“El ambivalente discurso latinoamericano sobre la modernidad, que rechaza la dominación europea pero que internaliza su misión civilizadora, ha adoptado la forma de un proceso de autocolonización que asume formas diferentes en distintos contextos políticos y períodos históricos.”
Fernando Coronil. En El Estado Mágico. Naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela.
Desde que el presidente Chávez, haciendo uso de una creatividad que le rinde honor a la necesidad de invención que exigió Simón Rodríguez para los gobernantes de la “América española”, planteó el concepto de Buen vivir, de inmediato se incorporó en el discurso político oficial sin que se definiera muy bien el alcance de un concepto que, intuyo, tiene que ver con una forma de vivir propia de una sociedad distinta de la capitalista, es decir socialista o, también, con una forma de vida que se aleja del consumismo desaforado y que combate la alienación que han caracterizado al consuetudinario capitalismo rentista venezolano, y que sería propia de la transición; de la vida propia de un Estado de Bienestar.
Buen vivir, vida buena, son frases que pretenden definir estilos o modos de vivir distintas a la que sugiere esta otra frase que todos conocemos: la buena vida. Y en un modo de vivir puede estar contenida toda una manera de ver y entender al mundo, la forma en que nos relacionamos, la forma en que están diseñadas nuestras ciudades, lo que comemos, la ropa que usamos y en general nuestras pautas de comportamiento, preferencias, usos y costumbres y hasta nuestro sistema de valores y creencias. De tal manera, la llamada buena vida es algo asociado por lo general a la despreocupación, la suntuosa comodidad y el placer; algo así como aquella canción de Guaco que habla de una mujer que vivía entre “amigos, viajes y placeres tomados de la mano”. La buena vida o el Nec Plus Ultra de lo que se podía aspirar en la vida de acuerdo a los valores asociados a esa concepción de la vida: consumismo, hedonismo, deseo de ostentar, materialismo, relaciones superficiales y frívolas, etc.
Pero surgen acá dos cuestiones vitales que nos sirven para comprender mejor lo que sería la vida en el socialismo. En primer lugar está el tema del uso de la tecnología. Cansado como estoy de escuchar los pseudo-argumentos que consideran el uso de la tecnología como algo opuesto al socialismo, conviene dejar claro, que a pesar que desde un ángulo personal pienso que la tecnología ha sido y es algo así como el gran alienador por excelencia, que por un lado te deslumbra con un artefacto y por el otro te destruye con otro ―y de ahí que la tecnología moderna sea algo así como una decadencia sofisticada o, de otra manera, una especie de avance deshumanizador―, no podemos sustraernos a la técnica moderna en la medida en que ésta ha logrado producir, en palabras de Varsavsky, “una fuerza física irrebatible”. La sociedad en la que vivimos es capitalista y el estilo de vida predominante es el que este sistema impuso. Luego, no está mal ni es contrarrevolucionario querer el carro, el Blackberry, viajar regularmente, una buena cartera y las hermosas sandalias; el problema está cuando la gente quiere empeñar la vida por conseguir alguna de estas cosas, lo cual sugiere cierta locura y ese nivel de alienación en el que ya el teléfono o cualquier otro artilugio se ha convertido en fetiche. Una cosa es querer adquirir un carro porque necesitas transportarte y otra quererlo porque necesitas buena vida. Hay una diferencia no tan sutil que sería bueno tratarlo en otro momento.
La otra cuestión es la del aburguesamiento, tratada por Raúl Bracho en su artículo ¿Es un aburguesamiento eso del buen vivir?, que recomiendo ampliamente. Este autor inicia su escrito con una importante observación: la introducción de elementos materialistas en el discurso del poder popular, haciendo alusión a que el vivir viviendo, el buen vivir o la vida buena, según el discurso oficial parece entenderse como lograr poder tener “mi casa bien equipada”, gracias a la importación de millones de electrodomésticos chinos de línea blanca y negra, algunos de los cuales, como las pantallas de plasma LCD, son productos que no podían ser comprados sino por la tradicional clase privilegiada. Al llegar a este punto, con cierto sabor irónico, el autor afirma que no es capaz de negar que esto sea buen vivir. Ahora, si partimos de que esta afirmación del autor es retórica y que forma parte del hilo conductor de su discurso, cuya conclusión no es precisamente esta, lo que queda es el hecho de que sí, efectivamente, eso es lo que en nuestras sociedades capitalistas se entiende no como buen vivir sino como buena vida, y además forma parte de la ideología contenida en la semántica de algunas palabras como felicidad, que para el DRAE es “El estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien”.
Para Bracho, esta posibilidad para el pueblo más pobre es una reivindicación nada despreciable, algo así como una realidad que entra en el ámbito de lo deseable hecho posible pero no dentro de lo deseable necesario; pero es también un aburguesamiento, lo cual no considera como algo negativo a priori aunque si lo podría ser a posteriori, porque, coincido con el autor, ser burgués es una cuestión de conciencia. Esto nos recuerda que la estructura económica no siempre coincide con la estructura ideológica, que un obrero o un empleado público pueden compartir ideología con un burgués o un aristócrata, y que éstos a su vez pueden colocarse del lado de los humildes. Agregamos también, oportunamente, que las cosas nunca son tan bipolares y que son bien chigüires quienes así piensan. Lo que plantea Bracho con cierta preocupación es que, junto con la socialización de los artefactos se socialice también la mentalidad burguesa. Una preocupación que se justifica, cuando recordamos que nuestra burguesía no ha tenido nunca esas cualidades que le atribuyó Marx en el Manifiesto Comunista, como clase emprendedora, transformadora de la realidad, y que estaba desempeñando en la historia un papel “altamente revolucionario”. Que se trasladé la mentalidad rentista al pueblo no sería nada bueno. Ese sería el aburguesamiento que ocurriría y del que está permeado la sociedad venezolana en su conjunto.
El carácter redistributivo de la riqueza del proceso bolivariano y su coexistencia con la burguesía lo expresa el autor en este fragmento, aderezado con una interesante ironía:
“Nadie dijo que la revolución tenía como fin acabar con los burgueses sino más bien que sus privilegios no fuesen solo para ellos, así que la revolución, para estar claros, se trata de que todas y todos seamos burgueses, o que tengamos y disfrutemos lo que tienen y disfrutan los burgueses”.
Pero conviene recordar que, de un lado, no todos podemos ser burgueses por la sencilla razón de que la pobreza de los pobres es la riqueza de los ricos, aunque en un país como el nuestro, petrolero a lo grande, hasta esa ley, válida en los países industrializados con clase obrera numerosa, habría que colocarla entre paréntesis. Por otra parte, así como el empresario encuentra la manera de evadir las regulaciones de precios que decreta el Estado, también los think thank de la publicidad capitalista, se encargan siempre de crear e instaurar nuevas jerarquías sociales instaurando falsas distinciones.
De tal manera, si buen vivir no significa acceder al estilo de vida de ellos ―burgueses, oligarcas, aristócratas, plutócratas o simplemente privilegiados― pero más barato, entonces ¿De qué se trata entonces eso del vivir viviendo? Lo primero que podemos decir, es que hay una diferencia importante entre querer parecerse a ellos o ser como ellos, y utilizar ciertos artefactos que han logrado convertirse en necesidades en la vida moderna, como por ejemplo los teléfonos móviles, perversos fetiches que se han convertido en necesidad de la vida y de las fantasías del espíritu. Buen vivir, vida buena, entonces, sería superar la alienación, “la personificación de las cosas y la cosificación de las personas”, el estar en lo ajeno, de manera que la embriaguez tecnológica al alcance de la mano no nos haga privilegiar, llegado el instante fatal, el tener sobre el ser, si de lo que se trata es de superar el capitalismo, si de lo que se trata es de construir el nuevo socialismo, democrático, espiritual, humanista.
Así las cosas, con la convicción de que logré sortear a los amigos y amigas que se ponen en guardia frente a las críticas culturales y humanistas a la tecnología, seguros de que lo que queremos es verlos caminar en guayuco por la avenida Bolívar, decimos que buen vivir es dignidad, equilibrio, cultura para la libertad, como decía Martí, o directamente como afirma Bracho al final de su artículo: el más simple y puro comunismo. Pero, en una sociedad capitalista, en un Estado de bienestar, la buena vida y el buen vivir parecen confundirse; como que quisieran confundirse.
@maurogonzag
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