capitalista, y un bloque histórico de transición hacia el socialismo. En el primero se ofrece el panorama descrito arriba, donde la dominación se edulcora y naturaliza con engaño sistemático y alienación, con la promoción de la falsa conciencia como "política sagrada" en sociedades donde se instauro desde el siglo XV, el denominado por Aníbal Quijano Patrón Colonial de Poder; en el segundo, el panorama es el que se nos ofrece a la vista: una supremacía –por cierto bastante desafiada- a la que se le suma una dirección intelectual y moral como política de construcción de consenso en la que, pensamos, se debería trabajar para que los sectores que se autodenominan apolíticos, conocidos como los Ni-Ni (ni esto ni aquello), terminan asumiendo el Proyecto Nacional Simón Bolívar como suyo; difícil pero no imposible para una política realista, crítica y creativa.

Dicho también de otra manera, la historia de la que venimos nos dice que sólo una minoría fue la tuvo siempre acceso a los recursos y beneficios sociales, manteniendo a las mayorías excluidas ignorantes de su propia, criminal y nefasta exclusión; la historia que ahora se construye nos habla de un pacto o acuerdo que no sería, como en el caso del consenso burgués, una armonización de clases antagónicas donde la clase con menor acceso a los recursos termina asumiendo el proyecto de la clase con mayor acceso a ellos, sino que sería un proceso donde los excluidos dejan de serlo desempeñando papeles cada vez más importantes en la transformación social y donde la clase tradicionalmente privilegiada –y que no ha perdido privilegios valga la acotación- se da cuenta que puede evitar un conflicto agónico existencial de “o ellos o nosotros” y participar democráticamente en la realización de un proyecto donde podrían jugar importantes roles; por lo menos en la conformación de una burguesía productiva nacional.

Recordemos estas palabras escritas por Gramsci desde la cárcel, y que son citadas por Enrique Dussel en la sexta de las 20 tesis de política:

“Si la clase dominante ha perdido el consenso, no es más dirigente, es únicamente dominante, detenta la pura fuerza coercitiva, lo que indica que las grandes masas se han alejado de la ideología tradicional, no creyendo en lo que antes creían”.

Más claro, está difícil. El Caracazo fue la contundente manifestación de lo que dice Gramsci en este pasaje. Al perder el puntofijismo el consenso dejaron sus actores de ser dirigentes para convertirse en clase meramente dominante a punta de plomo. Pero, como el tema aquí es el concepto de hegemonía que Ramos Allup sacó de un diccionario desfasado, afirmemos claramente lo que significa el importante concepto para evitar todo tipo de estafas conceptuales. Esta ahí, en el mismo pasaje. Hay Hegemonía cuando, a parte de la dominación y la preeminencia política, hay dirección intelectual, ética y moral.

De tal manera, que no podemos hablar hoy de Hegemonía y sí de un proceso contra-hegemónico, de construcción de consenso, de crisis orgánica, de guerra mediática y de de batalla de las ideas, de los que tendría que emerger una Hegemonía Popular (El pueblo dirigiendo al pueblo) producto de la participación protagónica creciente, la transformación del modelo productivo, la Revolución cultural (en su sentido restringido), el ejercicio del poder obediencial y la transformación efectiva del Estado.

La transformación de la universidad, la transformación del Estado y la nueva cultura política revolucionaria

La aprobación de la nueva Ley de Educación Universitaria constituye una importante victoria en esa batalla por lograr las posibilidades de la victoria, primera batalla que hay que ganar en la guerra mayor de las visiones, corrientes de pensamiento, concepciones, paradigmas e ideas que se encuentran en el fondo del debate sobre la educación en general y la educación universitaria en particular.

La dinámica política originada a partir del proceso bolivariano, nos ha dado de nuevo la oportunidad histórica de discutir sobre temas que en otras épocas no tan lejanas eran simplemente impensable discutir, ya sea porque ese tema se considerara indiscutible y sagrado o porque de acuerdo a las condiciones del momento –el zeitgeist- la elevación de la voz crítica frente a algunos conceptos o maneras de hacer, ser y pensar, implicaba el riesgo de la exclusión, el escarnio, la estigmatización e incluso la persecución, el exilio o la muerte. De otra manera, la actual coyuntura ha sido y sigue siendo propicia para dar esos debates de fondo que precipiten las necesarias rupturas transformadoras con esos aspectos de la herencia cuartarrepublicana que aún hoy, siguen constituyendo obstáculos en el camino de la transformación cultural en marcha en Venezuela. 

Uno de los desarrollos políticos en marcha que ha contribuido y sigue contribuyendo al necesario cambio de mentalidad del pueblo venezolano, es la participación creciente de éste en los asuntos de la Polis; en esos debates de fondo donde tienen necesariamente que hacer su aporte. Sin embargo, la inercia de la costumbre, el carácter pacífico del proceso, el insólito infantilismo político, las contradicciones y los errores cometidos, conspiran cotidianamente contra la posibilidad tangible, evidente y cierta de salirnos de la espiral decadente legada por la vieja política, entendida esta, en palabras de Carlos Lanz, como política coyuntural, o el arte de lo posible como acomodo pragmático a la situación y el realismo vulgar. 

En tal sentido, conviene recordar lo que nos dice Modesto Emilio Guerrero en su reciente libro 12 Dilemas de la Revolución bolivariana:

“Las dificultades, contradicciones y limites del camino del actual gobierno, no anulan su dinámico proceso en marcha. Eso es lo nuevo y dentro de él hay que participar con el programa revolucionario. Ese fue el valor de Marx  respecto de Lincoln, de Lenin respecto de Sun Yat Sen y de Trotsky respecto de América Latina y Cárdenas”.

Los debates de fondo propician la transformación social radical y el discurso político que ha logrado incorporar esos elementos radicales –ya legitimados- constituye la señal de se ha hecho factible realizar lo posible y necesario, aunque algunos se embelesen, embriaguen y hasta se enajenen en la convicción de que son ellos los que manejan las palabras santas del credo revolucionario.

En tal sentido, traigo a colación un debate y un discurso que ha surgido y se ha originado en los espacios de la UBV en los últimos años. El primero se dio en las semanas previas al acto de graduación de la primera promoción de técnicos superiores del Programa de Formación de Estudios Políticos y Gobierno, hace tiempo ya, y estuvo centrado en la cuestión de la indumentaria a utilizar en un acto de grado solemne, en una universidad que tiene como propósito romper con los paradigmas tradicionales. La cuestión neurálgica de ese debate era si utilizar la toga y el birrete –que tenia sus apasionados defensores- o, si más bien no era más cónsono y pertinente combinar el uso de la toga con una boina –opción que terminó logrando el consenso-. La pregunta que muchos nos hicimos fue, si era ese realmente el debate que había que dar, en vista de que si bien la polémica tocaba un tema relacionado con el “acto de grado” en una institución revolucionaria, este se centraba en un aspecto formal referido y confinado a la apariencia, más allá del significado de la boina como símbolo combativo.

En esa oportunidad, muchos consideramos que el debate de fondo consistía en poner en cuestión al propio acto de graduación, que muchos opinaron era una reminiscencia medieval cuyo significado metafísico consiste en que el título otorgado en la solemne ceremonia le permitía al graduado pasar del no-ser al ser. Antes del acto no se era nada, luego, el individuo se transubstancia en profesional dejando de ser lo que antes era; lo que hasta ese día había sido, que no era mucho. Ahora era algo; alguien pues. Un debate de fondo pone entre paréntesis este tipo de acto –porque debe haber acto por qué no- y se plantea una ceremonia orientada a superar los aspectos aristocráticos, elitescos y burocráticos propios de los actos de grado tal como los conocemos. Hay que reconocer, sin embargo, que se viene avanzando en este aspecto. Entremos ahora en el ámbito del discurso surgido al calor del gran proceso de inclusión que ha vivido Venezuela en los últimos años: los estudiantes de las nuevas universidades, de la UBV y la Misión Sucre, se están formando para “ocupar” los espacios de la administración pública.

Peligroso discurso; conservador discurso. Consideramos un error pensar que los egresados de las nuevas instituciones de educación superior van sólo a “ocupar los espacios” y pensamos que esta afirmación se queda en el terreno de lo meramente inclusivo y reivindicativo. El estudiante que nunca tuvo oportunidad de estudiar en la universidad lo puede hacer ahora y ciertamente esa inclusión no seria tal o sería inclusión a medias –incluso una contradicción- si después del período de formación el egresado no pudiera “ocupar” un espacio laboral. En este sentido, el discurso sobre el papel de los egresados de las nuevas universidades en el campo laboral debería ser este: yo soy egresado de la Misión Sucre o del PFG de Estudios Jurídicos de la UBV y como agente de cambio tengo la misión de transformar el espacio que me toque ocupar en el Estado, el gobierno, o en mi trabajo particular. Es verdad que el discurso de “ocupar el espacio” toma en cuenta una realidad inobjetable: si esos cargos no son ocupados por los nuevos cuadros partidarios de la Revolución bolivariana lo harán otros que posible y probablemente sean epígonos, adláteres o esclavos de la vieja política, pero… si la idea preeminente es la de sólo “ocupar el espacio” y no transformar ese espacio con todas las implicaciones que esto conlleva, se caería indefectiblemente en la oscura red de la vieja política y claro, un solo palo no hace monte, ni siquiera dos o tres.

Cuando el propósito es sólo “ocupar el cargo” para evitar que uno de ellos lo haga” no podemos olvidar que el Estado rentista tradicional burgués que heredamos de la Cuarta República mantiene vigente ciertas estructuras, prácticas, normas y procedimientos que tienen una determinada forma de poder objetivado, que se expresa en la vieja cultura política del “ponganme donde haiga”, en un contexto donde predominan los viejos males de la burocracia, el sectarismo, el burocratismo y la burocratización. Es decir, si no queremos que nos asimile y nos trague la estructura, si queremos evitar nuestra mimetización con el entorno, se debe llegar a los puestos y cargos colectivamente y con una firme intención transformadora. De tal manera, como afirma Carlos Lanz en un análisis realizado en 2004:

“Estos valores, métodos y prácticas erróneas no sólo se reproducen en la revolución bolivariana por la presencia en su seno de algunos personeros reproductores de la cultura puntofijista, sino que forman parte de un  conjunto de relaciones sociales que son la trama material y simbólica de la dominación. Por ello resulta equivocado responsabilizar a determinados individuos por estos males, si no ubicamos las estructuras y procedimientos que le sirven de soportes, y cuya superación debe ser el objeto de la acción transformadora en estos momentos”. (las cursivas son mias)

Finalmente, debemos destacar como siempre la importancia de desarrollar y fortalecer el pensamiento crítico como visión transformadora de la realidad en la dinámica contra-hegemónica cotidiana, donde las universidades deben jugar el rol que le corresponde en este cambio de época, dejando de ser bastiones de la derecha en algunos casos y bastiones del aburrimiento en otros, para convertirse en los nuevos centros de formación técnica-política-ideológica, donde se investigue y se produzca el conocimiento que necesita el inédito proceso sociopolítico venezolano y nuestramericano. La aprobación de la nueva LEU ha creado pues, las condiciones para que así sea.

Dudando de Wikileaks como dudo de Facebook y/o Los Simpsons

Es indudable que el caso de Wikileaks se encuentra en la palestra pública mundial y hasta se puede decir que con razón; por buenas razones, digamos. Sin embargo, partiendo de la cultura de la sospecha y conscientes de que los estrategas que están detrás de las corporaciones mediáticas mundiales y sus aliados tienen la capacidad para diseñar campañas orientadas a influir en la opinión pública mundial, este caso de la filtración de cientos de miles de cables diplomáticos -a través del portal ya más famoso que el Whisky- parece haber logrado que todos –y simultáneamente- volteáramos la cabeza hacia ese lado del amplísimo espectro noticioso mundial.

Lo primero que se me ocurre, estando como está este caso relacionado con la red de redes y las tecnologías de la información, es hacer una comparación con el caso de la red social Facebook. Evidentemente, no son lo mismo. La red social es un portal de encuentro, socialización y articulación social, mientras que Wikileaks es una “organización mediática internacional” sin fines de lucro y que tiene como objeto la visibilización en su página de documentos con información sensible en materia de interés público. Sin embargo, ambos se han convertido en fenómenos de impacto mundial que tienen en la base las llamadas TIC (tecnologías de la información y comunicación). De ahí que lo primero a considerar es este caso, en mi opinión, debe ser la cuestión de la tecnología en general y la fascinación y legitimidad que ésta tiene en occidente y en el mundo occidentalizado.

Afirmamos en primer lugar el carácter no neutral de la tecnología, que no significa, por cierto, rechazarla o negarla, tanto como la crítica al eurocentrismo como perspectiva de conocimiento local extendida e implantada en casi la totalidad del mundo, no significa la negación de los aspectos emancipatorios de la modernidad. Esta crítica no es fundamentalista, precisamente porque sabe que detrás de lo simpático y atractivo está la trampa; porque sabe que, con la necesaria información, con la fascinación que producen los agradables símbolos, como en un paquete indivisible, nos viene la distorsión y el falseo de la realidad.

Y es que, en el caso de Facebook, el mínimo sentido de la sensatez puede hacer que nos preguntemos ¿Hasta que punto una persona no necesariamente paranoica o suspicaz, puede confiar ciegamente en una herramienta de esta naturaleza como para transparentar información privada? Yo diría que todos aquellos que piensan que la aludida red social es políticamente neutral y que fue diseñada –en el peor de los casos- para abrir una ventana de publicidad para las empresas transnacionales irresistible para los usuarios, pecan de ingenuidad. Quiero decir que, así como no podemos ser ingenuos pensando tal cosa sobre una red social que tiene detrás a los 16 servicios de inteligencia de los Estados Unidos, no podemos dar credibilidad ciega y total a un colectivo cibernético que visibilizó una cantidad colosal –lo único indiscutible aquí- de cables diplomáticos que confirman, reflejan ¿lo que ya sabíamos? de la suciedad de la política exterior –dominación- imperial, y que se presenta como un colectivo de audaces profesionales de un impoluto carácter ético que, bizarramente, deja en paños menores a la diplomacia imperial.

Roberto Hernández Montoya, lo dice así: “Estos cables muestran una realidad atroz y nada banal: los diplomáticos yanquis se muerden la cola remedando su propia prensa. Yo esperaba los secretos que solo saben James Bond y la CIA, pero los cables cuentan lo ya sabido, así de frágil es el Imperio”.

No deja de ser cierto, por otra parte, como ha dicho Boaventura de Souza Santos, que la lucha contra el fundamentalismo y la no ética del imperialismo descarnado, implica recuperar –o no perder- la capacidad de indignación en un mundo donde la violencia y la brutalidad se han trivializado, lo que implica que la izquierda y los sectores críticos y antiimperialistas del mundo traten de utilizar como se pueda este vertiginoso desnude de la hipocresía y cinismo consuetudinario del imperio. Por ejemplo, uno de los documentos desclasificados compromete, acá en Venezuela, al actual gobernador del Estado Miranda, responsable del asalto a la embajada de Cuba en el golpe de 2002. Sin embargo, cuidado con legitimar un Show internacional donde, como afirma Dietrich en su opinión sobre el tema, hay que aplicar el viejo principio de la criminalística de ¿A quién beneficia el crimen? o, quedando tan relativizado lo de crimen ¿A quién beneficia la acción de Wikileaks?

En este sentido, más allá –o más acá- de lo que esos cables estén develando sobre la política exterior de Estados Unidos que, hay que repetirlo, no constituye mayor sorpresa salvo por la forma en que se reveló la información a la opinión pública mundial, puede que estemos presenciando el desarrollo de una bien diseñada estrategia de distracción, manifestada en un gran show orientado a que todos volteemos la cabeza hacia otro lado mientras, por ejemplo, el cólera se expande en Haití, continua la guerra en el Medio Oriente creciendo las amenazas contra Irán, la posibilidad de guerra aumenta en la península coreana, y en Europa se termina de desmantelar el Estado de Bienestar creándose las condiciones para la revuelta popular. De otro lado, la legitimación de Wikileaks como un lugar ético, neutral y profesional –que no tiene interés o filiación política sino que simplemente hace su trabajo- puede ser el paso previo o simultáneo de una estrategia tipo computador de Reyes, a la n potencia.

En ese sentido, lo que dice Peter Kornbluh, director del Chile Documentation Project del National Archive de la Universidad George Washington, sobre Wikileaks llama la atención. En términos generales, según la noticia publicada el 30 de noviembre en Aporrea, la información filtrada por Wikileaks le da más poder a los Estados Unidos. En este orden de ideas, dice Kornbluh:

“Wikileaks ha dicho que tiene en su poder más de 250 mil documentos considerados por gobiernos y empresas como secretos, y lo cierto es que la gran mayoría no tiene ninguna clasificación. Esos manuscritos que divulgan, por lo general, ya han sido publicados en la prensa”.

Estas afirmaciones dan lugar a la hipótesis de que la estrategia consistiría, efectivamente, en visibilizar algunas cosas ciertas ya conocidas –con todas las consecuencias diplomáticas del caso- y muchas otras falsas a objeto de perjudicar a gobiernos soberanos no supeditados a Washington. Es más, si en nuestro mundo contemporáneo, y sobre todo después de los atentados del World Trade Center en el 2001 y de la investigación realizada por Thierry Meyssan sobre esos hechos; después de la Doctrina del Destino Manifiesto, del fundamentalismo cristiano de los Bush, y en general conociendo el cinismo y la soberbia imperial, después de tan deplorables precisiones, estas “revelaciones” develan más a los aliados y cómplices de Estados Unidos en el mundo que al imperio propiamente dicho.

Ahora, volviendo al tema de la tecnología, digamos por una parte que los hechos en torno a Wikileaks favorecen poderosamente la celebración de los avances científico-técnicos de las modernas tecnologías de la información como instrumento político utilizado por los movimientos sociales progresistas, fortaleciendo la consabida Fe en el mito del progreso, al tiempo que produce una reacción por parte de los sectores más conservadores de la política imperial, abriendo la posibilidad de la regulación, control y censura en la red de redes.

Wikileaks, como la archiconocida serie animada Los Simpsons, se muestra audaz, crítica e irreverente, demostrando con un fondo de prepotencia imperial, que el sistema puede golpearse así mismo desatando la crítica al sistema a través de la tecnología, fortaleciéndose y fortaleciendo al mismo tiempo el mito superoptimista de que la dominación tecnológica euro-norteamericana se puede combatir y vencer con sus propias armas tecnológicas. Sin embargo, nos encontramos en el terreno de las conjeturas basadas en la duda razonable. De tal manera que, el tiempo tiene la palabra.

La batalla de Mariátegui, nuestra batalla y la importancia de la difusión de su obra en Venezuela

J.C. Mariátegui

Cuando leo, veo o escucho a compañeros, cuadros revolucionarios, funcionarios de gobierno, intelectuales y analistas de izquierda de toda índole y procedencia, expresarse sobre la Revolución bolivariana, donde estos analizan y debaten sobre los avances y retrocesos, los logros, los obstáculos, los grandes desafíos y los dilemas del proceso, y sobre todo cuando tratan el tema que encierra todos los temas, el del socialismo a la venezolana como modo de organización social, no deja de llamar la atención la poca presencia en sus discursos de los planteamientos que hicieran los hombres y mujeres que pensaron la trasformación social desde Nuestra América, por ella y para ella.

Muchas veces, el aporte de estas figuras no viene dado sólo por su producción intelectual -que en algunos casos resulta además de brillante y prolífica, pertinente para nuestro contexto sociopolítico- sino también por el ejemplo legado a las nuevas generaciones basado en una vida de combate ideológico y lucha política incansable y agónica (en el sentido unamuniano). Puede que resulte de mayor valor, en el marco de un proceso político histórico como el que vivimos, rescatar, más que el estudio de tal o cual obra de un determinado pensador, su experiencia de vida y su biografía de lucha, siempre en relación dialéctica con el contexto y su especificidad –su complejidad- en el cual se desenvolvió, analizándolo y comprendiéndolo.

Desde esta perspectiva, el ejemplo que nos legó Mariátegui con su vida y obra constituye, pensamos, un aporte que contiene claves insoslayables, no sólo por la conocida propuesta que hiciera del socialismo indoamericano, válida y que en Venezuela cuenta con el legado del pensamiento revolucionario del Cacique Guaicaipuro para la construcción del socialismo indoamericano a la venezolana como práctica y teoría política de la rebelión y transformación enmarcada en un paradigma diferente, sino por el carácter orgánicamente filosófico de la obra que nos dejó el Amauta, y particularmente por lo que se ha llamado su “vocación de polemista”, y los debates que tuvo que dar frente a las influyentes corrientes de pensamiento de la época que le toco vivir.

En primer lugar, Mariátegui fue una de esas personalidades que tuvo el coraje de no declinar por la línea común, asumiendo una actitud con respecto a la educación, la formación y el conocimiento que, más que antiacadémica, en sus propias palabras, fue extraacadémica. En complicidad siempre con las circunstancias y determinado por el contexto, Mariátegui tuvo la oportunidad de aprender y formarse en las salas de redacción de un periódico -en este caso en los espacios del diario La Prensa- como muchos excelentes escritores de Suramérica que, emborronando de crónicas sus primeras cuartillas, terminaron convirtiéndose -y consagrándose- en reconocidos narradores, poetas, historiadores y novelistas. En el caso del Amauta, este comienza sus labores como obrero en el mencionado diario, llegando a trabajar –a pesar de su cada vez más acentuada discapacidad- alrededor de 14 horas diarias. Su presteza y dedicación permite que lo promuevan a ayudante de linotipista, cargo que le permite familiarizarse cada vez más con el oficio periodístico, y que llegado el momento, le permite publicar subrepticiamente –sin autorización del editor- una crónica de su autoría, las conocidas “Crónicas madrileñas” que, firmadas con el seudónimo de Juan Croniqueur, le harían merecedor tanto de una sanción como de un reconocimiento y que, a partir de este punto, le abrirían las puertas del mundo periodístico al joven Mariátegui, que para ese entonces contaba con tan sólo 16 años.

Mariátegui fue un indiscutible hijo de su época; de un contexto cultural y político local influenciado en gran medida por la corriente modernista y la proliferación de los cafés literarios, la bohemia y los círculos de estudio, por una parte, y por la creciente organización y politización de la clase obrera y del estudiantado peruano. Desde la visión internacional, el contexto era el de una escena mundial marcada por el tránsito del capitalismo clásico-competitivo al monopólico-imperialista. Es así como, en el marco de este acelerado proceso de renovación estética, científica, filosófica y política, el Amauta va madurando un pensamiento que, al tiempo que se preocupa por la ruptura con los patrones estéticos del Perú colonial, centrando su interés en los movimientos de renovación en el arte, la ciencia y la literatura en boga para la época –interés expresado en su adhesión al movimiento Colónida- va madurando en él, a partir de su preocupación por romper con la influencia en su país de la cultura conservadora y oligárquica, una particular actitud crítica-transformadora frente a su específica realidad social.

Es en este vital y dinámico contexto donde Mariátegui se convierte en un gran periodista que, con tan sólo veinte años, ya merece el reconocimiento del círculo de periodistas de Lima y de la sociedad limeña en general. Para ésta época ocupa, en el diario La Prensa, el importante cargo de Cronista Parlamentario, espacio que le permite profundizar en la comprensión de los procesos políticos contemporáneos locales, regionales, y mundiales. Además de su trabajo en este diario, colabora también en el semanario de moda y literatura Mundo Limeño, en la publicación Alma Latina, de semejante orientación, incluyendo el semanario hípico El Turf, del cual fue co-director, y hasta una revista de farándula llamada Lulú.

Esta hiperactividad periodística del joven Mariátegui nos hace pensar, que de haber vivido en nuestra época –semejante en diversos aspectos a la de principios del siglo XX- este fuera un asiduo colaborador de Aporrea, un creador de medios digitales de vanguardia y más aún de prensa escrita alternativa.

De la misma forma, el cambiante y apasionante contexto local, regional y mundial que tuvo la oportunidad de analizar en profundidad, hicieron de él un investigador acucioso y un creciente analista político de gran agudeza. El desconcierto que producía el contraste entre lo que escribía y su edad y condición física, le merecieron comentarios como este, tomado de la columna de El Mosquito, "Triqui Traques", escrita por Florentino Alcorta y aparecida en Lima en julio de 1916:

“Saben quien escribe “Las Voces”, de El Tiempo?
Un pobre cojito de veinte años: Juan Croniqueur
Vaya si tiene talento el mocoso”

Un comentario que, evidentemente, parece reflejar, como imaginamos era el concepto de la columna periodística, una especie de humor mordaz que deja traslucir la admiración y el prestigio que despertaba el futuro Amauta. Más adelante, luego de su transformadora estadía en Italia –donde se hace marxista- y su paso por otros países de Europa, Mariátegui, ya en el Perú que vendría decidido a transformar, fundaría el periódico Labor, como órgano de prensa de la clase obrera peruana, además de la publicación de la gran revista Amauta, proyecto que tuvo una repercusión a nivel latinoamericano y que, como investigador, escritor y editor, constituiría su más brillante legado.

Este fue, apretadamente, el Mariátegui periodista, el que dejó alrededor de 900 crónicas y un conjunto de importantes análisis sobre la realidad social de Perú y del mundo. Pero también está el Mariátegui ejemplo de pensamiento crítico y batallador de las ideas; el intelectual orgánico y el filósofo. De tal manera, más que pertinente, resulta estratégica la efectiva difusión de la vida y obra de Mariátegui en la Venezuela bolivariana, en un contexto donde el periodismo como profesión atraviesa una profunda crisis, como una de las vertientes de la crisis sistémica por la que atraviesa el mundo.

José Carlos Mariátegui: ejemplo cabal de pensamiento crítico latinoamericano


El pasado 14 de junio se conmemoró el aniversario 82 del nacimiento del Che Guevara, el guerrillero heroico. En nuestro país, como seguramente en otros países hermanos como Cuba y Argentina, la fecha no pasó bajo la mesa; no podía pasar. Reseñas en varios portales en Internet, micros televisivos, programas de radio, notas de prensa y diversos actos públicos así lo demostraron. Sin embargo, lo que si pasó bajo la mesa fue el aniversario de otra gran figura de Nuestramérica, de otro pensador revolucionario, quien también nació un 14 de junio, 34 años antes del Che: José Carlos Mariátegui.

            Ciertamente, han sido muchas las veces que el presidente Chávez ha citado al Amauta, sobre todo aquellas palabras de la editorial de la revista del mismo nombre, aparecidas en septiembre de 1928, en la que ésta tomaba abiertamente partido por el socialismo y en la que Mariátegui nos dejó una reflexión que, en sí misma, constituye una importante base teórica-programática para la construcción del socialismo para el siglo XXI: “No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He aquí una misión digna de una generación nueva”. Desde la Venezuela del alba del siglo XXI enrumbada en la construcción de la sociedad socialista (parece redundancia pero no es), la exhortación de Mariátegui no sólo parece hecha por un intelectual de avanzada contemporáneo de la Revolución bolivariana, sino que recuerda poderosamente las palabras del gran Simón Rodríguez cuando, con la misma preocupación de fondo, afirmaba “¿Dónde iremos a buscar modelos? La América Española es original. Originales han de ser sus instituciones y su gobierno. Y originales los medios de fundar unas y otros. O inventamos o erramos”.

            Es así como, observando la clara coincidencia de carácter y método, la misma actitud sensata y la misma crítica dirigida hacia la tendencia a la imitación, al “calco”, de lo foráneo –sobre todo de lo europeo- y por consiguiente haciendo el mismo llamado a la heroica creación o a la invención, nos aventuramos a plantear no sólo una coincidencia metodológica entre Simón Rodríguez y J.C. Mariátegui, sino el hecho de que el Amauta pudo haber conocido la obra –al menos una parte de ella- de nuestro Robinson. De esta manera, esbozando lo que bien podría ser materia de una interesante investigación, nos parece que la reivindicación y difusión de la obra mariateguiana, en un contexto como ninguno para hacerlo, es en primer lugar justa por ser el trabajo del que para Néstor Kohán “representa el vértice más alto del pensamiento socialista latinoamericano durante la primera mitad del siglo XX”, y en segundo lugar necesaria por ser una obra dotada de una personalidad que, producto de la mágica complejidad de nuestra tierra, la reviste de una originalidad que consistió en haber hecho un análisis de su realidad concreta, el  cual no pudo menos que llevarlo a proponer un modo de organización social donde la nación predominante de su país, quedara claramente expresada: el socialismo indoamericano.

            Recordemos también, a propósito de la celebración del día del periodista, el pasado 27 de junio, que el Amauta fue, ante todo y sobre todo, un periodista. Por el libro de Mónica Bruckmann Mi Sangre en mis ideas Dialéctica y prensa revolucionaria en José Carlos Mariátegui, sabemos que el Amauta escribió alrededor de 900 crónicas, de las cuales 745 fueron crónicas políticas publicadas en los diarios El Tiempo y La Razón. Claro está, no fue sólo eso. Digamos que fue el oficio principal de su vida. Pero agreguemos que fue un ejemplo luminoso de periodismo de investigación; de auténtica, versátil y profunda comunicación social; de intelectual orgánico al servicio de la liberación desde el pensamiento crítico-reflexivo pero también desde la praxis política, con considerables incidencias en la realidad social.

            Con estas breves líneas pretendo dejar, apretadamente, una reflexión orientada no sólo a recordar que el 14 de junio no es sólo el aniversario del Che, sino también a destacar la importancia de un pensador socialista que nos legó una obra que, entre intuiciones y datos, esbozó –como quien escribe un libro sin habérselo planteado- las líneas fundamentales de lo que más adelante se desarrolló sistemáticamente como la Teoría de la Dependencia, la teoría de la Revolución Permanente y la Teoría Decolonial, razón suficiente para dedicar mayor tiempo y esfuerzo en el conocimiento de la obra mariateguiana, más allá del editorial Aniversario y Balance; más allá de la consigna política.