Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

viernes, 8 de enero de 2016

La Carta de Jamaica, el documento de un profeta racional*

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“…y no es solo una carta del pasado; esta es una carta del presente y más aún, me atrevo a decir: una carta del futuro” Hugo Chávez Frías.

A 200 años de la Carta de Jamaica, documento en el que Simón Bolívar plasmó sus ideas en torno al estado político de América y su desarrollo futuro con el propósito de contestar las inquietudes y dudas del inglés Henry Cullen, tenemos necesariamente que empezar este ensayo destacando la infinita humildad que caracterizó al Libertador y la indudable vigencia del conjunto de ideas expresadas en la carta, hecho que da cuenta del Bolívar estadista y visionario.

Al inicio de su carta, Bolívar reconoce la preocupación de Cullen sobre el destino de las nacientes repúblicas de la América meridional, y deja claro que en su actual condición no disponía de la documentación necesaria para ofrecerle un análisis político pormenorizado sobre tan vasta región, además de expresar una humildad que sólo los grandes son capaces de demostrar, al reconocer sus límites en el tratamiento de un tema tan complejo como lo es la prospectiva sociopolítica de una región que abarcaba desde los límites originales de México hacia el norte, hasta la Patagonia. Con infinita humildad, Bolívar le advierte a Cullen que no encontrará en su escrito “las ideas luminosas que desea”, y sí las “ingenuas expresiones de su pensamiento.”
Sin embargo, el balance histórico que puede hacerse hoy arroja un resultado inequívoco: el pensamiento de Bolívar expresado en la Carta de Jamaica sobre la suerte futura de América se convertiría en el ensayo de un visionario de la naciente modernidad industrial, en documento delineador del futuro de la nueva región, todo lo cual hace de nuestro americano meridional un auténtico “profeta racional”.

Análisis político bolivariano

A lo largo del documento, Bolívar va comentando y ofreciendo respuesta a cada una de las solicitudes y dudas de Cullen, quien había recordado en su carta a Bolívar del 29 de agosto, que habían pasado ya tres siglos desde el inicio de las “barbaridades” que cometieron los españoles en el que para ellos era el Nuevo Mundo. Cuando Bolívar dice que “la presente edad” ha rechazado esas barbaridades “como fabulosas porque parecen superiores a la perversidad humana”, aludió una problemática que ha sido estudiada por autores contemporáneos y que además fue develada y bastante debatida durante los años de la Revolución bolivariana: el encubrimiento (Dussel, 1992) de la barbarie que originó e hizo posible modernidad europea.
Bolívar demuestra su conocimiento del estado de opinión sobre los temas trascendentes de su época, de la gran operación ideológica en curso, al tener consciencia del velo que se ha venido tendiendo sobre el horroroso genocidio de la población indígena, hecho que sin embargo había sido fielmente documentado por el fraile dominico Bartolomé de las Casas, llamado por el libertador “el apóstol de la América.”

El Libertador comenta que los “críticos modernos” difícilmente podrían creer que tales barbaridades ocurrieron si no fuera por las prolijas crónicas legadas por el fraile. Y no lo hubieran podido creer, porque efectivamente se había venido consolidando desde el siglo XVIII un discurso que daba cuenta del surgimiento de la Europa metrópoli, centro del nuevo mundo capitalista en expansión, y que presentaba los acontecimientos europeos desligados de los americanos. Las líneas de este discurso, planteaban que la modernidad había sido “una emancipación, una salida de la inmadurez por un esfuerzo de la razón como proceso crítico, que abre a la humanidad a un nuevo desarrollo del ser humano.” (1)

De acuerdo a este discurso, esta “salida de la inmadurez” se dio en torno a procesos históricos como la Ilustración, la Reforma protestante, la Revolución francesa y la Revolución industrial. Así, de acuerdo a esta ideología, la modernidad nace en Europa alrededor de los siglos XVII y XVIII, sin relación alguna con los hechos que ocurrían del otro lado del atlántico, cuya trascendencia consiste precisamente en que la posibilitaron. No olvidemos, que nuestra “presente edad” parecía también rechazar el genocidio indígena como una suerte de “leyenda negra” sin mucho fundamento, hasta la reivindicación histórica llevada a cabo por el presidente Hugo Chávez.

Bolívar es un agudo observador de la realidad americana, de las luchas simultáneas que se desarrollan en el hemisferio. Para el 6 de septiembre de 1815, fecha de redacción de la carta, a pesar de que había caído la Primera y la Segunda República, para Bolívar el destino de América estaba fijado por una razón elemental: el lazo que la unía a España “ya estaba cortado”. Es aquí, donde Bolívar habla de quiebre de hegemonía y pérdida de legitimidad como hoy lo haría cualquier teórico decolonial o gramsciano. Dice el Libertador: “…la opinión era toda su fuerza”, léase: estado de la opinión pública regional y mundial. Cuando habla de “El habito de la obediencia”, podemos entender estructura de dominación, colonialidad; al aludir “La inconducta de nuestros dominadores”, nos habla de un estado de dominación sin dirección, sin legitimidad, sostenida solo por unas armas cada vez más melladas.

En otras palabras, dice: el imperio español una vez venció y convenció. Hoy vence pero no convence; hoy a duras penas vence y no vencerá por mucho tiempo. Hoy, podemos decir que, efectivamente, hay un imperio cuya “inconducta” parece estar anunciando el fin de su tradicional dominación.

De otro lado, su apreciación sobre el Virreinato del Perú no pudo ser más lúcida y no puede ser más actual. Bolívar calificó a este como “el más sumiso y al que más sacrificios se le han arrancado para la causa del rey”. Si hablamos de sumisión y de “sacrificios al rey”, podríamos citar dos hechos para dar cuenta de lo acertado que fue Bolívar en su opinión. Ocurrió en Santiago de Chile, el 10 de noviembre de 2007, en la XVII Cumbre Iberoamericana. Durante la última sesión plenaria, los presidentes Zapatero de España y Hugo Chávez entablan un debate, y en el apogeo del intercambio el ex monarca español Juan Carlos de Borbón, quien estaba sentado junto a aquel, le lanza a Chávez el famoso “¿Por qué no te callas?”, luego de lo cual se suscitó la polémica y vinieron las reacciones. 

Pues bien, hubo un presidente latinoamericano, el peruano Alan García, quien de regreso a su país después de participar en la cumbre, llamó al monarca español para “expresarle su solidaridad” (2). ¿Habrá ejemplo más claro de sumisión contemporánea? Y si además nos detenemos en los sacrificios para la causa de los imperios, recordemos un hecho singular de principios de septiembre que nos vuelve a demostrar que la historia está viva y que Bolívar parece estar hablando del Perú de 2015. Con la justificación de la lucha contra el narcotráfico y los insurgentes, el pasado primero de septiembre desembarcaron en Perú 3.200
marines estadounidenses, quienes llegaron en el portaaviones estadounidense USS George Washington, en lo que fue calificado por algunos políticos de ese país como un hecho inédito y una invasión militar de Estados Unidos (3).

La experiencia colombiana resulta ilustrativa sobre cuál será el papel que este contingente desempeñará en el Perú de la Alianza del Pacífico. No obstante, cifras recientes hablan de este país como el primer productor de cocaína del mundo, por encima incluso de Colombia. No en balde, historiadores como el cubano Luis Suárez Salazar consideran a Perú como el tradicional bastión conservador de América Latina. En fin, es la palabra viva de Bolívar.

Estadista de la periferia mundial naciente
 

Si hay algo que demuestra Bolívar con su documento es su condición de estadista. Más precisamente, podemos decir que se constituye en el estadista del naciente mundo subalterno. La conquista y colonización ibérica del continente desde 1492, con todo su correlato de matanzas, saqueo, destrucción cultural y dominio foráneo, provocó la reubicación de las nuevas tierras y sus poblaciones en una nueva estructura política-económica dominada por un centro mundial, quedando así en una posición periférica-subalterna respecto al nuevo centro: Europa.

Sin embargo, Bolívar no se siente en una posición subalterna, consciente como está del potencial inmenso de las tierras por cuya soberanía está luchando, y sintiéndose además protagonista de los cambios vertiginosos por los que está atravesando el mundo. Cuando dice: “¡Qué! ¿Está Europa sorda al clamor de su propio interés? ¿No tiene ya ojos para ver la justicia? ¿Tanto se ha endurecido para ser de este modo insensible? Estas cuestiones cuanto más las medito, más me confunden”, Bolívar mira al futuro y expresa el ideal modernizador que lo identifica con la Europa de la modernidad industrial y política, que por cierto no es España.

Consciente de que el Imperio español está en decadencia y que ya da señas de su incapacidad para dominar “el nuevo hemisferio”, se pregunta “¿Podrá esta nación hacer el comercio exclusivo de la mitad del mundo sin manufacturas. Sin producciones territoriales, sin artes, sin ciencia, sin política?”. Palabras que son las de un hombre que, en el marco de la expansión del mercado mundial y la Revolución Industrial y desde una exterioridad o periferia cada vez más definida, se vio en medio de un forcejeo entre las negociaciones de las nacientes potencias norteamericana y europeas, y sus titánicos esfuerzos por impulsar no sólo la emancipación sino la integración de las repúblicas americanas nacientes para luego, como bloque, relacionarse de tú a tú con las potencias nacientes.

Bolívar fue un hombre grande en pensamiento y acción, y quería ―y necesitaba― estar a la altura de los trascendentes acontecimientos históricos que estaban en pleno desarrollo. De ahí, que Bolívar considere a España como “demente” y critique su “obstinada temeridad”, por su empeño en mantener sojuzgada una tierra sin tener ya capacidad y, más importante aún, a costa de su propia prosperidad. Su visión geopolítica avanzada, queda patente cuando le dice a Cullen que Europa debió preparar y ejecutar el proyecto de la independencia americana porque “el equilibrio del mundo así lo exige”. El presidente Chávez asumiría esta visión y trabajaría incansablemente para realizarla con su propuesta del mundo multipolar.

Hoy, sin duda, podemos decir que uno de los legados más brillantes del Comandante fue el haber dejado un mundo, un universo, mucho más equilibrado que el que teníamos a fines de la década de los noventa, contexto en el que era difícil hablar siquiera de balanza de poder.

El autor de nuestra Carta ya tiene la capacidad de distinguir entre dos europas distintas. Cuando se refiere a la Europa que “…no se halla agitada por las violentas pasiones de la venganza, ambición y codicia, como España…”, se refiere a la Europa que encarna la modernidad capitalista, a la que inventa las máquinas y que produce riquezas con ellas. Pero también se refiere a la Europa de la Ilustración, a la cuna de los filósofos y escritores en cuya tradición se formó, y cuyas ideas fueron el aliado extranjero de los procesos de emancipación de las colonias españolas. De tal manera, si bien no hay duda de la grandeza del pensamiento de Bolívar, tampoco la hay sobre la fatalidad histórica en que se vio envuelto.

Esa fatalidad, consiste en que nuestro país se incorporó a la modernidad, así como todos los que luchaban por su independencia política, desde un punto de vista colonial y subalterno. Cuando critica la inacción de Europa y de “nuestros hermanos del norte”, quienes se han mantenido “inmóviles espectadores de esta contienda”, Bolívar expresa su desazón, además de cierto desconcierto, frente a una actitud que parecía ir en contra de las leyes supremas de la historia. La inacción de Europa es la inacción de Inglaterra, y los inmóviles espectadores de la contienda son los Estados Unidos. Se hace necesario recordar en este punto, que quien se está expresando es el continuador de la gesta del gran Francisco de Miranda, quien se había batido en los campos de las guerras más importantes que habían definido los destinos de las nacientes potencias.

Bolívar, no se siente inferior a sus contemporáneos ingleses, franceses y estadounidenses, a los que considera sus congéneres revolucionarios. Como ellos, persigue consolidar las felices repúblicas de la libertad, igualdad y fraternidad. De ahí, su perplejidad frente al comportamiento de los estadistas maquiavélicos del Imperio británico, cuya geopolítica imperial no busca la estabilidad o el bienestar ―mucho menos la unidad― de las nacientes repúblicas americanas, sino todo lo contrario. Lo que buscan los ingleses es el debilitamiento progresivo de los actores en pugna, promoviendo la dilatación de la guerra y la división temprana entre las naciones en formación, para garantizar así su dependencia y sujeción desde el propio nacimiento.

Esta inacción de la Europa centro del naciente Sistema-Mundo Moderno/Colonial (Wallerstein, 1979, 1984) (Mignolo, 2003), esta insensibilidad; esa sordera que denuncia Bolívar en su carta no es casual. De hecho, el Libertador alude intuitiva y certeramente lo que se convertiría en una práctica recurrente de la élite anglosajona en su visión geopolítica para la dominación mundial. Dice Walter Graziano en su análisis sobre los mitos de la Segunda Guerra Mundial, que en los albores de esta los británicos tuvieron frente a la “cuestión polaca una visión más que ambivalente” (Graziano, 2007). Y lo que estaba detrás de la ambivalencia era el interés de los británicos, que databa de finales del siglo XIX, por debilitar a Alemania y a la Unión Soviética, las dos potencias que podrían alcanzar la capacidad de disputarle la hegemonía continental. Y la mejor manera de hacerlo era propiciar el enfrentamiento entre ambas, práctica en la que los ingleses son unos verdaderos maestros. Veamos.

Algunas versiones históricas, dicen que ingleses y franceses desconocían los planes de Hitler de invadir Polonia. Sin embargo, la realidad es que ambas naciones estaban al tanto de dicho plan, dado que el Tercer Reich había presentado un plan de 16 puntos como condición para no invadir este país. Por un lado, los británicos consideraron aceptables los 16 puntos, entre los cuales es el más importante era la exigencia del cese de las hostilidades contra intereses y ciudadanos alemanes en Polonia. Pero de otro lado, los ingleses seguían siendo los primeros promotores de dichas agresiones, incentivando al Gobierno polaco del coronel Beck a continuar con las provocaciones para forzar la intervención militar alemana, con el propósito de propiciar una inmediata respuesta militar soviética. Al final, Hitler invadió Polonia bajo el paraguas del pacto nazi-soviético y, con todo, los ingleses se salieron con la suya, logrando enfrentar en lo sucesivo a rusos y alemanes.

Pero la ambivalencia y la inacción inglesa advertida por Bolívar para 1815, no es lo único que practican estos “maestros a la hora de generar la discordia ajena”, cuando se trata de lograr sus objetivos hegemónicos. Efectivamente, la guerra entre alemanes y soviéticos se inició tras una intensa campaña de los servicios de inteligencia ingleses orientada a enfrentarlos. Agrega este autor, que “la campaña de desinformación llevada a cabo por los británicos para llevarlos a la confrontación llegaba hasta el más alto nivel” (Graziano, 2007, p.348), un nivel tan alto como el que ocupaba el propio Winston Churchill, quien el 25 de agosto de 1940 envió una carta personal a Stalin con la “advertencia” de un inminente ataque de Hitler, y donde lo incitaba a dar el primer golpe. Y qué decir del famoso desembarco en Normandía, el “día D”, el cual había sido pedido reiteradamente por los soviéticos para aliviar la presión en ese flanco oriental, y que fue demorado una y otra vez por Roosevelt y Churchill hasta que en 1944, luego de tres años de encarnizada lucha contra los nazis en territorio soviético y de una mortandad sin parangón en la historia de las guerras, los anglosajones desembarcan “heroicamente” en Francia.

Valga la digresión, y más aún si en ella encontramos la clave del por qué Europa “parecía sorda al clamor de su propio interés”: por la elemental razón de la configuración de una “real politik” propia del Sistema Mundo naciente, hegemonizado por un imperio británico con intereses y dominios en todo el mundo, que tiene la mirada puesta sobre el inmenso territorio de la América que dejaba de ser hispana, y que en adelante sería disputado por estadounidenses, franceses e ingleses desde el México despojado de gran parte de su territorio, pasando por el Caribe y hasta la Patagonia. ¿Ignoraba Bolívar esta realidad? Por supuesto que no. Pero lo que sí está fuera de discusión es la visión geopolítica liberadora que plantea el Libertador, la cual postula la igualdad, justicia y equilibrio entre las naciones, a diferencia de la geopolítica anglosajona de la dominación imperial mundial, que en caso de no ser directamente política, se conforma con ser al menos económica y financiera.

Y es precisamente la importancia que le otorga a Inglaterra en el proyecto de independencia hispanoamericana, lo que demuestra el carácter de estadista de nuestro “americano meridional”. Meses antes de redactar la Carta en respuesta a Cullen, de la cual nos ocupamos en este ensayo, Bolívar se dirige a Maxwell Hyslop en carta fechada el 19 de mayo de 1815:

“Ya es tiempo, señor, y quizás es el último periodo en que la Inglaterra puede y debe tomar parte en la suerte de este inmenso hemisferio, que va a sucumbir, o a exterminarse, si una nación poderosa no le presta su apoyo, para sostenerlo…”

En dicha carta, citada extensamente por Francisco Pividal en su conocida obra sobre Bolívar, este le especifica lo que necesita en materia de pertrechos militares, hombres y recursos financieros para “poner al universo en equilibrio”, en una expresión que utilizaría de nuevo en su carta a Cullen. Y como beneficios, ofrece a la potencia marítima entregarle Panamá y Nicaragua para que “rompa los diques de uno y otro mar”, para que así pueda ejercer su imperio sobre el comercio.

Dice Pividal (1977, p.152), que Bolívar comprendió con una visión superior a los próceres de su época, que el creciente poderío mercantil y comercial de Inglaterra se vería limitado por el cerco monopolista español, razón clave por la cual convenía a los ingleses apoyar la causa independentista. En la estrategia geopolítica bolivariana, Inglaterra era un factor de gran importancia, siempre que lo que se planteara fuera una relación ganar-ganar. Como agrega Pividal, en su manejo de las relaciones diplomáticas con Inglaterra “Siempre evidenció su oposición al sojuzgamiento, al tutelaje o al intercambio desigual por desproporción o abuso.” Es decir, admiraba con sinceridad a Inglaterra y aceptaba su liderazgo tecnológico, militar y comercial, pero en ningún caso estaba dispuesto a convertir a las provincias americanas en sus servidoras.

Visión geopolítica de avanzada: la unidad

Si convenimos en que nuestro “americano meridional” exhibe ampliamente su carácter de estadista del mundo periférico naciente, convengamos en que al mismo tiempo demuestra una avanzada visión geopolítica. Una visión sin duda equiparable con la de los “maestros de la discordia” ingleses, pero en un sentido contrario, considerando el ideal integracionista de quien habla además desde el gran territorio del Sur subalterno, y que con todo aspira al “equilibrio del universo”, en choque frontal con la realidad de centro y periferia que se viene estableciendo.

 Si la Carta objeto de nuestro ensayo es en sí misma un ejemplo de aguda visión de la geopolítica de su tiempo, hasta el punto de contener ideas vigentes 200 años después, algunas de sus frases relumbran por su valor, digamos universal. Al señalar “Las trabas entre provincias americanas para que no se traten, entiendan ni negocien”, alude uno de los altos desafíos a superar en el propósito de la constitución de la Colombeia prefigurada por Miranda, como lastre estructural legado por la dominación española. Asimismo, cuando apunta que “Lo distintivo de las pequeñas repúblicas es la permanencia”, demuestra su conocimiento de la correspondencia histórica entre el tamaño de los países y su viabilidad política en función de la forma de gobierno, una clave de la geopolítica moderna.

Por ejemplo, al expresar su parecer sobre la forma de Estado y de gobierno que convenía a los nacientes países americanos, Bolívar argumenta en contra de las monarquías y a favor de su conformación en repúblicas liberales: “Pienso que los americanos deseosos de Paz, ciencias, artes, comercio y agricultura preferirían las repúblicas a los reinos, y me parece que estos deseos se conforman con las miras de Europa.” Resulta clara otra vez la alusión a Europa como centro de los destinos de un mundo moderno que nace al calor de la Revolución industrial, su esfuerzo racional por elevar sociopolíticamente a las provincias americanas para luego dar el paso de su integración, y poder así estar a la altura de la Europa hegemónica. Sin  embargo, al tiempo que expresa su admiración por los británicos y da su voto por la conformación de repúblicas liberales, rechaza categóricamente el sistema federal.

De tal manera, deja sentado: “No convengo en el sistema federal entre los populares y representativos, por ser demasiado perfectos y exigir virtudes y talentos políticos muy superiores a los nuestros.” Bolívar tenía sus razones, y su opinión la sustentaba en su experiencia práctica, en particular en los hechos que llevaron a la caída de la Primera República. En el Manifiesto de Cartagena (1812) había dicho: “Pero lo que debilitó más el Gobierno de Venezuela, fue la forma federal que adoptó, siguiendo las máximas exageradas de los derechos del hombre, que autorizándolo para que se rija por sí mismo rompe los pactos sociales, y constituye a las naciones en anarquía.” En el párrafo siguiente, remata la idea al sentenciar que “El sistema federal bien que sea el más perfecto y más capaz de proporcionar la felicidad humana en sociedad es, no obstante, el más opuesto a los intereses de nuestros nacientes Estados.”

Volviendo a Jamaica, nuestro autor plantea que entre una perfecta república federal que degenere en anarquía demagógica y una monarquía propensa a convertirse en tiranía monócrata, opta por encontrar un punto medio. Ya le había dicho a Cullen que se decantaba por las repúblicas, pero deja claro su rechazo al sistema federal. Demuestra su admiración por el sistema británico, al afirmar que “también es preciso convenir en que solo un pueblo tan patriota como el inglés es capaz de contener la autoridad de un rey, y de sostener el espíritu de la libertad bajo un cetro y una corona”, en alusión a la monarquía mixta que se configuró en Inglaterra a partir del camino abierto por Revolución parlamentaria del siglo XVII, pero desde la América aboga por “un medio entre extremos opuestos”. ¿Ambigüedad en Bolívar? No, pensamiento crítico, impulso hacia la invención para evitar el yerro; vivo y necesario pensamiento latinoamericano.

Recordemos que Bolívar ha planteado la existencia de un “nuevo hemisferio”, que el decadente Imperio español es incapaz de dominar, en una expresión que encierra la ambigüedad  propia de una profundamente trastocada geografía de la razón. Sobre esta particular indeterminación, dice Walter Mignolo que “la idea de “hemisferio occidental” lleva implícita una ambigüedad que produce el hecho de que los que habitamos en él, nos sintamos europeos occidentales sin serlo: el fenómeno de la “doble conciencia criolla” (4). Y es que, si nos preguntamos si Bolívar consideraba o no  occidental el “nuevo hemisferio”, podríamos concluir que sí, dado que lo llamó el “hemisferio de Colón”. Pero la clave de la ambigüedad la encontramos en que al mismo tiempo que hablamos de un nuevo hemisferio “occidental”, estamos hablando de un continente que no es Europa, realidad que tiene una expresión en el imaginario de los blancos criollos americanos. Veamos.

Se ha dicho que el mapa no es el territorio, en una frase que expresa la distancia o falta de correspondencia entre la realidad y las ideas o esquemas mentales que tenemos para comprenderla. Pues, desde 1492, el año del encuentro significativo entre Europa y la tierra de los aztecas, incas, chibchas, caribes y mayas, lo que se produjo fue uno de los más profundos trastrocamientos mentales de la historia de la humanidad. Para cuando Bolívar escribe su Carta, han transcurrido poco más de tres siglos a lo largo de los cuales los pueblos y gobernantes de Europa han estado asimilando en su idea del mundo la existencia, nada más y nada menos, de un inmenso nuevo continente, de un “nuevo hemisferio”; de todo un nuevo mundo. Pocos podrían siquiera sospechar el impacto que tendría en el imaginario de los seres humanos el esfuerzo de los genoveses apoderados de algunos mapas de origen chino ―quienes habían cartografiado el mundo, incluyendo lo que después se conocería como América― (Menzies, 2009), por convencer a reyes y financistas de que lo que había en sus mapas era el inexacto pero efectivo reflejo de un territorio, una tierra localizable mucho más allá del cabo Finisterre y sus monstruos bíblicos.

Señala Mignolo, que “La idea de hemisferio occidental ―que sólo aparece como tal en la cartografía a partir de finales del siglo XVIII―, establece ya una posición ambigua. América es la diferencia, pero al miso tiempo la mismidad. Es otro hemisferio, pero es occidental. Es distinto de Europa (que por cierto no es el Oriente), pero está ligado a ella”. Esta posición de ambigüedad, es ciertamente extrapolable a los individuos que, si bien tienen un origen Europeo, son criollos en el sentido de que han nacido y crecido en el “nuevo continente” que ha sido “descubierto” por Europa. Simón Bolívar nació en Caracas, en la más o menos reciente Capitanía General de Venezuela, en el lado subalterno del ya avanzado en su estructuración Sistema-Mundo moderno/colonial, pero su familia es de origen vasco, pueblo localizado en una particular región de la Península Ibérica, es decir, de origen europeo; nació en otro continente, pero definido como occidental; no es europeo, pero está ligado a Europa por formación, ascendencia y origen.

Así, pensamos que el pensamiento de Bolívar es una expresión de lo que Mignolo denomina “doble consciencia criolla”, la cual a lo largo de la lucha se irá transformando en consciencia criolla latinoamericana, a medida que va madurando el conocimiento de la diferencia de los americanos meridionales respecto a los septentrionales y los europeos. A partir de escritos de Thomas Jefferson y Simón Bolívar donde estos se expresan en relación a sus respectivas metrópolis, Mignolo concluye que “a pesar de que las referencias eran cruzadas había esto en común entre Jefferson y Bolívar: la idea del hemisferio occidental estaba ligada al surgimiento de la conciencia criolla, anglo e hispánica”. Estaba claro, que ser un blanco criollo, un hombre blanco del nuevo hemisferio occidental, que dicho sea de paso era igualmente discriminado por el hombre blanco del “viejo occidente” o blanco peninsular, en el terreno epistémico también traería sus consecuencias.
Recodemos la fatalidad que aludimos un poco antes en relación a la grandeza del pensamiento de Bolívar.

Una de las consecuencias de ser un blanco criollo del nuevo hemisferio occidental no europeo, en el campo cultural y cosmológico se expresaría inevitablemente en el conflicto, presente en Bolívar y posiblemente presente aún en nosotros hoy, entre las ideas eurocéntricas surgidas al calor de la emergencia de la burguesía en Europa (la nueva clase dominante del expansivo Sistema Mundo), y la realidad diversa, compleja, heterogénea y por encima de todo, distinta y desconcertante, de lo que significa una hispano-indo-América ―no anglosajona― ubicada dentro de un nuevo “hemisferio occidental” ―no europeo―.

Así, en medio del fragor de la lucha política, militar y de ideas, después de la caída de la Primera República, no tiene duda sobre la inconveniencia del sistema federal, dado que fue “lo que más debilitó al Gobierno de Venezuela”. Mientras tanto ¿Qué ocurría con la Nueva Granada, la actual Colombia? Pues, ocurre que nuestro “profeta racional” también vislumbró lo que sería el devenir sociopolítico de nuestra hermana República, a la cual caracterizó como “en extremo adicta a la federación”, razón por la cual no reconocería la autoridad de un Gobierno central. Y si bien sería materia de otro ensayo, no creemos estar lejos de la verdad al establecer una relación entre ese “federalismo” y la fragmentación social y violencia generalizada que ha marcado la historia de Colombia. Recordemos que en 1812, Bolívar habia condenado con dureza al sistema federal porque “…siguiendo las máximas exageradas de los derechos del hombre, que autorizándolo para que se rija por sí mismo rompe los pactos sociales, constituye a las naciones en anarquía.”

Cabe destacar, que Francisco de Paula Santander fue llamado por Bolívar “El hombre de las leyes”, y que la ruptura de los pactos sociales producto de la asunción irreflexiva de ideas y enfoques jurídicos foráneos, lo que es decir, del sistema federal, ya se habia demostrado como impertinente para Venezuela.

Sin embargo, no faltó objetividad y amplitud en las miras de Bolívar. Así, dadas las características de sus habitantes y su homogeneidad cultural, expresó su opinión favorable sobre Chile de cara a la eventual instauración de una república liberal y, más significativo aún, recordó que los insulares de Cuba y Puerto Rico eran también americanos.

Unidad e integración

Consciente de que se debate en un mundo donde diversas potencias se aprestan para caer con sus garras sobre el vasto y rico territorio de la América hispana, sabe que la independencia y la libertad, que la prosperidad de los nacientes países, solo serán posibles con la unión: "Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria.” De otra forma, no era cuestión de vanidad, tremendismo o delirio de grandeza, era visión, geo-estrategia, genio político.

Este era el gran propósito, la unidad continental de toda la América hispana. Sin embargo, Bolívar propone inicialmente la unidad de la Nueva Granada con Venezuela “bajo un sistema que imite al inglés”, que es, como hemos comentado, su modelo referencial.

A pesar de los limitados materiales de los que dispone, su genio le permite plantear los argumentos que a favor y en contra tiene en el momento la idea de formar una sola gran nación americana. Factores como el origen, religión, costumbres y lengua, potencian la unidad. Pero diversos climas y caracteres, situaciones e intereses opuestos, la combaten.

Con todo, el Libertador augura el Congreso de Panamá, el cual se va convirtiendo en una necesidad frente a las amenazas imperiales; en una “obsesión”, como apunta Pedro Ortega Díaz, quien plantea que Bolívar

“…busca la unión de las repúblicas hispanoamericanas para fortalecerlas, consolidarlas y resolver sus problemas en el seno de una confederación. Concibe tal unión ante los peligros de reconquista que representa España, y frente al poderío de Estados Unidos, a la que avizora ave de rapiña sobre nuestros pueblos” (Ortega, 1998). Doscientos años después, bajo la égida de la espada bolivariana se ha logrado conformar la Unasur y la Celac, frente a prácticamente las mismas aves de presa, comandadas por el águila calva.

Finalmente, la unión de las naciones en una gran confederación, además de ser el camino para alcanzar la libertad y gloria del continente, es necesaria para completar la obra de nuestra “regeneración”.


Definición de una identidad
 

Quizá una de las reflexiones más audaces y profundas de Bolívar, fue aquella en la que abrió el camino para la definición de la identidad del pueblo hispanoamericano naciente: “No somos indios, ni europeos, sino una especie de mezcla entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles”. Al nuevo hemisferio, le corresponde una población identitariamente diferente producto del mestizaje que se dio desde el principio entre los invasores españoles y la población vernácula americana, los indios, y luego con la población traída de África, después de que el filántropo Bartolomé de las Casas recomendara la importación de africanos hacia América para que realizasen el trabajo duro, en su propósito de proteger a la población indígena que venía sufriendo la brutalidad de la conquista.

El 15 febrero de de 1819, durante su discurso ante el Congreso de Angostura, Bolívar matizaría su reflexión de Jamaica, diciendo:

“Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo, ni el Americano del Norte, que más bien es un compuesto de África y de América, que una emanación de la Europa”.

Mientras más reflexiona sobre el tema, más parece llegar a la conclusión de que, efectivamente, somos un pueblo nuevo, el flamante hibrido producto de cruces sin precedentes en la historia. De ahí, que Bolívar dijera en su discurso que “Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos”. Sin embargo, para él la novedad y complejidad de la mixtura parece encerrar algo grande. A pesar de que todos “difieren visiblemente en la epidermis; esta desemejanza trae un reato de la mayor trascendencia”. 

Poco más de un siglo después, José Vasconcelos publicaría su ensayo “La raza cósmica. Misión de la raza iberoamericana”, en el que nos definiría como la “quinta raza universal” (5), fruto de las cuatro razas troncales: el negro, el indio, el mongol y el blanco. Para Vasconcelos, el hombre blanco se convirtió en invasor del mundo y se ha creído llamado a predominar en él. Pero si bien habría un dominio temporal, la misión de este hombre blanco ha sido la de servir de puente, y crear las condiciones para que todas las razas y culturas pudieran fundirse en una raza que sería también una especie de síntesis superadora de las anteriores:

“La civilización conquistada por los blancos, organizada por nuestra época, ha puesto las bases materiales y morales para la unión de todos los hombres en una quinta raza universal, fruto de las anteriores y superación de todo lo pasado”.

No obstante este planteamiento, la influencia del proyecto modernizador totalizante del hombre blanco europeo sigue siendo patente en nuestras tierras, y la cuestión de nuestra identidad un tema complejo ―y a veces polémico― que adquiere matices diferentes en cada país latinoamericano, toda vez que se sigue debatiendo entre intelectuales y científicos de diversa procedencia. Incluso, en marzo de 2010, se dio a conocer una investigación realizada por el IVIC que demostraría que “no somos tan africanos como se cree” (6).

Por otra parte, el filósofo J.M. Briceño Guerrero, cuando reflexionó sobre el tema planteó dos cosas de vital importancia. En primer lugar, sí hay novedad en el nuevo pueblo latinoamericano:
“Podemos lograr la formación de una cultura nueva mestiza. Mejor dicho, se ha estado formando en América una cultura mestiza. Mejor dicho aún, existe ya en América una cultura mestiza en cuyo rostro sobreviven con fuerza rasgos fundamentales de culturas no occidentales” (Briceño, 2007, p.308).

Para el filósofo barinés, el mestizo americano es el “mestizo supremo”. Sin embargo, no coincide con Vasconcelos en su concepto de “raza cósmica”, ya que eso “sería prestar a lo biológico poderes que no le corresponden.” En cambio, define al latinoamericano como un “cosmopolita cultural”. Con todo, es necesario mencionar que si bien Briceño rechaza lo cósmico por místico, coincide con el mexicano al asignar a la nueva raza mestiza un destino y misión especiales:

 “El mestizaje cultural como destino no es pues original ni exclusivo de América, pero tiene en ella un carácter único, sin precedente y sin paralelo. Es el punto de culminación planetaria, de plenitud universal y confiere a América prerrogativas y poderes exclusivos, una misión singular para el futuro de la humanidad” (Briceño, 2007, p.312).

Se trata de un gran “matrimonio polígamo, ardoroso y traumático” que ha tenido lugar, con placer y dolor, en esta América. Bolívar avistó tempranamente lo que no éramos (ni indios ni europeos ni americanos del norte), para señalar el derrotero de nuestros contornos identitarios en plena formación, luego de tres siglos de multiplicación vertiginosa y macondiana de una nueva raza que, a contrapelo de lo que dice Briceño, después de todo tiene mucho de particular, de cósmica.

 Más recientemente, en enero de 2013 y exhibiendo su habitual capacidad prospectiva, el presidente uruguayo José “Pepe” Mujica”, hizo una reflexión que sugiere la existencia de una identidad común latinoamericana, una identidad que podría estar en peligro desde la perspectiva del advenimiento de un nuevo tipo de civilización globalizada-transnacional, y cuya conservación depende de la consolidación de nuestra integración:

“Lo que tengo claro es que los latinoamericanos, para mantener la vigencia de nuestros países, necesitamos un alero que nos proteja, y el alero es andar juntos, el alero no es que cada país pierde su identidad, es que para conservar la identidad tenemos que tener la sabiduría de componer un conjunto” (7).
Al momento de la redacción de la Carta de Jamaica, se reconocía una nueva identidad como base de la unidad; hoy, nuestra unidad debe ser cada vez más integración para salvaguardar nuestra identidad.

Colonialismo y Estado en construcción
 

El Libertador, quien ya ha expresado su preocupación por las consecuencias económicas que el decadente imperio español está generando para la vasta y rica América hispana, también observa las contradicciones y debilidades jurídicas y políticas en el proceso de constitución del Estado, organización que fue calificada por la filosofía clásica como la más importante de todas las asociaciones (Aristóteles, 1978).

Su reflexión sobre la naturaleza del ordenamiento jurídico del Estado y la relación de este con los ciudadanos como pacto social, queda patente cuando afirma que “Los Estados son esclavos por la naturaleza de su Constitución o por el abuso de ella; luego un pueblo es esclavo, cuando el gobierno por su esencia o por sus vicios, holla y usurpa los derechos del ciudadano o súbdito.”

Bolívar, quien observa el atraso económico de un imperio mercantilista rezagado tecnológicamente, pero que sin embargo pretende “hacer el comercio exclusivo de la mitad del mundo sin manufacturas”, también reflexiona sobre la exclusión sistemática que España ha practicado con los criollos respecto a los conocimientos y cargos de la administración pública. De ahí, que denuncie la “infancia permanente” en que nos dejó España respecto a las transacciones públicas. Para ilustrarlo con más elocuencia, destacó que estábamos privados hasta de  “la tiranía activa”, “pues que no nos está permitido ejercer sus funciones.”

Allí, en una Capitanía General de Venezuela constituida tardíamente debido a la férrea y admirable resistencia indígena; en una Capitanía que nunca fue Virreinato; pero más aún en la actitud excluyente de España respecto a la incorporación de los criollos en las responsabilidades de gestión del Estado, podemos señalar algunas de las razones de la debilidad histórica de nuestro Estado, el cual tuvo que ser re-concebido y refundado en 1999 con la llegada del movimiento bolivariano al poder en Venezuela.

Bolívar también reflexiona sobre un aspecto de la realidad socioeconómica de los americanos que alude la exclusión sistemática del colonialismo y que alude un rasgo cultural que después se agravaría y complejizaría con el hallazgo del petróleo y la estructuración de la economía rentista:

“Los americanos en el sistema español que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de ciervos propios para el trabajo y, cuando más, el de simples consumidores.”

El “progresismo” de Bolívar queda patente, al considerar una suerte de crimen que en una tierra con potencial tan vasto no estén actuando las fuerzas que se sabe están operando en otras latitudes, en sintonía con la idea de progreso industrial en ciernes: “Pretender que un país tan felizmente constituido, extenso, rico y populoso sea meramente pasivo, ¿No es un ultraje y una violación de los derechos de la humanidad?”
Como puede colegirse de las inquietudes y reflexiones bolivarianas de hace 200 años, hay algunos temas políticos neurálgicos en torno al federalismo, las leyes y la administración del Estado que deben llamarnos a la reflexión. Hoy, podríamos preguntar, por ejemplo ¿Hasta cuándo exactamente estuvo la nación venezolana abstraída y ausente de las ciencias de Gobierno y administración del Estado?

El hecho, es que con el debilitamiento y la ruptura definitiva con España, “Los americanos han subido de repente y sin los conocimientos previos”. Es decir, han logrado la independencia, presente la idea de soberanía, pero sin haber tenido experiencia previa, como hemos destacado, en materia de gestión pública, de administración del Estado. Se abogó por la República y se logró su declaración, su nacimiento formal, pero sin tener republicanos. Las condiciones geopolíticas internacionales favorecieron la independencia, la cual implicaba una modernización política súbita en las colonias hispanoamericanas. Pero a lo interno, las condiciones para la feliz conformación de una República liberal eran muy débiles cuando no, nulas.
He aquí, de nuevo, la fatalidad histórica que implicó la incorporación violenta de la América hispana a la era de la modernidad política dirigida desde el nuevo centro del consolidado Sistema-Mundo. 

Teoría política ilustrada, educación y realidad americana

Cuando nuestro autor dice: “Yo considero el estado actual de América, como cuando desplomado el Imperio Romano cada desmembración formó un sistema político”, plantea una analogía que, más que audaz, resultó brillante e ilustrativa de lo que ocurría en un territorio por cierto mucho más extenso que aquel que dominó el viejo Imperio romano.

De la misma manera, su caracterización del sistema que se construía en nuestro país resulta un claro ejemplo de la herencia ilustrada y la ideología liberal dominante en el Libertador: “Venezuela erigió un Gobierno democrático y federal, declarando previamente los derechos del hombre”. Destaquemos que utilizó el término “equilibrio de poderes”, que no “división de poderes, lo cual establece una diferencia más importante que sutil, además de subrayar las leyes estatuidas a favor de la libertad civil y de imprenta. Se trataba, pues, concluye, de un Gobierno independiente.

A pesar de su ideal unitario entre la Nueva Granada y Venezuela, Bolívar reitera las diferencias entre los sistemas que se van configurando en los dos países. Sobre la primera, dice que “siguió con uniformidad los establecimientos políticos y cuántas reformas hizo Venezuela”, lo cual sugiere que esta última era la que marcaba la pauta en la materia. Sin embargo, sobre la base fundamental de la constitución de la actual Colombia, vuelve con la crítica a un sistema que ya venía considerando inadecuado para Venezuela. Así, añade que fue “el sistema federal más exagerado que jamás existió”.

La experiencia de la caída de la Primera República había dejado bastante claro a Bolívar la inconveniencia de erigir instituciones “perfectamente representativas”. Así, los “acontecimientos de la tierra firme”, lo que es decir la realidad concreta y no las teorías de Rousseau,  habían dado suficientes pruebas de que había una falta de correspondencia entre ese tipo de institución y nuestro carácter, costumbres y luces actuales.” Recordemos las “máximas exageradas de los derechos del hombre” de que habló el Libertador en su manifiesto de 1812, normativas que en la América meridional adoptaron la forma de desorden, “anarquía” y debilidad del Estado frente a una guerra compleja que reclamaba la centralización del poder.

De todas las reflexiones sobre sistemas políticos y formas de gobierno que pueden hallarse en la Carta de Jamaica, tal vez la más significativa sea, por su vigencia, la siguiente:

“En tanto que nuestros compatriotas no adquieran los talentos y las virtudes políticas que distinguen a nuestros hermanos del Norte, los sistemas enteramente populares, lejos de sernos favorables, temo mucho que vengan a ser nuestra ruina.”

Hoy, si bien podríamos considerar a la República liberal burguesa como un sistema que está lejos de lo que los venezolanos entendemos hoy por democracia, sobre todo cuando sabemos que la República liberal del norte, admirada por Bolívar, se fue convirtiendo en lo sucesivo en una mera plutocracia (gobierno de los millonarios), para 1815, ese sistema era la referencia en materia de modernidad política y, dado nuestro súbito salto a la libertad, Bolívar no concluye otra cosa sino que no estábamos preparados.

Así, a 200 años de una reflexión en la que Bolívar advierte tempranamente las “vicisitudes y prospecto de la paideia” (Briceño, 2007), la necesidad de desarrollar la consciencia cívica y la ética comunitaria, tenemos necesariamente que preguntarnos, ¿Existe en el mundo de hoy un sistema que pueda considerarse “enteramente popular”? Hoy, en nuestras sociedades habitadas por millones de personas, ¿Será posible la democracia directa? Autores como Enrique Dussel han planteado que esta es imposible “en las instituciones políticas que involucran a millones de ciudadanos” (Dussel, 2008, p.41).

En tal sentido, la reflexión apunta a destacar la necesidad de la representación, de la delegación del poder, y al mismo tiempo subrayar que esta representación es ambigua porque el representante puede “olvidar que el poder que ejerce es por delegación”. El modelo teorético, ideal y simbólico (Silva, 2011) a llevar a la práctica en la época de Simón Bolívar era la República liberal, el modelo más avanzado de organización social y política que era presentado como la superación de las viejas monarquías aristocráticas; hoy, ese modelo es el socialismo democrático y bolivariano como síntesis entre lo más avanzado del pensamiento revolucionario europeo y nuestramericano, y nuestro árbol de las tres raíces.

Hoy, en un contexto en el cual el mundo pide y necesita avanzar hacia una sociedad post-capitalista, estamos seguros que un sistema socialista estaría muy lejos de ser nuestra ruina, si consideramos las lecciones de las experiencias del siglo XX. Pero al mismo tiempo, en el mismo espíritu bolivariano, podemos decir que hasta que nuestros compatriotas no adquieran de forma sólida y permanente las virtudes y talentos políticos necesarios, un sistema socialista de participación popular creciente estará situado en el campo de las utopías, pero de las utopías concretas. Estas, afortunadamente, como dijo Galeano, nos sirven para caminar.

Antes de avanzar hacia un sistema socialista, en Venezuela era necesario saldar una deuda social que ya venía acumulándose para el momento en que Bolívar redacta la Carta, en uno de cuyos pasajes se ha referido a Venezuela como “heroica y desdichada”, aludiendo la bravura del pueblo venezolano, y al mismo tiempo los terribles estragos de una guerra que ya se había tragado a parte considerable de sus hijos. De ahí una reflexión que, relacionada íntimamente con la necesidad de centralizar el poder, introduce un elemento humanista que prefigura los venideros fenómenos políticos latinoamericanos:

“Los gobiernos americanos han menester de los cuidados de gobiernos paternales que curen las llagas y las heridas del despotismo y la guerra”.

Indudablemente, podemos decir que ese pueblo sufriente, heredero del ejército libertador, a finales del siglo XX aún padecía las llagas de las guerras de independencia y de los sucesivos despotismos, exclusiones y traiciones a sus aspiraciones de una vida digna, todo lo cual precipitaría al Comandante Hugo Chávez al huracán de la revolución popular, llegando finalmente al poder en Venezuela en 1998.

El militar bolivariano, que en 1992 había sacudido los cimientos de un sistema político en acelerada decadencia, habia llegado para saldar finalmente esa deuda social, proceso que aún vivimos en la actualidad y cuyos rasgos, similares a otros que ya habían hecho historia en varios países de la región a lo largo del siglo XX, hicieron que muchos científicos sociales y analistas lo calificaran ―siempre de forma despectiva― como la última expresión de “populismo latinoamericano”. Así, en el más puro espíritu bolivariano, más allá de calificaciones y definiciones, Chávez vino a rescatar a ese pueblo “heroico y desdichado” postulando al amor como principio político.

Sobre el llamado “populismo”, coincidimos con la tesis que plantea que el rechazo desdeñoso hacia el populismo, lleva implícito una “desestimación de la política tout court” y la visión según el cual la legitimidad de quien puede administrar la cosa pública solo puede obtenerse por medio de un conocimiento “apropiado” de lo que significa la “buena” comunidad (Laclau, 2011). En otras palabras, se trata de una visión teórica de la política que pretende sobreponerse a una realidad heterogénea “incomprensible” racionalmente, pero que extrañamente se ha escenificado desde el México de Lázaro Cárdenas, pasando por la Argentina de Perón hasta el Brasil de Getulio Vargas.

De tal manera, nos atrevemos a afirmar que Bolívar vislumbró el advenimiento de estos gobiernos “paternalistas”, ciertamente populistas en el sentido de Laclau, desde una visión elementalmente humanista y más adecuada a nuestra realidad latinoamericana; desde la lógica infalible según la cual una República liberal era más o menos impensable en una tierra devastada por las continuas guerras coloniales y neocoloniales, luego guerras de colores ―al decir de Herrera Luque―, y con un pueblo diezmado y desdichado que sin duda necesitaba y reclamaba como imperativo histórico, un gobierno que lo tomara finalmente en cuenta y sanara la deuda social acumulada por siglos.

Reflexiones sobre filosofía política
 

A lo largo de este ensayo hemos querido analizar y discurrir sobre los aspectos que consideramos relevantes y vigentes de la Carta de Jamaica; sobre los campos del conocimiento y aspectos de la realidad que tocó el Libertador en sus poco más de treinta brillantes folios. En ese espíritu, ha despuntado en el análisis el Bolívar estadista, el de la avezada visión geopolítica; el que vislumbró el nacimiento de una nueva identidad en un nuevo hemisferio, pero también el analista político y teórico del Estado en cuya reflexión pueden observarse incluso elementos que expresan preocupaciones de carácter sociológico y filosófico.

Como buen hijo del llamado “siglo de las luces” ―para autores como Vladimir Acosta el siglo de la cristalización de la ideología colonialista―, la idea de “Libertad” ocupa uno de los lugares centrales de la meditación bolivariana. La Libertad, pero sobre todo el “hombre en libertad”, resulta para Bolívar un enigma que debe resolverse en el nuevo, heterogéneo y complejo nuevo mundo. Una Libertad que, junto a la Igualdad y la Fraternidad, formarán la conocida consigna que los ideólogos de la Revolución francesa tomarían de la masonería gala, y que había irradiado la era de la modernidad industrial en pleno apogeo.

En un pasaje que pudiera pasar inadvertido, Bolívar se hace una pregunta que habla de la gloria que siente le espera a la América hispana, “¿Porque hasta donde se puede calcular la trascendencia de la libertad en el hemisferio de Colón?”, en una interrogante que deja ver que, a fin de cuentas, se trata de algo que se pierde de vista, de algo inmensurable. Y es precisamente esa interrogante lo que hace de ella un “enigma”, sin olvidar el hecho de que estamos hablando de un concepto emergido en una dimensión histórica-concreta: la del discurso y praxis política del liberalismo que servía de sostén a la Revolución marsellesa que, como sabemos, era la revolución de la burguesía emergente (Bermejo Santos, 2011).

En este orden de ideas, es preciso recordar que esa libertad era la libertad del hombre blanco, europeo, cristiano y burgués; si no que lo digan los haitianos, quienes llevaron a cabo la primera revolución en la región siguiendo la consigna de los revolucionarios de su metrópoli, empezando por la libertad, en una acción heroica que fue considerada por el imperialismo francés como una insolencia inaceptable de los “jacobinos negros” y, por tanto, aplastada a cañonazo limpio. Evidentemente, era muy pronto para que el Libertador pudiera definir la “libertad” como una idea de la burguesía europea emergente.

También, entre las inquietudes manifestadas por Cullen, hay una relacionada con el liderazgo que resulta bastante interesante, en particular por la reflexión que genera en Bolívar. Entre sus comentarios, el inglés ha manifestado que “mutuaciones importantes y felices pueden ser frecuentemente producidas por efectos individuales”, refiriéndose, desde nuestra perspectiva, a esos líderes carismáticos que en las sociedades que los han visto surgir, han dejado profunda huella. Demostrando gran agudeza, el Libertador responde glosando una “tradición de los americanos meridionales” según la cual cuando Quetzalcoalt abandonó la dirección de su pueblo, prometió que regresaría luego que “los siglos designados hubiesen pasado”, para restablecer su Gobierno y renovar su felicidad.

Efectivamente, con el tiempo esa tradición sería aplicada a su misma persona, ya asimilada a las grandes gestas liberadoras de la América del Sur. Así, las tradiciones orales y la poesía épica han decretado que “Bolívar despierta cada cien años cuando despierta el pueblo” (8). Un poco más arriba, hemos visto como ha señalado la necesidad de gobiernos paternales; ahora, talvez en el pasaje de la Carta escrito realmente en tono profético, plantea una pregunta en la que se imagina el efecto que produciría en el pueblo la llegada de un individuo que demostrase tener los “caracteres de Quetzalcoalt, el Buda del bosque o Mercurio.” Pero, más impresionante aún, y pensando siempre en la necesidad de la unión, Bolívar le dice a Cullen “¿No cree usted que esto inclinaría todas las partes?”

Aunque Bolívar deja claro en las líneas siguientes que no será precisamente Quetzalcoalt el que vendrá a operar el prodigioso efecto político de la unión y felicidad de los pueblos, confía en la posibilidad de la existencia de ese tipo de dirigente, un liderazgo vinculado de alguna manera a lo ultraterreno, lo místico-religioso o, al menos, a grandes y extraordinarias capacidades discursivas capaces de obrar milagros como el de “inclinar a todas las partes”. Después de todo, ya en la Florencia renacentista se había verificado el fenómeno con Girolamo Savonarola, un fraile dominico ―como Bartolomé de las Casas― que a fuerza de encendidos discursos caracterizados por la histeria religiosa y la pasión por la lucha entre ángeles y demonios, pudo desplazar del poder a los poderosos Medici por cuatro años (9).

Más aún, ¿De qué están dando cuenta las reflexiones sobre la posibilidad ―o necesidad― de este tipo de liderazgo? Pues, del uso político del sentimiento religioso, del advenimiento del elegido, de la figura mesiánica, del regreso del ungido en fuego. De esta manera, resulta interesante la presencia en la reflexión de consideraciones de carácter teológico con todo y la declarada separación liberal de Iglesia-Estado, como expresión de la separación Teología-Filosofía que se venía gestando desde el fin de la escolástica medieval y aparecían las primeras luces tenues de la modernidad filosófica y cultural.

A partir de sus comentarios sobre Quetzalcoalt, Bolívar observa que la veneración en México de la imagen de la Virgen de Guadalupe “es superior a la más exaltada que pudiera inspirar el más diestro profeta”, y señala que los directores de la independencia de este país se han aprovechado “felizmente” de este fanatismo de la forma más acertada, proclamando a la Virgen como “reina de los patriotas, invocándola en todos los casos arduos y llevándola en sus banderas.” De tal manera, lo que hace el Libertador es un análisis sobre el uso político de la religión operada en México con la virgen de Guadalupe, lo cual plantea un tema central de la filosofía política y de la práctica política histórica, pero también actual si consideramos el regreso de la teología-política al escenario geopolítico de la mano de los neo-conservadores estadounidenses en pleno siglo XXI.

Recordemos que los llamados “neo-cons” son discípulos del filósofo emigrado Leo Strauss, quien desde la universidad de Chicago se erigió en el responsable de la restauración de la antigua tradición teológico-política aplicada a la nueva propuesta imperial del Nuevo Siglo Americano. En tal sentido, en su obra sobre Strauss, Miguel Ángel Contreras explica que “por teología política Leo Strauss entiende las enseñanzas políticas que se apoyan en la revelación divina” (Contreras, 2011). Así, desde una filosofía política que entiende la revelación como una obra de la razón, para así responder a la cuestión de los factores políticos de la convivencia de la comunidad, “la función de la religión revelada es eminentemente política para la escuela straussiana.”

Hacia el final de la Carta, después de señalar que “la unión” es lo que falta para completar nuestra “regeneración”, hace un planteamiento digno de comentar por su vigencia en los análisis políticos contemporáneos. La división imperante no es extraña, porque en toda guerra civil existen dos bandos en pugna: conservadores y reformadores. Su caracterización de ambos partidos, es paradigmática:

“Los primeros son, por lo común, más numerosos, porque el imperio de la costumbre produce el efecto de la obediencia a las potestades establecidas; los últimos son siempre menos numerosos aunque más vehementes e ilustrados. De este modo, la masa física se equilibra con la fuerza moral…”

Efectivamente, liberales y conservadores, moderados y radicales, copeyanos y comunistas, franquistas y republicanos y en general derechas e izquierdas, han delineado los contornos históricos de las luchas políticas modernas. Sobre las cualidades que Bolívar destaca en los reformadores, se trata de una cualidad siempre presente en las prácticas y luchas políticas de la modernidad: el carácter ilustrado de los sectores revolucionarios. Es el “imaginario jacobino-blanquista” y, ya desde una visión crítica, la concepción de “la minoría selecta del partido-aparato marxista-leninista” (10).

Finalmente, dando término al documento, Bolívar plantea una reflexión que nos permitimos emparentar con la filosofía positivista que emerge en Francia a partir del caos generado por las guillotinas de la Revolución, cuando aboga por una creación de un Estado fuerte “bajo los auspicios de una nación liberal”, como condición para “cultivar las virtudes y talentos que conducen a la gloria.” Aún faltaban décadas para que el Curso de filosofía positiva y el Discurso sobre el espíritu positivo (11) vieran la luz, pero Bolívar finaliza su carta diciendo, en palabras no muy distintas a la conocida consigna positivista: cuando logremos establecer un Orden “luego que seamos fuertes”, “seguiremos la marcha majestuosa hacia las grandes prosperidades a que está destinada la América meridional”, es decir, lograremos el Progreso.

Independencia y neocolonialismo

"El velo se ha rasgado y hemos visto la luz y se nos quiere volver a las tinieblas: se han roto las cadenas; ya hemos sido libres, y nuestros enemigos pretenden de nuevo esclavizarnos”, son palabras que bien podemos poner en boca del Hugo Chávez cuando, al concebir el Plan de la Patria y consciente de que “nuestros enemigos” pretendían de nuevo esclavizarnos, propone como primera línea histórica la defensa de la Independencia como uno de los bienes más preciados que hemos alcanzado, hasta alcanzar su integralidad.

Hoy ¿Quien podría dudar ―en un contexto en el que algunos intelectuales de izquierda hablan del “fin del ciclo progresista”, pero sobre todo en un entorno en el cual los enemigos de la independencia y la integración latinoamericana han renovado sus ataques contra los grandes logros alcanzados durante la “primavera política” iniciada con la llegada de Hugo Chávez y la Revolución bolivariana a Venezuela― que pretenden restaurar en la región las tinieblas neoliberales, lo que es decir, esclavizarnos de nuevo? No hay duda, de que la primera flecha disparada de la resistencia indígena, 200 años después sigue abriéndose paso en los cielos encendidos del Caribe, en su incansable lucha por mantener la preciada libertad de esta tierra de gracia.

Bolívar, el profeta racional

Basándose en la propuesta de la “semántica de los tiempos históricos” de Reinhart Koselleck, Oscar Enrique León plantea que la Carta de Jamaica no tiene nada de profética. En tal sentido, considera que esta “…es un testimonio de modernidad. No es profética, sino racionalista. No está dictada por el augurio, sino por la consciencia histórica. No es un ejercicio de adivinación, sino de voluntad de poder” (León, 2015).

Efectivamente, la modernidad consolidada como contexto en el que piensa y escribe Bolívar, engendró una nueva forma de consciencia histórica. En medio de este cambio radical en la relación con el tiempo, del surgimiento de esta nueva filosofía de la historia, el individuo moderno dejó de ser un mero relator de los hechos para convertirse en un diseñador, en un creador de experiencias y circunstancias. Efectivamente, Bolívar es un ejemplo de moderno hombre político, diseñador de realidades que, ciertamente no ha visto en una bola de cristal.

Sin embargo, si un profeta es una persona que conjetura o predice hechos futuros basándose en señales o indicios, no cabe duda de que Bolívar lo es. Y no se trata, por cierto, de un “profeta desarmado”, como un Savonarola apocalíptico y tal vez errático en sus visiones, sino que se trata de un auténtico estadista y visionario que, imbuido del espíritu moderno-positivo del tiempo que le tocó vivir, conjeturó, predijo, y no con poca fortuna y precisión. En conclusión, hubo conocimiento y preparación, pero también  hubo don. Así, Bolívar es un iluminado de la nueva semántica, profeta de la modernidad; un profeta racional.

Referencias:

1- Dussel, E. (n.d.). Europa, Modernidad y Eurocentrismo. Obtenida el 30 de septiembre de 2015, Página web de Enrique Dussel, en: http://enriquedussel.com/txt/1993-236a.pdf
2- http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/latin_america/newsid_7088000/7088936.stm
3- http://actualidad.rt.com/actualidad/167108-eeuu-elevar-contingente-militar-peru
Ver también: http://www.contrainjerencia.com/?p=108863
4- Mignolo, W. (n.d.). La Colonialidad a lo largo y ancho: el hemisferio occidental en el horizonte colonial de la modernidad. Obtenida el 30 de septiembre de 2015, Página web: http://people.duke.edu/~wmignolo/InteractiveCV/Publications/Lacolonialidad.pdf
5- En el prólogo a “La raza cósmica”, en: http://www.filosofia.org/aut/001/razacos.htm
6- En: “No somos tan africanos como se cree”: http://www.aporrea.org/actualidad/n153821.html
7- Ver entrevista a José “Pepe” Mujica realizada por Patricia Villegas de TeleSur, en: https://youtu.be/gRlACC9kETc
8- Canto a Bolívar, en: http://blog.chavez.org.ve/temas/libros/un-canto-para-bolivar-pablo-neruda-1950/#.Vhp_hW5WVdk
9- Ver breve biografía de G. Savonarola, en: http://www.mgar.net/var/savonaro.htm
10- Sobre el imaginario jacobino-blanquista, ver: http://www.aporrea.org/ideologia/a110955.html
11- Versión PDF de la obra, aquí: http://biblio3.url.edu.gt/Libros/comte/discurso.pdf



Bibliografía:

Aristóteles (1978). La Política. El Cid editor. Buenos aires.

Briceño Guerrero, J.M. (2009). El laberinto de los tres minotauros. Monte Ávila Editores Latinoamericana. Caracas, Venezuela.

Contreras Natera, Miguel Ángel (2011). Una Geopolítica del Espíritu. (Leo Strauss: La filosofía política como retorno y el imperialismo estadounidense). Celarg. Caracas, Venezuela.

Dussel, Enrique (1994). El encubrimiento del otro. Hacia el origen del “Mito de la Modernidad”. Plural Ediciones-UMSA. Bolivia.

Dussel, Enrique (2008). 20 tesis de política. Fundación editorial El Perro y la rana. Caracas, Venezuela.

Graziano, Walter (2007). Nadie vio Matrix. Grupo Editorial Planeta. Buenos Aires, Argentina.

Laclau, Ernesto (2011). La razón populista. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, Argentina.

Menzies, Gavin (2009). 1434. El año en que una flota china llegó a Italia e inició el Renacimiento. Random House Mondadori S.A. Bogotá D.F.

Ortega Díaz, Pedro (1998). El Congreso de Panamá y la unidad latinoamericana. Monte Ávila Editores Latinoamericana. Caracas, Venezuela.

Pividal, Francisco (1977). Bolívar: pensamiento precursor del antiimperialismo. Casa de las Américas. Ciudad de la Habana, Cuba.

Silva, Ludovico (2011). Teoría del socialismo. Fundación para la cultura y las artes. Caracas, Venezuela.

Quijano, Aníbal: "Colonialidad del Poder, Eurocentrismo y América Latina". En Edgardo Lander, comp. Colonialidad del Saber, Eurocentrismo y Ciencias Sociales. CLACSO-UNESCO 2000. (Ensayo)

León, Oscar Enrique (2015). La Carta de Jamaica. De la tradición profética a la modernidad semántica. Revista Memorias, Bicentenario de la Carta de Jamaica. Nº33, julio-agosto 2015, p.14-19.

Documentos de Simón Bolívar:

Bolívar, Simón (1815). Carta de Jamaica
Bolívar, Simón (1812). Manifiesto de Cartagena
Bolívar, Simón (1819). Discurso de Angostura
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*Ensayo con el que participé en el concurso Ensayo Histótico Carta de Jamaica, organizado por el Centro Nacional de Historia, bajo el pseudónimo de El Macedonio.

Amaury A. González V. / Caracas, octubre de 2015.

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