Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Cadena nacional y ráfaga de disparos en Plaza Venezuela


Los principales impresos de la ciudad habían amanecido titulando que Maduro anunciaría hoy los cambios en el Gabinete, la imperiosa transformación del Estado, ese gran monstruo propietario de la renta petrolera que le pertenece a todos los venezolanos. Al término de una reunión con algunos compañeros del medio y de la lucha, hacia el atardecer, terminé en Chocolate con cariño conversando sobre ideología, libros y política con el poeta Romero.

Que si la agresividad de la ciudad, que si el fascismo rebrotando en un sector de la clase media y la rebelión de unas masas llenas de vitalidad que lo quieren todo y lo quieren ahora, que consumen y se quejan, que van al cielo y van llorando. Chávez dejó una sociedad despierta, grupos sociales con expectativas de realización de sueños y aspiraciones, legítimos aunque también de opio. El poeta Romero me dice que un amigo psiquiatra le ha asegurado que la violencia estructural, en el corto plazo solo puede combatirse con represión. Pero no represión como plomo a discreción, sino como la articulación inteligente de medidas preventivas disuasorias. Le digo que me parece que Rodríguez Torres está haciendo el trabajo y el poeta me responde que por ahí van los tiros, pero que había que apretar más esas tuercas de la patria segura.

No habíamos terminado el vasito de papelón cuando se fue la luz. La vaina era más que un parpadeo, porque el pana del local estaba recogiendo sillas. Llegamos a algunas conclusiones precarias sobre temas que talvez merecen un tratamiento más detenido aderezado con un par de cócteles espirituosos. Caminamos hasta la estación Capitolio y me despedí del poeta. Llego a la estación Plaza Venezuela. Veo a dos guardias del pueblo que parecen regañar a dos muchachos. Uno de ellos le responde al guardia que revisa su bolso y no de buena manera. Unos metros más allá esta otro grupo de militares, de los que usan el chaleco fosforescente. Impera el orden y la tranquilidad, son las siete treinta, más o menos.

Me aproximo a las escaleras mecánicas de la salida que da hacia el hotel President, y veo a tres o cuatro personas que miran hacia arriba como perplejos, dos de ellos señalan y parecen especular sobre algo. Llego y hago lo propio, y como no se escucha ni se ve nada fuera del paisaje normal de un día cualquiera, subo. Pero el olfato me dice y me advierte. Al llegar al lobby de la estación noto que todo está pelao. Hubo algún episodio criminal y se llevaron a alguien preso, me dije. En una de las esquinas, dos hombres jóvenes hablaban frenéticamente. Uno de ellos señalaba la esquina donde está el perrocalentero, haciendo gestos aparatosos de espectacularidad. Cruzo la calle, y al pasar frente a la cola de los autobuses Yuruani, noto que toda la gente mira medio atónita hacia el mismo punto.

Las diversas colas de gente tienden a atestar esa parte de la acera, por lo que opté por  caminar por los espacios del mercadito que se extiende paralelo a la acera. Ahí, en uno de los locales de ropa, sentada en algún objeto de madera o aluminio, con su bebé en brazos, veo a una amiga de los Altos Mirandinos. De una le pregunto si pasó algo y me pregunta que si no escuche los disparos. Le dije que vi unos movimientos raros pero que no alcancé a escuchar nada. Lisbe me dice que fueron ráfagas de tiros, que estos los lanzaron desde la esquina y por la calle paralela, esa donde está el edificio Inon, un oscuro trecho donde algunas parejas aprovechan para hacer el amor en vehículos con vidrios negros y estacionados con disimulo, y que ha sido escenario de violentas persecuciones y encuentros entre bandoleros urbanos que necesitan cerrar algún negocio.

Lisbe está nerviosa, su bebé duerme en sus brazos. Frente a nosotros, se alza la sede del Sebin. Bajo la tierra, unos cuantos guardias del pueblo hacían su trabajo en los espacios del metro. Pero no hubo explicaciones. ¿Qué había pasado? ¿Una persecución? ¿Un robo o secuestro frustrado? Lisbe me dijo que ese sitio era muy concurrido, que las varias paradas del transporte público atraen siempre a mucha gente. ¿Cuál había sido la intención del que lanzó esas ráfagas de tiros al aire? A esa hora ya el presidente Maduro hablaba en cadena nacional y el país esperaba los anuncios sobre el sacudón. Montados en la camioneta, un señor que escuchó parte de nuestras palabras dijo algo así como “esa es la seguridad que nos da este Gobierno”.

Ahí mismo Lisbe y yo caímos en cuenta: más de la guerra psicológica, de la estrategia del miedo. La gente que llega cansada a esa parte de Plaza Venezuela a hacer la cola para subir a los altos mirandinos y todas las familias que viven alrededor, aunque no todos, automáticamente asocia la cadena nacional con los tiros, los cambios anunciados con incertidumbre, al Gobierno con la “inseguridad”. Me pregunté: ¿Será que el psiquiatra amigo del poeta Romero tiene razón?

@maurogonzag

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