Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

sábado, 26 de mayo de 2012

La teoría bolivariana de la historia: una visión integral desde la indianidad

Este miércoles continuó desarrollándose el taller “Teoría de la historia de la Revolución bolivariana” en los espacios del Instituto de Estudios Diplomáticos Pedro Gual, con la dirección del historiador Eloy Reverón y con la participación de un público que, más allá de los distintas edades y bagajes, tienen el común interés de impulsar una descolonización de la epistemología, del conocimiento, de la historia.

Sencillas preguntas como ¿Qué es la historia? O ¿Qué es el bolivarianismo?, han servido a lo largo del taller para abordar la nada fácil problemática de redescubrir la historia, lo que quiere decir despojarla de la ideología que sirvió para justificar la violencia de la dominación de los 500 años. Francisco Pividal, autor del libro Bolívar: pensamiento precursor del antiimperialismo, definió la historia como la interpretación del pasado de acuerdo a los reclamos del presente. Hoy en Venezuela, pero también en toda nuestra América y en el contexto del bicentenario, existe un reclamo: liberación definitiva; independencia integral.

Es pertinente recordar también las palabras con las que el filósofo de la liberación Enrique Dussel, clausuró el V Foro Internacional de Filosofía, hace ya dos años, cuyo eje temático fue “La historia como herramienta de transformación liberadora de la sociedad”. Volvemos al tema que nos ocupa; más aún cuando Dussel se preguntó cuál era el papel en América Latina en la historia mundial, partiendo de una básica premisa: todas las ciencias exactas ―además de las ciencias sociales― tienen detrás una particular concepción de la historia, lineal, eurocéntrica, con la capacidad para impregnar con su visión todas las disciplinas científicas. Es así, como las historias nacionales que fueron escritas por las clases dominantes de cada país necesitan ser redescubiertas, tanto como necesitamos comenzar a reconocer que no hay tal cosa como una historia universal, y sí una historia pluriversal. Estamos hablando aquí, de lo que el grupo de pensamiento decolonial denomina “Mundos y conocimientos de otro modo”.

En el mismo sentido podemos citar a Eduardo Galeano, quien recordando un viejo proverbio africano nos dice que “mientras los leones no tengan sus propios historiadores, las historias de las cacerías seguirán siendo escritas por los cazadores”. Como puede verse, la reflexión alude a los pueblos oprimidos del mundo, y a propósito de las cacerías indiscriminadas, a los elefantes muertos por el fusil de rancios monarcas. De lo que se trata entonces es de inventar, concebir, una nueva concepción de la historia donde nuestra América ocupe el rol central que desempeñó desde los mismos inicios de la apertura del mercado mundial, del moderno Sistema Mundo. Con este propósito, y desde una perspectiva transdiciplinaria, se construye la Teoría Bolivariana de la Historia, sin divisiones espacio-temporales ni fragmentaciones del saber.

Es esta la orientación del taller, que este miércoles continuó con un repaso del contexto geopolítico mundial del siglo XX, como macro-marco que debe tenerse siempre en cuenta para la comprensión de los procesos políticos nacionales, relacionados indefectiblemente con el contexto de lo que ocurre en el resto del mundo que, recordemos, es un sistema-mundo.

Lo que se dio en llamar “bolivarianismo” y lo que significó en el período anterior a la Quinta República ser bolivariano, fue el eje de la reflexiones de la sesión. Y es que, ser bolivariano llegó a reducirse, por obra de los “amos del valle”, a ser un buen repetidor de las frases de bolívar, palabras que, de otro lado, habían sido pronunciadas por El Libertador, un ser sobrenatural que cuando el pueblo despertó, se encontraba elevado en el alto pedestal de lo etéreo, en la categoría de prócer cuya estatua inspiraba respeto desde su nebulosa altura. Sobre este tipo de “bolivarianos”, Reverón ya había destacado la significación de la diferencia entre seguir la palabra escrita al pie de la letra, y la palabra como fuente de inspiración, surgida en un contexto, en una realidad concreta.

Porque otra cosa distinta a El Libertador, es Simón Bolívar, el hombre de carne y hueso, cuyo ideario y proyecto político se quiso alejar del pueblo convirtiendo al hombre en un semi-Dios, y por tanto en un ser objeto de culto y adoración. Decía Reverón en su exposición que López Contreras fue el responsable de instaurar el bolivarianismo como religión civil, fundando la sociedad bolivariana. Cualquiera que coleccionara algunas frases de Bolívar podía adjudicarse el título honorífico de bolivariano; tanto que hasta Mussolini era bolivariano, alguien que exaltaría el “genio militar” de Bolívar y que mistificaría el episodio del juramento del Monte Sacro; agreguemos también a la gama, a los bolivarianos ―que lo son muchas veces sin saberlo― que lo son en la medida en que gustan mucho de los bolívares.

De tal manera, se trata de estudiar al Bolívar hombre, con sus debilidades, su voluntad, sus miedos, sus vicios y virtudes, el contexto en el que surge su ideario y lo desgarrador de comprender que este ―el ilustrado y liberal― tenía que ser heroicamente adaptado y recreado en función de la realidad de una tierra que no era Europa ni Norteamérica, sino un compuesto de África y América.

“Relacionar las cosas es verlas como son”, fue una de las divisas con las que se dio comienzo a estas reflexiones sobre el conocimiento de la historia, lo cual habla del esfuerzo por reunir los fragmentos de un saber que fue quebrado como forma de dominio intelectual, que sumado a la división social el trabajo y a la división espacio temporal de la historia, han conformado la pirámide de la dominación por 500 años.
Tenemos entonces una realidad, y ella nos habla de lo mucho que hay por hacer, en un contexto donde las instituciones de la sociedad civil (Gramsci) parecen seguir manteniendo la vigencia de las fuerzas de dominación que se instauraron aquí siglos atrás, fuerzas por cierto que se enfilan sobre mentes y corazones, y que hoy tenemos la oportunidad de derrotar.

Esta construcción de la “Teoría bolivariana de la historia” continuará el próximo miércoles 30 de mayo en los espacios del IAEDPG. Los interesados en participar pueden comunicarse con el 04169106123,  enviar un correo a: tallerthrb@gmail.com o acercarse directamente al lugar. 


lunes, 21 de mayo de 2012

No estamos seguros de que fue esto, aunque parece un funeral realizado en mitad de la autopista

No es primera vez que los motorizados son noticia en la ciudad. Curiosamente, en un video de finales de los setenta, un candidato a la Presidencia de la República se desgañitaba denunciando los abusos que cometían los motorizados, lo cual me hizo pensar que muchas de las cosas que se ven hoy, no tenían en realidad mucho de nuevo.

Claro, una de las diferencias, puede que la más importante de todas, es el incremento exponencial de este contingente de “jinetes sobre ruedas” quienes, sin meterlos a todos en el mismo saco, se comen flechas, manejan por aceras -tropezando o atropellando en algunos casos a transeúntes que siempre pensaron que las aceras eran para caminar- y rayan y aboyan vehículos en esas raudas y osadas maniobras que ensayan en calles, avenidas y autopistas.

Ellos mismos, también es verdad, muchas veces son las víctimas de sus propias audacias, y cada día podemos leer en la prensa -y muchas veces ser testigos- de como en su cotidiano bregar pierden la vida -si no ellos el copiloto que llevan detrás- en un desigual encontronazo donde las leyes de la física se imponen inexorables. También hay que decir, que el papel que jugaron los motorizados durante los hechos de abril de 2002, que tuvo su relevancia, parece haberles otorgado una especie de patente de ciudad. Interprete usted.

Sin embargo, estamos seguros que a finales de los años setenta no se veían cosas como la que ocurrió en horas de la mañana de hoy en la autopista Francisco Fajardo, al nivel del Centro Comercial El Recreo, en dirección oeste-este, cuando lo que parecía una caravana fúnebre de motorizados decidió detenerse en plena autopista para rendirle un último homenaje de calle un compañero que, de otro lado, pudo haber perdido la vida en pleno cumplimiento de sus deberes, víctima de la imprudencia sobre cuatro ruedas, que cómo no, también la hay.

El hecho, es que el vehículo que transportaba al difunto, tras el que venía un contingente como de 30 motorizados, y puede que a petición de éstos, se detuvo en la autopista para descargar el féretro. En las imagenes captadas por Antonieta, quien desde el C.C. El Recreo tuvo una mirada privilegiada, se puede ver como a la urna, ya en plena vía, se van acercando los compañeros a darle un último adiós -O que se yo- mientras las motos estacionadas van formando un piquete que va acumulando el tráfico con la mayor efectividad.

Nada tan humano como velar y enterrar a nuestros muertos, pero hacerlo en pleno día en medio de una autopista -y me refiero a lo primero, si bien no vimos cremación o algo parecido- parece entroncar con el más elemental sentido común. ¿Una forma de protesta? ¿Una manera de victimizarse? ¿Un malandreo gratuito y hay que calarsela y punto? Su comentario nos será de gran ayuda para dilucidar esta expresión de lo que podemos llamar realismo mágico urbano.

Dado el último adiós, los compañeros del difunto volvieron a sus motos dando fin a la ceremonia, no sin antes dar unas vueltas alrededor de la urna, para finalmente meterla en la carroza y seguir el camino. ¿Será que tal ritual lo hacen en varios puntos de la ciudad? ¿Será que buscan el más vistoso? Importante es señalar que en ninguna parte se vio a las autoridades competentes, a la policía, por ejemplo.

Añadamos finalmente, que tales acciones le otorgan una connotación negativa a la palabra anarquía, vocablo usado por mucha gente al momento de calificar acciones de esta índole, aunque este sugiera todo lo contrario al bochinche y la falta de conciencia.


Poderenlared.com

Un susto del carajo

Transcurría la Semana Mayor en Mochima, un Parque Nacional paradisíaco extendido en el oriente. La arena de esa playa tiene un tono arcilloso y masajea los pies de forma muy particular. De ahí su nombre de Playa Colorada. Frente a ésta, como el lomo de un lagarto gigante que va tras su presa, está la isla de Arapo. No sé qué distancia separaba la playa de aquella porción de tierra, pero tres años atrás logramos llegar a nado aunque, es cierto, recurriendo al impulso de las chapaletas.

Ese jueves santo, cerca de la orilla y viendo el horizonte, Tony recordó aquella hazaña. Habíamos clavado las carpas dos días antes, y ya a las siete de la mañana el sol convierte en sauna cada una de las tiendas, que durante el día son un depósito de bolsos, toallas y cualquier cosa que lanzáramos en su interior. Muy prácticas ellas. Tony me llevaba algunos años. Era un atleta que llevaba toda la vida formándose en las artes marciales. Aunque de baja estatura era de una gran fortaleza. Nunca bebió ni fumó. En ese momento su mirada se clavó en la isla, y de repente volteó con un gesto de revelación, y me soltó:

― ¿Nadamos a la isla?

Era verdad que estábamos algo aburridos, aunque por ahí ya andaban brincando y saltando toda una variedad de estatuas griegas de piel tersa y aspecto virginal.

― ¿Nosotros nada más? ¿Sin las chapaletas? ―Le dije dando a entender que sin ese recurso el desafío por lo menos se triplicaba.
― Sí vale, así mismo ―Me dijo convencido de que tal cosa no era nada para nosotros.

Acepté el reto sin reparar en mayores detalles. Los demás muchachos estaban en el pueblo más cercano comprando víveres. Queríamos sorprenderlos ―a ellos y a todos los demás― en ese afán tan humano de conquistarlo todo.

Un bloqueador solar de colores en la cara y hombros fue lo único que llevamos. La decisión estaba tomada y nos metimos al agua con toda la confianza. Esta era de una transparencia que permitía ver los pliegues de tierra del fondo y hasta los cardúmenes que aparecen súbitamente como un hechizo brillante, y se tornaba verde oscuro y hasta más fría a medida que nos adentrábamos. Comenzó el braceo. Tony iba por lo menos diez metros adelante. Luego de avanzar unos minutos volteé y vi la playa que quedaba atrás. Mi compañero no paraba. Se alejaba poco a poco y una extraña sensación de soledad me invadió, como si de repente me encontrara en medio del desierto.

Por una fracción de segundo quise regresar, ya me sentía en mar adentro y los brazos como que estaban muy tensos para todo lo que faltaba, que era mucho. Con las chapaletas nos tardamos hora y media, recordé. Cuando volteaba veía las cabecitas de la gente y llegué a pensar que estábamos algo locos; que esa idea producto del ocio había tenido algo de imprudencia y de locura. Pero seguía nadando. Cuando me cansaba me detenía y flotaba un poco mirando el cielo medio gris, que por otro lado hacía más amable la travesía. La determinación de mi amigo, quien braceaba sin prisa y sin pausa, era ya mi única motivación. Ya atrapado en esa inmensidad, aunque mucho más cerca aún de la playa que de la isla, divisé en el horizonte algo más temible que un tiburón o cualquiera de sus parientes. A medida que se acercaba podía constatar, fatalmente, que la lancha se precipitaba hacia nosotros. Venía con la proa levantada, a una velocidad suficiente para no advertir a este par de emprendedoras criaturas.

Detuve el nado, y fijé la mirada en la punta de la embarcación. Creo que el tiempo también se había detenido para nosotros. Tony se detuvo pero extrañamente agitaba los brazos levantando agua. Ahí mismo caí en cuenta. La lancha venía hacia nosotros y de eso ni él ni yo dudábamos; lo que no podía ver era hacia quien se dirigía o si pasaría entre los dos. Pero como el chapoteo de Tony no podía ser un juego era claro que la lancha iba directo a él. Sumergirme lo más que pudiera era la opción que tenía en caso de que el aparato aquel se viniera encima. Vi el torso de mi amigo salir a la superficie agitando los brazos. Comenzó a gritar. Lo que sentí en ese instante infinito debió ser algo parecido a lo que siente el paracaidista que, en el raudo descenso, jala la cuerda y se queda sin respuesta. Fue algo paralizante y no fueron pocos los recuerdos de lo vivido que me asaltaron. Aparentemente estaba fuera de peligro ¿Pero, qué pasaría con mi hermano mayor?

La opción de Tony, que contaría después, era sacar el torso de un brinco, si es que algo así se puede en el agua, y aferrarse a la orilla del yatecito ese. Creo que ese optimismo y ese temple y esa reciedumbre lo salvaron al final. Por un momento no lo vi, mientras la lancha pasaba. Las pequeñas olas que generó me llegaron en tres segundos.

Ah, claro. Regresamos a la playa, y eso porque luego del tiburón mecánico apareció un guardacostas. Sí, fue demente querer seguir después de esa experiencia. Tony casi no lo cuenta.

Amaury González Vilera

martes, 15 de mayo de 2012

Historias secretas, viento y eucaliptos

Naturaleza y civilización
Dormir junto a la ventana es poder ver cada mañana las luces del amanecer. Para ello me basta extender el brazo y correr un poco la cortina. Muchas veces, cuando hay buen tiempo, se puede ver como el gris casi negro se va degradando en morado y azul, al tiempo que aparece un tenue naranja en el horizonte.

Desperté, respiré profundo, hice lo de siempre. Recogí y amarré las cortinas, abrí un poco las ventanas corredizas. Como lloviznaba no saqué completamente la cabeza, como hago siempre para tomar una bocanada de aire fragante, antes de hacer algo de ejercicio y encender la computadora. Me puse los lentes para poder ver bien esa lluvia, que era más que un rocío, y así estuve unos minutos viendo ese panorama. El agua caía transversalmente por la brisa, que hacía vibrar las ramas de los árboles, cuyo rumor hacía creer que la lluvia era más recia. La mayoría de estos árboles proliferan alrededor de los edificios, y en su mayoría son pinos y eucaliptos. A uno de estos, yo lo llamo el Brócoli, por el parecido que tiene su copa con el vegetal, y junto a un pino que tiene al lado son los más altos del lugar. La brisa lo tambaleaba; el pino se mantenía más firme.

El concierto de los pájaros no resonaba como en una mañana de sol, pero confundidos con el sonido de las hojas sacudidas se escuchaban sus inquietos y armónicos silbidos. Abajo, entre la vegetación y los edificios, está la calle por donde entran y salen los vehículos. Está mojada, brillante: el cielo parece reflejarse en el pavimento. Vía ligeramente inclinada, una baja y entra, otra sube y sale. A lo largo de estas, se extiende un espacio para que estacionen los visitantes o quienes necesiten más de un puesto. Afortunadamente, una acera que viene de arriba bordeando la vía de asfalto nos permite llegar también a pie a nuestros hogares. Dos señores, visiblemente mayores, uno de ellos cojeando, vienen bajando por ella en dirección al CDI (Centro de Diagnóstico Integral), ubicado entre los dos largos pasillos de la planta baja, y que recibe gente de muchos lugares del sector durante todo el día. Estoy seguro que los tres paraguas que vienen bajando, ―aparentemente dos señoras y un niño― antes de la curva, un poco más arriba, también vienen “a la clínica”, “a donde los cubanos”, como dicen muchos.

Entran y salen carros y una que otra moto. Una de estas es extremadamente escandalosa, y si tienes la mala suerte de que salga una mañana bien temprano, puede ser tu peor despertador. Pero además de los vehículos particulares, también van y vienen durante todo el día las camionetas (colectivos), las cuales dan la vuelta en una redomita que está frente a la entrada principal del conjunto de edificios. En el centro de ésta hay un jardín donde se levanta una alta palmera, y desde este ángulo se ve impertérrita, invariable, como si no estuviera ahí.

Esa redoma es un lugar de encuentro, de confluencia. A toda hora, y desde aquí lo puedo ver, está el muchacho que trabaja como parquero, un hombre moreno, alto y delgado, de caminar parsimonioso casi imperceptible, siempre con una gorra, con una barba tipo candado blanqueada por las canas. Este muchacho puede que esté cerca de los cuarenta, y su mirada tiene algo de tristeza, de melancolía. En los momentos más solitarios del día se le puede ver en los alrededores de la vuelta, pensativo, esperando que llegue algún visitante a estacionar para entregarle el papelito. Cuando lo veo siempre me pregunto: ¿Qué le habrá pasado? ¿Habrá estudiado? ¿Con tantas cosas que hacer en este país, por qué deja que se le vayan los días haciendo nada? ¿Algún tipo de discapacidad? Claro, algo de pasta debe captar el hombre en su oficio. Además, por la tarde es algo diferente, cuando va llegando gente de su jornada y un grupo habitual de jóvenes se aglutina en el espacio a echar cuentos, a sacarse el tráfico y el aburrimiento. Lo que sí es seguro es que su parquedad debe esconder los datos precisos sobre ciertos sucesos que han quedado envueltos en un halo de misterio, como el ocurrido aquella madrugada de año nuevo cuando, a dos jóvenes que venían a una fiesta en una de las torres, los golpearon salvajemente en lo que fue al parecer un ajuste de cuentas, o aquel en que, con un fuego artificial de alto calibre, hicieron polvo la vidriera de un concurrido abasto.


La entrada a las residencias, se abre en la avenida que viene de la perimetral que atraviesa toda la “ciudad dormitorio”, y sigue hasta el embalse La Mariposa, ya cerca de la autopista que conduce a Caracas. Esa entrada está al nivel del piso 7 donde vivo. Ya sea que entres caminando o sobre ruedas, debes recorrer la calle en Zig – Zag para llegar a la entrada principal. En toda la curva se levanta una casa de dos niveles. Desde la ventana se ve hacia la izquierda, medio tapada por los árboles. Es el hogar de “El latonero”, un señor de apariencia humilde, de baja estatura, grueso, bastante moreno y de bigotes grises. Su apariencia es la de un tabernero retirado que encontró la tranquilidad de la bonanza restaurando coches chocados. Un viejo machetero que un día había llegado del monte adentro, abriéndose camino entre la desesperanza y medrando con esfuerzo y trabajo.

Por lo general, entre la casa del latonero y las residencias, siempre se están paseando tres perros grandes. A uno de ellos le dicen Hugo y los vecinos lo tratan con cariño. Esa mañana se divertía persiguiendo a los carros que salían. Una vez, hace poco, se le pegó atrás al motorizado de la pizzería que está en planta, frente a la torre E. Este venía llegando, a una velocidad moderada. El perro lo siguió de cerca como si tuviera la intención de morderle una pierna. El conductor, sorprendido por el ataque había estirado la pierna para sacudírselo y esto le hizo perder el control, rodando varios metros con la moto y fracturándose algún hueso de la pierna.

Así es el cuadro que cada día veo por la ventana rectangular. Una mezcla de naturaleza y civilización, el sonido árboles y pájaros, de brisa y de perros, confundido con el ronquido de los motores y las voces de la gente que va y viene. Una trama de historias secretas, viento y eucaliptos.

Amaury González Vilera

miércoles, 9 de mayo de 2012

Puertas y secretos en el Guaraira Repano

Puertas_y_secretos_en_el_guaraira_repano
Recientemente, el escritor Britto García mencionó en un discurso al cerro que nos separa del mar y que hace de Caracas un valle. Con una convicción que relucía en su amplia frente, dijo que éramos una ciudad-puerto que no se reconoce como tal. Tal rareza la atribuía el polifacético escribidor a la presencia imponente del Guaraira Repano, conocido también por su nombre colonialista, el cerro el Ávila. Una montaña que esconde muchos secretos que, aparte de ser el gran pulmón en una ciudad tomada por los automotores, es capaz de abrirse y escupir fuego con los movimientos de tierra, como en aquel salvaje terremoto del 67.

Seguí viendo a Britto pero ya no lo escuchaba. La voz Caribe Guaraira Repano me trasladó unos cuantos abriles atrás, cuando subí con Carol por sus faldas verdes y hermosas y sus picas y senderos, a veces selváticos, muchas veces oscuros y solitarios, y escuchamos el límpido sonido del más allá. Carol era mi compañera, de labios gruesos, ojos grandes y cabello largo enrulado. Había practicado Judo desde niña y su cuerpo era macizo por todos lados. Tenía cierta sensibilidad espiritual y una propensión a la aventura que hacía de la relación algo intenso y literario, aunque nunca me abandonó el presentimiento de que tal experiencia no podía durar. Ya habíamos hecho el amor otras veces en los pozos y quebradas de la montaña, furtivamente, y una vez hasta nos lanzamos un rapidin en una de esas curvas ensombrecidas después de mediodía.

Era domingo, día habitual para escapar de la ciudad -sin salir de ella- escalando el Parque Nacional. Llegamos jadeando al Corta Fuego, la primera estación. Carol tenía un mono azul marino ceñido al cuerpo, lo cual exaltaba sus nalgas de atleta muy al estilo de la López. Le di una nalgada. La deseaba. Me miró y supo que la miraba con deseo. Tomé su mano, la jalé hacia mí y le di un beso. Pero la montaña pedía que la conquistáramos y nos propusimos llegar a la próxima estación: la Cruz; una estructura que fue levantada luego del terremoto del 67 para proteger la ciudad y que la encienden todos los 1º de diciembre. Noté que a medida que subíamos Carol hablaba menos. Empezaron a ocurrir cosas, digamos, extrañas. Un gallinazo, entre negro, marrón y blanco apareció como caído de un árbol batiendo sus alas, y así como se había posado frente a nosotros con un cacareo súbito y ahogado, así mismo se había ido perdiéndose en el monte.

Se respiraba, como siempre, el aire más puro que conocíamos. Nos paramos un momento a descansar. Saqué el termo con agua del bolso que llevaba y bebimos, respiramos. Me puse metedor de mano y ahí jugamos unos segundos. Llegamos a la Cruz, pero queríamos explorar más. Divisamos un camino que conducía al Parque los Venados. Le propuse a Carol meternos por ahí para conocer algo nuevo. Le dije que lo conocía, pero le mentía. Lo que sí sabía era a donde conducía. No muy convencida aceptó la propuesta. Empezamos a caminar con confianza por el estrecho sendero y a medida que nos adentrábamos el monte se hacía más espeso. Árboles frondosos hacían del camino un túnel natural, y de repente el viento los sacudía arrancándoles rumores que parecían gritos suaves. Carol me contaba sobre un episodio oscuro relacionado con unas sombras que fueron a visitarla un día a su casa. Tengo que decir que su rostro adquiría una sensual seriedad cuando se ponía metafísica. En eso sentí unas insoportables ganas de orinar. El silencio era algo inaudito. En una curva nos impresionó una ancha piedra negra como de 7 metros de alto. Junto a ella, se abría un camino montaña adentro, como si condujera a alguna quebrada o río secreto.

― Creo que aquí puedo orinar― Le dije metiéndome en ese denso hueco.
― No me gusta esto, siento algo raro, mejor vámonos ―Me dijo con preocupante gravedad―. Vámonos, vámonos ya.

Así como me bajé la bragueta me la subí. Del tiro se me quitaron las ganas de orinar. Vi los ojos de Carol como más grandes, como si se le hubiera dilatado la pupila en esa penumbra. Sus ojos eran casi negros, pero ahí parecían morados. Volvimos al camino. Los latidos de mi corazón los escuchaba en mi cabeza. Saliendo, lanzamos una última mirada hacia el fondo de la espesura. Carol vio una especie de altar, a mi me pareció una cesta con frutas. Además, algo se movía.

Tomados de la mano, algo sudados volvimos al camino, pero de alguna forma aún estábamos adentro. Percibimos un aroma fragante. Ahí no se escuchaba ni un pájaro y el techo de árboles filtraba la tenue luz que podía llegar del cielo nublado. Serían como las dos o tres de la tarde. Carol, mirando no se hacia donde, me preguntó si estaba “escuchando eso”. Casi sonriendo le dije que no escuchaba nada. Empezamos a caminar medio apurados, medio nerviosos. Yo trataba de mantener la calma pero tropecé con alguna vaina y casi me caigo. Ahí empecé a escuchar, muy a lo lejos. Convencido estaba que podía ser algún ave o insecto exótico, pero solo al principio.

Era como un silbido, limpio, perfecto. Esas tres notas desconcertantes me sugerían un llamado, un dedo índice diciendo, ven. Le dije que apretara el paso, los dos escuchábamos lo mismo porque ahora sonaba más fuerte y parecía perseguirnos a través del follaje. La estreches del camino, las bajadas y las pendientes no eran impedimento para ese ser que parecía flotar a nuestro lado. No hice sino hablar paja; insistirle a Carol que tal sonido no podía provenir sino de algún animal, pero yo mismo no me creía.

Al fin escuchamos voces humanas. Ya estábamos cerca de Los Venados. El silbido había cesado. ¿Qué vaina había sido esa? ¿Algún duende? Lo que sea que haya sido, me dijo Carol reflexiva -luego de revolcarnos en una grama propicia que encontramos- cuando salimos de la gruta estaba al lado de nosotros. Cuando lo escuchamos junto al oído había quedado a tras, pero me percibió; había una puerta, y nos quería.

Amaury González Vilera

Volver a la Página Principal

viernes, 4 de mayo de 2012

La Plaza de los Museos un 13 de abril

La milicia marchando bajo el aguacero
Ese día se había pronosticado para gran parte del país lo que los observatorios llaman “precipitaciones dispersas de moderadas a fuertes”. Era un día de importantes conmemoraciones. Después de diez años, aquella reacción brutal de la oligarquía permanecía en gran medida impune. Pude llegar al valle de Caracas a eso de las once. La parada temprano esta vez no me sirvió de nada y no me quedó otra que hacerle honor a nuestra tozuda impuntualidad. Cuando subí a la superficie en la estación de Bellas Artes, lo primero que vi fue un cielo enturbiado con ganas de desahogarse, y en los alrededores un panorama demasiado habitual para la gran fecha.

El paseo que va desde la estación hasta la Plaza de los Museos, lugar donde se realizaba la primera Feria de la Comunicación Popular, no exhibía ese aire combativo de unos años atrás. Los mismos libreros, los mismos aturdidos y geniales y versátiles artesanos, los vendedores de discos quemados cubriendo la mercancía con un gran plástico ante el inminente aguacero; una pareja, camina despacio y sin hablar, mirando cada cual su propia referencia; una mujer con el drama en el rostro y un niño en brazos, algún monótono transeúnte, algún muchacho en bicicleta, tres muchachas estudiantes de liceo riendo y paseando, conformaban un cuadro nada trascendente para la fecha en que se conmemoraba la gloria del bloque cívico militar. O se agrupan en la plaza o ya van camino a palacio, pensé.

A medida que me acercaba a la Plaza circular veía más movimiento y más bullicio. Gente con sus camisas y gorras rojas institucionales, algunos con sus carnets colgando del cuello, se agrupaban en distintos puntos del paisaje, como definiendo los objetivos del día; grupos de cuatro y de cinco uniformados verde olivo iban y venían, hacían señas a lo lejos y se cruzaban con el ciudadano liberal que va trotando hacia el Parque Los Caobos, con tres funcionarios de la Policía Nacional con sus chalecos verde fosforescente, y conmigo. Un día de apretadas aglomeraciones despuntaba, y el cielo parecía cerrarse más aún. Llegué a la Plaza que desde hacía dos días estaba vestida de toldos blancos a lo largo de su circunferencia. En el centro, la carpa principal, donde se levantó un modesto escenario para los foros y conversatorios que tuvieron lugar, y donde tocaba sabrosamente un grupo de tambor que había llegado de Valencia; percusiones del pueblo con sabor a Cumbe.

El día de la dignidad nacional tenía en los medios alternativos a uno de sus procreadores.  Sin más me dirigí al toldo donde los medios digitales hacían su muestra; una muestra, por cierto, mucho más que virtual si consideramos que nunca nos pusieron la conexión a la red. Pero esa disonancia en el canto ya no se percibía porque, qué carajo; ese día debía ser de comprensión, de alegría y de fraternidad. Los compañeros de los impresos habían forrado la extensión de su carpa con los colores y las letras de sus periódicos alternativos. En una rauda vuelta de reconocimiento me topé con el director de la Radio Negro Primero, un enérgico afro-luchador quien, con su gorra militar, su chaleco abundante en bolsillos y su agradable charla, declaraba por aquí y saludaba por allá. Chocamos puños y seguí con mi vuelta.

Lloviznaba. Una brisita soplaba suavemente. Algunos compañeros ya almorzaban. Los milicianos se desplazaban frenéticos; se organizaban. En el toldo de Lara TV no divisé a las flacas deliciosas del miércoles quienes, vestidas todas con franelas manga larga rojinegras, daban la impresión de ser un grupo de rock sexo-anarquista. Volví a mi espacio, en el cual no vi a nadie de los que estuvieron el miércoles. En su lugar, en la mesa se desplegaba una portátil y un grupo de estudiantes de liceo visiblemente coordinados por una joven cuyos lentes se combinaban bien con sus pechos disparados, conversaban sobre la importancia de las tecnologías de la información. Voces fluidas, espontaneidad, pura frescura.

Me senté junto a los muchachos y me tragué el almuerzo que me habían dado en uno de los toldos. En eso llegó a nuestro espacio en busca de techo un compañero miliciano. La lluvia por fin había aparecido y caía con todo, logrando reunir y apretujar gente en cada toldo. En tres segundos vi atestado al pabellón central. El grupo de tambor no paraba de repicar los cueros. A una muchacha, al fondo, adolescente sin duda, parecía movérsele sola la cadera. Quería bailar pero sus amigos no parecían sentir el ritmo. Hizo su aparición la disciplinada Milicia Bolivariana, quienes habían brotado súbitamente del Parque aledaño, y que marchaban bajo el temporal a paso redoblado rumbo a la Avenida México. La movilización tenía rato de haber comenzado.

El diálogo con Luque y el sargento Freites se dio de forma natural. Este esperaba la señal de su superior para incorporarse al aluvión del 13 de abril, y con sus botas enlodadas nos contaba sobre su cansancio, que en las últimas 24 horas había manejado con el general desde Caracas hasta Barquisimeto, de ahí a Maracay y luego otra vez a Caracas. Lo saludé con el puño como a manera de felicitación. Para ese momento todos recogían los peroles. La agrupación afro-Caribe inició su recorrido sin dejar de tocar. La lluvia seguía, aunque menos intensa. Le dije a Luque, el comunicador, y al Sargento sonriente para tomarles una foto. Esa imagen era la de la unidad cívico-militar, era la mejor imagen que había captado ese día. Al fin escampó, y la dispersión en la plaza se convirtió en concentración y marcha en la Urdaneta y la Bolívar, en dirección a Palacio, a la conmemoración, al acontecimiento, a la fuerza telúrica.

Amaury González Vilera


martes, 1 de mayo de 2012

Día Internacional de los Trabajadores en Venezuela: tres grandes contrastes con el pasado y con el presente

Este Día Internacional de los Trabajadores es especial en Venezuela, toda vez que en la víspera el Presidente Hugo Chávez le dio luz verde a una Ley que, sin exagerar, se puede calificar como un instrumento jurídico revolucionario: la nueva Ley Orgánica del Trabajo. Si bien se debe garantizar que lo plasmado en la nueva LOT se operacionalice efectivamente en la realidad social-laboral concreta, lo cual constituye la próxima batalla inmediata, el inmediato desafío, no son moco de pavo las reivindicaciones contenidas en el texto de la nueva Ley. Pero indistintamente de las tareas pendientes, tres contrastes refulgen en este importante día.

El primero de ellos se presenta con el pasado, con la Cuarta República, particularmente con el tristemente célebre robo de las prestaciones sociales de todo un pueblo, ejecutado en 1997 en las postrimerías del último gobierno que doblaría el espinazo ante los dictámenes del FMI, faltando poco más de un año para el triunfo de Chávez en las presidenciales del 98. Un pasado de atropello a la clase trabajadora, donde se socavaron elementales derechos de la mayoría obrera a favor del patrón, del empresariado, del capital.

Otro contraste, tal vez el más resonante, es el que se presenta con la actual situación crítica por la que atraviesa, por ejemplo, Europa. Nombremos sólo tres países considerados aún por muchos como “desarrollados”: Italia, Grecia y España. Este último ostenta hoy el más alto desempleo juvenil, el cual alcanza más de 40%, y recientemente logró batir su propio record de paro. Y qué decir de Grecia, donde los suicidios han aumentado preocupantemente en los últimos meses debido a la grave crisis económica; sobre Italia, recordemos por ahora como la funcionaria encargada de la cartera del trabajo anunciaba, con abundantes lágrimas en los ojos, las nuevas medidas que se aplicarían en materia laboral.

En Venezuela, durante el gobierno de Chávez, no sólo se ha aumentado sistemáticamente cada año el salario mínimo,  que con el nuevo aumento es ahora el más alto de América Latina, sino que los pensionados del Seguro Social durante este gobierno también comenzaron a cobrar el equivalente a aquel, garantizando seguridad y bienestar para este importante sector de la población. Con la aprobación de la nueva LOT, se da un paso importante en la dirección de construir el socialismo bolivariano.

Destaquemos sólo tres nuevos beneficios del nuevo ordenamiento:

1.- Retorno de la retroactividad de las prestaciones sociales (Reivindicación histórica).

2.- Protección plena de la familia: seis meses de permiso pre y post-natal para la madre e inamovilidad para el padre.

3.- Consideración del Ser Humano por encima del capital: una verdadera proeza que hay que hacer cumplir en la práctica con organización, lucha y formación.


En resumen, podemos afirmar que la alegría y la pasión popular que ha caracterizado a la celebración de hoy en la ciudad de Caracas y los logros concretos alcanzados por los trabajadores durante el gobierno de Chávez, marcan un elocuente contraste con el pasado del país y con la situación de crisis del capitalismo global. Pero entonces ¿Cuál es el tercer contraste? El que se presenta con el sector retrógrado de los que se oponen al proyecto bolivariano, hoy representado por el candidato Henrique Capriles y que ha mal disimulado su intención de volver con las desfasadas, fracasadas y criminales medidas neoliberales.

De tal manera que, más allá de lo que quede por recorrer en la construcción del socialismo, el estado de ánimo del pueblo venezolano, los hechos objetivos que reflejan lo hasta ahora logrado, y la aprobación de esta nueva palanca jurídica, definen el carácter de la anunciada victoria de Hugo Chávez el 7-O, y se erigen en ejemplo de buen gobierno para la región y el mundo. Lo que nos queda: hacer cumplir la ley.

Editorial Poderenlared.com