Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

domingo, 17 de junio de 2012

Crónica del 11 de junio, o el anticipo de la nueva victoria popular


El lunes once de junio lo que se pronosticaba no era precisamente nubosidad o lluvias dispersas en algún punto de la geografía nacional. Lo que si se esperaba, y que fue augurado por mucha gente, se cumplió con gran exactitud: una gran marea roja inundaría la ciudad de Caracas; una pleamar revolucionaria que acompañaría y daría su amoroso respaldo a la candidatura de Hugo Chávez, en su inscripción oficial ante el poder electoral.

Luego de la jornada, algunos medios del Estado destacarían la solemnidad del acto, y la humildad y dignidad de un Presidente de la República que, en una actividad que realizaba en medio de su lucha contra la enfermedad que lo aqueja, ofreció palabras de reconocimiento al árbitro electoral, una institución que desde 1998 ha organizado 15 transparentes eventos electorales y que actualmente puede considerarse uno de los mejores sistemas eleccionarios del mundo. Pero además, Chávez pronunciaría sus palabras con un libro entre sus manos: el Programa de la Patria, el Gran Plan de la Nación correspondiente al período 2013-2019, política rectora de los destinos del país para los próximos años.

Esa tarde, un cielo abierto bañaba de luz a una ciudad movilizada para concentrarse en las dos grandes plazas adyacentes al Consejo Nacional Electoral: la histórica Plaza Caracas, donde el candidato chayota había hecho honor al curioso epíteto el día anterior, y la Plaza Diego Ibarra, gran espacio recuperado recientemente por el gobierno bolivariano, donde se dispuso de una tarima con dos pantallas gigantes a los lados, y que a todas luces recibiría al Comandante Chávez, ya formalmente inscrito como candidato presidencial. A mediodía, a pleno sol, arrancamos desde los Altos Mirandinos. Durante el trayecto por la carretera y luego en la autopista, fueron varios los autobuses y grupos de jinetes sobre ruedas con quienes nos cruzamos. Los primeros rezumaban alegría por las ventanas; los segundos, eran como siempre, una tromba de audacia y combatividad.

Dos de la tarde, la concentración va tomando cuerpo
Llegamos por la Avenida Lecuna y en una de esas esquinas nos paramos. No hace falta decirlo, pero mucha gente que no estuvo en ninguna de las plazas cubrió la Av. Baralt, la Av. Universidad, y en general todo el espacio en derredor del Centro Simón Bolívar, estructura conocida como “Las torres del silencio”, y que fuera levantado por el gobierno del general Marcos Pérez Jiménez, en un intento de emular al Rockefeller Center de Nueva York. Pero más allá de eso, ahí estaban las gemelas caraqueñas. Comenzamos nuestra breve marcha hasta la Plaza Caracas, lugar donde nos encontraríamos con otros compañeros de la Misión Ribas. Subimos por la calle que da hacia la Iglesia Santa Teresa, templo que brillaba con los rayos verticales de luz que encendían sus cúpulas plateadas. Gente iba y venía, presurosa, entusiasmada. El rojo predominaba. Eso sí, combinado con el negro y el azul del clásico jean. Entre las excepciones estaba el compatriota Pino, que llevaba una camisa manga larga blanca de rayas moradas.

Se respiraba la victoria en el ambiente, el sacrificio de un hombre que daría una lección de oratoria, de retórica, de sensibilidad, de pasión patria. Dos compañeros iban de blanco y negro. Bajaron con nosotros pero no eran de la misión. El muchacho, medio alto, con ortodoncia y lentes, iba de franela blanca y jean. Su amiga, de aire simpático, algo rellenita, lucía blusa blanca, mono negro y una gorra negra con el logotipo de Los Tundercats, popular comiquita de los ochenta. Nadie hizo alusión al contraste y eso me pareció sano. Porque lo importante en todo caso, más que llevar la camisa roja como supuesta expresión de filiación y compromiso, es tener la conciencia roja ¿O no? Más vale revolucionario auténtico con guayabera blanca que un conservador o, peor, un reaccionario, con la relumbrante camisa y gorra rojas. Eran amigos, y cuando llegamos a la plaza se perdieron en la multitud.

En la parte sur de la congregación, esperábamos por la consabida logística. Algunos no sentíamos el hambre pero pertinente era comer algo antes de la inminente explosión del fervor popular. Hermosas militantes se desperdigaban por todos lados. Gente de toda edad. Gente que se ríe, gente con pancartas. Grupos tomándose sus frías. Algunos comentaban el mal espectáculo del día anterior, toda una desilusión que hacía patente lo que diría Chávez el 13 de abril desde el Balcón del pueblo: disputar la presidencia con Henrique Capriles, ese “jardín sin flores”, era un desprestigio para el Florentino de la sabana, el arañero de Sabaneta que había logrado erigirse en líder continental y mundial. Emprendí una vuelta por la plaza en busca de imágenes, de camaradas que tenía tiempo sin ver y que seguro estaban por ahí. En medio del espacio se extendía un corredor por donde entraría Chávez horas después, hacia las cuatro de la tarde. El sol no paraba en su abrazo a toda la materia bajo el cielo y muchos recurrieron a la sombrilla. En un ángulo de la plaza, una tarima donde algún cultor, algúna animadora, lanzaba sus notas y sus consignas mientras la concentración tomaba cuerpo.

Ahí comenzaron los encuentros. Las fotos para la historia, las raudas conversaciones sobre la importancia de pensar en el ocho de octubre y en como radicalizar una revolución que se hizo gobierno popular para todos. La discusión del nuevo Plan, el tema de la nueva comunicación, los nuevos proyectos; la gran vaina de vivir en un codiciado país petrolero. Uno podría, pensando  en la concentración del día anterior y haciendo cierto esfuerzo, imaginar a tres compañeros intentando enumerar las razones por las que ganaría Capriles, sintiéndose un poco descolocados en medio de esa plaza tan lejos del este del este; tratando quizá de impresionar a alguna joven caprilera. Lo que no era difícil imaginar, era a esos grupos indiferenciados que acudieron a la concentración para exhibirse y joder un rato con el pasito de baile ese. Así entendido, asistir al acto de apoyo al candidato opositor no se diferenciaba mucho de una bailoterapia en la Concha Acústica del Parque Miranda. Porque, viéndolo bien ¿Que fue ese show del pasado domingo?: un resumen del mundo individualista, frívolo, despolitizado y banal, que promueve el representante de la sub-burguesía del país y propio de las sociedades macdonalizadas. Sí, esas donde un acto de canibalismo, de por sí una bestialidad, por cortesía del embrutecimiento y alienación hecho cultura, es atribuido a un ataque zombi, como ocurrió recientemente en una ciudad estadounidense. Capriles simboliza la exaltación del universo manipulador de Hollywood, las carreras pagas en universidades pagas, las telenovelas basura, la violencia institucional, las reprivatizaciones; en fin, la reimplantación de un Patrón Colonial de Poder que está siendo quebrado progresivamente por el hombre de la verruga y el cabello enchurruscao.

A eso de las tres decidimos cambiar de plaza. Siendo natural el consenso, emprendimos la caminata hacia la Diego Ibarra, donde había más gente por metro cuadrado que en el concierto de Manu Chao, realizado semanas atrás.

Los fieles a la revolución
Manuel es militante del 23 de enero y compa de la universidad. Cuando nos encontramos andaba con una amiga de su trabajo. Fue ella la que nos abrió el camino entre la impresionante aglomeración, hasta que nos situamos hacia el lado norte de la explanada, más o menos frente a la tarima. Especulábamos con los compatriotas sobre la forma en que Chávez llegaría al escenario; sobre si daría un breve mensaje, o si en cambio se explayaría en un extenso y encendido discurso, tal como nos tiene acostumbrados; tal como lo esperábamos, en el fondo, todos los presentes. ¡Alerta, alerta, alerta que camina, la espada de Bolívar por América Latina!... ¡El pueblo, unido, jamás será vencido!... Eran algunas de las clásicas consignas que resonaban con fuerza. Delante de nosotros, un mar humano que se perdía en el horizonte, que era la tarima, lugar al que llegaba cada vez más gente. No había duda; la presencia de la Guardia de Honor en el escenario, con las palabras “Chávez, corazón de la patria” como telón de fondo, anunciaban la presencia telúrica del Comandante.

Faltaban veinte para las cuatro. Sonaban los himnos del Cantor del pueblo. La voz del intérprete, combinada con el cuatro, era casi la de Alí. La luz inclemente y purificadora amainaba su poder. Voltear la mirada hacia atrás, a los lados, era comprobar que la Revolución bolivariana era un gobierno nacional-popular, un proceso donde todos tienen cabida a pesar de la autoexclusión de algunos sectores. Esa plaza era la sede de la heterogeneidad, de la diversidad étnica y cultural que somos. Un hombre alto, de tez blanca, de escasos cabellos largos, de incipiente barba y bigote gris, hombro tatuado, ojos claros, que se hacía lugar junto a su compañera, físicamente parecida, era tan pueblo como la señora que teníamos al lado, una negra recia cuyo lomo ancho y encorvado hablaba más de su edad que su rostro concentrado con unción en la tarima. Una de sus manos levantaba una bandera, mientras la otra empuñaba un cartel de madera ―una chupeta―  con un mensaje alusivo al Comandante. Vestía de rojo y su cabello cano amarillento se recogía en una boina roja. En sus ojos grandes se veía todo el siglo XX, el sufrimiento, la lucha, la dialéctica dominación―resistencia―liberación.

En la Diego Ibarra. Al fondo, los tribunales

Al fondo, de frente, la tarima
Cuatro de la tarde. El Comandante ya estaba en el CNE acompañado por algunos ministros, los jefes de gobierno del Distrito Capital y representantes de los poderes públicos. Crecía la expectativa. Ahí comenzó a movilizarse la gente. Grupos se desplazaban entre la multitud buscando mejor ubicación; muchos se adentraban en dirección a la tarima. El detalle era que se abrían paso a punta de empujones; sin malas intenciones pero empujando, y no todos estaban dispuestos a recibir codazos o a ser desplazados violentamente sin más. Entre estos estaba la señora de la bandera y la chupeta, que ante el primer empellón se mostró indignada ante los muchachos que pasaban así sin permiso, y ahí mismo comenzaron los chupetazos. Varias cabezas fueron atizadas certeramente con la plancha de madera que sin titubear esgrimía la señora. La gente se abría paso sin reparar en su presencia, y muchos eran sorprendidos con el golpetazo en el coco. Los que estábamos ahí no hacíamos sino reírnos, y alguno hasta inventó ponerse a empujar al desprevenido hacia la señora con intención de multiplicar la escena. Los golpeados levantaban la mirada sorprendidos y a veces molestos, pero se quedaban desarmados al ver el rostro de su agresora, en quien dominaba, pude notar, un claro sentido de la justicia. Si alguien pasaba y la tropezaba sin haber pedido permiso ni disculparse, pacán! Chupetazo para ti; pero si sentía que había sido sin querer, si notaba un mínimo de consideración, no pasaba nada. Pude ver esto de cerca porque tenía a la señora a un lado. Claro, también estuve cerca de recibir mi trastazo en un instante en que el bululú me precipitó hacia ella.

El momento se acercaba. Pancartas y banderas impedían sucesivamente la visión de la tarima. Gente brotaba de las ventanas de los edificios aledaños. Dos metros delante de mí, reconocí el rostro de quien fuera mi jefe hace 12 años en el Banco de Venezuela, para ese momento Santander, en la época de las fusiones, la flexibilización laboral y la tercerización. Otra columna entraba pidiendo paso hacia la gente adentro. Reconocí la voz del que iba delante y que levantaba una filmadora pagada a un largo tubo metálico. Era Carlos Lugo y los compañeros de la Radio Libre Negro Primero, de Sarría, parroquias. En ese momento tomé un testimonio de Manuel, quien es politólogo de la UBV. El discurso de Chávez era tan inminente como la victoria popular, del que esa concentración era un anticipo. Le hice una pregunta a Manuel:

“El 7 de octubre, según lo que dicen todas las encuestas, el presidente va a ganar como por treinta puntos, a pesar de eso no podemos caer en triunfalismos pero ¿Qué piensas tú que tenemos que hacer una vez que el presidente haya ganado esta nueva batalla táctica? ¿Cuáles son las tares pendientes para profundizar el proceso?

Manuel se presentó como luchador social del 23 de enero. Reiteró que la victoria era del presidente pero que no podíamos confiarnos. Que estaban haciendo el uno por diez, que nadie podía quedarse en su casa el 7 de octubre. Su respuesta fue fluida. ¿Qué había que hacer después de que el presidente ganara el venidero octubre? Realizar las políticas del nuevo Plan de la Nación 2013-2019, entre la cuales la más importante es consolidar el Poder Comunal, el fortalecimiento de la participación del pueblo en la definición de las políticas públicas, lo que es la contraloría social a nivel nacional, el pueblo vigilante, la corresponsabilidad de las instituciones con la comunidad de manera de llegar una participación de toda la sociedad, lo cual sería el Estado comunal, “que eso es lo que queremos al final”.

Para Manuel es necesaria otra reforma de la Carta Magna. “Tiene que haber una reforma de la Constitución, porque tenemos que avanzar hacia el Estado comunal, y este tiene que estar plasmado en la Constitución”, afirmó con la convicción de que solo la participación del pueblo a través de los consejos comunales, en conjunto con el Consejo Federal de Gobierno, las alcaldías y gobernaciones, se podrá fortalecer el poder comunal. Asimismo sugirió la revisión de las leyes del poder comunal, de manera que se evitaran solapamientos y contradicciones entre los instrumentos jurídicos, reiterando la necesidad de reformar algunos artículos de la constitución.

Ahí mismo liberaron miles de globos azules, rojos y amarillos desde varios puntos de la plaza. Se levantaron estandartes, pancartas, y banderas. Una cámara instalada en una grúa subía y bajaba. Una hora antes Chávez había enseñado, en el balcón que da hacia la parte oeste de la plaza, el documento que lo oficializaba como candidato. Gente que ya sabía que Chávez hablaría llegaba de los alrededores y se apretujaba entre la multitud. Terminaba la tarde, Chávez ya estaba en el escenario contrapunteando. La comparación con el show del día anterior no cabía, pero era inevitable.

Eso que todos vimos fue una celebración anticipada de la victoria popular que se avecina, del gran aluvión de patria que el 7 de octubre le dará a Venezuela y al continente, la oportunidad de continuar por el sendero de la emancipación y la liberación.

amauryalejandrogv@gmail.com

@maurogonzag

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