Para cuando escribo estas palabras el Presidente Chávez se encuentra en plena gira por África, Medio Oriente, Europa y Asia Central, dejando claro una vez más para tirios y troyanos que el líder máximo de la Revolución Bolivariana ha sido ─desde que resucitó a la OPEP en los primeros años del gobierno bolivariano─ y sigue siendo el artífice y principal promotor de la Nueva Geopolítica Mundial. Este último, ha sido uno de los objetivos estratégicos fundamentales del proceso bolivariano, presente tanto en el Plan de Desarrollo Económico y Social 2001-2007, como en el Proyecto Nacional Simón Bolívar 2007-2013. Asimismo, la “democratización de la sociedad internacional” figura en el Preámbulo de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela como uno de los objetivos que se desprenden del acto mismo de refundación republicana.
Lo que ha ocurrido en Venezuela en los últimos diez años puede calificarse ─a riesgo de parecer exagerado─ de decisivo, histórico y trascendental no sólo para Venezuela y la región sino para el orbe en su conjunto. Desde el punto de vista nacional, nuestro país recobró el lugar que le corresponde en la región y en el mundo, comenzando por la recuperación de su soberanía y autodeterminación, renovándose y fortaleciéndose la autoestima y la personalidad de una nación que tiene una de las más destacadas tradiciones heroicas entre las jóvenes Repúblicas que se emanciparon del otrora imperio español, hace ya casi 200 años. Desde el punto de vista regional, se retomó el ideal integracionista bolivariano como divisa fundamental de la política exterior de la República, elevando nuevamente al primer plano una realidad que se mantuvo inalterable desde que Simón Bolívar convocara al augusto Congreso Anfictiónico de Panamá: la presencia del imperialismo y la consiguiente necesidad de la integración de unos pueblos que siempre fueron el mismo pueblo. Desde el punto de vista internacional, la renovada política exterior de la República, impulsada de manera brillante y con gran esfuerzo por el presidente Chávez y un renovado cuerpo diplomático, ha logrado efectivamente promover la paz y la solidaridad entre las naciones, además de haber desempeñado un rol protagónico en la creación ─en pleno desarrollo─ del nuevo mapa geoestratégico mundial.
Nuestro mundo contemporáneo está marcado por una crisis sistémica sin precedentes en la historia conocida. A la crisis financiera internacional se suman las crisis energética, alimentaria, moral y ecológica, que por primera vez han puesto en peligro la supervivencia de la especie humana sobre el planeta; todo lo cual nos permite hablar de crisis civilizatoria. La Revolución Bolivariana y su notable impacto internacional han surgido en este contexto nada alentador para el mundo como un faro luminoso que, rescatando los ideales bolivarianos ha logrado llevar esperanza a los pueblos del mundo y convertirse en la prueba concreta de que efectivamente “otro mundo es posible”. Ciertamente, ese otro mundo se hace también urgente y necesario cuando se manifiestan descarnadamente las intenciones del imperialismo ─en connivencia con la recalcitrante oligarquía colombiana─ con la próxima instalación de siete bases militares estadounidenses en territorio colombiano. De tal manera que desde ya podemos destacar en función de este contexto, la gran pertinencia de la obra de nuestro Embajador en la República Oriental del Uruguay, Franklin González.
Si como afirmó el Presidente Rafael Correa, no es una “época de cambio” lo que vive el mundo sino “un cambio de época”, un proceso de transformación estructural con signos claros y elocuentes donde, por ejemplo, por primera vez en la historia un indígena emergido de lo profundo del pueblo Quechua y Aymará, se convierte en Presidente de su país, se hace más que nunca necesaria la comprensión del que podríamos llamar contexto trascendental en el que se escribe la presente obra. Estamos en los años del bicentenario, o mejor dicho, de los bicentenarios. El primer capítulo de la obra, denominado “Bolívar, Miranda y Venezuela”, se inaugura con la conferencia que dictara González en Varsovia a propósito de los 200 años del juramento de Bolívar en el Monte Sacro, exposición donde diserta sobre las duras circunstancias que vivió el libertador en su juventud y que en sus propias palabras lo pusieron “muy temprano en el camino de la política”. En un lenguaje claro y sencillo se establecen importantes analogías entre la lucha por la independencia, la libertad, la unidad y la soberanía que impulsó el Libertador en su época, y los grandes logros que en ese sentido se han concretado en la actualidad a partir de la recuperación del ideario bolivariano.
No obstante, tomando en cuenta que hablar del Libertador es hacerlo del precursor de esa figura y de esa libertad, en este mismo capítulo encontramos un ingenioso repaso del itinerario universal que llevara a cabo el más universal de todos los venezolanos: Francisco de Miranda. Con el original planteamiento de los “comportamientos quijotescos”, González establece una analogía entre el conocido personaje cervantino y el que para Napoleón Bonaparte fuera un “Quijote sin locura”. Tres comportamientos quijotescos a partir de los cuales se destaca la vigencia del pensamiento mirandino, y la capacidad desbordante y ciertamente adelantada a su época expresada en su concepción del mundo como una unidad. A partir de aquí se presentan a estos grandes hombres, pilares de la emancipación suramericana, como los dos utópicos por excelencia cuya “proyección de sus pensamientos” llega hasta nuestros días con toda la fuerza y toda la vigencia de una idea a la que ─ahora sí─ le ha llegado su época. Vale decir, una época signada también por la internacionalización de los flujos políticos, económicos, jurídicos, informativos, militares, culturales y financieros, proceso conocido como globalización y que no es otra cosa que un intento de “convertir al mundo en un gran centro comercial”. Este tema es tratado por el autor en su relación con la Venezuela de hoy, su economía, ubicación geopolítica, su identidad y las novedosas políticas sociales que se vienen implementando con gran éxito.
El primer capítulo finaliza con dos temas fundamentales para comprender cómo la revolución ha irradiado la región con su fuerza liberadora. Un repaso de la política exterior, aunado a los principios que la rigen en la Quinta República, constituyen un importantísimo aporte que les permitirá a los lectores comparar y contrastar cómo se manejaban las relaciones internacionales durante la Cuarta República y cómo se manejan ahora. En este sentido, sin duda se advertirá el contraste con un contexto actual donde el presidente Chávez se encuentra de gira por países como Argelia, Libia, Bielorusia, Siria, Irán y Rusia, entre otros, las cuales constituyen naciones que se proyectan como referenciales polos de poder (por ejemplo, Rusia) en el proceso de constitución de la multipolaridad mundial. El tema del socialismo del siglo XXI es abordado por González desde la perspectiva interna y externa. Desde la primera, luego de hacer una breve mención de los antecedentes del pensamiento y la praxis socialista, haciendo un notable esfuerzo de síntesis, González expone los significativos avances que en su momento Venezuela ─de la mano de la revolución─ había alcanzado en materia jurídica-constitucional, política, económica y social, expresados en el comportamiento positivo de indicadores como el denominado “riesgo país”, la inflación, el empleo o el índice de Desarrollo Humano, además de especificar parte de los grandes avances contenidos en nuestra Carta Magna en materia de derechos económicos, sociales, culturales y en lo referente a la participación popular.
Por otra parte, así como la denominada“Guerra Fría” expresó una particular confrontación entre dos visiones, dos campos, dos proyectos de sociedad, en nuestro contexto de la ALBA del siglo XXI pareciera renacer esta histórica lucha entre el capitalismo y el socialismo como proyectos antagónicos, salvando las distancias y haciendo las salvedades de rigor. Una de esas salvedades, digna del más valioso reconocimiento, es que Venezuela, junto a la heroica e histórica resistencia de la Cuba socialista, es uno de los actuales y principales defensores y embajadores del socialismo en la región y el mundo. González deja claro que en el contexto post Segunda Guerra Mundial, el ejemplo de modelo socialista fue hegemonizado por la extinta Unión Soviética, gran empresa humana cuyo fracaso vino dado, entre otras cosas, por la progresiva concentración del proceso de toma de decisiones en la llamada “Nomenklatura”, una suerte de casta política militarista-burocrática que erosionó lo que en un momento dado fue una auténtica “República de Consejos”. Asimismo, el llamado campo capitalista tuvo su principal ejemplo y defensor en los Estados Unidos, país que actualmente atraviesa una de las peores crisis de su historia y que ha demostrado ─una vez más─ que el socialismo es la alternativa frente a la barbarie capitalista. Una confrontación entre dos escalas valorativas, donde la solidaridad, cooperación, complementariedad, el humanismo y la espiritualidad ─valores socialistas─ se contraponen al individualismo, al materialismo y al egoísmo propios del capitalismo.
Es así como la lucha y el proceso de construcción del nuevo socialismo en Venezuela ha venido irradiando la región y al mundo con la implementación de una política exterior revolucionaria, que ha logrado concretar en un tiempo impresionantemente corto novedosos mecanismos de integración regional como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA), así como incorporarse en calidad de socio a bloques económicos como el MERCOSUR. Es en este espíritu de integración bolivariana y socialista donde se hacen realidad proyectos como TeleSur y el Banco del Sur.
El capítulo II del de la obra el autor lo dedica al tema de la integración, un tema del que con seguridad podemos decir que es uno de los imperativos de nuestra época. Son seis ensayos en los que González hace un repaso histórico de los distintos mecanismos de integración que se han implementado o intentado implementar en la región, comenzando con una reflexión sobre la experiencia europea que termina con una sentencia del filósofo italiano Gianni Vattimo, quien afirma sobre la Unión Europea que su situación actual es “que nadie sabe exactamente qué es”. Afirmación nada alentadora que contrasta con los sustanciales avances que, en materia de integración, ha logrado nuestra región, particularmente con la propuesta de la ALBA. Desde la propuesta de sustitución de importaciones de la CEPAL, pasando por la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), creada en 1960 y que luego de su fracaso fue sucedida por la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), han surgido en América Latina y el Caribe diversas propuestas integracionistas que, como más recientemente el MERCOSUR, la CAN y el CARICOM, constituyen antecedentes del nuevo bloque de la ALBA y que hoy día coexisten.
Por otra parte, el imperialismo también hizo su propuesta de integración económica regional, denominada ALCA (Área de Libre Comercio para las Américas), la cual fue enterrada en Mar del Plata en 2005, momento en el que apenas nacía la propuesta bolivariana de integración y que hoy día suman nueve países, luego de que en junio del presente año se adhirieran al bloque los países Antigua y Barbuda, Ecuador, San Vicente y las Granadinas. De esta manera Franklin González expone, plantea y reflexiona sobre estos trascendentales procesos que definitivamente marcan el nacimiento de una nueva época para la región y el mundo. Un mundo donde la conformación de nuevos bloques económicos y político-militares emergentes ─como en el caso la ALBA─ en cuanto nueva forma de integración societal, marca la nueva geopolítica del mundo de hoy hacia la consolidación de la pluripolaridad mundial. No podía faltar en esta obra, por tanto, un acertado análisis sobre la situación del MERCOSUR, mecanismo de integración económica al que Venezuela pertenece en calidad de asociado, y cuyo ingreso pleno se encuentra en plena discusión. El desarrollo, perspectivas y análisis de las asimetrías de este gran mercado constituyen una parte significativa del trabajo de González.
Salta a la vista la gran relevancia y pertinencia del trabajo de nuestro Embajador en la República Oriental del Uruguay para nuestro histórico contexto de cambio de época; contexto bicentenario donde estamos logrando la segunda ─que en realidad es la primera─ y definitiva independencia. Si Martí afirmó que “Lo que él (Bolívar) no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy”, hoy podemos decir sin vacilación de ningún tipo que lo que el Libertador no dejó hecho lo estamos haciendo. Sin embargo, es cierto que nos falta mucho “porque Bolívar tiene qué hacer en América todavía”.
Caracas, septiembre de 2009.
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